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La siempre azarosa vida de Franco Rubartelli

Franco Rubartelli es uno de esos personajes a quienes acompaña la leyenda. Una leyenda tramada en la historia de amor y trabajo que dinamizó su vida entre los años 60 y 70 y lo catapultó a la fama internacional como el fotógrafo que rompió los esquemas tradicionales de la fotografía de moda e impuso un lenguaje de libertad, movimiento e imaginación, de la manera más fortuita. Para muchas personas alrededor del mundo, su vida después de ese período de vertiginosa popularidad, de la que cayó a la par que se derrumbaba su amor, es un enigma. Quizás no sepan aún que hace más de treinta y cinco años la recomenzó en Venezuela donde sigue trabajando porque ya lo sentenció: nunca va a apagar los motores, por lo menos, voluntariamente. Franco me recibió una tarde lluviosa de octubre en su casa, oficina, taller, estudio, de El Rosal y nos sentamos a conversar ante un ventanal desde donde se veían los aviones en el descenso final antes de aterrizar en La Carlota. Hace sólo cuatro meses de esa tarde, y ya la imagen forma parte de la historia de la ciudad.

Cuéntenos de su casa en Margarita a la que acaban de dedicarle un libro.

Yo conocí Margarita por una cuña de whisky que fuimos a hacer allá. La toma que tenía que hacer era de la botella puesta en el muelle de Juangriego, donde se dice -es mentira, pero se dice-, que hay uno de los atardeceres más bellos del mundo. La habíamos puesto en uno de esos palos donde amarran los barcos y esperábamos que el sol llegara justamente detrás de la botella para tener la foto. Pasamos varias horas en eso, corrigiendo el tiro de cámara, y cuando estábamos listos para arrancar, un barquito se paró exactamente ahí: parecía medido. Era el barquito del viejo Simplicio, pescador que todas las tardes iba a la bahía de Juan Griego a sacar sus corocoritos. Nosotros le decíamos: mire, quítese de ahí, y el tipo saludaba sonriendo, sacándose el sombrero, pensando que nosotros lo estábamos saludando porque era un personaje importante en la bahía de Juan Griego, antes que nosotros lo hiciéramos importante.

Con la película. Estamos hablando del año 70 y …

Año de la pera se llama. Simplicio me gustó porque tenía un pelo todo blanco, una maravilla. Lo fui a conocer un día después y me cayó bien. Tenía una filosofía muy sencilla, era un hombre que no había ido nunca más allá de su horizonte, pero me fascinó, y decidimos hacer una película que me tomó muchísimo tiempo mientras la pensaba, y también cuando la filmaba, porque yo venía a Caracas todo el tiempo para hacer comerciales, para comprar películas, y volvía Margarita. Así hicimos la película. Puedo decir que conocí y me encariñé de Margarita por Simplicio, porque sin él habría sido una locación maravillosa, pero tan sólo eso: una locación para una cuña. En cambio, regresé, me cansé de regresar a Margarita, y así nació la película que se termina en el 78.

Sigamos con la casa en Guarame…

De verdad me enamoré de Margarita y cuando una novia que yo tenía me dijo que por allá cerca de playa Guacuco estaban haciendo un desarrollo y me sugirió que lo fuéramos a ver, yo pensé ¡qué fastidio!; pero, como en ese momento me gustaba bastante la muchacha, imaginé que nuestro sueño de amor se podía hacer ahí, entonces fui y me enamoré del sitio. Un mes después terminé con la muchacha, pero la semana siguiente regresé a La Asunción, firmamos el contrato con Chana y me entregaron la casa. Yo fui el primero, ahí no había nada, aquello era pura selva.

Bueno, pura selva es un decir porque ¡eso es un desierto con cujíes y cactus! ¿Era una casa hecha por Chana?

Era una casita pequeña de barro, un rancho, una casita de Barbie le llamo. Recuerdo que en el murito de la casa le puse mi nombre: Franco Rubartelli… ¡mire qué error, qué tonterías, ponerle ese nombre a la casa! Pero era una época todavía sana y no había toda esta malandrería que hay en este momento, a pesar de que Margarita sigue siendo una isla en la historia, sea política o psicológica, de Venezuela en donde, si vives un poco aislado, si vives la vida de ir al mercado, de quedarte en tu casa, de estar en la piscina, no sientes el problema dramático que está viviendo Venezuela y que probablemente va a vivir por un rato más. De verdad es una tierra muy bondadosa.

Entonces, todos los fines de semana iba a Margarita, ya era amigo de todos los pilotos de Aeropostal -sólo había esa línea-, que me metían en la cabina. Cuando empecé a ir el pasaje costaba cuatrocientos bolívares. Así empezó mi relación con la casa. Compartí con una compañera -otra compañera, porque yo vivo de fotos y de compañeras- un terremoto muy bravo que hubo en estos años y la casa se quedó durita, no le pasó nada, a pesar de ser de palo y barro. Después me dio el ataque del ingeniero, del arquitecto -sin serlo- y le hice muchos muros para después romperlos porque me olvidaba de la línea eléctrica o de la tubería. Así empecé a construir esta ranchería que se llamó finalmente Perla Salina, porque un amigo me dijo que la llamara así, aunque hoy le daría otro nombre. Ya no voy todos los fines de semanas, porque la acción, el trabajo, está aquí, pero una vez que estoy allá, en ese paraíso, me cuesta regresar. A mí me gusta hacerle cosas: un murito, plantarle una palmera, todos los días le hago algo. Siempre recuerdo la
casa como si fuera un ser humano y le hago mi regalito. Es una amante caprichosa, la casa.

Agradecida también. Veo que se ha interesado por la artesanía venezolana, esa casa parece un museo artesanal….

