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Alemania reunificada: Ossis vs. Wessis

Desde Berlín

muroPor Alfredo Tarre Vivas

Estoy consciente de que llego con un mes de retraso. Ya hace mucho que paró la avalancha de artículos acerca del vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín y yo en nada contribuí a pesar de que desde aquí escribo. La verdad es que mientras la ciudad se preparaba para festejar, yo estaba inmerso en la obra de Philip Roth. No sólo eso me impidió asistir a la ‘fiesta de la libertad’, también tuvo la culpa el Interfilm (Festival Internacional de Cortometrajes de Berlín), que se celebró exactamente ese fin de semana y, tal vez más importante, la verdad es que soy bastante alérgico a ese tipo de celebraciones en las que veo poco más que una cantidad abrumadora de kitsch, politiquería y oportunismo. Medvedev, títere de un sátrapa, celebrando la libertad, el payaso de Sarkozy publicando en Facebook que el mismo nueve de noviembre había puesto su granito de arena destruyendo el muro junto a Alain Jupé aunque dicha información fuese desmentida poco después una vez que se comprobara que al menos su acompañante estaba esa noche en París, las masas celebrando a las personalidades políticas como si fueran estrellas de cine… a mí todo eso me repugna.

Pero no quiero que parezca ni por un segundo que soy de los que ven la reunificación con una mirada escéptica, todo lo contrario. Pocos eventos de la historia reciente me conmueven tanto como la caída del muro. Esas imágenes de los alemanes del este y del oeste eufóricos con sus mandarrias destruyendo el muro que separó durante tanto tiempo a familias y amigos, me llenan los ojos de lágrimas cada vez que las veo. Le pregunté a uno de mis mejores amigos aquí, un berlinés, qué recordaba del nueve de noviembre del ’89 (él tenía, como yo, sólo nueve años) y me contó que la imagen que tiene en su cabeza es la de su madre llorando de alegría durante horas sin parar. Si para todo el mundo fue un día para recordar, para un berlinés tiene que haber sido apoteósico.

No he sentido nunca nada así. Desde que tengo uso de razón, la historia no me ha regalado una sola alegría de esas dimensiones. Nunca he votado por un candidato ganador, no he vivido la llegada de la paz después de una guerra que me afectara directamente ni he visto conflictos de tal envergadura resolverse pacíficamente. Ahora que lo pienso, lo que ha estado más cerca a ese sentimiento de euforia compartida masivamente fue el gol de San Andrés Iniesta en el último minuto del descuento en las semifinales de la Champions, un gol que dejó el camino libre al histórico triplete con el que se hizo el Barça el año pasado. Pero bueno, me imagino que hay que salvar las distancias… El once de abril estuvo cerca. La euforia colectiva me contagió y sobrecogió durante las cuatro horas que marché junto a cientos de miles de personas camino a Miraflores para exigir la renuncia del animal que azota a Venezuela desde hace diez años, un subnormal que el nueve de noviembre no debe haber visto razón alguna para celebrar. Pero el recuerdo de esa enorme marcha se ve opacado por el de los muertos y por la oportunidad peor aprovechada que ha tenido el país en los últimos diez años.

Lo bueno de llegar tarde es que no voy a tener que repetir lo que ya todos han leído mil veces y podré limitarme a algunas observaciones que en mi opinión no son cosa sabida fuera de Alemania.

Nunca antes de haber llegado me había preguntado demasiado acerca de las consecuencias de las reunificación. En mi vida adulta Alemania siempre fue una (sólo la recuerdo dividida en el álbum del mundial del ’86) y la verdad es que tampoco durante los años que pasé en Heidelberg me percaté de que la división fue una herida que todavía tardará en sanar. Sabía que el este seguía siendo más pobre, sabía que el partido de extrema derecha, el NPD, contaba con adeptos principalmente en los llamados Neue Bundesländer (nuevos estados federales), pero no fue hasta llegar a Berlín que me di cuenta de que la división entre las dos sociedades es todavía palpable. Lo que más me impresionó fue la cantidad de prejuicios con los que los berlineses occidentales juzgan a los orientales y vice versa, la relación entre Wessis y Ossis (las palabras vienen de West, Oeste en alemán y Ost, que significa Este). Es a esa mentalidad prejuiciada a la que le quiero dedicar estas líneas.

