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Ethel Rodríguez Espada: La arquitecto

ethelLa vivencia de crecer en la Patagonia para finalmente dejarse adoptar por Maracaibo no es una experiencia común. Partir del punto más extremo del sur de América para alojarse frente al mar Caribe es la evidencia de un tono personal muy particular. Arquitecto y Magíster en Sociología, se ha vinculado a temas ambientales en el estado Zulia por mucho tiempo. Así es Ethel Rodríguez.

Ethel, ¿qué te trae a Venezuela?

Yo llegué a Venezuela a través de Colombia, y a Colombia llegué porque me enamoré…

¿Y qué hacías en Argentina, qué te saca de Argentina?

En Argentina estudiaba Arquitectura, carrera que comencé en Buenos Aires, seguí en La Plata, y terminé en Tucumán, en la facultad de Arquitectura de Tucumán. Allí conocí al decano de la facultad de Arquitectura de la Universidad del Valle y fue un flechazo total. De modo que me fui a terminar mi carrera en la Universidad del Valle, me gradué allí y luego nos vinimos a Venezuela. Mi hijo Jaime Héctor nació aquí en Maracaibo.

Después nos regresamos a Bogotá y allá hice el postgrado en Sociología, regresamos otra vez a Maracaibo y aquí me quedé, al ganar un concurso en la Universidad del Zulia.

¿Y a qué edad saliste de Argentina?

Estaba entre los 29 y los 30 años.

¿Cuál fue tu primer impacto cuando llegas a Colombia?

Recalamos un día en Lima, en uno de esos aviones que hacían paradas, y Lima me sorprendió, porque yo salía de una Argentina de arios y me encontré con una ciudad de mestizos. Y cuando llegué a Cali me sorprendí mucho más al encontrar el mestizaje, eso fue uno de los grandes impactos.

El otro impacto fue descubrir la falta de estaciones, que los árboles crecían cuando les daba la gana y no porque era invierno o verano.

¿Dónde naciste?

Yo nací en la Patagonia, en Comodoro Rivadavia, en un campamento petrolero.

¿Cuánto tiempo viviste allí?

Viví allí hasta los 18 años, cuando me fui a Buenos Aires a estudiar Arquitectura.

¿Como fue ese tránsito de Comodoro Rivadavia a la gran ciudad?

Nosotros, como buenas familias petroleras, viajábamos frecuentemente en barco a Buenos Aires, o sea que conocí a Buenos Aires desde niña. Pero el choque con la cultura de la juventud bonaerense, porteña, fue duro porque yo era una patagónica que leía mucho, que sabía mucho de libros, pero no tenía idea de lo que era el arte ni la Arquitectura en la que me había metido. No fue fácil, pero bueno, fui saliendo de a poco. Mi época de estudiante fue la época del peronismo, donde hubo un juego difícil de política y estudios. Yo fui dirigente estudiantil en La Plata en la época fuerte de la caída del peronismo, y de ahí me fui a Tucumán, en el 58, cuando ya había caído Perón.

O sea que viviste en Comodoro Rivadavia, viviste en Buenos Aires, en La Plata y en Tucumán…

Así es, ese fue mi trayecto y después terminé en Colombia.

Y luego ¿por qué Maracaibo?

Conocí Maracaibo en la época en que nació Jaime Héctor, porque mi pareja se vino con un contrato con la Universidad del Zulia y yo estaba ya de embarazo y me gustó Maracaibo, me gustó a pesar del calor, me gustó Venezuela. Hubo un flechazo también con Venezuela, pero nos regresamos a Bogotá y estuve siete años allí haciendo postgrado y trabajando en investigación sociodemográfica, aunque siempre me había quedado el deseo de volver a Venezuela y, cuando finalmente se dio la oportunidad de un contrato, del concurso, me presenté y regresé a Maracaibo.

Y allá has vivido desde ese momento…

Aquí estoy desde ese momento, desde el 72 estoy en Maracaibo, un poco menos de la mitad de mi vida la he hecho acá, es mi país y mi ciudad, porque aquí tengo mis amigos, mi vida, mi profesión.

Y en esos primeros años, pasar del tránsito por todas esas ciudades argentinas, luego por Bogotá que es una ciudad con un tono muy particular, y Maracaibo, que a la vez también es otra cosa, una ciudad costera…

Bogotá es otra de mis ciudades de las que guardo un buen recuerdo, a pesar del clima que es muy inhóspito y de la altura que físicamente me afectó muchísimo. Por eso cuando llegué a Maracaibo me sentí muy bien.

