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Jorge Portilla: El académico

jorgeEn Jorge Portilla se mezcla, de modo particular, el asentado académico y el errante viajero. Si bien fue su paso por el mundo corporativo lo que lo trae a Venezuela, ha sido igualmente fructífero su desempeño en el mundo universitario. Veamos sus impresiones, sus visiones.

¿Cómo y cuando llegó a Venezuela?

La primera vez que estuve en Venezuela fue en el 72, cuando el área latinoamericana de la NCR, que era una compañía multinacional donde yo trabajaba en Estados Unidos, me mandó a dar dos cursos. Por eso tenía ya un conocimiento de Venezuela cuando me ofrecen luego la posibilidad de trabajar acá.

¿Y por qué decidió salir de Argentina?

Nunca decidí salir de Argentina, pero sí salí muchísimas veces, incluso estuve trabajando antes en Chile. Nunca decidí salir de Argentina, no me corrieron, ni vine huyendo, ni nada por el estilo.

¿Una opción profesional?

Y personal también, quizás como soy hijo de ferroviario me acostumbré a un cierto desarraigo. Me enamoro del lugar donde estoy. Mi padre tuvo varias posiciones dentro de Argentina porque trabajaba en el ferrocarril Belgrano, por eso viví cierto desarraigo, estuve quince años, por ejemplo, en Buenos Aires, quince años en la provincia de Córdoba, hice el servicio militar en Rosario. Y además soy un viajero, gasto gran parte de lo poco que gano en viajar, es un vicio al que he incorporado a mi familia, con efectos catastróficos para el gasto corriente… Llego acá a Venezuela en 1972 por primera vez, doy dos cursos y después me vuelvo.

¿Cuándo se asienta?

En el 73 hay una oferta dentro de la empresa, entonces me mandan para Quito y se entera la gente de Venezuela, entonces dicen que por qué no le daban a ellos la oportunidad, porque ellos también habían pedido a una persona. Entonces de Quito me ofrecieron Venezuela, me hicieron una oferta muy concreta, muy sencilla, muy simple, desde el punto de vista económico nada del otro mundo, nada que me hiciera temblar, pero me quedé con la de Venezuela. Es que sabía lo que quería.

¿Y en ese momento cómo se imaginaba usted que era venir a Venezuela?

Tenía claro a Venezuela porque trabajé con muchos venezolanos allá, ya la conocía, había estado un mes acá. Era fabuloso, yo lo dije siempre, claro que podría parecer una actitud a lo mejor de quien quiere congraciarse, cosa que jamás me interesó, mis observaciones sobre Venezuela son totalmente honestas y sentidas. Yo digo que debería besar el suelo de esta tierra cada vez que vengo, debería hacer como el Papa y besar el suelo, porque no solamente era la cordialidad de la gente, el venezolano es como me lo había dicho un colombiano, si te vas a Venezuela no vayas a buscar elementos intelectuales, no es que no los haya, pero no es el contenido normal de la gente, lo que vas a encontrar es gente emocionalmente correcta, gente buena, gente llana, gente sincera, y encontré eso. Encontré una paz laboral impresionante, cosa que en mi país no existe, no existía por razones económicas, aunque esa paz laboral tampoco existe hoy en Venezuela. En aquel entonces yo tenía mi puesto y el otro señor tenía su puesto, y a nadie le interesaba mi puesto, no había nada de qué preocuparse, más allá de las cosas normales del trabajo, pero en Argentina uno iba al baño y no sabía si cuando volvía encontraba el puesto ocupado.

Lo otro es la parte democrática, esto era una isla de democracia en Latinoamérica y hay que vivir una dictadura para entender el valor de una democracia, no tenía nombre el modo como me sentía. Quizás empecé a sentir más fuerte la dictadura después de haber estado un tiempo en Venezuela.

A pesar de que cuando sale no lo hace por ninguna razón política.

No, ninguna cuestión política. Y estuve en Paraguay donde había una dictadura terrible, pero estaba maravillosamente en Paraguay.

