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Internet y la tentación de la censura

Un número indefinido tal vez infinito de galerías hexagonales, con anaqueles plenos de libros que se repiten idénticos por el capricho maniaco de algún Dios amante del conocimiento. Así imaginaba al universo el ingenio de Jorge Luis Borges, metáfora abusada hasta la saciedad por los expertos que intentan poetizar acerca del crecimiento incesante de la World Wide Web.

Según portales especializados como Internet World Stats más de 1700 millones de seres humanos se apoltronan diariamente frente a sus monitores y “navegan”, usando la amplia gama de servicios, información y entretenimiento que conforman ese universo paralelo que es la gran red virtual. El festival de cifras produce vértigo: sólo en una década el mercado creció más de 380% y las webs que Usted lee a cada instante, como ésta, ya superan los 230 millones.

La libertad pura proclamada por las comunidades geek (fanáticos de la tecnología y la informática) y los manifiestos hacker está cada vez más en el ojo del huracán. Los gobiernos han visto con fascinación y temor como ese territorio alejado de las leyes incide cada vez más en la opinión pública, las políticas económicas y los mercados de valores. Se trata del mundo virtual manifestándose en la realidad desconectada del modem.

¿Cómo controlar esta red?, ¿hasta dónde permitir su desarrollo?, ¿cuándo intervenir para limitar la comunicación entre los usuarios? Parece que estas son algunas de las preguntas que se hacen gobiernos considerados por Reporteros sin Fronteras como “enemigos de Internet”. Son los casos de la República Popular China, Vietnam, Egipto, Corea del Norte, Siria, Túnez, Arabia Saudita, Vietnam, Myanmar, Turkmenistán, Uzbekistán, Irán y Cuba.

Como escribe David Alandete en el diario El País, pareciera que el obsoleto “telón de acero” del pasado se ha trasladado a lo virtual separando a los países en dos grandes bloques: los que permiten un acceso casi “ilimitado” a la web y aquellos que dictan medidas restrictorias al uso de las plataformas virtuales. Irán y China son los países que más dinero invierten en la tecnología necesaria para refinar novedosos sistemas de espionaje cibernético y eliminar informaciones que atenten contra sus proyectos nacionales.

Basta recordar la “explosión” de Twitter durante las pasadas elecciones iraníes que conllevó cárcel y censura para muchos blogueros del país o el bochornoso episodio de 2004 cuando Yahoo cedió información confidencial al gobierno chino sobre la cuenta de correo del periodista Shi Tao. En ambos regímenes los aparatos estatales de comunicación y propaganda intentan suprimir la desobediencia civil, los foros de disidencia intelectual y la comunicación entre ciudadanos que critiquen a sus gobiernos.

El resultado es previsible. A un bloguero cultural como el iraní Omidreza Mirsayafi (encarcelado por publicar un par de notas satíricas sobre el ayatollah Jomeini en su blog personal que sólo leían sus amigos) le costó la vida al fallecer por una insuficiencia cardiaca mientras purgaba su condena en una cárcel de Teherán el marzo pasado. Shi Tao continúa a la sombra por haber mandado un correo electrónico desde su cuenta de Yahoo denunciando el decreto del gobierno chino que prohibía informar acerca del aniversario de la masacre de Tiananmen.

El “Big Brother” espía tus movimientos

Los métodos implementados por los Estados interesados en regular el flujo de información en la galaxia 2.0 son variados y espeluznantemente eficaces. Recuerdan las utopías pesadillescas de Orwell o Asimov.

En el caso iraní se trata del centralismo político llevado al mundo técnico de las conexiones digitales. Este país puede leer e-mails, interceptar chats y eliminar bitácoras virtuales porque posee el control de las conexiones. Baste recordar que ese universo llamado Internet es una red de puertos conectados a sistemas autónomos que no son gobernados por nadie. Para sus defensores como Timothy Garton Ash de la Universidad de Oxford, allí radica la grandeza del mundo virtual.

Por ello en cada altercado diplomático sobre los controles de la web como el baneo iraní a Google o el “ataque virtual” de hackers chinos a las cuentas de correo de disidentes políticos alojados en el mismo servidor en el fondo lo que se discute, según este experto, es el derecho “a buscar, recibir e impartir información e ideas a través de cualquier medio e independientemente de las fronteras” consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Quizá esto explica la animosa reacción de Hillary Clinton ante el reciente ataque de los hackers de la República Popular China que la llevó a declarar, en tono amenazante, que su país “destinará los recursos diplomáticos, económicos y tecnológicos necesarios para expandir las libertades”. Ante este Pearl Harbor cibernético los ejecutivos de Google amenazaron con retirarse del mercado chino, crisis que sólo duró breves dias porque ya se anunció el inicio de las negociaciones. No es poco lo que se juega la trasnacional: 384 millones de internautas con una tasa anual de crecimiento del 29%.

En el caso del gigante asiático la censura toma otro cariz. El gobierno simplemente remite un comunicado a los grandes buscadores como Google, Yahoo o Baidu especificando las páginas y términos que sus ciudadanos no deben ver en sus ordenadores. Y hasta hace unas semanas, antes del ataque a Google, eso bastaba. Había un maligno maridaje armónico entre las trasnacionales y los censores.

Claro que antes de emitir cualquier comunicado el gobierno chino pone en funcionamiento una compleja red de ciberpolicías y espías virtuales que haría las delicias de escritores como John LeCarré. Según un completo informe de Reporteros sin Fronteras publicado en 2007, por lo menos cinco entes gubernamentales están involucrados en el control de la web pero los principales son la Oficina de Información del Consejo de Estado y el Departamento de Publicidad.

Estos entes monitorean minuto a minuto toda la actividad de la atmósfera virtual china produciendo por lo menos tres reportes diarios a los miembros del buró político y propaganda. También son los encargados de crear las listas de palabras-clave y términos prohibidos que ya superan los 500.  Como nota bizarra cabe destacar que la facultad de periodismo de la Universidad del Pueblo de Pekín facilita junto a la Oficina de Información del Consejo de Estado cursillos de dos días “para ejercer un control ideológico sobre sus empleados e incitarles a practicar mejor la censura y la autocensura”.

Cuando un régimen controla técnica y políticamente los puertos de conexión a la web, puede interferir las rutinas de navegación de sus ciudadanos. Puede llegar a prohibir la comunicación entre dos o más puertos y desconectar a los usuarios. Quizá esto explique la creciente alarma que produjo un trabajo recientemente publicado en el diario El Nacional donde se advertía la existencia de la nueva Ley Orgánica de Telecomunicaciones, Informática y Servicios Postales que permanece engavetada en la Asamblea Nacional sin sancionarse. Allí, supuestamente, se establece la implantación de un punto de acceso único manejado por el Estado venezolano a través de la filial estatal Cantv.

Especulaciones aparte, es evidente la creciente preocupación de los Estados por regular o monitorear ese cacareado “libre albedrío” virtual tan caro para los internautas. “La biblioteca de Babel”, el cuento en el que Borges fantasea con un universo en forma de biblioteca, con la eternidad presentada como catálogo, finaliza con la elegante esperanza del narrador que se imagina a la biblioteca como un ente ilimitado y periódico. Como un organismo atemporal que posee un ritmo propio, un patrón que se repite.

Si los censores iraníes y chinos leyeron a Borges, de seguro se devanan los sesos esperando encontrar ese ritmo secreto, esa aliteración espaciada que les permita desencriptar de una buena vez todo lo que circula por la red.