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Lázaro Recht: El matemático

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El profesor Lázaro Recht ha vivido más tiempo en Venezuela que en cualquier otro lugar. Como investigador en el terreno de la matemática, su labor ha sido reconocida no sólo en la Universidad Simón Bolívar, donde da clases desde que llegó a nuestro país en 1971, sino incluso por instituciones como la Fundación Polar, que le hizo merecedor del Premio Lorenzo Mendoza Fleury en 2003 por su contribución en el campo de la Geometría del Análisis Funcional y en Geometría Diferencial. Su sensibilidad, sin embargo, va mucho más allá de lo que podemos pensar quienes imaginamos -errados y arbitrarios- que la matemática es una abstracción distante y fría.

Lázaro ¿Cuándo llegas a Venezuela? ¿Qué te trae acá?

Llegué a Venezuela en febrero de 1971. Vine por una casualidad doble. Salí de Argentina en el año 66, cuando hubo el golpe militar de Juan Carlos Onganía, un general que intervino las universidades. Yo era un estudiante graduado en la Universidad de Buenos Aires y decidí que no podía seguir allí. Entonces renuncié a mi cargo y me fui a Estados Unidos, al MIT (Massachusetts Institute of Technology). Antes había estado haciendo el doctorado en Buenos Aires, con un gran amigo, el profesor Rodolfo Ricabarra. De modo que al terminar en MIT, viví un año y tanto en Estados Unidos, y durante ese período, el profesor Ricabarra viajó allá -él se había venido a vivir a Venezuela- y me preguntó sobre mis planes. Le dije que en Estados Unidos no quería quedarme, por diversas razones que tenían que ver con mi personalidad, con el país, con lo que quería para mi futuro y el de mis hijos. En ese momento, al haber decidido no vivir allí, el único país imaginable para mí era Argentina. Él me sugirió que me viniese por un año a Venezuela a ver cómo estaban las cosas y quizá después iba para Argentina. Me pareció interesante la idea, sobre todo porque en Argentina seguían gobernando los militares -era el año 70. Él regreso a Venezuela e inició los trámites para que yo llegara a la Universidad Central, pero justo en ese tiempo la Universidad estuvo cerrada, era el gobierno de Caldera, y estando yo todavía en Estados Unidos me escribe diciéndome que si bien en la UCV no se podría, podía venir a una universidad que se estaba creando, que era la Universidad Simón Bolívar. Creo que en ese momento no habría podido ubicar muy bien a Caracas en un mapa de América del Sur, y sin embargo le dije que sí, que vendría.

No tenías ningún impedimento objetivo para regresar a Argentina…

No, aunque me fui con una renuncia violenta a la Universidad, porque había sido intervenida. Pero no creo que en ese momento esa renuncia me hubiera producido inconvenientes, como me los hubiera producido sin duda, muy serios, en el siguiente golpe de estado, en el 76, que fue mucho más sangriento. Pero de todas formas, no tenía trabajo en Argentina, y probablemente no habría ido a la Universidad enseguida, porque seguían gobernando los militares.

Así que vine a Venezuela sin saber absolutamente nada del país, y pensando permanecer muy poco tiempo.

¿Y qué encontraste cuando llegaste acá?

Cuando llegué encontré muchas cosas que me sorprendieron muy agradablemente. Primero la gente, la gente que me recibió en la Universidad, y en todos lados, en realidad. Lo otro es que me vine sin dinero, con mi esposa y mis dos hijas. Pero enseguida conseguí un apartamento, un sueldo, pagamos las primeras cosas, pudimos establecernos cómodamente y mi trabajo en la Universidad resultó extremadamente agradable, la gente me ayudó muchísimo. Encontré un mundo nuevo. Un argentino de esa época era, y quizás sigue siendo, un ignorante muy grande del resto de América. Yo era igual, o peor, y descubrí un mundo nuevo.

¿Cuáles eran los elementos de ese mundo que más te impactaron?

