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Ricardo Mitre: El director de teatro

ricardoAl momento de esta publicación, Ricardo Mitre ya no está con nosotros. Habiéndose instalado dos veces en Venezuela, se asumió venezolano, y en nuestras conversaciones se percibía a las claras su amor por el país. Originalmente director de teatro, devino en publicista y activista político. Su experiencia conjuga la mirada inteligente y la sensibilidad del artista. Recordémoslo.

Ricardo, ¿cómo y cuándo llegaste a Venezuela?

Yo llegué, me acuerdo todavía la fecha, el 11 de abril del año 73, cuando decidí vivir aquí. Yo era una especie de exiliado informal de la alianza anticomunista argentina, conocida en Argentina como la triple A, dirigida por el ministro de entonces de Bienestar Social, López Rega, conocido como El Brujo, que ejercía una represión selectiva debido a la fortísima represión política que vivió en esos años Argentina. Era una represión selectiva sobre intelectuales, artistas, defensores de presos políticos, psiquiatras.

¿Y por qué Venezuela?

Fue casual. Yo buscaba dónde irme porque recibía continuas amenazas, tenía mi hija chiquita y una empresa para la cual daba clases que iba a abrir unas filiales en distintos lugares del mundo, y me ofrecieron venir a Venezuela. Como tanta gente que emigraba o que está exiliada pensaba que eso se iba a resolver en seis meses, y llegué a Venezuela, de la cual yo conocía cosas, porque estaba enterado, pero conocía cosas políticas que era lo que a mí me interesaba, sabía que estaba la CTV, Fedecámaras…

Pero en esa época estabas dedicado básicamente al teatro…

Estaba dedicado básicamente al teatro, yo era politizado porque en Argentina en esos años todo era politizado, pero estaba dedicado al teatro, era director de teatro.

Cuando llegué a Venezuela, apenas bajé, hubo algo que me impresionó y que marca durante mucho tiempo mi vida en todas las cosas que he escrito, que he hecho; me impresionó la luz, me quedé fascinado por la luz, y ese fenómeno yo lo vi mucho con la gente que emigraba para acá, hay gente que no soporta la luz, que vive con anteojos oscuros, y hay gente como yo que queda prendada de esa luz con un amor como para siempre, eso fue lo primero que me impresionó, la luz. Al tiempo llegaron mi mujer y mi hija que había nacido en Argentina y tenía cinco años. Comenzamos nuestra vida dando clases y armamos un grupo de teatro que participó en el Festival Internacional de Teatro, recuerdo que Carlos Giménez tuvo la amabilidad de ponernos como agrupación argentina y participamos en el Festival Internacional, hicimos en el Rajatabla una obra que se llamaba «Jugo de limón».

Seguí aquí haciendo teatro en los barrios, porque tuve la suerte de conocer a unos venezolanos maravillosos, que fueron mis amigos de los primeros tiempos, conocí a Thaelman Urgelles con quien tengo una amistad desde hace treinta y pico de años, y también conocí a Alfredo Maneiro, que era una persona que tuvo una influencia enorme en mi civilización política, porque en el Sur en esos años nos manejábamos en extremos muy grandes y Alfredo venía de hacer la experiencia de síntesis de esos años y que de alguna manera también había hecho el MAS.

¿Ellos fueron los primeros venezolanos con quienes tuviste un contacto?

Tuve contacto con muchísima gente porque me sentí muy bien recibido, nunca me he sentido marginado, ni nada, en todos los grupos fui el argentino, pero siempre fui el argentino aceptado. Trabajé mucho con toda la gente de la cultura, de la política y siempre me sentí muy bien recibido, muy bien aceptado.

¿Naciste Buenos Aires?

Nací en Buenos Aires.

Y cuando llegaste, ¿sentiste que tu acento era una cosa que te daba una peculiaridad, que te daba algo que te ayudaba o que te generaba un problema?

