Crónicas porteñas

Compatriotas migrantes

Sobre la emigración venezolana

Por Gustavo Valle | 19 de enero, 2010

Buenos aires

Primero fue Estados Unidos, con la quimera de los MBA´s y sus becados del Gran Mariscal de Ayacucho. Luego fue la España de Aznar, con su marcha cosmopolita y sus universidades baratas; y ahora me temo que el nuevo destino de la migración venezolana es Argentina, el país de los pingüinos y el psicoanálisis.

Hace algunos años atrás la presencia de venezolanos era fácil de detectar. Consistía en grupos humanos cargando con gigantescas bolsas por los pasillos del Shopping Abasto. Yo veía aproximarse a estos Ekekos del trópico y no había ninguna duda: ¡eran mis queridos compatriotas! Con sus alforjas llenas de satisfacción, y un entusiasmo a prueba de bombas. Encontraban baratísimo todo lo exhibido en las vitrinas, y gastaban majestuosamente sus tarjetas tricolores. Luego volvían a Maiquetía, indemnes, acarreando con sus chaquetas de cuero, sus recuerdos de cuero y su sonrisa de cuero.

Pero estos pioneros del ta´barato argento, sin duda calcados del ta´barato floridense, dieron paso a otro tipo de viajero: el que está buscando vivir en esta ciudad de la furia. El que quiere apostar a ser inmigrante en Buenos Aires.

Así comenzaron a llegar estudiantes de cine, de publicidad, de letras, de cocina, de repostería, de gestión cultural, de epidemiología, de cuestiones editoriales, de historia, de odontología, de mil cosas. Todos, o casi todos, con un proyecto paralelo: intentar quedarse a vivir por unos años, trabajar en algo y luego volver a Venezuela, pero no ahora, sino más tarde.

Stevenson definió a este tipo de migrante como el inmigrante amateur, es decir, aquel cuyo motivo migratorio es de orden voluntario o personal. No se trata de un individuo perseguido políticamente, o cuya vida corra auténtico peligro. Salvando algunas excepciones, que las hay, el venezolano todavía migra voluntariamente.

Esto es relativo. Sin duda se trata de una decisión voluntaria que descansa sobre una tragedia doméstica: la gente huye de un país y una ciudad colapsados, caóticos, inseguros, y sobre todo con un futuro encorsetado dentro de enormes signos de interrogación.

No exagero si digo que semanalmente conozco algún venezolano que viene, o ya llegó, a estas lejanas pampas. Con bastante frecuencia me siento en un café con personas recién llegadas que se ponen en contacto conmigo a través de las redes sociales o de alguna otra vía. Hasta he pensado en abrir un consulado paralelo, con tarifas solidarias y atención esmerada, donde se ofrezca orientación adecuada para sobrevivir en el sur. Pero carezco de talento para los negocios, y además no tengo los trajes y corbatas necesarios para una empresa de ese tipo. Por otra parte, mis orientaciones se reducirían sólo a dos: “no olviden visitar el museo de Benito Quinquela Martín en La Boca”, y “procuren no comer pescado ni frutos del mar en Buenos Aires”.

Es sabido que nuestro país es una patria expulsiva. El otro día, en una conferencia en el Centro Cultural de España escuché decir, por boca de una doctora en filología, que Andrés Bello era chileno. Jamás he tenido delirios nacionalistas, y nunca me he tragado el cuento de la Patria Grande, pero esta afirmación, no del todo errónea, me pareció antipática.

Lo sabemos: Bello obtuvo la nacionalidad chilena, vivó buena parte de su vida productiva en Chile, fue rector y fundador de la primera universidad de aquel país, participó activamente en la construcción de la nación chilena, y sin duda su obra más perdurable la escribió allá. Y todo esto gracias a que Chile le abrió las puertas y le ofreció condiciones favorables para desarrollar su obra.

Con una tasa de desempleo juvenil en la Venezuela actual del 18,4%, es lógico que el tránsito migratorio se incremente. Además, los jóvenes están en pleno derecho de abrir una ventana en sus vidas, y si bien el país los necesita, ellos deben ejercer su albedrío. Yo considero muy útil, y casi indispensable, que un joven viaje, conozca otras culturas, se codee con otras tendencias, aprenda a vivir solo, a pensar y resolver solo, que haga amigos, pierda amigos, trabaje de cualquier cosa, pele bolas, se enamore, se enguayabe, se cuestione, y en pocas palabras que salga, que atraviese fronteras, que huya del nido familiar, que dialogue con lo otro, con lo desconocido, y al volver, si vuelve, que traiga de vuelta todo ese aprendizaje, y haga algo con eso.

Hacer algo: eso es lo importante. Viajar y hacer algo con eso. Ya Paul Bowles diferenciaba entre el turista y el viajero: el viajero era el que podía cuestionar el lugar de dónde salía y hacer comparaciones, por odiosas que estas fueran. Albergo la vana esperanza de que algún día dejaremos de ser Ekekos del trópico, esos entusiastas disfrazados de prosperidad subsidiada, que se pasean por el mundo. Y si ya no podemos ir a Europa porque está muy cara, acá en Buenos Aires tenemos un simulacro de Europa ¡Aleluya! Nosotros, que fuimos un simulacro de Miami, y ahora somos un simulacro de La Habana. Yo confío en que mañana, con algo de suerte, llegaremos a ser nosotros mismos.