La gente. Yo no me imaginaba lo que encontré aquí, los amigos que encontré, que siguen siendo mis amigos muchos de ellos. Yo tengo pocos amigos, y aquí he conocido gente increíble, que me ayudó muchísimo en muchos momentos muy difíciles. Además de la gente también encontré cosas que me resultaron muy cómodas y muy fáciles, era un país rico, yo ganaba suficiente dinero en la Universidad -por lo menos lo que me parecía bastante dinero-, pude establecerme, mis hijas pudieron tener una educación y nunca pasé trabajo en Venezuela.

Y ya pensabas que tu vida iba a ser una vida académica…

Sí, de eso nunca tuve duda, pero dónde la iba a realizar no estaba claro. Tuve dos o tres años acá pensando que esto era transitorio y que iba a vivir en el único lugar que consideraba como mi patria, que era Argentina, el país donde me crié y donde viví.

¿En Buenos Aires?

Sí. Soy de Buenos Aires. Pero en algún momento me puse a pensar, con mi esposa, en la trivial verdad que dice que cada semana, cada día que pasa es un día de tu vida, y no se puede pensar que es transitorio y que en realidad la vida está después, y cuando me di cuenta de esta realidad decidí que no, que no sería transitorio. Hubo otras circunstancias que dificultaron mi regreso, y finalmente decidí que estaba viviendo acá, iba a vivir acá y pensaré que voy a vivir aquí por siempre, hasta tanto cambie esta realidad. Del mismo modo que cambió la realidad en Argentina, donde pensaba que viviría el resto de mi vida hasta un mes antes de irme. Yo incluso había empezado a comprar un apartamento porque me iba a casar, y al mes, cuando intervinieron la Universidad, decidí que me iba. Lo que pasa es que lo que eran dos años, cuatro años, ahora son treinta y cuatro. Claro que mi vida está aquí, mi nuevo matrimonio, mis hijas, y la gente, los amigos que es lo que más aprecio.

Y en esa primera llegada a Venezuela ¿hubo cosas que fueron difíciles para ti?

Sí. La adaptación al exilio, mientras lo consideré exilio, fue dura. Aunque yo tenía las cosas más fáciles, porque mis padres eran polacos, judíos de Polonia, y emigraron a Argentina en los años 20, por lo que me crié en un país que no era el de ellos, de modo que algo sabía ya del tema del exilio. El sitio en el que uno se crió y fue niño, cualquiera sabe que es una cosa importante en la vida, no el país, no la patria, que es algo en lo que no creo, pero la gente, el entorno, sí.

¿Añoras eso?

Sí, lo añoro. Lo que pasa es que he conocido otras realidades, sin embargo eso queda y uno recuerda esas épocas que nunca volverán -como ya lo sé- porque allí están los recuerdos de mi infancia, que son los más fuertes que uno tiene. Todo esto fue mucho más duro en Estados Unidos que aquí en Venezuela, por supuesto. En Venezuela encontré un ambiente que casi era «mi» ambiente. En Estados Unidos para mí, para mi percepción, era un ambiente mucho más hostil, muy ajeno a mí. Por eso decidimos no quedarnos allá, aunque tenía un contrato con la Universidad de Massachussets. Pero acá no había ninguno de esos problemas, la gente acá es como es la gente que yo quiero.

¿Cuándo llegaste te fue fácil hacerte un entorno de amigos, un entorno emocional?

No. Conocer gente y tomarse unos palos con gente es fácil y se puede hacer. Tener amigos es una cosa distinta. Y la soledad del exilio implica cambiar y comenzar todo de nuevo. Un amigo es con quien uno comparte cosas que a uno le duelen o le importan, y eso ni es fácil aquí ni es fácil en Argentina. Con el tiempo conocí gente que pude llamar amigos, y esa gente es una buena parte de la razón por la cual estoy en Venezuela. Son el entorno que yo quiero y que me gusta tener. Yo rechazo la idea de patria, esas pendejadas y generalidades abstractas que no entiendo, pero lo que sí sé apreciar es mi entorno, un barrio, una ciudad, y dentro de ese entorno yo encontré lo que
necesité. Uno busca amigos para que atenúen la soledad del exilio y de la vida en general, para salvarse de los miedos, de la nada, de la muerte. Pero ya te dije que uno no habla de esas cosas, y sin embargo sabe que están ahí. En la época más difícil que pasé aquí, que fue cuando murió mi esposa, cuando me quedé más solo todavía, con dos hijas adolescentes, ahí se vio el valor de esa gente. No sé cómo habría pasado esa época yo en Argentina, con familia y todo. Aquí pude sobreponerme a eso.

