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Lido Guarnieri: El músico

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El encuentro con Lido Guarnieri es sencillamente sorprendente. Tras la tranquila presencia de este ejecutante del oboe, un personaje lleno de vitalidad y pleno de historias particulares aparece súbitamente para contarnos el tránsito entre su origen campesino en Argentina y una vida signada por una suerte de errancia gitana que lo ha llevado a escenarios privilegiados de la vida cultural y política del mundo, compartiendo el oficio de la música con leyendas como Zubin Mehta y Arthur Rubinstein -por sólo citar dos personajes con los que se ha topado en su trayectoria- para finalmente asentarse en Venezuela.

Lido, ¿cuándo sales de Argentina?

Salí en el año 1960, tenía ya veintiséis años y había empezado la profesión con mi padre, que también era oboísta profesional. A los dieiciséis años, empecé a estudiar oboe en mi ciudad, en Paraná, a unos quinientos kilometros al norte de Buenos Aires.

Al año de estar ahí ya entré en la Orquesta Sinfónica de Paraná, en el año 52, por lo tanto me acabo de jubilar ahorita, con cincuenta y dos años de vida profesional. En esa época, también entré en la banda de la Fuerza Aérea allá. Entre en la banda aeronáutica de ahí de Paraná, pero resulta que en Buenos Aires, donde estaba la base aérea principal, había una gran banda sinfónica de ciento treinta músicos, y como el oboe en esa época era un instrumento medio raro y había poca gente que lo tocaba, me mandaron un telegrama a Paraná diciendo: «tiene que presentarse a la base aérea Nº 1 de Buenos Aires, el lunes». Para mí ir a Buenos Aires era como para alguien de acá que viva, qué sé yo, en Boconó, venir a Caracas.

Pero ¿conocías Buenos Aires?

No, no, Buenos Aires estaba a quinientos kilometros de Paraná, era una odisea. Paraná era una ciudad pequeña, nunca se me ocurrió que podría salir. La cuestión es que me sacaron y entonces ahí estuve, en una gran banda que tocaba música sinfónica, la Quinta de Beethoven, la Sinfonía de Mozart, música de Wagner, en fin, no era una banda para tocar en desfiles. Obviamente había una parte de la banda que tocaba en desfiles, hacíamos recibimientos, recuerdo que recibimos a Tachito Somoza, en la época de Perón.

¿Como fue esa experiencia de llegar de Paraná a Buenos Aires?

Fue un choque porque toda la vida había vivido en mi casa, jamás había salido, jamás se me había ocurrido pensarlo. Empecé a tocar y el oboe era para mí una cosa natural, toda la vida, desde que tenía un año, oía a mi papá estudiando en casa, tocando. Me fue en cierta manera fácil, yo diría que en pocos meses, siete, ocho meses, entré en la banda, tenía más o menos habilidad como para tocar, pero nunca se me ocurrió que iría a Buenos Aires. Fui en tren, en esa época era un viaje casi de veinte horas, con un amigo que tocaba el fagot. Llegamos a la estación Federico Lacroze, Chacarita, como a las tres de la mañana. Nos quedamos durmiendo con el instrumento ahí en la plaza, era una cosa completamente campesina y fue tal la ingenuidad que cuando a las siete, ocho de la mañana nos despertamos, la primera cosa que preguntamos fue cómo llegar al Obelisco, y un tipo me dijo que estaba como a cincuenta cuadras. Y dije: «No importa, vamos».

A ver el Obelisco por primera vez….

Exacto, era la imagen de Buenos Aires en esa época. El tipo a quien le preguntamos se rió, recuerdo que caminamos como veinte cuadras y alguien nos dijo dónde estaba el subterráneo y así llegamos. Después, no sé, me imagino que de ahí fuimos a la base aérea que estaba como a unos veinte kilómetros de Buenos Aires.

¿Cuánto tiempo estuviste en Buenos Aires?

