Artes

Sobre la Feria del Libro de Guadalajara

Crónica de un viaje

Por Rodrigo Blanco Calderón | 19 de enero, 2010

rafaelCadenasGDL 2009

Como todo lo descomunal, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara sólo permite una apreciación fragmentada. Sus recuerdos son pedazos de un gran satélite que hace eclosión en la memoria. Aquí van algunos restos que me acompañaron en el camino de regreso.

La llegada

Sábado 28 de noviembre. Llego, junto a Luis Enrique Belmonte, con puntualidad mexicana. 5 de la tarde en el aeropuerto de Guadalajara. Unos carteles con nuestros nombres nos indican que la organización de la feria es una alfombra roja que promete extenderse desde el principio hasta el final. Ahí nos separan a Luis Enrique y a mí. Mi chofer encargado, en el camino hacia el hotel Celta, hace de guía. Es un poco tímido y me sorprendo por esa incompatibilidad entre un oficio y una personalidad. Un guía tímido es como un torero con conciencia ecológica.

En la recepción me espera una tarjeta firmada por Pancha Mayobre indicándome las coordenadas para ubicar el stand de Ekaré y el Banco del Libro. Ahí debemos reunirnos Luis Enrique Belmonte, Lucas García y yo para encontrarnos con la encargada de prensa de Cavelibro. Apenas bajándonos del avión ya tenemos pautada una entrevista radial.

DSC01496Saludo a Pancha y como no han aparecido aun los otros, me recomienda que eche un ojo en El colofón, que queda a la vuelta de la esquina. “Ahí está Anagrama”, acota, como quien indica al recién llegado los lugares del vicio. El colofón es una editorial, librería y distribuidora con más de 30 años de trayectoria. Entro a El colofón y sí, toda la primera parte es para los libros de Anagrama. Comienzo a salivar y es entonces cuando veo a pocos pasos de mí al dueño del abasto. El propio Jorge Herralde ordenando su mercancía y atendiendo a los compradores conocidos como un empleado más.

Poco después, una vez finalizada la entrevista, la encargada de la prensa venezolana, una mexicana del DF, sorprende a “la nueva narrativa venezolana” pidiéndole que le carguen unas cajas y bolsas hasta el hotel que queda en frente del centro de convenciones. Pienso en Herralde vendiendo directamente sus propios libros y me armo de paciencia.

Picante, chile y salsa

“El picante no es un sabor, sino un dolor”, me dice Willy Mckey, no sé si citando a alguien, para explicar de manera transparente el imperio ardiente que es la comida mexicana. Uno viaja a este país, a cualquiera de sus ciudades, con la secreta sensación de encaminarse hacia un enfrentamiento culinario (o urinario). Los efluvios de la comida mexicana se hacen sentir a los dos días. Para los extranjeros, micción y sazón pueden volverse palabras afines.

La frase de Willy la recuerdo la noche que vamos al Salón Veracruz. Ahí está reunida media Feria dispuesta a bailar cumbia y salsa (pero sobre todo y en el fondo, cumbia). Al escuchar los acordes de “Idilio” salto a la pista central. Al rato de estar bailando, percibo que la versión que interpretan los músicos es más lenta que la original. Luego descubriré que, en realidad, toda la salsa es interpretada o suavizada en una progresiva tendencia o tumbao hacia la cumbia. Es como si quisieran aliviar sus cuerpos con una salsa ligera después del dolor habitual del picante.

¿Qué pasa en Venezuela?

DSC01253Ése es el título que lleva la mesa en la que estamos próximos a participar los jóvenes narradores venezolanos. Es lo que explica, así nos decimos en medio de nuestro estupor, que la sala con capacidad para 100 personas esté abarrotada y que la hora y cincuenta de duración del evento no haya sido un error. El carisma dictatorial de Hugo Chávez, debemos aceptarlo, estimula la atención de quienes no viven en Venezuela por todo aquello que esté pasando o se esté produciendo en el país.

Afortunadamente, nuestro gran “H” no monopoliza los temas de conversación. Se habla de problemas sociales, de políticas editoriales y de literatura.