Las dos cosas. Cuando llegué daba clases, entonces mis alumnos se reían porque yo utilizaba modismos que ellos no entendían. Había mucha gente que no le gustaba como suena el acento argentino, les parecía muy duro. Nunca sentí un rechazo particular por eso. Evidentemente algunos prejuicios con respecto a los argentinos se manejan en los imaginarios -eso es normal que suceda y sucede en todos lados-, pero nunca me sentí particularmente rechazado por eso, por el contrario, si alguna cosa sentí y tal vez un tanto injusta, fue que en los ambientes intelectuales se nos atribuía a los argentinos una mejor preparación, y de alguna manera eso facilitaba la llegada de mis opiniones por una cuestión atribuida al ser social argentino.

¿Cómo percibías el habla venezolana, que en muchos sentidos es muy distinta?

A mí me gustaba mucho. Claro, eso es muy subjetivo, pero sentía que los que hablábamos duro, golpeado y tajante éramos nosotros. En cambio sentía el acento venezolano como muy dulce, por ejemplo la aspiraciones de la J -que yo ya la incorporé-, esas cosas me gustaban, pero las consideraba una cosa muy natural. No sentí, seguramente por haber venido con trabajo, el costado duro del exiliado que no tiene dónde estar, que no consigue trabajo. Otra cosa que me empezó a llamar la atención fue la manera de hacer política. Notaba en esos años una quietud, una indiferencia muy grande -yo venía de un lugar donde había una enorme efervescencia-, pero también otra cosa que me impresionó fue la profunda tolerancia que encontraba.

Si compararas los modos de la política en Argentina, más allá del análisis de fondo -cómo se relacionan los políticos argentinos con los electores, con las masas-, y los modos de Venezuela, ¿sientes que hay una diferencia?

Sí, siento que hay una gran diferencia, no vamos a traer estos últimos cinco años, estos últimos cinco años asemejan la política que yo vivía en Argentina. En Argentina había un proceso muy largo que se desata con la caída de peronismo, un proceso de proscripciones de los peronistas, procesos de golpes y dictaduras militares, algunas más feroces que otras. Baste un ejemplo, yo voté por primera vez a los treinta y tres años en unas elecciones que después fueron anuladas, ésa fue mi experiencia de votar en Argentina. Entonces, claro, las relaciones tenían una fuerte intolerancia con una gran parte de la población proscrita que en las elecciones votaba por las opciones que se le permitían, había frecuentes interrupciones de los mandatos constitucionales y casi ningún Presidente terminó su mandato hasta después de la dictadura militar, entonces la relación política estaba signada por la intolerancia.

En cambio, aquí notaba exactamente lo contrario, notaba una gran tolerancia, notaba que lo político no era un motivo de separación entre los seres humanos, era un motivo de discusión, pero una discusión que casi siempre terminaba bien y civilizadamente. Eso me llamó muchísimo la atención, eso me descubrió otra forma de relacionarse, te diría que la intolerancia que hoy vemos es muy semejante a aquella intolerancia que yo advertía allá cuando vine al país.

Tú has tenido estos últimos años una participación importante en el movimiento opositor en esta Venezuela de hoy complicada y difícil, y saliste de Argentina en una situación también políticamente muy cargada. ¿Qué sientes cuando piensas que saliste de allá por una situación política difícil, tuviste un período de relativa paz y ahora, en esta época, te toca de nuevo enfrentarte al hecho político?

Sí, creo que, como muchos venezolanos, salí del congelador. Un poco completando la idea anterior, los primeros años me acerqué al teatro, al cine, a la política, al partido, y a la muerte de Alfredo Maneiro salí de la Causa R, que nunca tuvo mecanismos formales -no sé si los tendrá ahora-, no había afiliaciones, no había nada. Como muchos venezolanos hiberné después de una reprochable indiferencia, consolidé mi situación personal, pero sucede un hecho muy importante en esos años: cae la dictadura argentina, entonces mi familia y yo decidimos que deberíamos volver, ir a vivir a Argentina, asumimos que lo que había motivado nuestra llegada acá fue un exilio, vendimos todo lo que teníamos y nos fuimos a Argentina, vivimos tres años allí. Fue muy dura esa lucha de pertenencias, y nos dimos cuenta de que nosotros no queríamos vivir en Argentina, que es un país al cual amamos muchísimo, lo queremos muchísimo, pero que nuestro lugar era aquí. Entonces volvimos a Venezuela.

¿Y en qué cosas sentiste ese dilema de pertenencia?