Gustavo Valle Autor de los libros "Materia de otro mundo" (2003), "Ciudad imaginaria" (2006), "La paradoja de Itaca" (2005), "Bajo tierra" (2009) y "El país del escritor" (2013). Ganó la III Bienal de Novela Adriano González León y el Premio de la Crítica.

Comentarios (12)

Rafael Osío Cabrices
10 de diciembre, 2009

Muy bueno, Gustavo. Me gustaría leer una crónica equivalente de alguien como tú que viva en Bogotá, otra de alguien que viva en Lima, otra del misterioso Panamá. Los que seguimos aquí sólo podemos escribir sobre el exilio interior o la resistencia a él. El relato colectivo de nuestra emigración sigue estando pendiente, siento yo. Bueno, como tantos otros sobre lo que nos pasa.

Caque
10 de diciembre, 2009

Excelente. Mi hermano está en Baires viviendo todo lo que describes.

Adriana Pérez Bonilla
10 de diciembre, 2009

“Yo confío en que mañana, con algo de suerte, llegaremos a ser nosotros mismos.”

¿Qué más se puede decir mi pana?

Algunos venezolanos, vivimos con una pegajosa frustración, al ver este país con un enorme potencial, totalmente desaprovechado y peor querido.

Un abrazo Bro

Adri

Andreina
10 de diciembre, 2009

Y qué me dices de los argentinos que quieren y se han venido a vivir a Venezuela? El desorden y el caos también tiene su atractivo. Por otro lado lo que dices de la juventud que deje el nido, eso no es parte de nuestra cultura tropical, todo lo contrario, hoy en dia demasiados jóvenes trabajan para mantener a sus padres. Irse de casa no es algo que se quiera ni que se espere de un joven, no hay a donde ir por el mismo caos y colapso, y los padres no lo ven como una boca menos que alimentar sino como una entrada de dinero menos.

Héctor Torres
11 de diciembre, 2009

Muy buena crónica, Gustavo. Y, ciertamente, Argentina se está volviendo un destino frecuente de los venezolanos que intentar revivir las esperanzas. De hecho, incluyéndote, tengo varios amigos venezolanos en Argentina. Seduce la inocente esperanza de saber que, si se le ocurre, uno no va a sentirse demasiado extranjero, después de todo. Un abrazo.

Brigida Alvarado
11 de diciembre, 2009

Estoy muy de acuerdo con usted del legitimo derecho que tienen los jóvenes venezolanos de viajar, conocer otras culturas ya sea por aventura,o para desarrollo personal o simplemente por placer. Sin embargo, pienso que nuestro lugar esta aquí, por encima de todas las dificultades, de nuestras frustraciones esta el sentido de pertenencia, de no abandonar lo que amas. a mi solo me bastaron cuarenta días en la romántica y hermosa Italia, para saber que Venezuela merece cualquier sacrificio.

Martín Castillo Morales
11 de diciembre, 2009

Excelente Gustavo, por aquí viene la cosa, gracias por el link.

En el consulado paralelo que manejo siempre se quedamos en el aire cuando preguntan “¿Cómo cuánta plata necesito llevar?”, así que si en el tuyo tienen la respuesta los mandaré para allá, por favor. Y para los que pregunten por pescados y mariscos mándalos al “Dora”, eso si, que lleven suficiente efectivo por si acaso les rebota la tarjeta tricolor.

Abrazo.

Mitchele Vidal
12 de diciembre, 2009

Leo tu crónica con una mezcla tóxica en mis entrañas: desconsuelo e incertidumbre. “Venezolano no emigra” le oi decir tantas veces a mi papá y ahora, todos tenemos un amigo, un hermano, acaso un primo -o varios- viviendo lejos. Los que aquí estamos, como dice ROC, sufrimos el exilio interior.

Fernando
14 de diciembre, 2009

Voluntario? Si la tasa de desempleo es 18% no puede ser voluntario. Pero peor, si las expectativas de vivir una vida decente no existen esta bien lejos de ser voluntario. Voluntario es cuando existen oportunidades y prefiero otras…

kim sosa
8 de febrero, 2010

hoola me llamo kim..y estoy pensando la posibilidad de irme a vivir a argentina (buenos aires).. quisiera saber cmo es economicamente.. si es estable o no.. esta muy buena tu cronica.. la verdad. desde chika siempre quise salir del pais (venezuela) e ir espicificament a la argentina.. solo que sta ves me quiero quedar alla.. buscar un futuro mejor… =)

manuel marrufo
10 de noviembre, 2010

El Venezolano no emigraba, respecto a otros vecinos, que emigraban en mayor cantidad…

Pero ahora, con la frase de moda “exclusión dentro de la inclusión” en Venezuela, muchos están forzados a emigrar. Los que como yo, aparecemos en la Lista Tascón, tenemos reducido margen laboral, y la misma hambre y necesidades de antaño.

Igual, siempre será más fácil conseguir una tienda o un Restaurant gaucho o español en Venezuela, que un comerciante venezolano en el exterior. He viajado a Europa y por ningún lado he visto un local comercial llamado: “El Venezolano” “El bolivariano” o el “llanero”, por qué será?

Héctor
11 de noviembre, 2010

Dura realidad para el que la acepta…mucho más dura para el que no quiere aceptarla.

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