Estuve tres años en la banda de la base aérea. Entonces empecé a estudiar con un oboísta que era el solista de la orquesta del Teatro Colón y, cuando se produjo la vacante, fue el primer relevo que hubo. La orquesta del Colón más o menos se fundó en el año 30; en el 55 entro en el Colón, cuando se produce la primera renovación de todos los músicos, porque, casi toda la orquesta se jubiló y empezó toda una orquesta nueva. Se produjo la vacante del segundo oboe, gané el concurso y ahí fue que entré. Yo era militar, y en septiembre del 55 se produce el golpe de Estado contra Perón.

Era militar por pertenecer a la banda.

Por pertenecer a la banda, yo era la Fuerza Aérea, era cabo principal, y se produce el golpe de Estado contra Perón, quien lideró el golpe de Estado fue la Fuerza Aérea, o sea, los oficiales de la Aviación básicamente y de la Marina, que fue el principal gestor del golpe, con el contralmirante Rojas. Entonces, tuve que estar de guardia esas noches, me dieron una ametralladora para estar afuera en la calle parando carros, porque pasaban carros disparando tiros; la cuestión fue fea, cruenta. Recuerdo que yo estaba atrás de un árbol mandando a dos soldados, que no tenían grado, a que pararan a los carros, y yo atrás con una ametralladora, aunque jamás en mi vida había disparado una ni sabía cómo se cargaba, y pesaba como 10 kilos porque era de las ametralladoras de antes de la segunda guerra mundial.

Seis meses antes había renovado el contrato -ahí se estaba por contrato- y como había ascendido entonces me tenía que quedar. Pero cuando en el Colón se produce la vacante y la gano, mi desesperación era cómo salir, cómo pedir la baja. Entonces, a través del Colón hablaron con el ministro de Aeronáutica en esa época, el brigadier San Martín -me salvó la vida ese tipo-, que era del gobierno de Perón. Se hicieron las gestiones y se me dijo que estaba autorizado para presentar la solicitud de la baja, si la iban a aceptar o no era otra cosa, pero por lo menos podía ir a la oficina y presentarla. Y cuando se produjo el golpe, por esos milagros que existen, gracias a ese trámite que se había iniciado burocráticamente dos días antes del golpe, a los tres meses, en noviembre del 55, me salió la baja.

A todo esto, yo vivía en la base aérea, donde había un casino de suboficiales, tenía habitación, tenía todo, en fin, yo vivía ahí y tenía que estar viajando a Buenos Aires todos los días. Era una época muy difícil, pero para mí haber llegado al Colón, un muchachito de veinte años, imagínate.

Estuve en Buenos Aires hasta el año 60. En el 58 se produjo la vacante de solista en la Filarmónica de Buenos Aires y yo la gané, tenía dos puestos. Pero al año siguiente, a finales del 59, me llamaron de Montevideo, me invitaron a tocar allá, y para mí fue la oportunidad de salir de Argentina.

¿En el año?

60, en enero del 60. Me llamaron de la orquesta de Montevideo. Se llama la Orquesta Sinfónica de Servicios de Radiodifusión, la orquesta de la radio, que es la Orquesta Sinfónica Nacional, la única que había también en esa época.

¿Y cuánto tiempo estuviste allá?

Ahí estuve ocho meses. En el año 59, cuando estaba de solista, se produce la revolución cubana, y a finales de año llega a Buenos Aires Alicia Alonso, que era la bailarina estrella de Cuba -en esa época hace 40 años, ella aún bailaba y de qué manera, era prima bailarina en cualquier lugar. Con el ballet de Cuba se hicieron una serie de funciones, el «Lago de los Cisnes», «la Bella Durmiente», y como en esa música de Tchaikowsky hay mucho oboe, yo toqué ahí.

¿Con qué orquesta?

Con la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Era el Teatro Colón, que tiene desde esa época prácticamente dos orquestas de la Municipalidad de Buenos Aires, dos orquestas estables, una que hace ópera y otra, la Filarmónica, que hacía solamente conciertos, pero en esa época empezó a hacer ballet. Entonces toqué cuando vino ella, el director me oyó, le gustó, me dijo: mire, a partir de fin de año, en el 59-60, se va a crear la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba. ¿Le interesa? Y le dije, claro que sí, porque tengo los genes de mis padres, que son inmigrantes, mis abuelos vinieron de Austria, mi padre italiano, mi madre era nacida en Austria pero desde muy niñita llegó a Argentina.

