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Poemas de Ramón Cote Baraibar

Me unen a Ramón Cote más de una afinidad electiva. La pintura y el Sello Negro son apenas dos. Lo conocía a través de la poesía de su COLECCION PRIVADA, Premio Casa de América (2003). Y al pasar, y repasar, las página de la cuidada edición de Visor, recordé una expresión del gran lírico argentino Raúl Gustavo Aguirre: “Lo mejor de la poesía es la amistad de los poetas”. Algo me decía que el joven vate colombiano iba a ser un buen amigo más temprano que tarde. No soy el más perspicaz de los hombres a la hora de encontrar amigos. A menudo tomo las sombras como “cosa sólida”, en palabras de Dante y las decepciones no paran de reiterarse. Por fortuna, nadie es perfecto, y no son pocas las veces en que he errado, y un ajustado número de personas insisten en negar la condición de sombras y demostrar que son cosa sólida y pemanente. Cuando me presentaron a Ramón en Valencia, Venezuela, de lejos, sabía que era el autor de COLECCION PRIVADA. Uno de esos casos, como el del mismo Raúl Gustavo, en los cuales vida y escritura, existencia y alma son una misma cosa. Su poesía es como él: inteligente, culta, fina, cuidada y, sobre todo cordial. Inclusive cuando el asunto es la muerte, como en este poema inédito, leído para los privilegiados asistentes del Festival Hay de Cartagena, y enviado especialmente para su publicación en Prodavinci. Ramón no sólo escribe poesía, también, con igual fortuna, ha escrito narrativa. Y los que han leído su libro de cuentos TRES PISOS MAS ARRIBA, todavía sienten escalofríos cuando recuerdan el siniestro y roedor destino de la biblioteca del protagonista de la historia homónima. Ramón nació en 1963 en la vecina Cúcuta, sus amigos en Venezuela no son pocos. Me precio de contarme entre ellos.

LAS MUERTES

A los dieciséis años
uno de mis mejores amigos del colegio
se pegó un tiro en la cabeza
por una decepción amorosa.

A los treinta y nueve
mi más admirado profesor de literatura
murió de hipotermia en un río,
por salvar a su perro que se ahogaba
bajo una engañosa capa de hielo.

A los cuarenta y cuatro
un poeta norteamericano que acababa
de conocer desapareció para siempre
en una remota isla al sur del Japón
por ver de cerca la boca de un volcán.

Muchos dirán con sangre fría
que la impaciencia del primero,
la extrema confianza del segundo
o el imprudente proceder
del tercero, fueron la causa determinante,
como si esas explicaciones pudieran alterar
la gravedad de los resultados.

A lo largo de la vida
uno va acumulando muertes
y se empieza a pensar sin quererlo
en cuál de esas será la suya,
si será por amor, Sergio, por lealtad,
Eduardo, o por valentía,
Craig.


TEMPLO PORTÁTIL

A Fabio Morábito.

Si quieres hacer tuya cualquier esquina
acerca a la ventana más próxima un asiento
para detener el desorden de las horas.

Si ya escogiste ese preciso lugar de la casa
donde habitas, entonces enciende una vieja lámpara
que ilumine el perímetro de tu nuevo territorio.

De esa manera no será necesario que disimules
tu condición errante cambiando los muebles
o llenando las mesas con fotos familiares.

Pronto descubrirás la necesidad de estar allí,
inmóvil, rodeado de fugacidad y permanencia
en tu península con su faro solitario.

Sea cual sea el lugar donde te encuentres
sabrás que cada noche tienes una cita
en ese espacio que amplía sus fronteras.

No habrá palacio que lo iguale
ni monumento de mármol que lo imite:
este será tu palacio y tu monumento.

Pasarás las semanas sucesivas sabiendo
que ya cuentas para el resto de tu vida
con un lugar que solo a tí te pertenece.

Basta elegir una esquina cualquiera, una mínima
ventana, un asiento y una vieja lámpara
para que viajes por el mundo y puedas repetir
tu ritual nocturno en tu templo portátil
acompañado por tus dioses domésticos. Así nunca
te sentirás extraño en ninguna parte de la tierra.

RAMÓN COTE BARAIBAR (Inédito)