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Los abogados

Otto Schily, Hans-Christian Ströbele y Horst Mahler. Tres nombres conocidos por cualquier alemán y cualquiera que viva en este país y se interese por su política. Hoy en día, el primero es ex-diputado y ex-ministro del interior, el segundo ha sido desde hace ya veinte años el representante en el Bundestag por mandato directo de Die Grünen (los Verdes) por Friedrichshain-Kreuzberg (distrito en Berlín), es conocido como la buena consciencia de los Verdes, y el tercero cumple seis años de condena por negar el holocausto y promover el odio. Hace cuarenta años eran tres abogados que comenzaban su carrera defendiendo a miembros del movimiento extra-parlamentario, la Außerparlamentarische Opposition (APO). El primer gran juicio y el punto de partida para los que serían años muy oscuros en la historia de la posguerra alemana es entre un policía y el padre de un muchacho asesinado el dos de junio de 1967 durante las manifestaciones en protesta por la visita del Shah de Irán a Berlín. Otto Schily, por mediación de Mahler, asume la causa del padre del joven Benno Ohnesorg contra el policía que le disparó por la espalda, Karl-Heinz Kurras. El acusado es absuelto en un juicio plagado por irregularidades: desaparición de evidencia, declaraciones contradictorias, falta de cooperación por parte de las autoridades. El asesinato y el controversial proceso trajeron como consecuencia la radicalización de los movimientos juveniles del momento y la formación de dos grupos terroristas: el Movimiento 2 de junio y la Rote Armee Fraktion (RAF). Horst Mahler sería miembro fundador del segundo y pocos años más tarde sería juzgado por complicidad en la fuga de Ulrike Meinhoff, una de los cabecillas de la RAF, y por robar bancos, sería condenado a catorce años en prisión. Sus abogados serían Otto Schily y Hans-Christian Ströbele. Fue durante este proceso que fue tomada la fotografía que le seriviría de inspiración a Birgit Schulz para realizar un documental acerca de estas tres personalidades: Los abogados. Una historia alemana.

El documental es muy interesante porque nos lleva, partiendo de la historia de estos tres hombres por los últimos cuarenta años de la historia de Alemania, haciendo incapié en los años setenta, la década más problemática. La mayoría de los documentales o películas que retratan esos años, lo hacen desde la perspectiva de los terroristas que en su mayoría eran personajes muy poco interesantes. En palabras del ex-canciller federal Helmut Schmidt, “jóvenes con ínfulas revolucionarias y enormes delirios de grandeza”;  Jean-Paul Sartre, que se reunió con Andreas Baader, cabecilla de la RAF, y denunciaría las condiciones en las que permanecían detenidos los acusados, le comentaría a Daniel Cohn-Bendit, que Baader no era más que un idiota. Pero el reportaje de Schulz elige tres historias bastante interesantes, no sólo por la envergadura de sus protagonistas, sino por su evolución. Haciendo contrapunto entre imágenes de archivo y entrevistas actuales con los tres abogados, analiza las situaciones más complejas de los setenta y trata de esclarecer los distintos caminos que tomarían los tres hombres.

Schily y Ströbele (como verán a continuación, en el caso del segundo se quedaría en intento) defenderían a los principales miembros de la primera generación de la RAF en un proceso que sigue siendo uno de los más controversiales de la segunda mitad del siglo XX, el llamado Stammheim-Prozess. Pocos meses antes de comenzar las audiencias, el parlamento aprobaría una serie de leyes en tres días, entre otras, reformas al código procesal penal, que minarían claramente los derechos de los acusados y en gran parte la autoridad moral del estado de derecho. Principios básicos como la presunción de inocencia y el derecho a la defensa se verían claramente amenazados. Una de las reformas permitía al poder judicial determinar si un abogado incurría en actividades criminales por el simple hecho de defender a un terrorista, lo que llevó a que Ströbele y otro colega fueran destituidos de sus cargos y diez días antes del inicio del juicio Andreas Baader se quedaría sin abogado de confianza. Los defensores que no fueron depuestos serían tratados como criminales. En una cinta de audio, escuchamos a un Schily enardecido relatando a la audiencia cómo había sido revisado antes de entrar a la sala, “¡me pusieron contra la pared, con las manos en alto!”, un abogado brillante, de lógica impecable, estupenda capacidad oratoria y absoluta confianza  en sí mismo y en la necesidad de las leyes y su debido cumplimiento, le grita al juez:  “Wir führen gegenüber der Macht das Argument des Rechts ins Feld!” Si la escribo en alemán, es porque la frase es tan genial como intraducible. Lo más cerca podría ser “Hacemos uso, frente al poder, del argumento del Derecho.” El poder, o el estado, entidad cuya principal labor es la defensa del estado de derecho, se comportaba en aquel momento de manera criminal (algunas semanas más tarde se filtraría que las conversaciones entre abogados y acusados estaban siendo grabadas), este abogado veía como su labor reintroducir el argumento de la ley en el debate.