Pero además en Argentina sí tenía, digamos, conciencia de que había una situación…

Claro, tuve amigos y amigas desaparecidos, gente que yo sabía que no tenía el menor chance de estar metido en ninguna cosa extraña, porque no cualquiera se hace de izquierda, no cualquiera es montonero, se requieren una serie de condiciones, formación ideológica, una cierta formación cultural, implica una serie de actitudes o capacidades para empuñar un arma, para vivir escondido. Hubo muchos casos de gente muy sencilla, muy simple, que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Tenía una conciencia muy clara de eso.

Hay un hecho muy curioso, muy claro, yo sigo en Venezuela porque un año después de llegar la sucursal de la multinacional vende sus activos a la Organización Cisneros, entonces el Grupo Cisneros me dice, «o te botamos doble o te pagamos una y media liquidación y te quedas en Venezuela con nosotros», inmediatamente dije «me quedo con ustedes». Claro, era una magnífica oportunidad de seguir trabajando. Empiezo a trabajar en el Grupo Cisneros y un día me dicen que había un problema respecto a un decreto que habían sacado de exportación de computadoras. Entonces me dicen: por qué tú no nos escribes un articulito para publicar en El Universal. Así que escribí un artículo muy fuerte que a ellos les gustó, pero yo pensé que iba a salir con la firma de la ODC es decir, como un venezolano que está criticando a su gobierno, no un señor que viene de afuera, y quién soy yo para ponerme con esas cómicas, honestamente no lo hubiera hecho nunca. Pero sale el artículo con mi nombre y digo, de acá me ponen en La Guaira en un barco, me devuelven, porque era una crítica muy fuerte y un extranjero tiene que tener muy claro qué es lo que puede decir, más aún, yo pude haber dicho lo mismo pero de otra manera. Hablé furibundamente como correspondía a lo que yo entendía que era el objeto del asunto. A nadie le importó, lo tomaron, discutieron, dijeron que sí, qué bueno, qué malo, pero no pasó nada. Yo dije, pero esto es una maravilla, un paraíso. Esa era Venezuela. También razón para quedarme era la vida en general -tenía 30 años menos- y la vida nocturna que era una maravilla. Había inseguridad, pero inseguridad hay en París y en Tokio, menos o más pero hay inseguridad. Y luego descubrí que estaba todo por hacerse en mi área, Venezuela llegó en algún momento a estar en el tope latinoamericano, quizás no en volumen porque no puede competir con Brasil, pero sí en la capacidad tecnológica en computación, creo que llegamos a estar en el tope.

En esos primeros años ¿sintió que había una gran diferencia entre Caracas y Buenos Aires?

Caracas me encantó. Buenos Aires es una pasión para los argentinos muy fuerte, y yo la tengo, cada tanto tiempo tengo que ir allá y me doy un baño por la calle Corrientes. Esa es una pasión que incluso muchos venezolanos comparten, pero adoro a Caracas -o la adoraba, ya no estoy tan seguro, porque esta no es mi Caracas. Caracas era una maravilla.

Pero ese cambio de ciudad…

No me creó el menor problema, recuérdese que yo estuve viviendo en Estados Unidos, estuve viviendo en Asunción (me enteré ayer que tiene 500.000 habitantes), adoro Asunción. Quizás por eso le digo lo del desarraigo, puedo estar un día en una gran ciudad, mañana en un pueblito, no tengo problemas. Caracas no me creó el menor problema, había ciertos ámbitos como Sabana Grande en aquella época, el Gran Café, las librerías, había una cosmópolis incipiente, pero si se quiere ni tan incipiente porque eso tenía veinte años, había cultura, había una intelectualidad. Yo no tenía problemas, ninguno, mi adaptación fue perfecta, y los venezolanos no me discriminaron, no me discriminaron como yo no discrimino, porque creo que todos discriminamos de alguna manera, pero no hubo ninguna cosa que me hiciera sentir una molestia, ninguna.