Mira, en muchas cosas, pero por supuesto en las cotidianas. En principio nosotros habíamos dejado un país y una ciudad que era particularmente brillante en los años 70 y tenía ahora el peso de los años de la dictadura. No nos reconocíamos con ese argentino, entendíamos perfectamente lo que pasaba, entendíamos el país político, pero nos pasaba lo mismo que nos pasaba al principio acá: no sabíamos interactuar con la cotidianidad. Pero a diferencia de lo que nos pasó aquí, que teníamos una enorme capacidad para querer aprender porque queríamos aceptar, allí ya nos sentíamos rechazados, y era tan así, y no es una percepción sólo de nosotros, que empezamos a formar subgrupos, nos empezábamos a reunir con los argentinos que habían estado aquí -entonces nos llamaban los argenven- porque no encontrábamos nuestro lugar. Entonces nosotros, en el caso particular de mi familia, con todo lo que esto significa, estudio de los hijos, etcétera, decidimos volvernos aquí y volvimos a empezar, o sea que estoy aquí por una elección muy profunda, una elección que me llevó muchos años y que cuando uno la toma se siente muy en paz. Porque uno de los dramas es que uno no sabe si es de un lado o es del otro, y cuando toma esa decisión es una decisión importante.

Volvimos aquí en el año 88 y cuando vimos el peligro para todos estos valores que de alguna manera fuimos gozando, tan caros para nosotros, volvimos a salir, nos sacudimos la indiferencia y aparecimos con el Gusano de Luz que junto con Pro-Catia fueron los lugares donde nos incorporamos otra vez a la actividad política. Es una de las cosas que le vamos a tener que agradecer a este proceso, que nos haya sacudido la indiferencia a muchos.

Y cuando volviste, ¿sentiste que llegaste a la misma Venezuela?

A mi casa. Sentí que llegaba a la misma Venezuela. Claro, todos éramos conscientes de los deterioros que venía sufriendo nuestra democracia, tanto por la inaplicabilidad del modelo rentista, como por las continuas descargas de la crisis que se hicieron sobre los sectores más pobres de nuestra población, sentíamos que aumentaba la exclusión, todo eso estaba latente, pero lo que sí sentíamos era que volvíamos a la misma tierra amable, a la misma tierra sonriente, a la misma tierra de la gente que te saludaba en el ascensor, de los vecinos que te daban la bienvenida. Tanto mi familia como yo, tengo un hijo venezolano que había ido a Argentina y se ha regresado a Venezuela, nos sentimos en nuestra casa y por eso es una de las cosas que estamos peleando también, por poder seguir sintiéndonos en nuestra casa.

Volviendo un poco atrás, a la llegada a Venezuela, ¿cómo te impactó la comida, la música venezolana?

En el tema de la comida me adapté rápidamente, tardé más en adaptarme a las arepas pero después en Buenos Aires buscaba harina pan por todos lados. Me gustaba mucho la música, tenía bastante conocimiento de la música venezolana, porque si hay algo que trasciende de Venezuela generalmente es la música. Tuve una relación bastante fluida con la música folclórica venezolana, porque a diferencia de Caracas, Buenos Aires tiene un folclore urbano, como es el tango, muy evolucionado. En fin, aquí yo no encontraba esas expresiones urbanas, entonces mi conexión era básicamente con la música oriental, más que con la música del llano en los primeros años. Otra cosa que me impactaba era el humor, en el Sur somos mucho más solemnes, yo trabajaba y me reía varias horas con mis compañeros de trabajo, eso era un cambio cualitativo en la vida, el humor de los venezolanos es una maravilla. Impactaba también la informalidad, me gustaba mucho. Claro que conozco a compatriotas argentinos que esas cosas no les gustaban para nada, pero a mí sí. De repente me gustaba que un amigo apareciera y me tocara el portero eléctrico, viniera a mi casa, pusiera una botella de ron arriba de la mesa y me dijera «me vine a tomar unos tragos», sin llamar, ni preguntar, ni nada.