Ese sentido clánico…

Del grupo donde uno está, que uno elige, que no es la familia, es otra cosa, es una elección, éste y éste y éste… Aquí encontré apoyo y ayuda, y yo agradezco eso, y espero que lo sepan las personas a quienes yo agradezco y que jamás voy a decirles, pero yo creo que lo saben…

¿Cómo imaginas que habría sido tu vida profesional si te hubieras quedado en Argentina?

Es difícil de decir, pero tengo algunos amigos y ex amigos de esa época que podrían ser un reflejo, aunque no sé. Yo me fui a los veinticuatro años. Éramos un grupo de personas jóvenes que discutimos largamente, varias noches que se prolongaron hasta la mañana en los cafés de Buenos Aires, el problema de quedarse o irse, y ese problema, esa discusión, nos llevó a enemistarnos entre muchos de nosotros, porque había la tesis de que había que quedarse y luchar por la Universidad o por el país desde dentro, y había quienes decían -como yo- que no veíamos cómo podíamos «pelear desde dentro» quienes no éramos aún profesionales formados, porque no podíamos formar a nadie si todavía no éramos nada, como científicos o profesionales de la matemática. Por eso sostuve que para la gente joven como nosotros, lo primero debía ser formarse, y quizá luego regresar. Eran discusiones muy complejas, con mucho vino. Allí había diferencias que nunca se zanjaron. Algunos nos fuimos y otros se quedaron. Muchos, no todos, de los que se quedaron para «luchar desde adentro» tuvieron una curiosa metamorfosis, debido a que, al haberse ido tantos, ocuparon puestos que nunca habrían ocupado si los verdaderos «dueños» de esos puestos no se hubieran ido, ascendieron, treparon, en la Universidad. Por otra parte, gran cantidad de gente fue maltratada, no desde el punto de vista físico, que eso ocurrió después, sino que la echaron del trabajo y cosas así. Hubo el caso de un tipo que le dijeron «Vea, a usted lo estamos echando por comunista, no por judío», como para que el tipo tuviera claro cómo era la cosa. Y por judío también le ha podido pasar eso perfectamente en Argentina. Y cuando yo enviaba cartas preguntándoles a mis amigos ¿qué pasó?, ¿no hay que luchar ante estas cosas?, no había respuesta. Mi peligro, de haberme quedado, habría sido quizá transformarme en una cosa así, o desaparecer, si es que mi coraje me hubiera dado, eso uno nunca lo sabe, como para enfrentarme a esas cosas y entonces decir lo que uno no debe decir y sufrir las consecuencias.

Tú has tenido una carrera académica en Venezuela muy respetada, has recibido premios importantes. Desde el punto de vista profesional ¿qué es lo que más satisfacción te ha dado este período acá?

He encontrado muy buenos colegas para trabajar en matemática, y he hecho con ellos trabajos que me han resultado muy satisfactorios. La colaboración con ellos, la camaradería y la amistad con la que he podido trabajar han sido muy importantes, aparte del trabajo en ciencias.

También ha sido muy satisfactorio el ambiente de amplitud de la universidad, lo bien que fui tratado. Todo el mundo, no conozco excepciones, me ha tratado aquí como un hermano, sin diferencias, como no fui tratado quizás en ningún lado. No encontré odios contra mí, ni siquiera encontré rechazos como argentino. Es difícil encontrar una cosa más agradable que ésa, más satisfactoria que ésa para el trabajo de uno y para la vida. No lo encontré en Argentina. Yo hice allá el servicio militar, y aprendí lo que significan muchas cosas, los odios…

Cuándo llegó Alfonsín al poder ¿pensaste volver?

