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Il boccon divino: “Pepe Carvallo en Casa Leopoldo”

leopConocí a Pepe Carvallo hará cosa de unos quince años en el apartamento de su amigo venezolano Ben Ami Fihman en Place des Voges. El detective catalán de origen gallego estaba por unos días en París investigando el turbio origen de los dineros de un financista que había acumulado una fortuna en las postrimerías de la dictadura franquista. Algo relacionado con el lavado de dinero y la trata de blancas provenientes de Europa oriental. “Ah, usted me puede ayudar”, me dijo cuando me presentaron como asesor financiero. “Es impenetrable, por necia, claro, la mentalidad francesa. Al final, el Descartes fue más un castigo que una bendición, tanta racionalidad para nada. Algo insufrible.” “Sí”, le conteste solidariamente, “ça, c’est la rationalité au service de l’estupidité”. “Exacto, me gusta eso, la racionalidad al servicio de la estupidez, pero suena mejor en francés, la rationlité au service de l’estupidité”.

Y continuó hablando mal de los franceses, de su chovinismo, de su arrogancia. “Hoy a mediodía una francesa, de esas mitad lesbiana y mitad frígidas que enjugaba su moribunda líbido con un espresso marchito en un café de Saint-Germain, se puso furiosa porque tomé prestado su celular para llamar a Barcelona, una llamada corta a Biscooter, para que me enviara unos papeles. Una chocante, como sólo pueden serlo las parisinas”. De alguna manera pude ayudar a Carvallo en sus pesquisas y quedamos en encontrarnos en Barcelona la primavera siguiente.

En la ciudad condal me hospedé en el recién inaugurado y flamante Hotel Arts el 16 de abril, día de san Jordi, patrón de la ciudad. Nos citamos en la Plaza Mayor para luego ir a almorzar. Con puntualidad inglesa, se presentó flanqueado por el famoso Biscooter, una especie de factotum y Sancho Panza, que había conocido durante una de sus prisiones y una mujer alta y rubia, imponente, se podría decir. “Esta es Chalo, por desgracia no se puede quedar con nosotros porque tiene compromisos con unas niñas huérfanas con las cuales desempeña el papel de madre superiora”. “Qué lástima”, fue lo único que alcancé a decir. “El buen Biscooter a accedido voluntarimente ha regalar su hora de almuerzo para acompañarla en esas diligencias”. A decir verdad, no me pareció muy voluntaria la decisión del pobre hombre. “Vamos hacia las ramblas y bajamos hasta nuestra primera parada a por unas tapas. Luego vamos a otro restaurante a comer en serio”. Y caminamos por una abarrotada rambla llena de puestos de libros y periódicos hasta llegar a un restaurant en lo que se conoce como el gheto. Apenas entramos, se nos acercó lo que a todas luces era el dueño: “Hola, Ramón, te presento a monsieur Freddy Point, uno de los pocos parísinos que vale la pena, entre los vivos, porque muertos hay muchos… “Ecantado, Ramón Parellada”. Nos sentamos en una mesa del fondo este antiguo restaurante a donde habíamos ido sólo para hacer estómago y para conocer al dueño del establecimiento. Con media botela de Coto de Imaz 1990, dimos cuenta de uno de los mejores panes entomatados de la ciudad y un revuelto de ajos tiernos. “Vamos ahora a comer de verdad”, dijo en tono que sonó como amenza mi amigo detective, que fuera líder de la izquierda estudiantil antifranqusta, irreverente soixanthuitard, blasfemo coronado con varias expulsiones y que ahora profesaba un escepticismo amargado y doloroso, pero que, tal vez porque era el día del santo patrono de la ciudad, se mostraba de muy buen humor, “Ayer no comí más que un par de anchoas y un pedazo de pan. Tengo en las manos el caso de una herencia y todo parece indicar que la hija, casada con un hebreo sefardita de Jerusalén, decidió apresurar la muerte de su querido padre, una suerte de Cordelia al revés.” Después de atravesar la congestionada y enferiada ciudad llegamos al otro lado de Barcelona, un barrio que no me pareció especialmente turístico. “Casa Leopoldo es una institución gastronómica, una de las pocas serias que se mantiene después de la llegada de la nouvelle cuisisne a estas tierras benditas”. No tengo espacio para los detalles, de modo que me limitaré a reproducir los platos de acuerdo a la factura por 87.299 pesetas (algo así como 520 euros que guardo como recuerdo de aquella gesta pantagruélica que casi me vale una habitación permanente en el cementerio de Montprnasse.

½ ración de pan con tomate

1 filetes de anchoa

1 setas con butifarra

1 tripa “cap i pota”

1 reahogado de cigalitas

1 navajas

1 espardenyes

1 plancha calamar

1 merluza a la plancha

2 pulpitos

1 carpaccio de bacalao

1 puré de garbanzos

1/2 feijoada aioli

1 crema catalana

1 tortell de hojaldre

todo enjugado con

1 Monopole 1997

1 Viña Ardanza Reserva 1983

1 Pesquera Reserva 1985

1 Vega Sicilia 1960

Fue lo último que vi de Barcelona, lo demás se limitó a las cuatro paredes de mi habitación en el Arts, donde me mantuve horizontal, sin ingerir bocado, como una boa constrictora después de engullir un ciervo, durante las siguientes cuarenta y ocho horas. A su debida oportunidad, tuve ocasión de vengarme de mi amigo detective con una invitación a L’ami Louis, de París, antes de que se convirtiera en sitio de encuentro del “nouveau richisme” de los viajeros de un país socialistamente tropical.