Mi paso a Maracaibo tuvo que ver con varias cosas, una por el trabajo, ya que vine contratada para un proyecto de investigación en planificación urbana, financiado por Naciones Unidas y la Fundación Ford, y eso fue para mí muy interesante, además de que se armó de nuevo el núcleo familiar aquí en Maracaibo, aunque después se volvió a desarmar y me quedé yo sola con Jaime Héctor, pero guardo buenos recuerdos.

Y ¿qué fue lo primero que sentiste al llegar a Maracaibo, acostumbrada a unos modos distintos, a los modos de la provincia argentina, cuando llegas a esa ciudad tan distinta?

Hacía unos aprendizajes muy rápidos y muy especiales. Recuerdo siempre que mi primera llegada al Hotel Kristoff fue como a las tres de la tarde y salí a caminar por la calle, cosa que en Maracaibo era impensado, y en esa época mucho más. Anduve de peatona por una vereda y a cada rato veía un carrito por puesto que se paraba para recogerme, algo así como obligado, y caminaba tres cuadras y volvía otro carrito por puesto a pararse porque no podían entender que una persona -y más con mi pinta de musiua-, anduviera de peatón. Tanto fue que al final me monté en un carrito y terminé en pleno centro, totalmente perdida en un centro caótico, y no sabía cómo volver al hotel, hasta que tomé otro carrito que me dejó en el hotel. Ésa fue mi primera experiencia, muy extraña, pero divertida por otro lado.

¿Y con el lenguaje?

El lenguaje, qué te digo, siempre creo que perdí mi tonada, pero eso es mentira, porque cuando me graban y me escucho el acento argentino suena fuerte, a pesar de que no soy porteña, porque en la Patagonia nuestra tonada es un poquito menos marcada. Ya en Bogotá había aprendido a tutear, a hablar de tú, había perdido el che, había desarrollado cierta facilidad para adaptarme al habla cotidiana, aunque claro que a veces uno no se da cuenta que no lo entienden, o que utiliza un vocabulario que no es el corriente, sobre todo en los comienzos.

¿Te encontrabas frecuentemente con palabras crípticas?

Sí, y sobre todo sucede que la gente no siempre te aclara que no te entiende, y uno sigue hablando en la misma forma y resulta que no saben qué está diciendo uno. A veces hay como un no querer reconocer que no entienden.

Y habría palabras que tú no entendías…

Bueno, también, pero esas sí las preguntaba y así las aprendía. Aunque todavía quizá hay palabras que uno las usa, pero de repente no las usa como debe ser, pero uno se va adaptando. Yo me adapté, caso contrario al de muchos colegas argentinos que vinieron en esa época en grandes cantidades. Cuando llegué después de salir de Bogotá, estaba acá todo el grupo exilado, y esa gente sí vivía «en contra» de Maracaibo, tratando de ver en qué momento se regresaban, con las añoranzas esas de Buenos Aires o de cualquier provincia de Argentina. A los uruguayos también les pasaba lo mismo y así fue como desaparecieron rápidamente, en la Universidad del Zulia quedamos muy pocos argentinos de los de esa época.

Y con esa colonia argentina ¿te relacionabas?

No, no. Yo siempre tuve una intención definida y muy precisa respecto de eso, y no me gustaba reunirme, porque eran guetos en que la gente vivía añorando y hablando mal de los maracuchos y de los venezolanos. Yo estaba totalmente en contra de eso, cosa que ahora no ocurre, pero que en esa época sí era muy notorio.

¿Hay cosas que añoras de Argentina?

Eso pasa siempre. Aparte hay algo que sucede a medida que pasa el tiempo, y es que la lejanía crea mucho sentimentalismo, la añoranza, entonces uno siempre tiene eso de querer volver a recorrer lugares o a hablar con gente y resulta que eso se perdió, porque uno tiene las raíces en otro lado. Yo llego a Buenos Aires y soy una turista, y nadie me reconoce como argentina, me preguntan si soy cubana, me han llegado a preguntar eso, con mi hablado creen que soy cubana.

¿Alguna vez pensaste en volver?

No, en realidad no, yo me sentí muy arraigada con mi profesión desarrollada tanto en Bogotá como aquí y con mi hijo nacido en Maracaibo. Siempre me sentí muy «nativa por adopción», eso para mí fue muy claro, cosa que a mi familia le pegó, porque pensaban que yo iba a regresar, pero yo nunca me lo planteé. Es que regresar para mí a Argentina era empezar en cero, no tenía sentido.

¿Conservas amistades, familia allá?