Volver no. En el año 73 volvió Perón, con un gran revuelo, yo tenía dos o tres años acá. Diez años más tarde, cuando llega Alfonsín, ya había hecho mi vida en Venezuela, por lo que no consideré como una idea seria volver. Sin embargo, me invitaron de la Facultad de Ciencias, porque decidieron hacer un poco de higiene con los profesores que estaban entonces y que no debían estar, y abrieron muchísimos concursos para profesores y llamaron a gente para ser jurado. Me llamaron y estuve en varios. En el año 73 comenzaron los juicios contra los represores, dictadores, asesinos militares del gobierno argentino, y uno podía ir al Palacio de Justicia a ver. Yo fui, sorteando las larguísimas colas para entrar, y vi y oí terribles declaraciones de testigos, y vi a esos hijos de puta sentados en el banquillo de los acusados, oyendo las acusaciones de sus víctimas. Vi también otras cosas que mostraban el sufrimiento del pueblo argentino a lo largo de muchos años, y comprendí que en algún sentido yo no era de allí, yo no estuve en esos terribles años en que pude haber estado pero, para mi fortuna, quizás me salvé. Hay una enorme pared, en la Facultad de Ciencias Exactas -donde yo estudié por varios años y que estará allí por siempre, supongo- que se hizo cuando volvió la democracia a Argentina, y que tiene escritos los nombres de aproximadamente doscientas personas. Yo conozco fácilmente los nombres de setenta personas, personas que estudiaron conmigo, nombres de profesores que fueron desaparecidos y que ya no están más. Recuerdo perfectamente a muchísimos de ellos. Así que de ese período negro de la historia Argentina no fui testigo, ni lo sufrí, entonces estaba más consciente de que éste era el país en el que iba a vivir.

Tienes la nacionalidad argentina y la venezolana, ¿cuáles son los rasgos que más identifican tu parte argentina?

Es tan difícil decir eso. Nací en el año 41, hijo de una familia polaca emigrada, de judíos, y mis primeros años fueron los de la postguerra. Buena parte de la familia de mi padre vivía en Varsovia y seguramente, porque nadie sabe, murieron cuando el levantamiento del guetto de Varsovia, quizá en campos de concentración. Ese era el ambiente de la primera infancia mía, aunque mi vida era en Buenos Aires. Mi papá era un obrero, un tornero mecánico, y mi mamá era una mujer de muy poca educación, papá también. No sé si era poca educación, sabían leer y escribir, mi mamá en yiddish y mi papá en polaco y yiddish. Yo iba a un colegio público en Buenos Aires y por la tarde me mandaban a un colegio judío, en el barrio típico judío en el que vivía, llamado Villa Crespo, donde había muchísima gente y pocos argentinos, había italianos sobre todo. Ese es el ambiente que me podría identificar con Argentina.

¿Pero qué rasgos sientes tú que son rasgos argentinos? Por ejemplo, hay modos de pensar que son como venezolanos…

Quizá mi pesimismo esencial. Tengo un enfoque de la vida negativo y cínico. Hay una canción de Zitarrosa, que se llama «El violín de Becho», y aunque Zitarrosa era uruguayo es más o menos lo mismo, y dice «…Becho quiere un violín que sea hombre, que al dolor y al amor no los nombre…». Ese es un poco el punto de vista, en Buenos Aires. Del amor no se habla, porque es una cosa muy delicada, personal, y del dolor tampoco. El dolor se lleva dentro. Un poco de eso hay, como un rasgo. Con los amigos se bromea con esas cosas, y en el fondo de las bromas hay mucha amargura, pero uno hace chistes sobre esas cosas. O a veces uno se pone sentimental y llora sobre pendejadas, pero en el fondo al dolor y al amor no se los nombra.

¿Y qué rasgos sientes que son de tu venezolanidad?

Yo aquí aprendí muchas cosas, entre otras cosas aprendí a apreciar a la gente que en muchos sentidos es como uno y que uno no sabía que existía. De la venezolanidad lo que más me atrae es una calidez, una generosidad. Yo llegué a Venezuela de casualidad, pero yo no estoy en Venezuela por casualidad, yo estoy por decisión mía, propia. En realidad pienso que en estas épocas difíciles voy a seguir estando en Venezuela, y no será por casualidad, es una decisión de vida que éste sea mi país.

Muchas gracias, Lázaro.

Fotografía: Vasco Szinetar