El crimen de Alberto Barrera Tyszka

Después de La enfermedad, celebrada novela que obtuvo en 2006 el Premio Herralde, Alberto Barrera Tyszka regresa a la ficción con un conjunto de cuentos titulado Crímenes. Esa misma semana me enteraré de que el libro ya está disponible en todos los países de América Latina menos en Venezuela. Expresiones como “Cadivi” o “Control de cambios” nos recuerdan, con rabia, que vivimos en un Apartheid cultural. Esta impresión me la confirmará Daniel Centeno quien llegó desde El Paso, Texas, para presentar el libro de un amigo mexicano (“Centeno vino a Guadalajara por salir del Paso” fue mi gran chiste de la semana). Daniel sostendrá una entrevista con Jorge Herralde quien le confirmará que es una locura publicar a autores venezolanos precisamente por la restricciones que existen para la importación de libros. Alberto Barrera y Gustavo Guerrero (éste último, Premio Anagrama de Ensayo 2007), protagonistas de las letras venezolanas de los últimos años, se convierten en un lujo foráneo para sus compatriotas.

El Santo y Blue Demon

DSC01400En el mercado de San Juan nos compramos las máscaras. Yo la de El santo y Willy la de Blue Demon. Al llegar a la habitación del Hotel Francés (adonde me mudé el miércoles 2 de diciembre) nos ponemos las máscaras y Natalia y Teresa se disponen a tomarnos las fotos. Willy se transforma, literalmente, en Blue Demon. La contextura, como un árbitro comprado, está a su favor. Sale al balcón, para tener una mejor luz, y es entonces cuando recibe el apoyo del pueblo: “¡Mucho, mi Blue!”, le gritan desde el edificio de enfrente. Salgo yo disfrazado de El Santo y sólo recibo abucheos. Más que el Santo, mi delgadez me hace parecer una ceniza del mítico luchador.

En las horas muertas, hago el esfuerzo por ver la lucha libre y apreciarla. Me impresionan las acrobacias, las categorías (rudos y técnicos), la calidad de la producción. Pero no termino de asimilar aquellos golpes de mentira. Debe ser por eso, y no sólo por cuestiones de peso, que me cuesta colmar el disfraz de El Santo.

La televisión generalmente me aburre. Sin embargo, hago un descubrimiento que vale la pena: fútbol americano de mujeres. Las jugadoras están buenísimas, salen al campo en bikini y se dan durísimo en el terreno.

Tepatitlán

La sincronía que muestra la Feria del libro de Guadalajara en absolutamente todos sus aspectos, hace pensar que es una maquinaria entrañable que está funcionando, calentando motores, el resto de los meses que separan una edición de otra. Con mucho tiempo de anticipación, recibí un correo invitándome a participar en “Ecos de la FIL”. Es uno de los brazos de la Feria que busca llevar algo de literatura a pueblos y ciudades de la periferia de Guadalajara. Los escritores que aceptan participar son llevados individualmente a alguna preparatoria para conversar con estudiantes de 15 ó 16 años. Estos enclaves de resonancia están entre hora y media y tres de distancia de la zona de la Feria.

Yo tuve la suerte de ser enviado a la Preparatoria Regional de Tepatitlán. Mi baqueano fue el profesor Leobardo Padilla Aldrete quien tuvo mucho que ver en el resultado final de una tarde inolvidable. Los 63 kilómetros que separan Guadalajara de Tepatitlán se hacen ligeros gracias a las enormes, impresionantes, serenas en lasitud, autopistas que atraviesan la tierra. Cielos despejados, espacios llanos que permiten apreciar el arco del planeta, sembradíos de agave (esa premonición del tequila), son parte del hermoso paisaje que nos acompaña a Leobardo, a Willy y a mí.

