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Manuel Bemporad: El científico

manuelPor Alejandro Martínez Ubieda

Nacido en Tucumán, Manuel Bemporad es de los primeros argentinos venidos a Venezuela durante el siglo pasado. Su llegada, en 1954, antecede por más de una década a la de tantos otros de sus compatriotas de entonces que salieron del país sureño hostigados por la represión política. Sus aportes a Venezuela están fundamentalmente relacionados con la enseñanza científica y con el facilitar a otros la posibilidad de hacer ciencia. Con la agudeza del científico y la sabiduría propia de su edad, Manuel Bemporad recrea su paso fértil por esta tierra que ha hecho suya.

¿Qué lo trae a Venezuela?

En 1954 un amigo y yo decidimos irnos de Argentina y venirnos a Venezuela, porque Venezuela ofrecía condiciones para trabajar. Pensaba que sería un «país intermedio», porque la intención mía era irme a Estados Unidos o a algún país europeo, pero como no tenía los medios necesarios, creí que Venezuela podía ser una primera etapa. La ignorancia que existía sobre Venezuela -y en general sobre los países latinoamericanos- en Argentina en aquella época -y sospecho que en buena parte aún ahora- era muy grande. De modo que de Venezuela tenía una vaga idea, lo que sabíamos era que había petróleo, y como siempre sucede, uno consigue algún amigo o conocido que estuvo en Venezuela, le pregunta y le dice que sí, que las condiciones son muy buenas.

La idea que tenía de Pérez Jiménez, de la dictadura, era muy difusa, a pesar de que yo me estaba yendo a causa de Perón. Al llegar encuentro trabajo en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central, en septiembre del 54, y con eso empieza mi vida universitaria en Venezuela.

Mi profesión y mi doctorado son en Física, me gradué en la Universidad de la Plata. En el momento de mi llegada justamente se estaba construyendo la Ciudad Universitaria, y entre estas construcciones estaba el edificio de Física, para la Facultad de Ingeniería, entonces me encargaron el diseño de los laboratorios de física y me dieron libertad completa para trabajar en eso, una cosa absolutamente inesperada y fantástica para alguien que venía de un país con muy pocos medios y con muchas dificultades. De modo que trabajé en eso, en consulta con el grupo de arquitectos que dirigía Villanueva se rediseñaron algunas cosas del edificio y me ocupé básicamente de la dotación de los laboratorios. Al mismo tiempo empecé a dar clases y organicé un germen de la licenciatura en Física y en Matemáticas, que no existían para la época. En Venezuela había pocos físicos, uno en Mérida, otro argentino que había estado en Caracas, de modo que prácticamente no había nada. En Matemática sí había una mayor tradición en Venezuela, de Cagigal, Duarte, pero tampoco existía la carrera de Matemática. La gente que se ocupaba de Matemática en Venezuela estaba en la Facultad de Ingeniería, en Caracas o en Mérida.

Después del 23 de enero de 1958 se crea la Facultad de Ciencias de la UCV y el primer rector, Francisco De Venanzi, crea las licenciaturas de Física y Matemática, y soy designado primer director de la Escuela de Física y Matemática, que tenía a su cargo las dos licenciaturas correspondientes.

Volviendo un poco atrás, ¿cuáles fueron sus primeras experiencias, sus primeras percepciones de lo venezolano?

Me sentí extremadamente cómodo desde el principio en Venezuela. El modo de ser de los venezolanos -que no lo conocía de ninguna manera cuando vine- era tan compatible con mi modo de ser que me hizo sentir muy cómodo. Tan así fue que, quizá no es tan bueno decirlo, me hizo separarme un poco de la cantidad de argentinos que en esa época venían y que tenían esa actitud típica que se atribuye a ciertos argentinos en todas partes del mundo, lamentablemente. Una actitud que me recuerda la de unos argentinos amigos de una muchacha que trabajó conmigo en París -una excelente persona, que estudió con el Che Guevara-, a quienes una vez encontré examinando París ¡para compararlo con Buenos Aires!