Estando en Montevideo, allá por septiembre del 60 y con seis meses en Montevideo, me llegó un telegrama de este hombre, informando que se había hecho ya la orquesta de Cuba, y preguntándome si quería ir. Me fui, llegué a Cuba en octubre del 60, cuando la revolución tenía un año y pico. Hacía poco había desaparecido, muerto en circunstancias muy raras, Camilo Cienfuegos, y todavía había relaciones con Estados Unidos. Llegué en octubre, en enero del 61 asumió Kennedy la presidencia, al término del mandato de Einsenhower, y ahí empezó el lío político. Estando yo allá, viví lo de Bahía de Cochinos, que fue una conmoción, la crisis de los cohetes del año 62, que se vivió allá con un drama increíble.

¿Cómo era vivir en Cuba?

Cuba en esa época era un país absolutamente capitalista, todos los supermercados funcionaban. Cuando empieza la crisis, a partir de Bahía de Cochinos, a los dos meses comienza un discurso muy a lo Chávez, muy fogoso, de Fidel, y anuncia que a partir de ese momento Cuba era una república socialista, rompió definitivamente con Estados Unidos y se alió con Rusia. Son historias conocidas, pero tienen tiempo. ¿Qué edad tienes tú?

Cuarenta y tres, soy del 61…

Estabas naciendo. En este despelote estaba metido, quiero decir yo viví todo eso. Fidel en esa época tenía 37… 38 años, era muy mujeriego, buscaba mujeres, no es que buscaba, le llevaban el ballet de Alicia Alonso. Ese cuento es muy largo, no me voy a meter en eso, yo viví allá cinco años, y tanto de lo que pasa como de lo que pasó estoy de vuelta.

Entonces, una muchacha bailarina, de veinte… veintidós años, americana, me pidió vivir en mi piso -yo tenía medio piso, como de 250 metros, tres habitaciones con baño cada una, era un apartamento a una cuadra del teatro donde tocábamos. Fidel andaba para arriba y para abajo por todos lados, era un muchacho joven. Frente al teatro había un café muy famoso que se llamaba El Carnero, a veces estábamos ahí y a la media noche pasaba Fidel, entraba, tomábamos café, hablaba con todo el mundo y esa noche pasó, habíamos terminado un concierto, estaba Casana, y yo estaba con mi esposa.

¿Quién es Casana?

Casana era la americanita ésta, la bailarina, entonces empezó a hablar con Fidel, e invitaron a Fidel a mi apartamento. Subió él con el médico personal -el comandante Acosta, se llamaba, una persona excelente-, y estuvimos como hasta las tres de la mañana hablando qué sé yo qué. En esa época eso era posible porque no había todo el aparataje de seguridad, era una época muy romántica, por así decirlo, difícil de pensar y entender ahora, pero en esa época había esa seguridad. Aparte yo vivía en el piso 21, y en el piso 23 vivía Carlos Rafael Rodríguez, que fue vicepresidente de Cuba, y que era entonces secretario general del Partido Comunista, un hombre brillantísimo. Yo tendría veintisiete años y él tendría como cuarenta y tres, y estaba casado con Antonieta Henríquez -creo que todavía ella vive, él murió hace cuatro o cinco años- y, como ella era la jefa de la Secretaría de Música, Rafael venía mucho a los conciertos, y éramos bastante amigos -aunque parezca raro, un músico con un político-. Él a cada rato bajaba o mandaba al ayudante, mira Lido tengo gente acá, tienes una botella de ron o whisky o algo, era otra época. A veces, en el elevador, se metía un tipo que andaba solito, era el Che Guevara, porque se reunían ahí y Carlos Rafael era ministro de la Reforma Agraria, por eso tuve chance de conocer esa gente, de verlos. También con el Che me encontré en la embajada uruguaya una vez, porque nosotros teníamos el estatus de técnicos extranjeros en Cuba y nos invitaban a recepciones en embajadas, era el aniversario del Día de la Independencia, llegué como a las siete de la noche, no había nadie, me pasan a un salón y ahí estaba sentado el Che, también solito. Había vivido en Rosario también y cerca de Paraná, estuvimos como diez minutos hablando. Era un tipo muy secote, muy argentino diría yo, muy serio, claro, con gente que no conocía. Pero te digo viví todo ese tipo de cosas en esa época. Entonces salgo de Cuba…

Antes de salir, ¿cuál era el clima, cuál era la situación en Cuba?

