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Hay dos grandes Herbert en la historia de la poesía europea. El primero es George Herbert, uno de los grandes líricos de la poesía británica del XVII, un siglo abundoso en voces que cantaban los avatares de un tiempo indigente, que era el de las guerras entre protestantes y católicos que, durante un siglo, hicieron de Europa un campo de horrores, el propio “siglo de hierro” de Cervantes. La Noche de San Bartolomé fue apenas uno de los episodios más conocidos. Herbert fue contemporáneo de Lope y Quevedo, de Marino y Racine. En su país le tocó compartir el brumoso cielo y los campos verdes con Shakespeare, Marlowe o John Donne. Murió un 1º de marzo, el de 1633 y no contaba más de cuarenta. Izaac Walton es su biógrafo, como de casi todos los escritores notables de su tiempo. Fue un poeta religioso Herbert, uno de los pocos que ha triunfado en este difícil menester de cantar las glorias del creador y su iglesia. San Juan de la Cruz, fuera de contexto, es más erótico que religioso: “A dónde te escondiste amado/y me dejaste con gemido”. En ocasiones parece el español tan religioso como el Bernini de “El éxtasis de Santa Teresa”, en santa Maria della Vittoria.
El otro Herbert es Zbigniew, nacido en tierras que una vez fueron polacas en 1924. Escribí, en otra parte, y hace más de diez años, algunas notas sobre este Herbert, y lo hice para acompañar varias versiones de sus poemas traducidos del inglés. Que es lo que voy a hacer ahora a partir del cuidadoso trabajo de Alissa Valles, encargada de la edición anglosajona de la poesía completa del polaco. No es improbable que el segundo Herbert haya sido familia del primero, porque los Herbert polacos descienden del abuelo del poeta que emigró a Polonia desde Inglaterra a mediados del XIX. “Revelación” es un poema epifánico, el protagonista ha recibido una revelación en medio de la quietud y el silencio y, como ocurre con las revelaciones y los oráculos, su significado último es escurridizo, por decir lo menos. Herbert se cuida del patetismo de toda revelación, religiosa o no, con la fina ironía que es uno de los mejores atributos de su lirismo.
REVELACION
Dos tal vez tres
veces
estuve seguro
de que iba a llegar a la esencia
y entendería
la trama de mi fórmula
hecha de alusiones como en Fedón
pero con el rigor
de la ecuación de Heisenberg
Estaba sentado
con ojos llorosos
con mi columna
llena de tranquila certeza
la tierra no se movía
el cielo tampoco
y mi quietud
era casi perfecta
el portero tocó
tuve que botar el agua sucia
y preparar té
Shiva alzó el dedo
el mobiliario del cielo y la tierra
comenzó a girar
Regresé a mi habitación
donde hay una paz perfecta
la idea es la de un vaso
derramado sobre la mesa
Me senté inmóvil
con ojos llorosos
llenos de vacío
de deseo p .e.
Si me vuelve a ocurrir
no haré caso al portero
ni al llamado de los ángeles
Me sentaré
inmóvil
los ojos fijos
en el corazón de las cosas
una estrella muerta
una negra gota de infinito
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