Sí, tengo mis hermanos, mis tres hermanos, dos varones y una mujer, viven en Buenos Aires, bueno, uno vive en Mar del Plata. Las amistades uno las va perdiendo con el tiempo, pero me ha ocurrido que tenía una amiga en Tucumán que estudió Arquitectura también y que un buen día me encontré su teléfono, la llamé pensando a ver si seguía siendo su número, me atendió ella y comenzamos una conversación como si nos hubiéramos visto el día anterior. Eso fue muy emocionante, y nos hemos quedado en el plan siempre de «cuando vaya a Buenos Aires te aviso y nos encontramos», pero eso siempre se hace difícil, son afanes y deseos más que realidades.

¿Vas con alguna frecuencia?

Más o menos. En la primera época sí iba mucho, casi todos los años para fin de año, pero después no, se fueron espaciando los viajes, ya los costos eran más altos, el dólar en bolívares era más caro, pero he estado en el 99 cuando fui a visitar a mis hermanos.

¿Cuál dirías tú que es la principal diferencia de un venezolano y un argentino? ¿Hay diferencia?

Claro que la hay. Como país yo encuentro muchos parecidos, pensando que Venezuela es como medio siglo más joven que Argentina, hay ciertos procesos que en Argentina han sucedido y que aquí también sucedieron pero casi 50 años después y con todas las características propias del trópico.

El argentino es más intelectual, o pretende ser más intelectual, es muy llorón, el venezolano es muy alegre, muy indisciplinado también, el argentino es más disciplinado. Yo te estoy hablando a lo mejor de un argentino de la época en que yo viví allá. Porque creo que el argentino ha cambiado mucho ahora con toda la experiencia que ha sufrido el país.

Los venezolanos son más poetas que los argentinos, que son más abstractos y más ensayistas diría, en términos de vida no de escritura, eso es un poco lo que siento de los venezolanos. Mis grandes amigos son venezolanos, definitivamente.

¿Te nacionalizaste?

Sí, claro, por eso te digo que soy nativa por adopción, sí señor.

Cuando tú te montas en un avión y llenas las planillas, al llegar a la nacionalidad…

Venezolana, sí señor, aunque tengo mi pasaporte argentino, porque tú sabes que nosotros no perdemos la nacionalidad, pero no me ha servido de mucho, en realidad el que más he usado hasta ahora es el pasaporte venezolano, y a mucha honra.

Tienes alguna imagen, idea o presunción de lo que habría sido tu vida en caso de quedarte en Argentina.

Hubiera sido muy difícil, porque en La Plata, no tanto en Tucumán, pero en la época en que yo estuve en La Plata, estuve muy vinculada a grupos políticos y pienso que si me hubiera quedado en Argentina hubiera pasado épocas muy difíciles en los 70, en la época de la militarización argentina, porque yo formaba parte de muchos grupos que desaparecieron durante los años 76 y 77, eran muy amigos míos.

¿Me dices que desapareció la gente?

Sí, desaparecieron como sabemos que desaparecieron. Claro, gente que yo conocí de estudiante, amigos míos que luego continuaron en su profesión política. Si me hubiera quedado posiblemente hubiera seguido en esa línea, supongo. Entonces mi salida fue no sé si providencial, sí, puede haber sido providencial…

¿Cómo ves Argentina ahora como país?

Lo veo difícil, está renaciendo de una crisis muy fuerte, que por cierto me da la impresión que los ha hecho madurar un poco más acerca de la vida y la personalidad de ellos mismos. Pero les va a resultar tan difícil salir adelante como a cualquier país latinoamericano. Estamos todos metidos en una situación muy crítica en este momento a nivel mundial, con la globalización y este plan de vivir como en Venezuela, como un país mono exportador. Argentina tiene un poco más de tecnología, pero también sigue en lo mismo, y aún no ha podido salir de la crisis que había en la década del 60, se han ido exacerbando y se han ido transformando las situaciones, pero siguen siendo países en crisis.

¿Cómo ves el futuro de Venezuela?

Ahí sí tengo mi teoría, cuando en el 99 nuestro coronel Chávez estaba lanzado a candidato, me preguntaron qué pensaba, y lo único que dije fue: «milico y basta», no dije más, y lo está mostrando fuertemente. La situación en Venezuela es muy especial, con una figura que no tiene paralelo, cuando lo quieren comparar con la gente de los 60 y los 70 es un tremendo error. Él es un personaje moderno con todas sus fallas y con todas sus aspiraciones, entonces no es fácil ponerle un cartabón y decir es así o es asá, además de todo su delirio y de su afán de sentir el frío del bronce. Y él es el que está dictando lo que va a pasar a Venezuela definitivamente. Eso es muy preocupante.

Tú crees que no se le puede comparar con Perón.

No, jamás, jamás.

¿Por qué?