Tremenda, terrible, ya había empezado un bloqueo total, teníamos libreta de racionamiento. Yo era un privilegiado, porque me habían dado ese apartamento, y en aquél entonces se pagaba por alquiler el diez por ciento del salario, o sea, tú y yo podíamos tener un rancho, pero si tú ganabas mil pesos y yo ganaba cien pesos, tú pagarías cien pesos de alquiler y yo diez pesos, aunque fuese el mismo rancho. Era el diez por ciento del salario, y eso no tenía que ver con dónde vivías. En ese sentido, como técnico extranjero tenía ciertas facilidades, teníamos la libreta de racionamiento especial, por así decirlo, la gente podía tener tres rollos de papel higiénico a la semana, y yo tenía cinco, había una pequeña diferencia. Pero políticamente se vivía una convulsión, aunque a partir del 65, del 66, en cierta manera se calmó un poco la situación con el convenio que hizo Estados Unidos con Rusia, que saca los cohetes para que Estados Unidos deje tranquila a Cuba. Después se apaciguó la cosa en cuanto a una amenaza de invasión, pero hasta ese momento estaba eso presente todos los días.

Y de Cuba ¿a dónde sales y por qué?

Porque quería ir a Europa, muy simple, quería conocer Europa y tener chance de trabajar allí. Quería probar, tenía treinta años. Además, yo tenía unos discos de un oboísta muy famoso en Checoslovaquia. Entonces, cuando salí de Cuba decidí terminar el contrato y me dieron dos opciones, sales por México o por Checoslovaquia, porque el pasaje que me dieron era La Habana, Praga, Milano, Buenos Aires. Lo pedí abierto y me fui a Praga donde el oboísta era profesor del Conservatorio de Praga. Aparecí allá en enero, en mitad de temporada, fui a hablar con él porque había tocado antes con directores checos que eran amigos de este hombre, Hantak se llamaba. La cuestión es que me aceptó y estuve seis meses estudiando en Praga. Era la época del presidente Novotny, que era el Stalin checo, época de represión, yo tenía que presentarme una vez cada diez días en la policía para certificar que estaba viviendo ahí. Vivía en un colegio, en una habitación chiquitica, pero para mí solo, para estudiar. Estudié en el Conservatorio de Praga como seis, siete meses. En ese ínterin le había escrito a un amigo en Buenos Aires, que era judío y que estaba en la Filarmónica de Israel, y me respondió, diciéndome que se acababa de producir la vacante del segundo oboe de la Filarmónica de Israel, ¿te interesa?, me preguntó. Le escribí enseguida, porque la orquesta de Israel es una de las diez primeras de todo el mundo, no es una orquesta cualquiera. Entonces me dijo: tienes que hacer un examen, porque ahí no entra quien sea, tienes que hacer una audición con Zubin Mehta, él va a estar en Italia en agosto, anda a verlo.

Termino mis asuntos en Praga, fuimos con un amigo a Alemania Oriental, en la peor época, estuvimos en Dresden, pasamos por Terezin -donde había un campo de concentración- estuvimos un par de horas mirando ahí. Llegamos a la frontera, a dos mil metros de altura, para pasar a Alemania Oriental, éramos dos chilenos, un argentino médico, un checo y yo. Cuando llegamos a la frontera nos hicieron bajar, los alemanes orientales revisaron el carro, nos hicieron pasar a un cuarto, y nos dijeron: ustedes van a Dresden, perfecto, tienen Berlín del Este, tienen que ir a Dresden a este hotel y en Berlín a este otro, este hotel cuesta un dólar diario, como van a estar tres días, son tres dólares. Y tuvimos que pagar ahí el hotel. Nos mostraron la carretera y nos dijeron: ésta es la carretera y ustedes van de acá a Dresden, y de Dresden a Berlín, si se salen de la carretera les van a disparar, así de simple.