Mucho, amo la artesanía venezolana, me gustan los tallistas de madera: tengo una colección de alrededor de cincuenta a sesenta tallas grandes de Simón Bolívar. Me gusta ir a Barquisimeto, donde hay una producción de artesanía espectacular en Quíbor, en Guadalupe. Allí se encuentra la madera más bella, antipolilla, la verdadera madera dura. Me gusta descubrir cosas nuevas. De ahí nació la idea de un museo, quizá hay demasiadas cosas, pero así me gusta.

Tiene suerte de haber podido construir un espacio que alberga las cosas que le interesan y que son importantes para usted.

Es la casa que nosotros hemos construido y donde están los recuerdos de mi vida y de mis viajes por Venezuela. Para mí es un lugar con mucha magia y hasta creo que hay gnomos allí, entre la vegetación. Es que la vida está hecha de cosas raras, muy raras, que uno no sabe cómo explicar… ésta no va a ser una entrevista típica de un inmigrante, sino de sus memorias, de sus vivencias, de cosas que le pueden haber pasado…

Es válido también ¿por qué no?

Por ejemplo, hace muchísimos años, en Italia, mi esposa me dejó y se fue con mi hijo a Suiza. No supe de ellos hasta que un día llegó un telegrama de un abogado donde se me comunicaba que ella había solicitado el divorcio. ¡Cónchale! Entonces empezó una guerra judicial entre Suiza e Italia para recuperar a mi hijo, porque en el Código Civil suizo era la mujer la favorecida y, fuera buena o mala, tenía el derecho a la patria potestad y a la guarda y custodia. Yo vivía en Roma con mi vieja madre, y una muchacha de servicio de estas buenas que no se encuentran fácilmente.

¿Esto era antes de venir a Venezuela?

Sí. Ella era la niñera de mi hijo, porque mi esposa era una modelo, y mi hijo estaba siempre en sus manos. De modo que cuando se fue mi esposa con el muchacho la casa quedó vacía, y mi mamá estaba desesperada porque no regresaba Luigi, así se llama. Un día que salí a hacer un trabajo de fotografía en el Monte Blanco con una modelo que era esposa de un médium, la muchacha de servicio me preguntó si podía venir con nosotros, y le dije que sí. Comiendo una noche allá arriba en la montaña, en donde la respiración se hacía muy difícil, la modelo, esposa del médium, nos contó sobre lo que hacía su marido con la energía, que es una dimensión que está dentro de uno y se transforma en el exterior, manifestándose a través de movimientos, con golpes, mesas que se mueven y todo eso… Cuando regresamos a Roma, la muchacha de servicio, que había oído todo aquello, se encerraba en las noches en su cuartito, agarraba una mesita de la sala de mi mamá y ponía la mano sobre la mesa y daba golpes según su interpretación de lo que la modelo nos había explicado sobre la cuestión del golpe, la letra, tantos golpes, tantas letras… Cuando vio que la mesa le daba respuesta a la pregunta que hacía siempre, nos comentó que Luigi volvería el 24 de noviembre. Puede sonar de risa, pero Rafael Silva hizo un programa sobre eso en «Nuestro insólito universo» hace muchos años. Pasaron tres años y ella seguía insistiendo en el regreso de Luigi el 24 de noviembre, pero ya nadie le hacía caso. De pronto, un día mi abogado me llamó para citarme finalmente al proceso con el juez suizo y frente a mi esposa, su abogado y mi abogado. El juez me entregó a mí la guarda y custodia, la patria potestad y la autorización para llevármelo conmigo. No me vas a creer que el día que regresé a Italia con él fue un 24 de noviembre. Te cuento esto porque hablamos de gnomos, de magia, y yo creo mucho en que hay algo, tal vez somos de repente nosotros mismos los gnomos o los magos… no sé.

Nada es casual, todo tiene un sentido.

Hace muchos años, una mañana, luego de filmar por Cumaná una cuña de Van Raalte que hice con una agencia que se llamaba Publicidad Fornari, me dio mucho fastidio regresar por carretera, y le propuse al creativo regresarnos en avión en lugar de carro, que era como estaba previsto para todo el equipo. Nos dejaron en el aeropuerto de Cumaná, ellos siguieron camino a Caracas, y nosotros fuimos a comprar el pasaje para el avión que salía a las 9. Entonces nos llamaron para abordar, nos montamos, y cuando estábamos todos sentados, amarrados, empezaron a contar a los pasajeros porque había dos personas en pie y estaban buscando quiénes les habían robado los asientos.

En ese momento nos enteramos que hubo un error y que el avión iba a Porlamar, no a Caracas, de modo que nos habían subido en el avión equivocado, por lo que se excusaron. Mi compañero me propuso que nos fuéramos igual a Porlamar a comprar caña, pero no, sacamos nuestros maletines, nos bajamos de mala gana, y el avión despegó. Pues ese avión siete minutos después se estrelló contra el pico del Piache en Margarita. Mira, ¿te das cuenta? Yo contra este pico me tenía que estrellar… nos bajaron de la muerte. Esto pasó hace treinta años.

Muy impresionante, no sabía esto. Recuerdo muy bien ese accidente tan terrible. Bueno, Rubartelli, cuéntenos cómo fue que llegó a Venezuela.

Era el primero o segundo año del primer gobierno de Caldera cuando llegué a Venezuela. Yo era un fotógrafo de moda, y tenía un gran amor con la modelo que se llamaba Verushka: vivimos nueve años juntos trabajando en todos los lados del mundo -nuestra maleta era nuestra casa- pero al cabo de ese tiempo lo nuestro terminó, porque no se puede vivir demasiado tiempo tan juntos, hay que dejar espacio al misterio también. Yo, para no perderla, intenté cambiar la expresión, pero podía estar horas y horas frente a ella con la cámara y no me salía más nada, cuando antes hacía una foto como fuera y me salía una belleza. Entonces, le ofrecí hacer una película: la historia de Franco y Verushka, que sería por primera vez en la pantalla la historia de un fotógrafo y su modelo. Hicimos la película y perdí todo, todo. Todo es todo. ¿Las razones? Primero, que yo no sabía hacer cine; segundo, que era un fotógrafo de moda bastante estático, entonces salió una película de un fotógrafo, donde había amor por la imagen más que por la historia, porque me preocupé más por la fotografía que por la historia. Salió un fracaso, pero el fracaso me llevó a un aterrizaje en la vida muy grande porque puse todo en la película. Mi vida ha sido de altibajos siempre.

