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Diario: Hard to die

Caracas.

Si algo he aprendido del actual proceso político venezolano, es algo que habla de mi congénita falta de perspicacia. Me consuelo pensando, consuelo de tontos, después de todo, que Jürgen Habermas confesó no haber contemplado nunca la eventual caída del Muro de Berlín. Me refiero a que las ideologías, como la burguesía, de las cuales apenas es una, son inmortales. En la universidad de Columbia frecuenté las clases de un sociólogo británico que se refería a este asunto. Después de los escritos de Teodoro Petkoff y Miguel Ron Pedrique, aquello no tenía porqué sorprenderme, pero escucharlo en el seno de la academia norteamericana tenía algo de definitivo.

Se trataba de algo así como de reconocer, de manera oficial, el fin de la falsa conciencia. Otro profesor, humildemente, habría de sentenciar el fin de la historia y, bueno, todo estaba listo para un nuevo comienzo. Y la vida nos daba otro chance de protagonizarla, de una manera menos desacertada, a nosotros los “soixanthuitards”, como diría el querido Fernando Rodríguez, la mejor inteligencia de esa generación. Atrás quedaban los totalitarismos de todo tinte, y ya podíamos aliviar los estantes, ocupados por los volúmenes de Marx y sus acólitos en las detestables versiones de Wenceslao Roses. La Estética de Lukàcs, el libro más “pesado” desde Gutenberg, y el Asalto a la razón, con ese verde dudoso, por fin iban a conocer el destino que merecían, en una caja de cartón de supermercado. Apenas El alma y las formas era digno de estar, carátula con carátula, con los libros de Mann y Broch. Escribo este par de líneas apresuradas después de tropezarme, en el atiborrado piso de mi biblioteca, con el improbable El modo de producción asiático, al cual había acudido hace unas semanas para tratar de entender algo sobre lo cual el buen Marx no era de mayor ayuda. Ahora ando tratando de recordar dónde diablos dejé las cajas con los otros libros de Marx y sus discípulos. Las ideologías, he aprendido tarde, no mueren, como la burguesía. Pero eso no es lo peor, lo peor es que no cambian. La burguesía sí.