Al llegar a la preparatoria, que ocupa un discreto edificio en una esquina, nos recibe el director del plantel José Francisco Acosta. En su oficina, después de las cortesías de rigor, nos muestra dos videos que recogen los testimonios de una actividad cultural que ya quisieran muchas preparatorias y universidades tener entre sus logros. Me refiero a las llamadas “Juglerías Prepa Tepa”: recitales, conciertos, piezas teatrales, torneos de ajedrez y muchas actividades más que hacen de esta preparatoria, al menos durante un mes, el corazón creativo de la zona. Las “Juglerías” llegan hasta los espacios de la propia Universidad de Guadalajara (institución a la que está fuertemente vinculada la preparatoria) y es entonces cuando la dirección del sonido se revierte. Los ecos de Tepatitlán se hacen sentir en la capital de Jalisco. La principal atracción de este evento, como nos lo permite apreciar el video, es una especie de desfile o parada carnavalesca realizada por los estudiantes de la preparatoria y que convoca a más de 25 mil personas. El nivel de producción de estas carrozas hace pensar en un magnate con dejos filantrópicos que haría posible las “Juglerías”. Y es entonces cuando nos llevamos la sorpresa: cada grupo de estudiantes gestiona, por su cuenta, el patrocinio de los materiales para la construcción de la carroza y la indumentaria de los personajes.

En la Preparatoria Regional de Tepatitlán, a través de las “Juglerías”, se brinda anualmente la oportunidad a muchos jóvenes de poner en práctica sus inquietudes artísticas. Y, esta es una lección no menos importante, se les incita desde el principio a ser los promotores culturales de sus propias creaciones.

La conversación se realiza en el auditorio previsto para las presentaciones. Un público de muchachos entre divertidos y escépticos me recibe. Como la emoción es un atajo para las palabras, diré simplemente que esa tarde en la Preparatoria Regional de Tepatitlán fue inolvidable. Sus estudiantes son chicos y chicas despiertos, que saben imbricar el interés por lo nuevo con el humor y la felicidad. Alguno de ellos, o puede que haya sido el mismo profesor Leobardo, me preguntó cuáles autores resultaban fundamentales en mi formación. Yo jugué de local y dije: “Alfonso Reyes, Juan Rulfo, Jorge Ibarguengoitia, Juan Villoro”. Hubo cierta perplejidad entre el auditorio por el hecho de que un extranjero les hablara con tanta pasión de sus propios autores, algunos de los cuales, como es habitual en esa etapa preparatoria, eran prácticamente desconocidos (más allá del nombre) para la mayoría. En ese instante comprendí, o recordé, que la literatura es una paradójica instancia que puede otorgar nacionalidades o derogarlas dependiendo del punto de vista.

Una estudiante me preguntó si la literatura, en un contexto mundial tan conflictivo como el que estamos viviendo, puede salvarnos. Si la literatura, en fin, servía realmente para algo. Yo recuerdo haber respondido que la literatura me había servido para estar en ese momento con ellos y que, en todo caso, la literatura sólo nos salva de una vida sin literatura. Y eso ya es bastante.

De regreso, Leobardo tuvo la amabilidad de llevarnos a almorzar. Además, tuvo el gesto cómplice de regalarnos a Willy y a mí sendas botellas de un tequila de la zona, llamado, dramáticamente, “Tierra de mártires”. Y en todo ese tiempo, yo seguía repitiendo para mí la respuesta sobre la justificación o la necesidad de la literatura. Como si esa verdad hubiera sido pronunciada por otra persona. Y lo más probable es que así haya sido, pues salí de ese auditorio bautizado por emociones desconocidas.

Rafael Cadenas

Para los lectores de las próximas décadas quedará como un tema de arqueología la anciana discusión sobre la escasa presencia de la literatura venezolana en el exterior.

Fernando Cifuentes, Oscar Marcano, Juan Carlos Méndez Guédez, Alberto Barrera Tyszka, Israel Centeno, Victoria de Stéfano, Ednodio Quintero, Ana Teresa Torres, Gustavo Guerrero, Juan Sánchez Peláez, Eugenio Montejo, Alfredo Silva Estrada son parte fundamental del line-up que cada cierto tiempo hay que armar ante el débil pero recurrente equipo de los escépticos. Sin embargo, si el tiempo es corto, recomiendo dar el santo y seña más efectivo, el password actualizado que comunica de forma expedita a Venezuela con el mundo: Rafael Cadenas.