¿Esa película se hizo en Italia?

En Italia y en Alemania un poco, porque yo vivía allá con Verushka, en la casa de ella en Munich, en la selva. Bueno, entonces perdí todo, incluso mi mamá perdió, porque todo lo invertimos para hacer la película que duró como dos años en los que tuve que retirarme del mundo de la fotografía de moda que hacía para todas estas revistas en las cuales yo trabajaba. Y, después de dos años y medio ausente de ellas, se olvidaron de mí.

Pero era el momento en que usted estaba en la cúspide de la carrera como fotógrafo…

Sí, era la cúspide de mi carrera, exacto.

Y, además, ya ustedes dos como pareja eran una leyenda…

Era una leyenda, pero cuando la leyenda se fue a pique, quise ofrecerle el último gesto: una película sobre la historia nuestra. Esperaba con esto reanimar el fuego, pero no lo reanimé y perdimos porque no supe hacerla. Es más, yo tenía escenógrafo, asistente de escenógrafo, tenía trescientas personas que me comieron todo, y llegó un momento en que no teníamos ni el pan para comer. Entonces empecé a llamar a todo el mundo, pero todos me decían una excusa para no volver a trabajar conmigo.

¿Cómo fotógrafo de moda?

Sí, es que como fotógrafo de moda había llegado, por ascensor, al último piso de un rascacielos y no había tomado en consideración lo importante que es caminar, subir poco a poco en el rascacielos de la vida, subir poquito a poquito, escalón por escalón, pararte en un piso para descansar, y no llegar pum porque es difícil mantener el éxito y manejarlo. De esa manera, pienso ahora, el día que te encuentres en un sótano de nuevo tienes alternativas: vivir o morir. Yo no me suicidé, pero lo pensé, porque de un día a otro se vino todo abajo, sobre todo porque había trabajado con Verushka casi siempre durante aquellos nueve años, entonces se vino abajo no sólo una economía, sino también un amor, porque era una relación amorosa y profesional.

Y una carrera, hasta entonces, basada en ella nada más.

Luego de esa debacle, la única revista que me respondió fue Vogue de París que me mandó a hacer un reportaje a Venezuela porque en aquella época la revista organizaba con los presidentes de varios países -a cambio de no sé cuántos miles de dólares-, unos reportajes de veinticuatro páginas en los que se hacían fotografías de moda en locaciones interesantes con la idea de mostrar el país de una manera turística también. Recuerdo que aquí me fue maravilloso, lo organizamos con Diego Arria cuando él era presidente de la Conahotu, antes de ser gobernador. Conocí a Venezuela dándole una vuelta maravillosa en autobús durante dos semanas y sentí como una esperanza en este país. Detrás no había dejado nada y, aunque creía que los de la revista estaban a disposición mía para darme trabajo cuando yo quisiera, los sentí como reacios a regresar otra vez conmigo. Antes de venir a Venezuela había hecho tres viajes con Vogue francesa: a la República Centro Africana, a Colombia, a Australia, Japón y a no sé dónde, no me recuerdo, en Arabia.

¿En ese período pos-Verushka?

Sí, en ese período que podemos llamar del «resurgimiento», en que ya no trabajaba con Verushka sino con cualquier otra modelo.

¿El contrato de Vogue era una cosa muy temporal?

Sí, eran viajes una vez aquí, una vez allá, aunque en año y medio visité casi todo el mundo con ellos.

Volvamos al encuentro con Diego Arria.

Entonces, cuando llegué a Venezuela para el trabajo con la revista, conocí a Diego, que me ofreció hacer un trabajo de audiovisuales para la Conahotu, para lo cual me proponía ir a Boston a comprar un sistema y no sé cuántas vainas más. Me dijo: Yo te hago regresar a Venezuela porque necesitamos un tipo como tú. Lo digo con mucha humildad, porque él pensaba en un tipo como yo, pero ahorita yo digo: como todos los otros.

Entonces, regreso a París, hago el reportaje con el director de Vogue y un día me llega un cable diciendo que había un pasaje prepagado en Viasa enviado por Arria para que regresara, y dos semanas después yo estaba en el aeropuerto. Me recuerdo en París, esperando mi vuelo para regresar, feliz, porque era de repente un horizonte, la vida, el oxígeno. Recuerdo también que, sentado en el aeropuerto de Orly, veo que está aterrizando el jumbo jet Orinoco de Viasa, me distraigo, vuelvo a ver la pista y no veo más el avión, y es que sencillamente se había dado la vuelta hacia KLM. Era cuando Viasa y KLM volaban como uno. Otros tiempos, sin duda….

Así vine a Venezuela. Él me alojó en el Hotel Ávila donde pasé un mes, dos meses, tres meses… pero nunca me recibía para hablar. Me mandó una vez a Boston y fui a Boston…

¿Y mientras tanto?

Nada, tenía la comida pagada, la dormida pagada, no hacía nada, no tenía nada, no tenía dinero. Pero te puedo decir que tuve relaciones con todas las mujeres de Caracas, porque yo era el famoso fotógrafo, te lo digo humildemente, como un chiste, pero me supe mantener a flote.

¿Inmediatamente hizo contactos con otra gente?

Inmediatamente hice contactos, conocí mucha gente, no fueron cálculos, porque vine aquí por Diego y fui fiel a él hasta el día que me dijo: No hacemos nada, no hacemos el trabajo, no hay presupuesto, te devolvemos a París.

¿Cómo es eso?