¿Al comienzo, el acento abría puertas o generaba recelos?

Yo no sé por qué no he tenido ese recelo. Sé positivamente que algunos compatriotas míos se encargan de que el gentilicio nuestro quede por el suelo, yo tengo claro eso, pero la pregunta que me hago es qué gentilicio no tiene ese problema. No tuve problemas, incluso cuando salgo del Grupo Cisneros y empiezo a buscar otras alternativas y me planteo la posibilidad de nacionalizarme, con la idea de que me permitiría acceder a mejores posiciones, y todos me dijeron, no, en absoluto es necesario, ése es su problema, si usted lo quiere hacer, magnífico, y si no lo quiere hacer, no lo haga, cero problemas. Eso no quiere decir que nunca nadie alrededor quizá haya dicho sotto voce «éste es un argentino tal y cual». Como en algunos casos me lo han dicho abiertamente, «ustedes los argentinos son echones».

Como le han podido decir los orientales…

O como me podían haber dicho que los maracuchos son maracuchos, no tengo ningún problema de ese tipo. Caracas es la ciudad donde yo más tiempo he vivido en mi vida, yo ni en Buenos Aires he vivido el tiempo que he vivido en Caracas. Estuve tres años en el interior, no me podía sentir mejor, me volví porque las fuentes de trabajo estaban en Caracas, pero si no me hubiera quedado allá, me sentí maravillosamente bien. Quizás por esa experiencia ya de uno, porque un cordobés puede parecer tan extranjero en Buenos Aires, o un porteño en Córdoba, como un extranjero verdadero.

¿Su círculo social era muy argentino?

En absoluto, argentinos los hubo, pero quizás el noventa por ciento son venezolanos. Ha habido argentinos, chilenos, uruguayos, lo que venga. Por ejemplo, sé que hay otras colonias que sí se aglutinan más, yo nunca tuve esa necesidad, jamás, ni aquí ni en otros lados. En Estados Unidos sí tenía una predisposición hacia los latinos, pero hay otros elementos, el idioma, la rochela, porque el idioma no es solamente hablar inglés o hablar castellano. En Grecia, en Atenas, me encontré un hondureño y casi nos besamos, aunque los dos podíamos comunicarnos con los griegos, pero el encontrarse uno de nuestra gente allá, eso no tiene precio.

¿Tiene nostalgias de Argentina?

En algunos contextos, sí. Hay veces que necesito desesperadamente tomar mate, puedo tomar mate en casa pero eso es un hecho social, entonces si no tengo un círculo no es lo mismo. La otra cosa que no se conoce mucho de Argentina es la música folclórica, que es un movimiento sumamente fuerte y elaborado, y yo como viví en el interior del país, toda mi bohemia de los veinte años la pasaba en las peñas y amanecíamos cantando, tomando vino y cantando. Ese tipo de cosas a veces las necesito un poco, pero no es como para salir corriendo a comprar un pasaje. También necesito un poco las caminatas por el centro de Buenos Aires, las librerías, pero tuve algo parecido en Venezuela en la primera etapa: yo salía los sábados de cacería, una exploración; ahora llamo por teléfono a las tres librerías donde puedo tal vez conseguir algo o busco en Internet.

¿Ha vuelto?

Vuelvo aproximadamente una vez por año, sí.

¿Tiene familia allá?

Lo que me queda de la familia, sí, tengo mi madre, un hermano y unas tías, pocas, cada vez menos.

Y los amigos, las amistades ¿se conservan en la distancia?

Se conservan, pero, con honrosas excepciones, el compartir códigos es más complejo, la distancia me limita un poco. Eso no me pasa ni con mi hermano ni con mi madre, por ejemplo, curiosamente nos mantenemos como si nos hubiéramos visto ayer. Y lo otro es el idioma, me cuesta mucho volver a hablar argentino. El voceo, por ejemplo, yo no lo uso ni en Maracaibo. Voy a Maracaibo y hablo de tú, he estado tiempo allá trabajando y no hay forma de que me quiten el tú. Pero llego a Argentina y empiezo con el vos, pero a veces me cuesta mucho recordar, sobre todo esos términos locales, me cuesta mucho decir choclo, ya me quedó jojoto…

¿Y palabras en lunfardo, como «morfar»?