Pero ese es un fenómeno básicamente porteño.

Básicamente porteño. En todo caso, en Venezuela realmente me sentí muy cómodo, me sentí muy bien recibido, no sólo por el ambiente científico, sino además por el hecho de que tuve la suerte de vincularme, a causa de una carta que traje de un pintor argentino a un pintor venezolano que resultó ser Alejandro Otero, y a través de Otero y de Mercedes Pardo, su mujer, me conecté con todo un grupo que tenía una casita en San Antonio de los Altos. Allí se reunía un montón de gente, como Mariano Picón Salas, Antonio Estévez y Miguel Arroyo, entre otros. De modo que estuve inmediatamente inmerso en ese mundo, un mundo de intelectuales, de artistas, que era realmente extraordinario. De modo que mi primera percepción de Venezuela fue excelente.

¿Qué significó para usted la caída de la dictadura?

Descubrí la dictadura al llegar acá, porque la información que había en Argentina sobre Venezuela era muy escasa, y la poca que había en los diarios daba la opinión del General y más nada. Me tocó tener una gran actividad en relación con la lucha contra la dictadura, un poco porque era extranjero, y había comprado, de ocasión, un Cadillac negro grande (un Fleetwood) con el que podía entrar a muchas partes sin que levantara demasiada sospecha. Y fue así como llevé gente a Maracay o como llevé a la Universidad el famoso manifiesto de los intelectuales que me entregó Ángel Rosenblat. De modo que lo metí en mi maletín, el maletín en el Cadillac negro y fui como profesor que era a la universidad y lo repartí. Eso fue algo tan particular que despertó suspicacias, y hubo gente que decía -como luego me comentó José Vicente Scorza- que cómo era que ese señor argentino tenía ese documento ¡que todo el mundo estaba esperando que saliera!

Al mismo tiempo hice contacto con gente del área científica, con gente de la Fundación Roche, donde estaba Francisco De Venanzi, Marcel Roche, y mucha de la gente que después estaría en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC).

¿Usted se vino solo?

Bueno, vine solo y a los tres meses vino mi esposa, que era pintora y escritora, y falleció hace años.

En la primera época, en los cincuenta, aun teniendo la idea de que Venezuela podía ser un tránsito a otro destino, ¿había la posibilidad de volver a Argentina?

No, nunca se dieron las condiciones, aunque hubo un momento, cuando cayó Perón y vino para acá, cuando el golpe de Aramburu, en que pensé en la posibilidad, no porque estuviera de acuerdo con el golpe ni con Aramburu, pero en todo caso ya no estaba Perón. La verdad es que me di cuenta que me era muy difícil irme de aquí. Ya había creado demasiados vínculos, de amistad, humanos, que también los tenía en Argentina, pero no tan fuertes. No tan fuertes porque cuando vine a Venezuela, vine con un amigo, un escritor llamado Juan Antonio Vasco -amigo de la infancia, que ya murió-, y estando él trabajando en una agencia de publicidad, y yo en la comisión de Energía Atómica en Buenos Aires, fue cuando organizamos esta aventura de venirnos para Venezuela, lo que hicimos sin un centavo…

¿Y contactos?

Teníamos algún contacto aquí, más él que yo, porque la agencia de publicidad en la que él trabajaba tenía una filial acá. Pero yo no, y fui a la Facultad de Ingeniería, y fui a ver a Eduardo Arnal, que era el decano de la Facultad de Ingeniería, y el director era Marcelo González Molina. Los dos me trataron muy bien, y una de las cosas que más me impresionó fue que en Argentina hablar con el Decano era todo un protocolo y aquí no. Me sentí tan cómodo inmediatamente. Fue Marcelo quien me propuso que me ocupara de los laboratorios de Física. Con él mantuve una gran amistad.