Eso fue una locura de él, pero yo conocí a Miguel Otero Silva y a todas estas personas importantes en Venezuela que me invitaban porque habían oído de mi trabajo con Verushka y, como hemos comentado, eso me había hecho algo famoso.

¿Y cómo lo conoció?

Lo conocí porque era Miguel Otero. Cuando Diego me manda el ticket para regresar a París en dos días, es más, me lo manda a decir, no me lo dice él, se me cae el mundo encima y empiezo a llamar urgentemente a personas que había conocido aquí para pedirles su ayuda para quedarme. Todo el mundo me decía, con mucho gusto, pero si me lo hubieras dicho ayer… o dame unos días para organizarme… pero el que reaccionó en la forma más espectacular fue Miguel Otero Silva, y su esposa María Teresa, que me abrieron las puertas de su casa en Sebucán donde viví año y medio. Ahí conocí a Miguel Henrique, que era un chamo. Yo vivía en el cuarto anexo a la oficina de Miguel Otero y los primeros tiempos fueron una maravilla, pero después de un tiempo «el huésped huele a pescado» como dice la expresión. Recuerdo que no quería que me vieran, pero necesitaba
aquel cuarto, entonces me levantaba temprano, salía antes de que ellos se levantaran y en la noche me quedaba esperando hasta que ellos cerraban la reja -porque tenía una llave- para entrar sin que me vieran, porque no quería molestar, aunque siempre me decían: Franco, no te preocupes, tómate un whisky con nosotros. Vivía como un fantasma. Hasta que un día María Teresa me dijo que se había muerto Neruda y que la viuda venía y le tenía que dar ese cuarto. Ahí se me cayó el mundo encima de nuevo. Mientras tanto, había hecho pequeños contactos, pero no conocía nada del mundo publicitario de Venezuela hasta que conocí a una persona de la Publicidad Fornari que creyó en mí y me mandó a hacer un comercial -que pienso que hoy sería todavía de vanguardia- y los convencí a ellos de revelarlo en Italia para lo cual me fui a Cinecittá, en Roma. Así empecé de poquito en poquito, y mira, la primera oficina fue un cuarto. Luego hice venir a mi hijo Luigi a Venezuela y dormíamos en mi oficina, en una cama individual de la que si no me caía yo se caía él. Empecé como tenía que haber empezado toda la vida: de abajo, desde la entrada del edificio, subiendo poquito a poquito.

¿De qué zona de Italia es?

De Roma, porque aunque nací en Florencia viví toda mi vida allá.

¿Cómo comienza su carrera de fotógrafo? ¿Era una vocación en usted?

Mi papá era oficial de Marina y yo quería ser oficial de la Marina, como él. Toda mi vida de joven la pasé soñando con eso: soñé el mar, la guerra, hundirme con mi barco, tú sabes, toda la retórica romántica y tonta y finalmente, cuando llegó la hora, me perdí en la calle… A pesar de que mi papá estaba en servicio todavía, un día me llamó el comandante de la Academia, el capitán Vacello, y me dijo ahí mismo: Prepare su maleta. Me quería morir, tenía miedo de mi papá. Regresé a Roma y le dije que me habían expulsado por pasar tres días recorriendo todos los burdeles de Livorno. Me respondió: Ya lo sabemos, pero yo nunca te dije que quería que fueras oficial de la Marina, aunque me hubiera gustado. Murió un año y medio después, no sé si por el dolor, y yo perdí mucho tiempo pensando en qué podía hacer de mi vida porque no estaba preparado para nada, y no tenía una vocación definida. De repente pensé en ser diplomático, y finalmente entré en Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad de Roma donde me gradué; pero esa carrera te da una formación pero no te prepara de verdad, tienes que seguir desarrollándote, navegando en otra rama para perfeccionarte en algo. Entonces, como para prepararme para la carrera diplomática eran necesarios los idiomas, mi mamá -con grandes sacrificios, porque mi papá había muerto y ella vivía de la pensión- me mandó a Inglaterra, a Cambridge, a aprender inglés…

¿Hijo único?

Sí, de una familia no rica. En Cambridge, conocí en un bar a una mesonera: una muchacha bonita que me tumba una cerveza encima, se excusa, me mira, me gusta, la vuelvo a ver y después de un tiempo sería mi esposa. Con ella viví dos, tres meses en Cambridge, hicimos un viaje maravilloso en autostop durante varias semanas por toda Escocia y llegó la hora de regresar, ella a su casa y yo a Roma. Nos prometimos volvernos a ver, nos volvimos a ver, su familia la desheredó, la sacó, ella vino a vivir conmigo a Roma y nos casamos.

La mamá de Luigi…

La mamá de Luigi. Nos casamos y yo seguía de estudiante, es decir, me estaba preparando para la carrera diplomática. En Cambridge había estudiado inglés pero había aprendido el francés, porque era lo que ella hablaba. Vivimos en un mínimo apartamento que mi mamá me pagaba con la pensión de mi papá mientras yo estudiaba y ella era ama de casa. Llevábamos una vida muy tranquila, muy honesta, muy honrada, lo más que nosotros podíamos hacer era ir a un cine o al Club Náutico de la Marina, en donde todo el mundo se volteaba cuando entraba Françoise, que era una catira espectacular. Por cierto, Françoise se llama mi última hija.

