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“Terroristas” de novelas; por Óscar Collazos

 

John le CarréPor Óscar Collazos

Heinrich Böll (Premio Nobel de Literatura 1972) publicó en 1974 su novela ‘El honor perdido’ de Katharina Blum. Treinta y cinco años más tarde, John Le Carré salió nuevamente airoso de la esterilidad literaria en que pudo haberlo dejado el final de la guerra fría y publicó ‘El hombre más buscado’. Es posible que “el hombre bueno de Colonia” -como llamó a Böll alguno de sus críticos- admirara las novelas de espionaje e intriga del británico y este le correspondiera admirando a su vez al inmenso novelista cuya obra se extendió al mundo a partir de ‘Opiniones de un payaso’.

No son escritores parecidos, pero se encuentran en la implacable crítica que hacen desde sus libros a los excesos y crímenes del Estado. Los treinta y cinco años que separan la publicación de estas dos novelas prueban que, a menudo, el poder de ese Estado no está hecho para proteger a los ciudadanos de las injusticias, sino para volverlos sus víctimas. Ambas novelas se inscriben, en distintos momentos de la historia contemporánea, en los métodos adoptados para combatir al terrorismo.

“Estoy furioso en parte porque hay muy poca ira a mi alrededor al ver lo que se está haciendo a nuestra sociedad, supuestamente para protegerla”, escribió Le Carré al publicar ‘El hombre más buscado’. Su furia está detrás de la trama de esta última novela, en la que agencias de seguridad y espionaje occidentales convierten en víctima al hijo inocente y atribulado de una mujer chechena y un oficial ruso. Estamos en el Hamburgo de hoy, en medio del delirio paranoico de las guerras preventivas emprendidas por los aliados de Estados Unidos a partir de los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001.

No era otra la “furia” de Böll cuando concibió el personaje de Katharina, víctima por partida doble del clima antiterrorista que desencadenó el gobierno alemán de los años 70 ante los crímenes de la banda Baader-Meinhof, y del periodismo sensacionalista que le hizo eco en su despreciable tarea de vender escándalos e injusticias.

Los personajes de Böll y Le Carré son humildes y, por lo humildes, víctimas desprotegidas del diabólico mecanismo desatado por agencias del Estado en sus métodos “antiterroristas.” Tanto Katharina (cuyo único pecado es el haber tenido una aventura amorosa de carnaval con un individuo disfrazado de árabe) como el islamista Issa son chivos expiatorios de ese delirio: se les fabrican pruebas en su contra, se los conduce a la paulatina desintegración de sus vidas.

Por último, triunfa la razón de Estado: estos inocentes no eran en realidad los peligrosos terroristas que se hizo de ellos, sino fichas que “probaban” la existencia de un complot contra la sociedad y, por lo mismo, la eficacia de los métodos adoptados para conjurar la amenaza.

Katharina, humillada públicamente por el periodismo sensacionalista que le hace el juego al delirio antiterrorista, acaba matando al “periodista” que la ha destruido. Su crimen es el último acto desesperado de justicia en una mujer abrumada por las injusticias. Issa, en cambio, se convertirá sin saberlo en el “terrorista” islámico que las agencias de seguridad han querido hacer de él. Es preciso eliminarlo y neutralizar a sus cómplices occidentales.

¿Por qué recuerdo estas dos novelas? Lo monstruoso en ambas historias es que el grueso de la sociedad, manipulada por la propaganda y chantajeada por el miedo inculcado desde el Estado, acepta y celebra las “soluciones” que le ofrecen. Las injusticias y crímenes que se cometen en la sombra son platos de un siniestro menú cocinado con el fuego de la mentira.

Imagen: John le Carré

Fuente: El Tiempo