¿Durante cuánto tiempo fue Director de la Escuela?

Poco tiempo, porque después fui prestado al IVIC (Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas). Antes se había reorganizado el Ivnic (Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales) , de Fernández Morán, y había yo formado parte de la comisión reestructuradora, de modo que en el 61, cuando se analiza qué hacer con el reactor nuclear que había comprado Fernández Morán, y se crea la sección de Física del IVIC, fui como asesor y la Facultad me prestó para que me ocupara de formar un grupo de becarios que se había reclutado para que hicieran postgrado y se incorporaran al IVIC. Esa fue básicamente mi actividad como físico. Luego tuve otra actividad en el área de computación, pues cuando estuve en la Escuela de Física y Matemática fundé el departamento de Cálculo Numérico, que básicamente era el empleo de computadoras. Contraté a un excelente profesor, Carlos Domingo, a Oscar Varsavsky, un matemático de pensamiento filosófico muy trascendente, y a Rodríguez Gil, un hombre excepcional que trabajaba en las petroleras. En ese departamento de Cálculo se instaló en 1959 la primera computadora que hubo en la Universidad Central dedicada a la ciencia. Fue la primera, a excepción de la de la industria petrolera, que era una IBM 1430.

De las de tarjetas…

Por supuesto. Las tarjetas duraron mucho más, pero era de las primeras transistorizadas, porque hasta ese momento las máquinas que se utilizaban eran las de tubos, como la IBM 650. Total que ese departamento fue creciendo mucho porque empezaba el interés por la computación, más allá del aspecto puramente del cálculo. Al mismo tiempo se discutió en el Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico la creación del Cendes (Centro de Estudios para el Desarrollo de la Universidad Central de Venezuela), y me tocó apoyar allí esa decisión, porque la Facultad de Ciencias tuvo mucho peso en esa iniciativa.

Al regresar del IVIC a la Facultad, cuando se pensaba que volvería a Física, me encargué del departamento de Computación, que ya tenía ese nombre, por unos cuantos años. Tuvimos que mudar el Departamento para Pro Venezuela, por razones de espacio, y allá sufrimos la intervención de la Universidad en el Gobierno de Caldera. Casi me levantan un expediente por no permitir que hubiera un chequeo de nuestros locales, porque al estar nosotros en otra institución, insistí que debían pedir permiso a Pro Venezuela para registrar.

En fin, desde ese momento me ocupé más de computación que de física.

¿Hasta cuándo ha dado clases?

Hasta que me jubilé, hace unos quince años. En este momento tengo ochenta años. Pero el contacto con la Universidad lo he mantenido siempre.

Cuando usted vino no existían las migraciones relativamente masivas que hubo después, de modo que en su caso se trató de una decisión individual ¿no?

Sí, pero después se crearon condiciones muy malas en Argentina y, aprovechando esa circunstancia, yo traje varias personas muy interesantes tanto en Física como en Matemática y Computación. Algunos no eran argentinos de nacimiento, pero sí formados allá, como Balansart y Colominas, matemáticos importantes.

Dos personajes fundamentales fueron Carlos Domingo, que aún trabaja en Mérida con problemas vinculados a la economía, sociología y modelos matemáticos, y Oscar Varsavsky. Juntos hicieron cosas como un modelo matemático de La Utopía de Tomás Moro.

Luego volvieron a darse condiciones malas en Argentina, con el golpe de Onganía y la «Noche de los bastones largos», que produjo un éxodo científico tremendo. En el Cendes se creó un comité donde estaba el rector Bianco, Luis Lander, que dirigía el Cendes, Varsavsky y yo, para manejar la repentina «disponibilidad» de personas de muy alto nivel, porque la Facultad de Ciencias en Buenos Aires era en ese momento una Facultad de primerísima línea, muchísimo más importante que cuando yo estaba en Argentina.