Una, por las circunstancias que ocurrían en Argentina en ese momento. Si vamos a hablar de una tipología de tiranos o de líderes populistas, sí hay elementos que son similares, pero cuando tú te ubicas en las situaciones reales, no hay comparación, porque las relaciones Argentina-Estados Unidos eran muy diferentes de las que tienen Venezuela y Estados Unidos en este momento, y por otro lado, Perón no era un tipo formado en la década del 60 como pretende serlo Chávez, que es un tipo que tiene prendidas con alfileres todas las teorías de la década del 60, políticas de la dependencia y del imperialismo y todos esos cuentos que ya están fuera de circulación y que él los tiene prendidos y los utiliza muy inteligentemente para crearse su liderazgo.

Perón era un tipo más en la onda fascista, era más formal y tuvo a su lado después una mujer que Chávez no tiene, como doña Evita, que significó todo un itinerario en los gobiernos de Perón. Además de que Perón en su primer gobierno sí logró cambios importantes para la gente que lo votó, cosa que yo considero que Chávez no va a conseguir.

¿Hay momentos en los que sientes que tu raíz argentina sobresale, se evidencia?

Cuando hay un partido de fútbol, por ejemplo, entre Argentina y cualquier otro país en un mundial, ahí sí me sale el argentino, eso sí es definitivo. Meter al argentino en mis lecturas también es un rasgo, yo no puedo dejar de comprar la revista LEA de Argentina, porque me alimenta de toda esa intelectualidad y literatura argentina y de los críticos de la literatura mundial que hacen esa revista. O sea, hay una faceta mía de intelectual que es muy argentina, así como un afán de querer estar comunicado permanentemente, eso sí es muy argentino.

¿Tomas mate?

No. Cuando llego a Argentina sí, a los dos días estoy tomando mate, pero aquí no. Soy una persona que dejó ya sus costumbres y se inventó otras aquí en Venezuela.

¿Y un tanguito en la tarde maracucha?

Ah bueno, la música, claro, tengo mis discos, y escuchar un tango me emociona totalmente, sí señor, eso es muy cierto.

¿Hay algo más que quieras agregar, Ethel?

No sé, mi vida en la Patagonia. Mi experiencia de vida en la Patagonia fue muy fuerte, a fin de cuentas fue la época de la niñez y de la adolescencia, y siempre tengo la añoranza, ahí sí, de regresar a reconocer mi tierra y cuando oigo hablar de la Patagonia ahora que está tan de moda, me divierte un poco pensar que yo soy de allí.

¿Cómo fue tu vida en la Patagonia?

Una vida muy moderna porque vivíamos en campamentos petroleros, te imaginas, década del 30, 40, vivíamos muy cómodamente y viajábamos en barcos petroleros de factura holandesa y nos íbamos a Buenos Aires y regresábamos con experiencias muy modernas. Viviamos en un paisaje muy árido, muy fuerte, con un mar frente a la casa, viendo pasar las ballenas y los delfines, los pingüinos. Toda esa fauna de la que tanto se habla ahora, para mí era la cosa cotidiana. Esos recuerdos son muy importantes para mí, me marcaron mucho.

Pero allá no has vuelto….

No, porque las veces que iba a Buenos Aires lo hacía siempre pensando que a lo mejor me iba hasta la Patagonia, pero nunca lo hice y todavía tengo el deseo de, en algún momento, ir a Buenos Aires y salir para la Patagonia y reconocer mi terruño.

Y si lo haces ¿qué crees que encuentres?

Pienso que me voy a encontrar algo que no es lo que fue, uno siempre a la distancia se inventa un país en el cual vivió que ahora ya no debe existir, supongo.

¿Qué sientes cuando sales de Maracaibo, cuando pasas días fuera?

No sé, me gusta mi casa, me gustan mis plantas, mi música, mis libros, siempre quiero regresar, porque aquí está mi sitio, mi vida. Mis viajes ahora son más que todo a Caracas a visitar al hijo, que es muy importante para mí, del resto Maracaibo es mi sitio, mi espacio.

Tengo muchos amigos venezolanos a quienes quiero mucho, y gente mucho más joven que yo. Por ejemplo, Edda Armas, la poetisa, es muy amiga mía y hemos sido muy cómplices en lectura. En su último libro -por el cual ganó el Premio Sucre, creo- hay una poesía que me dedica. En general hay muchos venezolanos muy amigos míos y que son muy importantes para mí, en la facultad, en la universidad, mis compañeros de trabajo.

¿Sigues dando clases?

No. Sólo hago investigación. Pronto vamos a producir un libro sobre Maracaibo, porque yo he investigado mucho sobre Maracaibo, en el aspecto urbano histórico, pero ahora estoy dedicada a los estudios ambientales.

Gracias, Ethel.

Fotografía: Vasco Szinetar