Sigue tejiendo los recuerdos…

Un día, una amiga de ella, modelo, viene a Roma a hacer unas fotos de colecciones de moda con un fotógrafo italiano, y se queda con nosotros. Estando en casa, la amiga le dice a mi esposa: Ven a buscarme esta noche al estudio del fotógrafo, así ves cómo trabajo, y mi esposa va. Cuando el fotógrafo la ve, le brinca encima pensando que es modelo y le propone hacerle un casting. Al poco tiempo empieza -gloriosamente- a hacer fotografías con el fotógrafo de Roma, y de un día para otro mi esposa aparece en todas las revistas de moda italianas. Yo salía en la mañana del día en que salían las revistas, las compraba, recortaba las fotos y las pegaba: era muy orgulloso de ella. Pero un día descubrí algo donde ella le escribía a su amigo, el fotógrafo: Quiero dejarlo, quiero ir contigo... y entonces yo agarré el carro -tenía un pequeño Fiat- y esperé frente del estudio del fotógrafo a que salieran porque lo iba a matar, le iba a pasar encima. Menos mal que no lo maté y no le dije nada, pero yo ya iba preparándome con ese fuego adentro y los celos me cegaban porque lo mío ya no era más mío, y parecía que empezaba a ser de otro también. Un día pasó algo raro: eran las 10 de la noche, y como ella no regresaba a casa, yo me quedé medio dormido en un sofá, probablemente viendo el televisor. Comencé a soñar que era fotógrafo, y cuando me desperté había una cámara fotográfica puesta ahí, en una mesita frente a mí. Nadie en la casa era fotógrafo, nadie había traído una cámara fotográfica… Un ángel, no sé, me sirvió una cámara fotográfica, el hecho cierto es que ahí estaba una vieja Leika.

¿Nunca hubo explicación para esta aparición?

No era de este mundo, esa cámara no era de este mundo. Sorprendido, un día después me voy a una tienda donde me dicen que es una Leika, una cámara obsoleta, pero compro un rollo blanco y negro y me lo cargan. Entonces, le digo a Françoise: Vamos a hacer fotos de moda, yo te las hago… y ella me hace un paneo de arriba hacia abajo, incrédula, porque yo de eso no sabía. Pero llenó una maleta con sus vestidos personales y salimos a la playa de Fiumiccino, donde llegan los aviones, que es una playa fea, donde de pronto hasta aparece el cadáver de un animal muerto, pero que tiene mucha atmósfera, tremenda atmósfera. Hoy me volvería loco en esta playa, porque el mar te trae tantas cosas interesantes… con la playa se puede hacer manualidades…. bueno, sigo: yo entonces no sabía que había que hacer muchas fotos para escoger una buena y hacía un clic y le decía: cámbiate, otro clic, cámbiate, corre en el agua ¿Cómo corro en el agua? No importa, corre o cámbiate, ponte un vestido largo, de noche, tírate al agua, mójate toda, mójate todo el vestido, entonces salía con las tetas pegadas a las telas, el pezón, todo esto dentro… Le hice treinta y seis fotografías corriendo con el cabello al viento y regresamos a Roma. Las mandé a revelar y, aunque la cámara no era automática sino manual y había que medir con fotómetro la luz, el diafragma, la velocidad, salieron, hechas «al ojo».

¿No tenía idea? ¿No había tomado fotos antes?

Jamás había tomado una cámara en mi vida. Las fotos salieron unas claras, unas oscuras, una fuera de foco, una borrosa, pero ella era bella y eran interesantes las fotos. Le dije a mi mamá que quería ampliarlas todas a 30 por 40 y me dijo: Dale pues. A mí me gustaban, y se las mostré a Françoise, que me dijo: Sí, están bien, pero esto no es moda. La moda, para entonces, era la modelo estática, peinadita, sin arruguitas, las uñas pintaditas. Le dije que se las mostrara al fotógrafo, a su amigo, pero ella insistía en que no, que eso no era moda. Le pregunté cuáles eran las revistas de moda más interesantes del mundo y ella me dijo: Vogue americana. Entonces la compré -costaba cara- vi que la directora se llamaba Diana Vreeland y le mandé un sobre grande con una de las fotos que le había tomado a Françoise. Después se lo dije a ella, que habrá pensado: Pobre pendejo, pero a la semana me llegó un cable diciendo: Bellísima fotografía, bellísima modelo, le ofrecemos un contrato -millonario en aquel momento- para Vogue americana. Yo empecé así. Ahorita me hace así el corazón al recordar cuando llegó el cable, y en aquel momento me dolía, de morirme. Cuando llegó Françoise a casa pensó que me había hecho un autocable para impresionarla, pero pronto se dio cuenta que no era una mentira, que era verdad, que nosotros realmente íbamos a salir para Nueva York donde, por cierto, fuimos recibidos como la gran pareja, en el Hotel Waldorf. Vogue me hizo un contrato, y empezamos haciendo fotos, sin saber hacer fotos, yo y mi esposa Françoise.

¿Siempre con ella de modelo?

Siempre con ella de modelo: yo tuve dos grandes modelos, mi esposa y Verushka, era el «fotógrafo marido».

¿Qué pasó luego?

Hacía sobre todo fotografía en exteriores de la manera como sabía. Luego compré una Pentax que tenía algo automático, y empecé a hacer mejores fotos, sobre todo en blanco y negro. Lentamente aprendí, sin decirle a nadie que no sabía, y las primeras veces que me mandaron a hacer un trabajo en un estudio, con flash y todo esto, como tenía dos asistentes, les decía: Prepare usted, de modo que, cuando estaba todo listo, yo hacía clic…

¿Y nadie se dio cuenta?

Nadie, más bien mi inexperiencia significó el cambio de una época…

Exacto, quizás esa libertad fue lo que hizo cambiar el concepto de la fotografía de modas rompiendo los esquemas. Es una historia increíble ¡tuvo usted mucha audacia! Y también es importante la fuerza del amor, que en definitiva, fue el impulso. ¿Cuando fue esa etapa?

Cuando tenía diecinueve, veinte años y duró cuatro años.

¿En qué año nació usted?

Yo nací en el 37. Después un día me encontré a Verushka, pero yo te conté cómo la encontré.

No.