“Mi primera banana”

Ése es el titular en la portada de la revista de la imagen que escogí, la primera edición después de la caída del muro del Titanic, un semanario satírico que se burla de todo de la manera menos políticamente correcta. Como los más observadores habrán notado, la muchacha tiene un pepino en la mano. Lo que aquí se trata como un chiste, refleja uno de los prejuicios más acentados en la mentalidad de muchos Wessis. Aislados del libre mercado, los alemanes orientales no tenían acceso ni a una milésima parte de los productos que del otro lado del muro estaban al alcance de todos, los cambures, un ejemplo paradigmático. Esto se traslada de manera despectiva a muchas áreas. Los Ossis no se saben vestir, usan peinados pasados de moda, tienen mal gusto en todo sentido.

Los prejuicios no se quedan ahí. Alguna vez escuché a un Wessi decir que nunca pedía carne en los restaurantes de Brandenburgo porque ‘esta gente tiene carne desde hace veinte años, por eso no la saben cocinar.’ Un gran amigo que trabaja en el aeropuerto Tegel (oeste) me cuenta que cada vez que un vuelo se retrasa y tiene que ser desviado a Schönefeld (este), lo que significa que algunos trabajadores tendrán que trasladarse al este, se oyen las quejas: “¡Qué fastidio! ¡Otra vez tener que trabajar con los Ossis!” Cuando mi amigo, que es canario y tal vez por eso libre de prejuicios ajenos, pregunta a qué se debe el desprecio, le responden que los Ossis son flojos e incompetentes. Mi novia, nacida en Berlín Oriental, es decir, una Ossi auténtica, vive en el este de la ciudad, en el barrio de Friedrichshain, uno de los más populares de Berlín, con un porcentaje importante de punks, jóvenes e inmigrantes principalmente europeos. Su apartamento queda en una de las calles más ruidosas de Berlín, un centro de turismo juvenil que reune a todos los aborrecentes etílicos del mundo en pocas cuadras. En alguna ocasión, después de haber pasado la noche en su casa, le comenté a un amigo Wessi que la gritería hasta tempranas horas de la mañana se hacía a veces insoportable. Su comentario fue tan tajante como revelador: “Scheißossis”, Ossis de mierda. Otro amigo me dijo una vez que los Ossis huelen distinto, incluso argumentó esta barbaridad basándose en un tipo de plástico hediondo que se fabricó durante muchos años en el este y que aparentemente se le quedó a la gente impregnado hasta la eternidad. Un olor que además debe transmitirse genéticamente, ya que muchos de los que son blanco de estos insultos nacieron después de la caída del muro. A la esposa de un amigo guaro que da clases en una escuela en Köpenick, una pequeña ciudad en las afueras de Berlín, le sorprende que sus alumnos se consideren ciudadanos de la RFA. A pesar de haber nacido todos una década después de la reunificación, para ella todos son Ossis.

No voy a perder el tiempo refutando estas estupideces. Me gustaría poder aclarar su origen, pero tampoco me siento verdaderamente capacitado. No es secreto que el afán de superioridad lleva al hombre a crear la figura del ‘otro’ y en esta sociedad en la que el recuerdo del nacional socialismo ha prácticamente prohibido discriminar a cualquier persona por raza, religión o color, tal vez el odio ha encontrado via libre si es canalizado hacia los recuperados compatriotas.

Sin embargo, existe una idea formada hacia los Ossis que es harto más compleja no sólo por la gravedad de la acusación sino por su origen. Ese prejuicio lo abordaré después de hablar un poco acerca del otro lado de la moneda.

¿Cómo ven los Ossis a los Wessis?