Retornamos, salgo del conservatorio, fui a París -imagínate lo que es para un campesino estar en París, cuando la entrada al Louvre costaba 3 centavos. En 15 días que estuve en París habré caminado cien kilometros por día. La cuestión es que tenía que encontrarme con Mehta en Florencia para la audición, por lo que tomé el tren a Florencia. Entonces lo veo y me dice: «pase, pero apúrese, que yo estaba en la época de vacaciones y tuve que interrumpirlas, ya audicioné a cinco o seis personas, dos franceses, dos holandeses, y en fin, tengo que contestar, porque la temporada empieza en septiembre». Le digo: «¿pero cuándo?» Y me respondió «en 15 días voy a estar en el Festival de Salzburgo, tengo que dirigir y ahí nos vemos.» Bueno, perfecto, digo. Me fui a la casa de un pariente italiano en el sur de Italia, y ahí estuve como 15 días para ponerme al día. Luego fui en carro y en tren hasta Salzburgo, fui al hotel -acá no sabemos que cosas así existen-, en una montaña, una casa de campo así como de quinientas estrellas, yo nunca había visto eso.

Me dice, vete a la sala de conciertos, fui por allá y entré al camerino. Tocaron la puerta -él abre, yo estaba calentando- y entra un muchacho de unos veinte años, se abrazaron, y me dice Mehta «¿qué vas a tocar?», le digo que el concierto de Haydn. Este muchacho que entró me pregunta en español, «¿tienes parte de piano?». «Sí». Entonces agarró su parte, tocó, y yo toqué. Terminó la audición y me dice Mehta, «bueno, usted va a esperar porque yo tengo que mandar mi opinión allá, y en un par de días va a tener respuesta». Le dije al que hablaba español, «por favor, explícale que estoy muy corto de plata, apenas tengo para un día, si no yo me regreso a Buenos Aires, porque no puedo quedarme mucho más tiempo acá, pregúntale si es posible, si él sabe, si tiene idea, si tengo chance, porque si tengo chance me espero, si estoy descartado, bueno, chao». Se pusieron a hablar en inglés entre ellos y me dijo: «sí, el puesto es suyo». ¿Quién era ese muchacho? Era Daniel Barenboim, tenía veinte años apenas. Mira como da vueltas la vida…

Llegué a Israel y estuve en esa orquesta ocho años. Es una orquesta que trabaja como ninguna otra orquesta en el mundo porque no tiene ninguna subvención del Estado, vive de las entradas que vende. Cada programa se repite doce veces, son seis conciertos semanales menos el sábado, que es el día de descanso.

¿Eso fue cuándo?

Del año 65 al 73. Durante esos años, la primera gira la hicimos a la India, Birmania, Singapur, Australia, Nueva Zelanda, Hong Kong, casi tres meses. Al otro año fuimos a una gira por Estados Unidos, hicimos como veinte ciudades, treinta conciertos de costa a costa. Todos los años había una gira. En el año 72 hicimos una gira a Latinoamérica, empezamos en Buenos Aires, Sao Paulo, creo, Porto Alegre, Río, Caracas… Acá tenía un amigo que estaba en la orquesta, que todavía está, vino al concierto y entonces hablamos y me presentó a la gente de la Sinfónica. Justo estaban buscando un oboe, me preguntó si me gustaría quedarme, y como ya llevaba ocho años en Israel, había pasado por las dos guerras, aparte me había casado allá, me había divorciado, estaba en problemas, y fue una buena oportunidad de salir de allá. Claro, solamente por esa circunstancia, porque la orquesta era de primera, yo toqué con todos los grandes habidos y por haber, todos los artistas más grandes que ha habido, ya viejos o muertos todos.