Hace años, cuando escuché por primera vez de Otto Schily, ya entonces ministro del interior de la coalición SPD/Grünen, me pregunté qué habría llevado a un hombre tan inteligente a defender a los payasos sanguinarios de la RAF.  Ahora creo entender que Schily no sentía que defender a los terroristas era su única labor, al mismo tiempo defendía los principios básicos del estado de derecho, lo más preciado que tiene cualquier democracia.

Antes de que terminaran los juicios, Holger Meinz, uno de los acusados, moriría por mantener hasta el final una huelga de hambre en protesta por las condiciones en las que se encontraban detenidos. Ulrike Meinhof se suicidaría antes de que conluyera el juicio y el resto de los miembros de la RAF condenados en Stammheim haría lo mismo después de recibir la sentencia de cadena perpetua más quince años.

Pero la historia de los abogados continúa.

Mientras Mahler cumplía su condena dedicado exclusivamente a devorar la obra de Hegel, Ströbele y Schily formarían parte de la generación fundadora del partido Verde y en 1983, el primero, y 1985 el segundo, entrarían al parlamento alemán. El inicio de la vida parlamentaria de los dos últimos y el distanciamiento de las organizaciones terroristas del primero, que decidiría quedarse en prision cumpliendo su condena cuando el Movimiento 2 de junio secuestró al político demócrata cristiano Peter Lorenz y exigió como condición de liberación de Lorenz la puesta en libertad de sus camaradas, marca el primer cambio que nos busca mostrar el documental. Una vez dentro de los Verdes, Ströbele y Schily comienzan a distanciarse políticamente, el segundo, siendo el representante más importante del ala realista del partido y el primero de los llamados idealistas. Vemos imágenes de archivo de uno de los primeros Parteitag (día del partido) de los verdes que muestran un fenómeno verdaderamente extraordinario en el mundo político alemán. Vemos una concentración de hippies que recuerda a un Woodstock en miniatura: niños corriendo por todas partes, hombres con barbas y pelos hirsutos tejiendo, más flores que en un jardín botánico, gente tocando guitarra y cantando… faltan las gallinas y los cerdos para completar el panórama de una típica comuna en Oregon. En aquel momento, nadie hubiera pensado que el gordito bonachón Joschka Fischer, que se juramentó como diputado vistiendo blue jeans y zapatos de goma sería algún día vice-canciller.

Ni Schily ni Ströbele la tuvieron fácil en sus primeros años en el parlamento. Durante sus intervenciones eran imprecados por sus colegas a gritos: “¡Abogados terroristas! ¡Asesinos!” Schily, en una de las entrevistas actuales comenta lo absurdo de las acusaciones, preguntándose si un abogado que defiende a un ladrón, es en consecuencia un ladrón o si uno que defiende a un evasor de impuestos, puede ser acusado de delitos fiscales.