El Premio de Literatura en Lenguas Romances que este año otorgó la FIL Guadalajara a Rafael Cadenas es el punto de condensación de toda la trayectoria del poeta. La entrega de su premio como acto de apertura de la Feria, la cuidada reedición de su Obra entera en el Fondo de Cultura Económica, su presencia visual en todos los espacios del centro de convenciones, la amplia cobertura periodística de sus palabras, son testimonio del protagonismo indiscutible de Rafael Cadenas en la que se considera la Feria del libro más grande e importante del ámbito hispano.

El Hotel Francés

En el número 35 de la avenida Maestranza, en pleno centro de Guadalajara, queda el Hotel Francés. Allí se hospedaban, junto al poeta Mckey, “Los ángeles de Willy”: Natalia Mingotti y Teresa Mulet. Me llevaron desde el día de mi llegada a que conociera el mágico recinto cuya edificación data del año 1610. El hotel parecía uno de los escenarios de la serie El Zorro. Hacia allá me mudé el miércoles 2 de diciembre. Sólo ese día vi la placa que conmemoraba la transformación del antiquísimo edificio en Hotel. La fecha fue gratificante, como todas las coincidencias: 31 de julio de 1981. Con seis meses de anticipación o con seis meses de retraso, recibí aquella imagen como un regalo de cumpleaños.

El Hotel cuenta con dos principales atracciones. Además de la decoración interna acorde con la arquitectura externa del centro de la ciudad, el Hotel Francés tiene un ascensor muy particular. Es una caja de zapatos, semiautomático, con dos rejas en función de puertas, piso contrachapado y espejo al fondo. Por si esto fuera poco, el ascensor es de una lentitud inusual. Más que subir, el ascensor se eleva. Más que bajar, el ascensor se posa. El ascensor, ahora que lo pienso bien, es una especie de anciano, sabio y robotizado, que transmite la serenidad como pauta de vida. Su lentitud al llegar apacigua los afanes del que viene de la calle y la parsimonia de su ascenso predispone a lo estético y a lo espiritual.

La segunda gran atracción del Hotel es su terraza. Cuando uno alcanza la azotea, se encuentra con una visión completa de las plazas, museos, palacios de gobierno y catedrales que rodean el centro de Guadalajara. De noche, con el frío que se aproxima y las luces de la ciudad encendidas, aumenta la sensación de estar, al menos por un instante, en el centro del mundo. Y este centro no es una cuestión geográfica. Es tener la ilusión de que por un segundo, o el tiempo indeterminable que dure esta sensación, el mundo anhela estar como nosotros nos encontramos en ese momento.

En tres ocasiones, cuando la agitada vida nocturna que propicia la Feria nos daba un descanso, optamos por comprar cerveza y tequila en las tiendas Oxxo (altares del insomnio), y quedarnos en la terraza. Invitábamos a algunos amigos y ahí combatíamos el frío de la hora con el fulgor de la conversación y de la alegría de estar ahí, juntos. La alegría de ser en amistad, como diría Gil de Biedma.

Para la mañana del domingo 6 de diciembre, sólo yo quedaba en el Hotel Francés. El resto de la tropa había ido desertando en los días anteriores. La víspera, después de una opípara cena en El pipiolo, terminé tomando un par de cervezas con unos amigos en una mescalería de nombre también dramático: Pare de sufrir. Y algo de premonición había en ello. En la noche, en la espera respetuosa del ascensor, un gringo ebrio me pregunta de dónde soy. Le digo que de Caracas, Venezuela y a su vez, a pesar de saber que es gringo, le pregunto de dónde es.

-“Gringou” –contesta.

Esa generalidad, como la de sudaca, me irrita. Cuando le pregunto de qué parte, dice:

-Texas. But, i´m not like George Bush.

Yo le digo que no soy como Hugo Chávez.

-So, we’re even

Ambos reímos.