Salvado las distancias, me sucede lo de Cortazar: mi lunfardo es viejo, ya no es necesariamente el que se habla, entonces me cuido, primero oigo que alguien usa la palabra y después lo hago yo. Cortázar vivía en París, iba a Argentina, entonces decía la buzarda y ya nadie sabía que la buzarda es la barriga. Mi lunfardo se quedó atrás, con algunas excepciones, porque un atorrante por ejemplo sigue siendo un atorrante. Pero el lunfardo se quedó atrás y ha sido reemplazado por el venezolano. Es curioso, cuando mi hija era niñita mi hermano tomaba nota de las palabras, zaperoco, chévere, aunque el chévere ya se usa allá. Ellos entienden perfectamente los términos locales básicos. Yo me río porque a veces me pregunto ¿esta palabra se dirá así o no se dirá así?

Tuve que ir una vez por cuestiones profesionales a la embajada venezolana en Buenos Aires y me tomaron por venezolano, yo iba con venezolanos y me tomaron por venezolano, yo no dije nada, me molestaba decir mire, yo soy argentino. Era la época de Menem, estaban hablando infamias de Menem y yo digo y estos tipos si saben que yo soy argentino se mueren, porque un diplomático no se puede dar el lujo de cometer tal imprudencia, mis compañeros se morían de risa.

Me imagino que cuando viene a Venezuela tiene el verbo intacto, el hablar argentino…

En el avión ya lo cambio.

Pero la primera vez, ¿cuándo siente que empieza a alterar su forma de hablar?

Quizás cuatro o cinco años después de que llegué.

O sea, la primera reacción probablemente es mantener intacta su forma de hablar

No, en absoluto, es lo que trato de no hacer.

Pero tal vez como un proceso inconsciente.

Lo hablo inconscientemente, pero voluntariamente no ofrezco ninguna resistencia, porque intento hablar como habla la gente donde estoy, porque quiero que me entiendan ¿Por qué la mayoría tiene que traducirme a mí? Porque por ejemplo, si llego a Francia, digo lo que puedo en francés, no tengo alternativa, pero hablando español, hablando castellano, ¿por qué los demás tienen que acoplarse a mí y no yo acoplarme a la mayoría? Por supuesto, sé que el acento no lo puedo perder jamás, porque todos los demás acentos que haya podido adquirir, los adquirí después de los dieciocho años y entonces ya no hay manera de ser confundido. Lo que sí es posible, me pasa mucho, es que no me identifican inmediatamente de dónde soy.

Claro, también hay un punto en que los acentos se empiezan a confundir.

Mi acento argentino está muy perdido.

Está muy lavado.

Yo a veces me río y le digo a mi mujer, «mira como está hablando ese argentino» yo no hablo así, ya no, posiblemente cuando llegué acá lo hacía así, pero ya no.

¿Usted tiene alguna, por llamar de alguna manera, fantasía de cómo habría sido su vida si se queda en Argentina?

Nunca lo pensé, pero posiblemente no sería muy diferente. Sin embargo, creo que mi vida fue muchísimo más fácil en Venezuela que si me hubiera quedado en Argentina. No estoy seguro de que yo hubiese llegado a una posición como la que tengo ahora -jefe de departamento en una universidad de prestigio-. Pude haber sido gerente de una empresa como lo he sido acá en Venezuela, pero no estoy tan seguro. Percibo que la vida allá es más dura, incluso por una razón poblacional, hay unos cuantos puestos y hay cuarenta millones de señores que están desempleados, la posición económica en Argentina siempre es más difícil que en Venezuela, porque Venezuela tiene un producto impresionantemente apetecido, gracias a Dios. Yo no creo que mi vida hubiera sido muy distinta, el estatus que yo tenía allá socioeconómico, no ha cambiado radicalmente. Tenía vivienda propia, carro propio, las cuatro lochas que tengo en el banco ahora es más o menos el equivalente a lo que seguramente tenía en ese momento, no creo que hubiera sido un cambio muy radical.