Gente como Jascha Heifetz, un violinista legendario, es un modelo, es un ruso que nació en 1901 y murió en el 80 y pico, ya no tocaba él, pero a raíz de la guerra de los seis días fuimos a Estados Unidos e hizo un concierto a beneficio con la orquesta, en el Hollywood Bowl en Los Ángeles, él tocó de solista, tenía como sesenta y ocho años. Los pianistas Rubinstein, Arrau, todos los grandes viejos. Entre los directores todos los grandes, cuando los conocí tenían entre ochenta y ochenta y cinco años, eran figuras legendarias de la música, como Bernstein, en fin, todos iban a Israel y con esa gente hacíamos las giras también.

Entonces, cuando pasamos por acá, me hablaron de la Sinfónica y dije, bueno, okey. Eso fue en agosto, septiembre del 72 y demoró un poco, la cuestión es que en marzo del 73 llegué a Venezuela, hace treinta y dos años. Por eso te digo que mi llegada no tuvo que ver ni con una situación política ni tampoco con cuestiones de dinero, porque más o menos ganaba igual, pero ya sentía que quería volver a Buenos Aires, y por lo menos era un paso para mí regresar a Latinoamérica, a mis costumbres.

Y esa llegada a Venezuela ¿cómo fue?

Cuando llego a Venezuela, la Orquesta Sinfónica era la única orquesta que había acá, para mí era como llegar a un oasis en cuanto a trabajo, acá se hacía un concierto semanal mientras que en Israel hacíamos seis conciertos semanales. La diferencia de trabajo era grande, el sueldo era igual, más o menos, quizás unos cien dólares más acá, pero el trabajo era mucho menos, estaba más cerca para ir a ver a mi familia a Argentina, en fin lo pensé bastante. Aparte me gustó una cosa, esto que estamos viviendo, el clima acá me recordaba mucho a Cuba, la manera de ser, yo quedé muy enamorado de Cuba, de la gente y de las personas, el trato, la amabilidad, y el venezolano es muy parecido, o el cubano es muy parecido al venezolano, como quieras, pero esa cosa tan abierta, tan linda acá, eso me gustó siempre. En Argentina la gente por principio es más cerradita, no se da tan fácil y en ese sentido me sentí muy bien. Y a los dos años empezó todo el movimiento juvenil con José Antonio Abreu, y fui uno de los fundadores. A tal punto era tan precario todo, que yo empecé tocando, teniendo ya cuarenta años, como el único oboe que había, y a partir de ahí empecé a enseñar. He tenido más de ochenta alumnos aquí, hasta el día de hoy, y eso por la revolución musical que José Antonio comenzó en el 75, me refiero a la explosión musical que hay hoy día. La Sinfónica obviamente sigue, pero antes no había absolutamente nada, era la única orquesta. Como eres joven quizá no te das cuenta, pero el significado que tuvo la creación de todo ese movimiento juvenil para Venezuela fue un boom espectacular.

¿Y por qué, con esa vida tan llena de cambios, no saliste de Venezuela?

Sí, salí dos veces, en el 78 me invitaron como solista a la Filarmónica de Buenos Aires y fui en esa época, en plena dictadura militar, y al ver eso salí corriendo. Y en el 88 toqué en Chile, pero ahí sabía que iba y venía.

En Chile, no sé si conoces Santiago, el invierno es espantoso, sobre todo para mí que adoro este clima. Esa fue una razón para volver. La otra es que me casé hace ya veintidós años, ya tengo una familia. Ahora, hace cuatro meses, me acabo de jubilar de la Sinfónica, también me jubilé del Conservatorio, yo era profesor de oboe del Conservatorio Juvenil también, y me quedé acá. Acabo de regresar de Argentina hace un mes, fui de vacaciones, ya no tengo nada que hacer allá, tengo mi vida hecha acá, ésa es la verdad.

¿Y no hay cosas de Argentina que extrañas?