En la noche, me cuesta dormir. Hacia las 4 de la mañana, unos gritos en el pasillo al que dan las habitaciones de mi piso, me terminan de despertar. Por las voces, intuyo que son gringos borrachos que discuten. Uno llama al otro y de repente escucho dos golpes, dos puñetazos, que un gringo le propina al otro. De manera simultánea mi nariz empieza a sangrar. Sé que llevo un par de días con ese problema, causado, seguramente, por el impacto del frío en las noches pasadas en la terraza. Sin embargo, hay algo que me dice que esa sangre guarda alguna secreta relación con lo que acaba de suceder en el pasillo. Sé que eso es imposible y sé también que el viaje ya ha terminado.

En la mañana del domingo cumplo con la insípida tarea de último mohicano: revisar palmo a palmo la habitación por si Willy o Natalia o Teresa han dejado algo olvidado. Sólo quedan potes mermados de champú y un cepillo de dientes que Willy, en un correo veloz desde el aeropuerto del DF, me ha pedido recuperar. Nada de importancia, ni siquiera lo allí vivido, se queda. Siempre es triste cerrar una habitación.

DSC01514Desde mi llegada a Guadalajara, y a medida que traíamos nuevos invitados a nuestra popular terraza, se impuso el ritual de tomar una foto en el ascensor, aprovechando el espejo del fondo. Fotos desenfocadas, mal iluminadas, que parecen en sí mismas un remedo borroso de una fotografía anterior, que suponemos nítida pero que ya ha desaparecido. Arrastrando las maletas cargadas de ropa sucia y libros, entro en el ascensor. Tengo la impresión de que desciende aún más lento. Saco mi cámara y tomo una última fotografía. Estoy solo en el ascensor y éste parece cada vez más lento y más grande y más vacío. Me aseguro de que la foto haya quedado desenfocada y entonces me digo que ya puedo regresar.

Rodrigo Blanco Calderón.

Diciembre, 2009.

Rodrigo Blanco Calderón 

Comentarios (8)

betulio
15 de diciembre, 2009

Siempre sospechábamos que Willy era Blue Demon, Luis Yslas el hombre elástico e Igor Barreto el dragón chino. Esta crónica lo confirma, junto a la influencia decisiva de la cumbia dentro de la cultura mexicana. Me gustó mucho la crónica de Rodrigo y la mención que hace de Herralde, a quien ví en esos mismos menesteres en Barcelona. Lo de la nariz supera al cuento de Gogol. ¡Felicitaciones tiburón!

Paola Tinoco
15 de diciembre, 2009

me encanta tu recuento de la FIL pero creo que por ahi te faltó la fiesta de Anagrama, no hay qué ser, y la mezcalería Pare de sufrir, no te hagas de la boca chiquita, jejeje Un beso Paola

Rodrigo Blanco Calderón
15 de diciembre, 2009

Queridísima, Pao, ¿còmo voy a dejar por fuera a Pare de sufrir? Está ahí, justo antes del diálogo con el gringo.

y no hablo de la fiesta de Anagrama porque se supone que yo no estaba ahí jaja.

abrazos

Andrés Blasini
15 de diciembre, 2009

Muy buena crónica. Me hubiera gustado ver las fotos con las máscaras! Saludos

gustavo valle
15 de diciembre, 2009

Estupenda crónica, Rodrigo. Quedan pendientes las fotos del Santo y Blue Demon. Me pregunto si Luis Enrique se habrá llevado la del Rayo de Jalisco. Ah, por acá me dieron detalles de aquella velada en Pare de sufrir. Abrazo grande. G.

Leandro Giancola
15 de diciembre, 2009

Rodrigo, excelentes tus retazos de la FIL Guadalajara. Entre línea y línea provoca saber más.

Espero puedas ir nuevamente a la feria en los próximos años y narrarnos más.

Gracias

Yamila
16 de diciembre, 2009

Me encantó! quiero ver las fotos!!!

Aria
16 de diciembre, 2009

Qué buena crónica Ro y qué cómicas las fotos!!! P.D. Conociste a Herralde o por lo menos lo viste, ni yo que vivo en la misma ciudad q él me lo he topado!! Pura envidia!! Jajajaa

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