¿Cómo percibe las formas de la gente, la gente en la calle, el trato, si lo comparara, qué siente?

Hay que hacer varias distinciones, hay áreas donde no hay diferencias, en otras áreas sí se pueden encontrar cambios. Por ejemplo, si me monto en un taxi en Argentina y me monto en un taxi acá, es posible que el taxista en Argentina vea una imagen completa, muy profunda según él, muy detallada, y seguramente varias soluciones para arreglar no sólo Argentina, sino el mundo. Un taxista acá probablemente tiene otras condiciones, y la proyección es distinta, no a nivel cultural, aunque acá y allá me puedo encontrar a un ingeniero manejando un taxi, igualito, pero si no es así, es un hombre normal que habla de cosas muy cotidianas, el otro allá tiene una fantasía, unas proyecciones mucho más generales.

Y volviendo al tema del lenguaje, allá hay un manejo sorprendente, francamente sorprendente.

Sí, y hay diferencias.

¿Y por qué cree usted que pasa eso?

Pienso que Argentina tuvo primero que ganarse la vida, entonces el manejo del lenguaje es importante. Pienso que en Venezuela las cosas fueron más simples. A veces veo gente que dice «yo tengo derecho a tal cosa», pero bueno, derecho a qué, «porque soy joven», pero es que yo también fui joven, o «porque soy viejo» o «porque tengo un hijo» o por esto o lo otro. No hubo esa necesidad del desarrollo del lenguaje, por eso es que Argentina tiene una fama de algo que allá le llamamos un chanta, el chanta es el individuo que habla bonito, en verso como decimos, y cuando sale afuera puede conseguir buenas posiciones y por lo general termina haciendo estragos, se enamora usted del verbo del individuo porque él aprendió a manejar el verbo.

La otra causa la atribuyo a los patrones inmigratorios. Argentina al comienzo del siglo XX cambió radicalmente. A un país que a lo mejor tenía dos millones de habitantes les caían colas de un millón de europeos y todos sabemos lo que significa la cultura europea. Mi abuelo por ejemplo era un individuo que tocaba el violín, era constructor -albañil- y las cosas que él hacía para poner en un jardín, eran prácticamente esculturas. Es otra cultura que llega al país y lo cambia completamente, para detrimento incluso del criollo, porque siempre pasa así, la cultura grande se lleva por los cachos a la cultura pequeña, eso pasó en la Colonia y pasó en Australia y pasó en Estados Unidos de Norteamérica y en Canadá: el invasor que tiene mayor tecnología, mayor cultura, por lo general elimina la cultura que está en ese lugar.

Tiene la idea de volver en algún momento.

No necesariamente, pero no me costaría lo más mínimo volver. Es decir, emocional y económicamente, estoy perfectamente bien en Venezuela, pero no tendría el menor problema. De hecho lo he pensado, sobre todo en los momentos críticos del año pasado, cuando teníamos temor incluso, ya no era que me iban a botar, sino que nosotros teníamos que cerrar la universidad por quiebra o por lo que sea. Dentro de mi estrategia tengo que pensar que tengo sesenta y seis años, que tengo responsabilidades de familia y una de las alternativas es usar la casa de mis padres que está puesta cincuenta por ciento a nombre de mi hermano, cincuenta por ciento a nombre mío, pero eso sólo es una estrategia en caso de necesidad, porque no me quiero mover, no me quiero ir. Sí me gustaría poder viajar cada vez que se me dé la gana, estar con mi familia, tengo fantasías
de estar tres meses por ejemplo, tomarme unas vacaciones, agarrar un carro y recorrer con mi familia el interior, mi familia conoce Buenos Aires nada más.

Gracias, doctor Portilla.

Fotografía: Vasco Szinetar