O que igual llamara y no llegara…

O que llamara y no llegara nunca…

Buenos Aires es una ciudad muy estructurada, muy asentada, el cliché dice que es muy europea y probablemente lo es, y mucho más comparada con Caracas. ¿Cómo fue pasar de una ciudad donde los edificios tienen historia, a un sitio donde están recién hechos?

Todo lo que tú señalas a mí me gustaba porque lo asociaba con el tema de la luz, aunque te parezca mentira, todo esto me parecía nuevo, brillante. También entendía que al ser nuevo, al ser brillante y el ser informal le faltaba algo de lo otro, que era la historia, la tradición, porque hay unas formalidades que no son sólo una convención, sino el producto de un largo tiempo cultural. Todo eso lo asociaba con una informalidad que resumía de la siguiente manera: si necesitaba una cita con un ministro, por ejemplo, el ministro de la Cultura, tardaba una semana, y en Argentina podía tardar tres años, porque aquí ésa era la informalidad que veía, iba Luis Herrera y venía una viejita y le decía, gordito consígueme una casa…

Cuando comparaba el acartonamiento con esa informalidad, estaba mucho más cerca de este modo de relacionarme que del otro. Y ahora voy a completar lo que me preguntaste antes: creo que una de las cosas que yo rechacé cuando regresé, es que eso había cambiado poco y nada en Argentina, sigue siendo una sociedad muy estratificada, muy poco democrática. Porque la democracia no tiene que ver solamente, eso lo planteaba Alfredo Maneiro, con el voto cada cinco años, la democracia es un tejido que se da en los grupos sociales.

Todo eso lo veía tal vez más positivamente que lo que lo veo ahora, porque pienso que esa informalidad nos ha traído muchas cosas malas también. Pero en ese momento no lo veía así, tenía una aceptación total y por otro lado valoraba otras cosas. Yo era relativamente un recién llegado, hacía teatro, me aceptaban, me reseñaban los periódicos, hacían notas, me sentía muy bien recibido. Lo único que me molestaba eran las gaitas a fin de año porque eran estridentes, uno no podía salirse de ellas. Ahora me gustan.

¿Tus amigos están acá, tú tienes familia allá, tienes amigos vitales que estén allá?

Sí, tengo amigos vitales allá, muchos estuvieron aquí también, algunos por razones de trabajo, otros por razones políticas, pero claro, son muchos los años, la mayoría de mis amigos están aquí. Cuando regresamos nos dimos cuenta que habíamos dejado más amigos que los que conservábamos allá, desgraciadamente también porque muchos de los amigos que teníamos allá habían desaparecido, los había asesinado la dictadura militar.

¿Tú oyes tango?

Sí.

¿Es una reminiscencia?, ¿algo que te acompaña?

Sí. Creo que no renuncié a ninguna de las particularidades culturales de los argentinos, a veces hasta parece surrealista oír «Adiós Nonino» o «Buenos Aires hora cero» en El Hatillo, donde vivo, con una luz verde exuberante y una música sumamente melancólica. Oigo mucho tango, particularmente a Piazzola que me gusta mucho, creo que debo tener casi todas las grabaciones de Piazzola, las busco.

¿Tienes la de Piazzola con Goyeneche en concierto?

Sí, tengo también las de Piazzola con Goyeneche en El Exilio de Gardel -la película de Solanas-, y son muy buenas, especialmente una de ellas que se llama «Soy del sur y vuelvo al sur», porque Solanas también era otro exiliado que regresó. Al regreso de la dictadura hizo esa película y ahora es un convencido simpatizante del régimen que nos gobierna aquí, sucede.

¿Sientes que tienes una nostalgia con Argentina?

No. Buenos Aires es una ciudad que amo profundamente, en la cual me siento absolutamente cómodo, pero esa decisión ya la tomé, soy un venezolano nacido en Buenos Aires, que deseo vivir y ojalá morir aquí.

¿Tienes una imagen de lo que podría haber sido tu vida si te hubieras quedado allá?