Materialistas, superficiales, excesivamente individualistas, arrogantes, portadores de los males de la cultura popular estadounidense. Los Ossis se ven a sí mismos más generosos, más solidarios y menos egocéntricos. Mientras escribía este artículo interrogué a mi novia para ver qué le podía sacar a pesar de que la consideraba libre de prejuicios, pero una vez que le di el chance me fue muy útil. En su opinión los valores familiares son más fuertes en el este que en el oeste, la gente, habiendo pasado más trabajo, se mantuvo más unida y hoy en día esta unión se mantiene no sólo por el pasado sino por el presente. El hecho que se les considere ciudadanos de segundo nivel fomenta esa unión. Son clichés menos ofensivos y, en el fondo, a pesar de ser falsos como toda generalización, más comprensibles. Se critican las particularidades supuestamente propias del sistema capitalista, no se critica ni el olor ni la conducta ni las capacidades culinarias. Es todavía más común escuchar críticas al sistema en sí. Así como en Caracas las puertas se podían dejar abiertas cuando reinaba Pérez Jiménez, en el este tampoco existía la inseguridad, no existía el desempleo y, si no te metías en política, todo estaba bien. Estamos hablando de un país que pasó del nazismo al estalinisimo y de ahí progresivamente a un estado menos criminal. Las cosas, dentro de ese contexto, fueron mejorando. Entre Weimar y 1989, los alemanes orientales no conocieron jamás las ventajas de la democracia liberal. Comparado al terror nazi y luego al estalinista, está claro que ladictadura del SED era en los ochenta una leve mejoría. Eso tal vez explica que algunos ciudadanos pasen por alto la persecución a los opositores, la tortura y los ‘suicidios’ de muchos que se atrevieron a ser críticos. No justifico esa posición, sólo trato de ponerla en contexto.

Volvamos a ese prejuicio más complejo del que hablé dos párrafos atrás sin nombrarlo: muchos Wessis piensan que los Ossis son nazis.

Ni el más bárbaro se atrevería a decir que todo los alemanes orientales son nazis, pero el hecho que el NPD cuenta con la gran mayoría de su electorado en los Neue Länder es innegable. Desde 1990, en prácticamente ni un estado federal de la antigua Alemania Occidental han superado los neo-nazis el 1% de los votos, mientras que en los ex-estados orientales suelen estar por encima de esa cifra. En algunos han superado incluso el 5% necesario para poder entrar a las asambleas legislativas (Sajonia y Mecklenburgo Pomerania Oriental en las elecciones del 2004 y 2006 respectivamente). Sin embargo, reporto con felicidad que estos porcentajes parecen ir en caída. Si Sajonia alarmó al país entero en el 2004 dándole el 9,6% de sus votos al NPD, en las elecciones del 2009 bajaron al 5,6%.

No sólo los resultados electorales reflejan el apoyo de un pequeño porcentaje de los Ossis al NPD, también se ve por la cantidad de ataques racistas y la cantidad de skinheads fascistas que se reportan en la ex-Alemenia Oriental. En los casi tres años que pasé en Heidelberg, no vi un solo neo-nazi. Desde que llegué a Berlín he visto unos cuantos y por lo que he visto en documentales, hay ciudades en el este en las que la presencia de los susodichos asusta. Este fenómenos tiene varias explicaciones que mencionaré sin pretender ser exhaustivo. Los Neue Länder siguen siendo los estados más pobres de Alemania, con los índices más altos de desempleo y de descontento. Es sabido que estos factores son caldo de cultivo para partidos populistas y/o extremistas. No sólo el NPD triunfa más en el este que en el oeste, también Die Linke/PDS, partido populista de izquierda, conformado por antiguos miembros del SED y desilusionados (algunos claramente resentidos) provenientes de los partidos de la centro-izquierda, cuenta con el fuerte de su electorado en los ex-estados orientales. El discurso populista de Die Linke/PDS que si bien se situa supuestamente en el otro lado del espectro político del NPD, ha ayudado a reducir los niveles de aprobación de los neo-nazis en el este, lo que tal vez demuestra más el grado de desaprobación que tienen los llamados Volksparteien (partidos populares), la CDU y el SPD, en un porcentaje del electorado del este, que su naturaleza extremista. El discurso de Oskar Lafontaine, ex-ministro socialdemócrata, hoy en día líder de Die Linke, condenando cómo los Fremdarbeiter (trabajadores extranjeros, palabra utilizada por los Nazis en los años treinta) dejan sin empleo a los alemanes, tiene, como es de esperarse, mucho más resonancia en los estados pobres y azotados por el desempleo que en el resto de Alemania. Un discurso asquerosamente populista que ve en Chávez un hermano y que pasa por alto cualquier tipo de violación a los derechos humanos que sea perpetrado en defensa del socialismo y en contra del imperio. Un partido cuya cúpula proveniente del SED colaboró con el Ministerium für Staatssicherheit, la celebérrime STASI y que hoy en día, en tanto que partido de las minorías, va de idealista puro. Un partido por el que, como pueden ver, no tengo ningún tipo de simpatía, pero que sin duda alguna es preferible al NPD.