Schily fue siempre una excepción en el partido Verde. Era el único que iba de chaleco, traje y corbata, y aunque era la figura más influyente fuera del partido, dentro de sus filas nunca tuvo demasiado éxito, por lo que en 1989, al perder su puesto en la cúpula, dejaría a los Verdes y se haría miembro del partido social demócrata (SPD) y nueve años más tarde sería ministro del interior de la coalición roja/verde. Le tocaría manejar la seguridad del estado en la época post once de septiembre y caería sobre él un diluvio de críticas por su defensa del orden y la ley. Muchos ven en su actitud y en su labor una clara contradicción con su pasado. ¿Cómo un hombre que le debe su reconocimiento a luchar contra los abusos del estado puede haber impulsado medidas que menoscaban las libertades individuales? Ströbele y muchos otros Verdes se opusieron abiertamente a esta dirección. Schily dice que no ve un cambio dramático de actitud y además, agrega, “el que no cambia es un idiota”. A mi me parece una evolución bastante consecuente. La intención del hombre mayor seguía siendo la del joven, la defensa del estado de derecho y la democracia. Tiene que haber sabido que muchas de las medidas serían poco populares, pero no creo que nadie pueda comparar los excesos cometidos por el estado en los últimos años con los que se cometieron en los años setenta.

Horst Mahler saldría de la carcel en los ochenta. Su último abogado sería un viejo amigo de las filas del SPD, Gerhardt Schröder, y mantendría bajo perfil hasta que un día aparecería dentro de las filas del NPD, el partido neo-nazi. El documental no busca explicar esta evolución. Yo, personalmente, veo el paso de la extrema izquierda a la extrema derecha como algo bastante comprensible. Cuando le preguntan a Otto Schily, éste sólo levanta los brazos y dice “Una tragedia”. La verdad que no hay mucho más que se pueda decir. En el documental Mahler cuenta que en su casa, después de la oración para bendecir cada comida, la madre le rogaba a Dios que protegiera a Adolf Hitler. Cuenta también que desde muy niño se peinaba como el Führer e imitaba sus discursos. Pero esto no explica nada, es probablemente el caso de miles de alemanes nacidos entre 1930 y 1945. Intenta también justificarse filosóficamente, explicando que el pensamiento hegeliano es imposible de comprender si se obvia la contradicción. Sólo en la contradicción, escribe Hegel, puede encontrarse la verdad.

A Ströbele le veo al menos una vez al año en las fiestas que se hacen en Kreuzberg para celebrar el día del trabajador y que inevitablemente terminan en enfrentamientos entre manifestantes y miles de policías que vienen de todas partes de Alemania a defender la capital de los “kaoten” (caóticos). Lo que se ve de parte y parte es lamentable. El diputado verde acude en condición de espectador, trata de mediar entre manifestantes y policías, anota los números de los agentes que se exceden y hace lo que puede por calmar los ánimos. Siempre anda en bicicleta y con una gran bufanda roja. Parece ser un buen hombre, un político de oposición cuyos ideales le harían imposible la tarea de gobernar. Forma parte de la comisión parlamentaria que supervisa el trabajo de los servicios secretos y defiende a ultranza los ideales originarios de su partido en el congreso. Una figura necesaria y muy útil en cualquier democracia.

A Otto Schily lo he visto una sola vez, mucho antes de ver el documental cuando la idea que tenía de su vida política era muy básica. Sabía que había sido abogado de algunos miembros de la RAF, sabía que había pasado de los verdes a los socialdemócratas y sabía que no era ningún tonto. Pero no sabía que había sido protagonista político en tantas ocasiones en la historia reciente de Alemania. Me impresionó verle un día en un evento organizado por el Auswärtiges Amt (la cancillería) en el que hablaron, entre otros, Wole Soyinka, Imre Kerzetz, Elias Khoury, Assia Djebar y Carlos Fuentes. Siempre que voy a eventos con invitados tan especiales me extraña no ver a uno solo de mis profesores ni a otras personalidades del mundo de la cultura o de la política. No todos los días se reune en un auditorio a gente tan brillante, por eso me causó muy buena impresión verle ahí, hoy en día un viejo de 77 años, de civil y sin escoltas, pues ya no ostentaba ningún cargo ni se le podía acusar ninguna intención electoral. No estaba sentado al lado del entonces vice-canciller Steinmeier, tampoco en el podio, sino dos filas detrás de mí, escuchando lo que decían los escritores. Hoy, después de haber visto el documental, me arrepiento por no habérmele acercado a expresarle mi respeto.