¿No te lo conté? Bueno, cuando terminé con mi esposa que se fue a Zurich con mi hijo, Diana Vreeland, que había simpatizado mucho con Françoise, me cortó el contrato en Vogue, y yo de nuevo me fui para abajo: al sótano. Un día, haciendo foticos tontas en Roma para las revistas menores, en el Hotel Park Principe de Roma, veo que pasa un monstruo altísimo, una modelo, una mujer, que no era bella, era una vaina rara, vestida rara, y pregunto quién es. Me dicen que es una modelo alemana llamada Verushka. Cuando regreso a casa le digo a mi mamá, llámate al hotel y dígale que es la secretaria del famoso fotógrafo Rubartelli de Vogue, y que se venga a presentar con él que le interesa conocerla. Ella no tuvo problemas y se presentó en mi estudio, en mi casa, en mi apartamentito. Entonces hablamos de nosotros: yo desesperado porque me habían dejado, y ella triste porque su tamaño no le permitía hacer una carrera porque, en aquel momento, las modelos para fotos eran sobre todo pequeñitas. Hablamos y hablamos y a las seis salimos a un restaurante donde hablamos y hablamos hasta que cerraron. Aquella misma noche ella me decía: No quiero regresar al hotel mío, llévame a un hotel que yo quiero pasar la noche contigo, y yo me sentí malísimo porque no me pareció que una mujer esté con uno la primera vez, pero fuimos, estuvimos juntos sin estar juntos, y desde el día después, y durante nueve años, fuimos inseparables. Como en ese momento yo no tenía a Vogue y ella no tenía trabajo, decidimos hacer algo diferente: pintura sobre el cuerpo y nos fuimos con nuestros propios medios a las Bahamas, donde hicimos las fotos sobre las piedras e inventamos un tigre con maquillaje sobre su cuerpo. Las mandamos a la Vogue americana e inmediatamente la tipa me mandó un cable diciendo: ¿Dónde estabas metido, Franco? Yo pensé: ¿Cómo que dónde estoy metido? Si tú me botaste… Bueno, ahí empezó nuestro camino para arriba, otra vez.

Recuerdo unas fotos en el desierto, como en Arizona.

Sí, en Arizona, Libia, Texas, todo lo que tú quieras.

Sus historias tienen toques de cosas inexplicables, como mágicas, eso de la Leika que aparece ahí es una cosa alucinante.

Tú sabes que hace cuatro años, cuando empezó aquí el problema difícil, con Chávez, la gente tenía miedo de invertir y el trabajo bajó muchísimo. Yo vivía de hacer comerciales y, pensando entonces en qué hacer, se me ocurrió hacer una serie de historias de ángeles para televisión y empecé la primera película hace como dos años.

¿Es «Mi amigo el ángel»?

Sí, eran todas historias de ángeles que no tienen alas porque son personas comunes y corrientes que evidentemente están ahí porque son enviados, no son unos terrenales y son terrenales.

¿Y por qué historias de ángeles? ¿Cómo surgió su interés por ellos?

Yo creo que surgió porque yo quería hacer una serie sobre San Nicolás, porque siento que no hay películas sobre él y tenía un personaje bellísimo, un viejo con barba blanca, que era el propio San Nicolás. Después pensé que el interés por San Nicolás es sólo en la Navidad, una vez al año, y para una serie eso no es comercial; entonces, como yo venía ya con una atracción estética por los santos, más que sentimental o espiritual, de ahí llegué a los ángeles. La primera película la hice con ese viejo doctor de un hospital como ángel, y tenía lista la segunda para comenzar a filmarla este verano. Con las dos iba a presentar el proyecto, porque preferí invertir unos reales en dos películas y mostrarlas físicamente hechas, realizadas, que mostrar guiones para convencer. Pero cuando llegó el momento de la segunda, vino esta señora: Delia Rengifo, con el proyecto de hacer el libro sobre la casa de Margarita, que ya se publicó, y después el libro sobre Franco Rubartelli. Evidentemente la idea de un libro sobre Franco de cuatrocientas páginas me volvió loco, porque jamás, en tanto andar por el mundo, pensé en hacer un libro, jamás. En esta tercera etapa de mi vida, en vez de dedicarme en el verano a la película -como lo hubiera debido hacer porque había niños involucrados y no hay escuela en verano-, me puse a trabajar con Delia en los libros.

¿Cómo es eso del libro sobre usted? ¿Qué concepto tiene?

El libro de Franco no es un libro típico de biografía: nació, murió, bla, bla… No, es un libro de cosas interesantes, de anécdotas, así como te las estoy contando, y de fotografías. A pesar de lo que yo pensé en aquella época que más nadie me quería dar trabajo, ni saber de mí, el año pasado cuando me puse a ver qué fotos vamos a poner en este libro mandé -sin ninguna esperanza- mails a la Vogue francesa y a la Vogue americana, diciendo soy el de aquella vez, hace cuarenta años… y los tipos me contestaban preguntándome en dónde estaba metido.

A mí me dicen amigos italianos que mucha gente en Italia no tiene idea qué pasó con usted después de su éxito en los años sesenta, piensan que desapareció…

No, pero ahora vuelvo a la vida. Es bueno desaparecerse. Al final no puse nunca raíces sino en Venezuela, las raíces mías eran maletas, yo vine de Italia y por eso las hice.

Y para retomar un poquito la historia de cuando comienza en Venezuela: no se da lo de Diego Arria, hace el comercial de Van Raalte para Fornari que se manda a Italia y, ¿qué ocurre después? ¿Cómo es que toma la decisión de quedarse aquí?

Me quedo aquí porque regresar a Italia o a Francia era como regresar a un territorio de decepciones, cuando aquí sentía lo que tú acabas de decir: un interés por el fotógrafo. En Venezuela, cuando llega alguien conocido hay fiestas y cócteles pero después se abandona, y más en aquella época. Yo me la pasaba todas las noches en Le Club, tenía carnet de socio ad honorem y de verdad entré bien dirigido en el propio mundo sabroso de los oligarcas venezolanos, pero no porque tenía dinero ni nada, sino porque encontré gente importante, interesante. Hace poco recordaba con Miguel Henrique Otero mi experiencia de cuando ellos me recibieron un año y medio en su casa. Yo cuando él salía a la universidad le abría sus gavetas y le quitaba las medias y los interiores porque tenía sólo con los que vine a Venezuela y no ganaba todavía dinero aquí. Pero bueno, como te comenté antes, empezaron los primeros comerciales, porque una agencia amiga de una amiga mía me dio un chance, e hice uno primero y lo mostré a otra agencia y empezaron así las primeras aventuras. El primer equipo lo alquilé, pero después de los primeros comerciales compré uno y tenía una productora compuesta por una sola persona: yo. Después de unos cuatro años en Venezuela, me encuentro a Simplicio. Y cuando terminé la película me quedó la enfermedad de hacer otra película, Simplicio II.