Claro que sí, hay muchas cosas. Uno no puede negar de dónde es, hay ciertos códigos que acá no existen y allá sí. Pero yo me adapté bien acá, incluso perdí el acento, por lo menos la manera de hablar de allá, yo no hablo más de vos, ni vení ni andá, se acabó. No solamente por el hecho de que sería ridículo seguir hablando así, sino porque es un pésimo español, eso no existe, ¿qué conjugación es ésa? Yo me siento bien, éste es mi país y acá voy a dejar los huesos, ya es una cosa decidida, a menos que esté de vacaciones y me agarre un… Mi vida está hecha acá, así de simple.

Cuando has salido ¿hay cosas de Venezuela que extrañas?

Sí, claro, mucho, como te podría decir, es el trato, la gente, la facilidad, por ejemplo contigo no nos conocemos y nos hablamos de tú, eso no existe en ningún otro lado y para mí es muy lindo, porque permite conocer gente de una manera mucho más cercana, mucho más directa, más sincera también.

Háblanos de la experiencia pedagógica, docente.

Eso es muy importante, y quizá ahora que hago un recuento de mi vida, un balance, ha sido tan importante la parte musical, que disfruté mucho, como la pedagógica. No hay lugar en Venezuela donde los oboístas de las orquestas -doscientas y pico de orquestas juveniles- no hayan pasado en algún momento por mi mano, aunque sea tres, cuatro meses. Hay gente que terminó conmigo, estudiaron en París, el caso de Jaime Martínez, hoy en día responsable de la música en el Conac. Para mí la docencia ha sido la cosa que más me ha enriquecido, como persona y como músico, porque al revés de lo que la gente cree, aprendí más con ellos que ellos conmigo, así suene un poco falso. Y también el hecho de tener la oportunidad no solamente de enseñar el instrumento, sino de conocer a estos muchachos, de alguna manera guiarlos. Yo cuando vine acá tenía treinta y ocho años, cuando empecé a enseñar ya tenía cuarenta y cinco -tengo 70 ahora-, y estuve enseñando mucho tiempo, entonces también uno aprovecha la veteranía para orientarlos en la vida, en otras cosas.

¿Has pensado cómo habría sido tu vida si no sales de Argentina?

Sí, eso es un planteo que se hace cualquier inmigrante ¿qué hubiese pasado si me hubiese quedado allá, qué hubiese sido mi vida, cómo pensaría ahora? Si tuviera que recapitular todo, si tuviera que empezar de nuevo saldría otra vez, es una cosa que no se me ocurre ahora, sino que la he pensado muchas veces, porque voy allá y veo cómo están todos mis colegas que se quedaron, qué tipo de estatus, tanto económico como social tienen, y quizá, en cierta manera yo hubiera estado mejor económicamente, pero la riqueza de todo lo que he vivido, todo lo que he visto, jamás hubiese podido adquirirla allá, habría sido una vida mucho más monótona y gris desde el punto de vista humano.

¿Cuál es tu opinión del movimiento musical venezolano?

Estoy convencido de que es un movimiento único, en Latinoamérica es único, porque no se trata de alabar a una persona y no es mi fuerte hacer eso, pero acá la persona de José Antonio Abreu ha sido tan extraordinaria, porque no solamente es un intelectual de primera, un gerente como existen pocos en el mundo, sino un tremendo músico, es un director que podía haber tenido una carrera brillante en cualquier lado, pero no un director común: un director creativo -musicalmente estoy hablando-, y lo que se hizo acá, claro que hay mucha gente que colaboró, pero si no hubiese habido una cabeza tan clara, jamás hubiese llegado ni a la mitad del desarrollo que se llegó. Por eso digo que es un hombre excepcional, en ningún lugar del mundo existe un hombre con esa capacidad para motivar a tantos jóvenes, para hacer lo que se ha hecho. Estamos hablando de doscientas orquestas sinfónicas juveniles en todo el país, hasta en rancheríos hay una orquestita, y la gente tiene oportunidad de escuchar músicos en vivo. No hay palabras para explicar, yo como extranjero te lo digo, cuán excepcional ha sido esa labor, y no tengo pelos en la lengua para decirlo, porque es inspirador, no tiene descanso.

Muchas gracias, Lido.

Fotografía: Vasco Szinetar