No sólo la pobreza y el desempleo explican la presencia de la extrema derecha en los Neue Länder. Otro factor influyente es el hecho que según el discurso oficial de la DDR, en la Alemania socialista no podía existir el fascismo. Esa ideología de odio y desprecio no tenía espacio ni posibilidades de desarrollo en una sociedad conformada por el Hombre Nuevo. El fascismo se entendía como degeneración del capitalismo. Por esta razón, no podían existir en Alemania Oriental leyes contra ataques racistas, porque el racismo no existía. Lo mismo con respecto al antisemitismo o al apoyo abierto a Hitler y sus secuaces. ¿Cuál sería la utilidad de estas leyes en una sociedad en la que el fascismo era imposible? Esta ilusión impidió que la sociedad en Alemania Oriental se enfrentara abiertamente a su pasado fascista, tan fascista como el de sus compatriotas del otro lado del muro. Esa postura también impidió que los movimientos neo-nazis se combatieran abiertamente a los ojos de todos los ciudadanos. Dicen algunos historiadores que en materia de ataques violentos, la STASI solía cerrar el ojo derecho. Si los ataques de violencia racista eran reprimidos por los organos de seguridad, eran reprimidos por violentos y jamás por racistas. El racismo, les recuerdo, no existía. Si en Alemania Occidental a algún imbécil se le ocurría subir el brazo y hacer el saludo fascista en público, podía ir preso (hoy en día éste es el caso en todo el país). En los juegos de fútbol en Alemania Oriental, se veía a cientos de jóvenes levantando el brazo cuando entraban sus equipos. La policía no podía ver nada porque algo así no podía ocurrir en la DDR y la población no podía verlo, porque estas imágenes no eran transmitidas por los canales de televisión.

Otro factor que explica en cierta medida los grados de xenofobia en el este es el hecho que esa sociedad dedicada a unir a todos los trabajadores del mundo, a construir la hermandad universal, no veía a los extranjeros con muy buenos ojos. No sólo salir de Alemania era un privilegio otorgado por el estado a unos pocos, sino también la permanencia. En toda Alemania oriental había menos inmigrantes que en Berlín Occidental, y el contacto entre locales y extranjeros estaba estrictamente vigilado. Los extranjeros (trabajadores de países ‘hermanos’ como Cuba, Vietnam, Angola o Mozambique) nunca fueron integrados, vivieron siempre en residencias para extranjeros y se mezclaban con los alemanes sólo en eventos oficiales y en las fábricas bajo reglamentos que debían ser observados. Es decir que en el este la inmigración es un fenómeno que existe desde hace sólo veinte años.

Es un hecho que hay más intolerancia en el este, pero no hay razón para pensar que como lo hicieron sus compatriotas en el oeste, los ciudadanos del este no puedan cambiar.

Para finalizar me gustaría decir que la reunificación tomará tiempo. Lo que no significa que no debamos celebrar el aniversario de su comienzo a los cuatro vientos. Me siento afortunado por poder ser testigo de este proceso y en cierta forma partícipe, como berlinés adoptivo, del nuevo reto, el de enfrentarse a la estupidez de los prejuicios. Esto tomará mucho tiempo, pero que la batuta de las celebraciones la haya llevado una Ossi elegida por la mayoría de la Alemania reunificada, tiene que verse como un gran avance.