Era una época muy diferente del país. ¿Cómo era ese país que lo recibió en aquel entonces?

Era un país mucho más sofisticado, mucho más elegante, mucho más noble, mucho más seguro, mucho más creativo, todo lo que tú quieras.

Provocaba quedarse porque había futuro.

Definitivamente provocaba quedarse, y porque veía esas posibilidades fue que me quedé. El futuro me estuvo esperando en Venezuela y todo lo que tengo hoy de verdad lo luché, porque llegué aquí bajo cero y tengo el gran orgullo de haber vivido una gran parte de mi vida en Venezuela. Para mí Venezuela ha sido no mi segunda patria: ha sido la patria, porque me ha hecho hombre, me ha hecho grande, me ha hecho profesional. Llegué a Venezuela siendo alguien, pero voy a morir siendo otra cosa gracias a Venezuela que me ha cambiado completamente el rumbo y que me hizo disfrutar de sensaciones, de experiencias totalmente diferentes. Aquí construí otro Franco completamente diferente. Y ahorita estamos en una época de «vamos a ver qué es lo que pasa». Por lo pronto, terminaremos este libro que me honra mucho hacer, porque es algo que queda, y además tiene una fórmula tan especial. Este es un libro donde Franco está muerto y se desarrolla como una película: escena 1, escena 2, escena 3. Mi hija cuenta la historia de su papá, porque en Margarita está sentada en una placita de la casa cuando llega el viento y ella está con un amigo al que le dice: Este es mi papá que me viene a saludar. Es que siempre le digo que cuando ya no esté, vendré bajo la forma de viento y cuando ella sienta el viento, soy yo que la viene a abrazar, porque ahorita la abrazo con el cuerpo, pero después la abrazaré como viento. La historia empieza en que éste es mi papá. ¿Cómo que tu papá? Entonces empieza a contar toda la historia de la vida
de su papá, en donde hay partes donde es ella que cuenta, donde soy yo el que cuenta, donde ella es chiquita y acompaña a su papá; toda la historia es movida en esta forma. Hay muchas anécdotas que cuentan lo que hay detrás de cada cosa, de cada foto. Por ejemplo, en África del Sur, estábamos fotografiando con Verushka una noche en una gran salina con la luna, que era así como para ponerse los lentes, y yo estaba recostado en el piso y ella también. Estaba muy lejos de casa, todo emocionado, metido en mi cámara y el guía que nos había llevado allá de repente dice: Véngase, véngase rápido, y nosotros clic, clic, clic, nos saca y nos mete dentro del carro justo cuando estaba llegando una leona con un grupo de leoncitos que, según él, estaban buscando comida y nos iban a tragar de un solo golpe. Con el jeep le dimos vuelta a esa manada tratando de recoger mi cámara con el maletín que quedó en el piso, pero como el carro tenía techo de lona, nos fuimos porque nos iban a brincar encima. Después, siguiendo la pista regresamos, pero no la encontramos más; encontramos, sí, una cebra vuelta ñoña porque la habían comido, y el guía nos decía: Esto hubieran podido ser ustedes.

La suya es una vida que siempre se está construyendo.

He tratado de aprender ciertos valores que creo importantes para el ser humano que son la simplicidad y la honestidad. Jamás en mi vida, y quizás por esto sigo siendo un soñador, he probado el placer, o el drama, de la droga, de repente todavía tengo que probarla para ver si valió la pena o no. Me quedé muy íntegro en esto; he sido honesto y nunca he tenido problemas con nadie. Entonces, creo que voy a llevar al último juicio a una persona que ha luchado y que ha estado viviendo en forma sana el recorrido grande que le han dado en este mundo para vivir. ¿Tú me vas a poner todo esto en dos páginas?

No son dos, son muchas más… En sus películas Yakoo y Simplicio aparecen niños y viejos, me parece que en el proyecto de los ángeles también. ¿Por qué?

Mira, mi hijo creció y nunca disfruté ese recorrido porque nosotros siempre viajábamos, y, no sé, si tengo que buscar una razón racional te digo que quizás he querido disfrutar del hijo que nunca tuve, a través de los demás niños.

Pero Luigi siempre ha estado con usted.

Siempre ha estado conmigo, pero yo nunca estuve con él: estuvo en mi casa en Roma hasta que lo llamé y vino a vivir conmigo a Caracas, pero ya era grande. Ahora él tiene su productora y en este momento es un cineasta muy exitoso haciendo comerciales -es el competidor mío- aunque yo de repente ni soy competidor suyo, realmente no le voy a quitar comerciales a él que ahora es mucho más exitoso que yo.

Bueno, de alguna manera siguió sus inclinaciones. ¿Y cuántos hijos más tiene?