Sí, estoy casi seguro que si me hubiera quedado allá hubiera engrosado la lista de los treinta mil desaparecidos de los cuales nueve mil fueron registrados por la Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), como tantos amigos que sufrieron ese destino. Y eso sin ser militante político en ese momento, era simplemente un artista que acompañaba un proceso de cambios muy elementales, muy democráticos, como la necesidad de que la gente votara, por ejemplo, que no hubiera proscripciones políticas, que no hubiese represiones fascistas a las expresiones culturales. Había gente que estaba mucho más avanzada -porque ése era un momento de lucha política-, pero todo esto que te digo, esas mínimas reivindicaciones democráticas, fueron punibles y fueron vidas segadas por la dictadura militar que reprimió todo eso, asimilándolo a que todos los que pensábamos así éramos aparatos de superficie de las guerrillas, tanto la peronista como la trotskista.

Allá había un MAS trotskista…

Sí, hay un MAS que es trotskista, usó el nombre del MAS, se creó mucho tiempo después que el venezolano.

Y se llama Movimiento al Socialismo también.

Sí, es un partido minúsculo, la izquierda como tal en Argentina no ha tenido un perfil, porque siempre los distintos sectores han integrado partes del peronismo, que es un amplísimo arco ideológico -o una bolsa de gatos, como uno lo quiera ver-, que hace muy poco se conformó en el Partido Justicialista. La izquierda como tal tiene expresiones muy pequeñas y ese MAS es una de ellas.

Después de los sucesos con la salida de De La Rúa y toda esa inestabilidad, ¿cómo ves el futuro de Argentina?

Pienso que Argentina tiene un problema muy fuerte, muy difícil de superar, que es el problema de su deuda externa, que se generó básicamente durante la dictadura militar. No obstante, en el último tiempo que fui -me tocó ir hace muy poco porque falleció mi papá-, el país tiene un crecimiento económico importante y tiene un cambio en la percepción -a veces es tan importante la percepción como la realidad-, porque el gobierno actual emprendió algunas reformas que eran caras a la gente, emprendió reformas en el aparato judicial, emprendió reformas en la relación laboral, cambió el discurso de los gobiernos anteriores que era excesivamente neoliberal en cuanto a las privatizaciones. Eso es lo que se nota, una población que está recuperándose lentamente en lo económico y recuperándose aceleradamente en lo anímico y eso siempre es importante, inclusive para lo económico. Yo creo que el problema de Argentina es mucho más grave que el nuestro, es un problema estructural de deuda y no pueden resolverlo solamente los argentinos sin el concurso y la ayuda de la comunidad financiera internacional. Ése es un problema muy serio para un país pujante, un país con cuatro estaciones, con poca población todavía, con un parque industrial estimable, con una buena integración en el Mercosur, con muchas posibilidades de salir adelante si recibe alguna consideración de la comunidad financiera internacional, porque es una deuda… te iba a decir impagable, pero la experiencia ha demostrado que estas deudas son pagables con un saldo de hambre, de miseria y con las secuelas que eso conlleva. No es nuestro caso, nosotros tenemos la posibilidad objetiva de salir, nuestros problemas son de otro orden, nuestros problemas sí que son problemas políticos más que económicos.

Ricardo, ¿alguna vez te provoca sentarte con algún amigo argentino a cebar un mate y hablar con mucho lunfardo?

Eso sale naturalmente cuando uno se encuentra con un argentino, hay muchos amigos que nos encontramos a hacer eso, pero sobre todo más que en el mate coincidimos con lo que nosotros llamamos los asados, que son unas parrillas que se riegan con abundante vino y salen esas cosas…

Ricardo, Mitre es un apellido muy argentino, está Bartolomé Mitre, incluso hay un homónimo, Ricardo Mitre, que tuvo altos cargos recientemente a nivel gubernamental.

Sí, fue asesor del que fue vicepresidente de de La Rúa, Chacho Álvarez, y además secretario administrativo del Senado de Argentina.

¿Es familia, es pariente tuyo?

No, no es pariente mío, aunque son muy pocas las familias Mitre ni es pariente ni lo conozco. Mitre no es un apellido común en Argentina, hay muchas plazas Mitre, la avenida, la radio.

La Bartolomé Mitre es una avenida muy ancha…

No, esa es la 9 de julio.

Pero hay una que va paralela a Corrientes.

A Corrientes sí, a dos cuadras de Corrientes, muy larga, muy larga, no es grande, es larguísima.

Muchas gracias, Ricardo.

Fotografía: Vasco Szinetar