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Diario: eclipses y reflexiones

Confieso que, hace, una decena larga de años, me sorprendió el avance de los niveles de popularidad del actual mandatario, durante la primera de sus campañas electorales. Una imperdonable miopía me cegó a las pulsiones mesiánicas de la mayoría de los venezolanos. Una mayoría variopinta, como todas, que abarcaba vastos sectores de las clases tradicionalmente marginadas por un sistema que colapsaba y que, en su inadvertida enfermedad terminal, había entendido el problema como un mal necesario. Algo así como una fatalidad, algo inevitable e inherente a la edad del sistema democrático, prematuramente acosada por achaques de la tercera edad, cuando ni siquiera estaba en la segunda.

El mensaje redentorista de un teniente-coronel, ahíto de lecturas apresuradas, encontró el caldo de cultivo más propicio para su desarrollo. Las olvidadas clases populares eran ese agar glucosado donde las bacterias se desarrollan a sus anchas. La enriquecida sustancia estaba allí, en su recipiente, esperando el estreptococo que lo aprovechara para extenderse por toda la superficie. A este encuentro, hasta cierto punto fortuito, se sumó el criminal descuido de los encargados de advertir el crecimiento bacteriano y detenerlo. Me refiero al resentido componente de las clases medias, que se cruzó de brazos y, complacido, estimuló el crecimiento del peligroso microorganismo. Se instauró una suerte de frenesí, al cual se iban a sumar insensatos representantes de las clases privilegiadas que hoy pagan su ligereza con el exilio o el terror a perderlo todo. Lo cual siempre es grave, pero que cuando se trata de una clase cuya esencia es poseer, asume patéticas proporciones.

Digo que me sorprendió aquella popularidad, pero no la naturaleza de aquel desarrollo. Desde el principio percibí el carácter maligno del fenómeno. Con un grupo minúsculo de amigos intelectuales, participé en la publicación, en fecha tan temprana como 1998, de un manifiesto donde llamábamos la atención sobre la incipiente amenaza. Las repercusiones del gesto fueron las de siempre. Nadie lo leyó o nadie lo tomó en cuenta. En conversaciones privadas, llamé la atención sobre lo que me resultaba claro, esto es, el carácter fascista de una propuesta que se había dado a conocer a través de un violento y fallido golpe de estado. No había que ser un Isaías, para darse cuenta del tinte totalitario de una propuesta surgida de la violencia cuartelaria. Me equivoqué, lo reconozco, sobre las dimensiones del desarrollo bacteriano, pero no sobre su naturaleza maligna.

Reflexiono sobre esto en un momento crucial de la historia de Venezuela a comienzos del menguado, para nosotros que creemos en la libertad, siglo XXI. El fin de semana que apenas comienza es el más inquietante. Durante los próximos días, presionado por su propia torpeza, el mandatario tiene que tomar una decisión. O continúa con el ambiguo proyecto que lo ha llevado al preocupante y agudo desgaste. O asume, de una vez por todas, el trágico camino del totalitarismo sistémico. Lo que parece claro, es que ninguna de las dos alternativas le asegura el poder durante mucho tiempo. El eclipse, como nos dicen los astrónomos, es un fenómeno irreversible. Sólo pido, esta vez, no ser tan miope y presentir, con más acierto, lo que ha de suceder en Venezuela cuando la claridad regrese.