Tengo a Françoise y a Francesca, que es hija de una secretaria colombiana con quien, a los dos años de nacida la niña, tuve un problema y quise separarme. Pero no lo aceptó bien y me dijo que si no la quería a ella tampoco a la niña. Allí comenzó, otra vez en mi vida, una lucha en los tribunales de menores donde me decían que era el único marido padre que peleaba por sus hijos, porque aquí son las mujeres las que pelean por la paternidad. Yo estudié los códigos, me fascinaba aquello… hasta me dije: Tú eres un abogado frustrado. Sentía que era como la navegación, porque navegando en todos los artículos veía cosas que no podía explicar a un abogado, y aunque tuve a varias estrellas de abogados, finalmente las cosas más interesantes las hacía yo, me las firmaba un amigo y la presentábamos ante todas estas jueces, pero nunca logré nada. Entonces, ella desapareció, y la niña desapareció con ella, y yo lentamente la olvidé, aunque la gente me decía: Tú verás que un día tu hija vuelve para conocerte. Y un día llaman de Québec, Canadá, diciéndome en francés: Yo soy tu hija. Ella ya tenía diecinueve años y vino a pasar quince días en la casa, muy bello. La que llegó era una tremenda mujer, una morena con un cabello… que si uno encuentra en la calle la mira, pero yo había perdido toda aquella etapa en que se construye el sentimiento, y cuando ella me llamaba papá me sonaba raro. Se fue, nos escribimos unos meses y la cosa se quedó ahí. Ella me manda de vez en cuando un mail diciéndome: No te olvides de mí, y yo contesto: No te olvido. Más nada, porque no se construyó el vínculo, no fue posible alimentar un fuego que ya venía de cenizas.

Ya hasta culturalmente son diferentes.

Pero cómo me fascinaría que ella fuera como la otra, pero ella ha luchado mucho más para la vida que Françoise. Ella se levanta, me decía, a las cinco de la mañana para preparar un desayuno para la familia, se viste demasiado vestida, porque afuera hace no sé cuántos grados bajo cero, camina diez cuadras a tomar un autobús y hace dos horas para llegar a la universidad y al revés, de vuelta, el mismo itinerario. Hay que tener voluntad. Naturalmente, la vida que le ha tocado aquí a mi otra hija es diferente. Yo también, si no me hubiera encontrado aquella cámara fotográfica, hoy sería quién sabe qué cosa.

Está en una etapa de reflexión sobre su vida y ciertos temas relacionados con la existencia ¿o me equivoco?

No, yo sigo siendo materialista, me gusta ser materialista, pero evidentemente la edad me ha acercado al espíritu mucho más. Soy filósofo en lo práctico, no te creas, me siento muy cómodo porque he vivido bien, porque he querido, he amado y me han amado. Ahora tengo una hija con la cual comparto el bien y el mal, comparto esperanzas, porque tengo sueños que se están haciendo realidad y pienso que nunca voy a aterrizar porque mi vida ha sido un avión que ha subido, ha bajado y siempre los motores han quedado prendidos. Nunca voy a apagar el motor.

¿Cómo siente a Italia desde aquí, ahora?

Como una bota. No la siento y no me hace falta, ya eso se acabó.

¿Ha regresado alguna vez?

Fui solamente para llevar a mi mamá a su último destino. Mi mamá se vino para acá, pasó varios años aquí y un día le descubrieron una enfermedad mala, la operaron, y se fue. En la noche en que la velábamos en la funeraria, el Presidente de entonces, Luis Herrera Campíns, a quien le había hecho algunas fotografías, me honró con su presencia. Ante esa circunstancia inesperada, y en vista de que los trámites para trasladar el cuerpo de mi madre a Italia eran tan complicados, le dije: Presidente, yo no le pedí nada a usted, le trabajé gratis, por favor, ayúdeme a llevar a mi mamá, déme el chance. El día después nosotros estábamos embarcados en Alitalia para Roma.

¿Qué queda de sus amigos de la infancia?

Nada. Tengo uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, amigos, te puedo decir que se cuentan con los dedos, de resto son puras personas que conozco. Todos son personas maravillosas. Yo no me pregunto qué grado de intensidad tenga una relación con una persona, estoy bien cuando estoy con la gente que me cae bien, pero de repente un amigo tiene que ser una persona leal, una persona dispuesta, hay muchas condiciones. En Venezuela a los verdaderos amigos los cuento con los dedos, pero conozco a todo el mundo y todo el mundo me quiere y creo que yo también los quiero.

¿No se ha hecho venezolano?

Si tú supieras que nunca me he hecho venezolano por indolencia, y no me gustaría hacerme venezolano en este momento. No sé cómo va a terminar todo esto.

Mucha gente joven y gente de edad media, está buscando irse de Venezuela, al revés que usted, que vino para arraigarse aquí. Tiene una hija venezolana que tiene la posibilidad de ser también italiana. ¿Cómo ve eso, cómo lo siente?

No sé, pienso que los hijos tienen que seguir un poco el itinerario, la idea de los padres, y en ningún momento he pensado en irme de aquí. Creo que podemos concluir esto diciendo que alguien un día dijo que se es afortunado si uno ha tenido una vida difícil. Eso es lo que crea conciencia.

Por último, por lo que ha contado, siempre ha sido alguna mujer la que ha hecho que le dé «una vuelta de tuerca», un giro importante, a su vida.

No he visto un país que tenga tanta belleza como Venezuela; todas las mujeres son bellas, todas, de verdad, tienen una raza perfecta, no sé cómo pueden lograr tanta belleza aquí. Realmente, es un territorio donde hay una bonanza femenina y hay una estética maravillosa… te puedo hablar una semana entera de mujeres…

Me refería más bien a que el amor definió los momentos más importantes de su vida.

He tenido muchas amigas, el amor no tiene nacionalidad. El amor es siempre el mismo: cambian los personajes pero el corazón late en la misma forma y los personajes son siempre los mismos con caras y cuerpos diferentes. El sistema también es siempre lo mismo: empieza, sigue, muere; y tienes suerte si el amor después se transforma en amistad, porque demasiadas veces se transforma en odio, en drama. Pienso que el amor es algo indispensable pero no hay que buscarlo, el querer viene. De repente uno está con un enemigo y un día amanece que el enemigo es un amigo; es una magia, el amor es una magia. ¿Cómo nace el amor? No sé, el amor es con la estima, no con el cuerpo, no, el cuerpo sin amor existe, el amor sin el cuerpo existe, entonces ¿qué cosa es el amor? No sé, es una vaina rara.