Vino mucha gente, pero no todo el mundo se asimiló. Muchas veces se conformó una minoría que se reunía entre ellos, hablaban exclusivamente entre ellos y terminaba generando conflictos con el mundo exterior. Eso sucedió mucho con los biólogos y los químicos.

Viendo las cosas desde este momento ¿añora Argentina?

No. Voy cada dos años y lo paso muy bien allá. Me queda muy poca gente amiga o conocida viva. Mi familia está repartida entre Italia, Suecia, Dinamarca, todo a causa de la persecución de la época de Videla. En Argentina sólo está mi ex cuñado, a quien visito cuando puedo en Bariloche, y la familia de mi esposa.

Después de todos estos años, ¿hay costumbres argentinas que hayan sobrevivido esta avalancha de venezolanidad suya?

Yo me he asimilado mucho a Venezuela en las costumbres, y no lo he hecho forzado. Hay ciertas costumbres que uno mantiene por un tiempo, como por ejemplo tomar mate, cosa que hacía cuando estaba viva mi esposa. Pero como tomar mate solo no es simpático, ahora no tomo mate.

¿Oye tango?

A veces, pero yo no soy porteño, entonces no tengo ese aferramiento a esas cosas. Me encanta Buenos Aires, y cada vez que le muestro la ciudad a mis amigos, casi me siento como un turista al cual yo mismo le estoy mostrando la ciudad.

Cuando piensa en estos años, ¿hay algo que le dé una satisfacción particular?

Lo más satisfactorio es que ha habido un reconocimiento a la labor que uno ha hecho. Hay pequeñas cosas que muestran que la gente todavía se acuerda que uno existe, hace poco, en el departamento de computación de la Universidad inauguraron un auditorio con mi nombre. Eso fue sumamente agradable.

Venezuela es un país en el que me he sentido tan cómodo, me ha permitido hacer tantas cosas, que lo único que puedo decir es que estoy sumamente agradecido. Dudo mucho que en mi propio país hubiera podido tener las oportunidades que tuve aquí.

¿Ha pensado cómo podría haber sido su vida de haberse quedado en Argentina?

Habría sido un físico más de la Comisión de Energía Atómica, posiblemente habría buscado un modo de hacer un doctorado fuera, a lo mejor me hubiera dedicado mucho más a la ciencia, porque aquí me he dedicado a hacer que otros hagan ciencia, pero no tanto yo mismo. La satisfacción principal es que en estos cincuenta años pasé de prácticamente cero a tener un estamento científico respetable. Hay mucha gente que veo que tiene calidad científica acá, y uno ha sido, en parte, responsable de eso.

¿Cómo ve a Venezuela ahora?

Sinceramente la veo mal. No económicamente, pero creo que estamos yendo hacia un Estado muy autoritario. Me preocupan mucho los controles que el Gobierno tiene en todas las instancias que teóricamente deberían ser independientes, como la Asamblea Nacional, la Justicia.

No me preocupa porque me afecte personalmente, sino porque son cosas que le ocurren a la sociedad donde vivo. A veces es muy difícil soportar la presión de lo que ocurre a nuestro alrededor.

¿Cómo ve a Argentina?

Bien, comparada con la situación que pasó hace muy poco tiempo. Tengo la impresión de que, independientemente de Kirchner, de sus posiciones, de las cosas que dice, allá hay condiciones distintas. Allá no hay problemas ni con la Corte Suprema de Justicia, ni con el Congreso, ni con los medios.

¿Tiene nacionalidad venezolana?

Desde 1959. Justo en una época en que se planteó la posibilidad de volver a Argentina, recuerdo una conversación que tuve con mi esposa en la que decidimos que no. Ya teníamos un hijo venezolano, y pedí la nacionalidad, gracias al apoyo que tuve de Luis Manuel Peñalver. Así que, a lo mejor soy más venezolano que usted…

Por dos años…

Fotografía: Vasco Szinetar