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Diario: Camus, estado de sitio y toque de queda

2.25am

Un sueño incómodo, algo con un reloj de pulsera que se negaba a seguir funcionando, y el haberme acostado muy temprano, se han conjugado para que no siga durmiendo. Lo primero que se me ocurre tampoco es muy tranquilizador. Pienso en la obra de teatro de Camus, EL ESTADO DE SITIO, la cual leí, por primera y única vez, en 1966, cuando participé en las actividades del teatro universitario durante mis años de estudiante de medicina y, según recuerdo, no fue mucho lo que me impresionó, no tanto, en todo caso, como CALIGULA o EL MALENTENDIDO.

El estreno de la pieza de Camus se efectuó en el teatro Marigny, el 27 de octubre de 1948, con la colaboración de los mejores talentos. La música era de Arthur Honegger; Balthus se encargó del vestuario y la escenografía; la dirección estuvo a cargo de Jean-Louis Barrault y entre los actores se contaban el mismo Barrault, Madelaine Renaud, Maria Casares y Marcel Marceau. No obstante el depliegue de talento y sensibilidad, el espectáculo fue un fracaso de crítica y público. Tal vez la causa de la debacle debamos atribuirla a la misma naturaleza del proyecto. O muy ingenuo o demasiado ambicioso. Dice el autor en el prefacio: “No se trata de una pieza con una estructura tradicional sino de algo cuya ambición manifiesta es la de combinar todas las formas de expresión dramática, desde el monólogo lírico, hasta el teatro colectivo, pasando por la pantomima, el simple diálogo, la farsa y los coros”. Nada más, nada menos. El resultado es una obra larga y pesada, una mezcla del peor Eurípides, con autosacramental, la retórica de Claudel y un poco del Camus de LA PESTE. No son escasos los parlamentos notables, en especial los que hablan de las reiteradas preocupaciones del autor: la libertad, la tiranía, la muerte, el amor y la fe en la luz del Mediterráneo como cura para los males del espíritu en Occidente.

El nombre del drama de Camus, lo he relacionado a estas horas, de manera casi inconsciente, con Venezuela. No trato de sugerir que vivamos en un estado de sitio. Una situación paranormal que, en sus orígenes, implicaba la imposibilidad de los habitantes de abandonar, un lugar determinado, una ciudad por ejemplo. La literatura occidental comienza cantando y contando un sitio, el sitio de los sitios, el sitio de Troya. El de la ciudad de Príamo fue impuesto por la pretensión griega de tomar la urbe, lo cual consiguieron con mentidos medios. El derecho moderno reconoce a las autoridades la potestad de declarar el estado de sitio, “cuando se produzca o amenace producirse una insurrección o acto de fuerza contra la soberanía o independencia”. el estado de sitio de Camus es producido por la llegada de la peste a la ciudad de Cádiz, la cual habrá de retirarse gracias al empuje, cada vez más fuerte, de los vientos llegado de mar. Pero, para muchos, cuando en Latinoamérica se habla de estado de sitio, se piensa en el parapeto jurídico que pretendió legitimar la desaparición de decenas de miles de argentinos durante los largos años de la dictadura militar.

3.40 am

Estas horas, que son las del lobo, según Bergman, son las más imprecisas. La noción del tiempo parece borrarse y su paso es imperceptible o importa menos. En este momento, hora y media después de haberme puesto a trabajar, es que vuelvo a mirar el reloj, no muy convencido de que haya pasado tanto tiempo o tan poco. Decido dejar de escribir y distraerme con las versiones digitales de The Guardian, Financial Times, Le Monde, The New York Times y El País).

4.45am

Como quiera que sea, debemos entender siempre el estado de sitio como una amenaza, el último recurso de la tiranía para mantenerse en el poder. Lo que ocurrió en Argentina es una oportuna, aunque odiosa, advertencia. Otra expresión que despierta las peores resonancias es la de “toque de queda”. No debe haber latinoamericano adulto que no esté familiarizado con la funesta experiencia. La primera vez que escuché la frase fue durante la caída de Pérez Jiménez. Pero la experiencia más aterradora la viví en Buenos Aires, al día siguiente de la llamada “Matanza de Trelew”, cuando el ejército tomó las calles de la dilatada ciudad y prohibió la circulación después de las primeras horas de la noche. La atmósfera era la más siniestra, una noche coagulada que, en su espesor macbethiano, prefiguraba el terror que vendría después. A poco del amanecer de este primer sábado de diciembre, todavía me pregunto porqué se me vinieron a la cabeza tan siniestros pensamientos. Mejor un poco de aire de la mar salada para conjugar y ahogar estos fantasmas de la hora del lobo.