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Dos políticos que definieron la guerra fría: Nitze y Keenan

hawkPor Mark Atwood Lawrence

NY Times

Para la mayoría de los norteamericanos, el final de la guerra fría trajo alivio, y se pudiera decir que hasta alegría. Con el desmoronamiento, en 1989, del bloque oriental, más de cuatro décadas de ansiedad parecían llegar a su fin. Sorprendentemente, una de las voces discordantes vino de George Kennan, el antiguo diplomático de los Estados Unidos que diseñó la política de “contención”, considerada ampliamente responsable del triunfo de occidente. “Creo que hubiese ocurrido antes” se lamentó Kennan, menos de un mes después de que los alemanes empezaron a abrirle huecos al muro de Berlín, “si no hubiésemos insistido en militarizar la rivalidad”.

Kennan no especifica quien fue responsable de hacer la guerra fría más larga y más peligrosa de lo que hacía falta. Pero Paul Nitze, un colega del Departamento de Estado que ayudó a moldear la política exterior, desde Roosevelt hasta el primer Bush, seguramente figuraba muy arriba en la lista de los culpables.

Fue Nitze, después de todo, quien peleó con más insistencia por el fortalecimiento del poder militar norteamericano. Y frecuentemente fue Nitze quien siguió a la carga, para asegurar que Washington siguiera aumentando su arsenal. Mirando atrás, hacia 1995, su apreciación sobre el manejo de la guerra fría por parte de los norteamericanos, no estaba tan distante de la de Keenan. “He llegado a la conclusión que lo hicimos bastante bien”, alardeó.

¿Quién tenía razón? Acaso los Estados Unidos le puso mucho énfasis a la preparación militar, antagonizando innecesariamente a los soviéticos, mientras garantizaban que la rivalidad este-oeste se jugara en la única arena donde Moscú podía competir? ¿O los norteamericanos actuaron con sensatez en respuesta al peligro claro y presente de la agresión soviética?

En su absorbente, aunque no siempre satisfactoria biografía dual de Nitze y Keenan, “The Hawk and the Dove,” Nicholas Thompson insiste en que ambos hombres tenían puntos validos.

“Cada uno estaba profundamente en lo correcto en algunos momentos y profundamente errado en otros” asevera Thompson de estos dos hombres con largas y entretejidas carreras como estadistas, hacedores de políticas e intelectuales públicos. Ambos hombres “jalaban en direcciones contrarias” pero “se complementaban”, y Thompson sugiere que contribuyeron de manera clara en la victoria de los Estados Unidos en la guerra fría. Hasta lograron quedar como amigos a pesar de sus diferencias.

Thompson, editor de la revista Wired, se dio a la tarea de hacer este libro, en parte, por razones personales. Por ser uno de los 11 nietos de Nitze, gozó de acceso privilegiado a los papeles de su abuelo, y del mismo Nitze, antes de su muerte en 2004. Thompson tuvo motivos evidentes para resaltar a una figura de gran influencia que nunca llegó a ser conocido por la gente común, sino sólo por los círculos políticos.

Sin embargo, este libro no es meramente un tributo al patriarca familiar. Por el contrario, Thompson trata a ambos sujetos de manera crítica, y a veces dura, y relata sus vidas con un propósito más amplio: el de ilustrar los debates centrales que movían la política norteamericana. Thompson logra, exitosamente, mezclar la biografía con la historia intelectual, pintando retratos coloridos de hombres complicados, que personificaban corrientes conflictivas del pensamiento norteamericano sobre la política exterior.

Kennan ascendió a la luz pública en 1946, cuando la presidencia de Truman quería, urgentemente, entender las razones para la hostilidad de los soviéticos ante occidente. En su rol de diplomático norteamericano de mayor relevancia en la Embajada de Moscú, Keenan ofrecía respuestas elocuentes y sólidamente argumentadas.

La beligerancia soviética emergió de una mezcla de ideología marxista y deseo de poder anticuado, decía. Luego propuso que Washington adoptara una política de no confrontación directa con Moscú sino de frustración, oponiéndose a los comunistas cuando amenazaran con expandir sus influencias más allá de sus fronteras. En el largo plazo, predijo Kennan, la frustración constante lograría que el sistema soviético se ablandara y colapsara.

Así nació la política de la contención, que se convirtió en la piedra fundamental de la seguridad nacional por el resto de la guerra fría. El entusiasmo hacia sus ideas catapultaron a Kennan al estrado público, y le asignaron el trabajo de jefe del Departamento de Planificación Política del Departamento de Estado, el grupo responsable de crear las ideas sobre los amplios contornos de la diplomacia norteamericana. De hecho, los logros de Kennan abrieron el camino para una carrera diversa: como embajador ante Moscú y Belgrado, asesor al gobierno, escritor de memorias, profesor de historia rusa y ganador de un premio Pulitzer.

Pero, como subraya Thompson, aceptar la contención también trajo decepciones que atormentaron a Kennan hasta su muerte, en 2005. Kennan creía que la Unión Soviética, por más repugnante que fuera, no era una amenaza militar para occidente, e insistió que los Estados Unidos se afincara en medios económicos y políticos para resistir la expansión del comunismo. Otros oficiales, sobre todo Nitze, quien sucedió a Kennan como jefe de planificación política, veía las cosas de otra manera, especialmente tras la guerra de Corea en 1950. Subsecuentemente, Kennan vio con tristeza como los Estados Unidos invirtió enormes recursos en armamento y bases militares.

Tomando una visión más oscura de las intenciones soviéticas, Nitze abogó incansablemente para que los Estados Unidos mantuviera suficiente equipo militar capaz de desviar un ataque o, en el peor de los casos, ganar una guerra. “Nitze se convirtió” dice Thompson, “en una especie de entrenador de una carrera de nunca acabar, exhortando al atleta a correr más rápido cada vez que completara una vuelta, bien sea adelante o atrás”. A principios de los 50 eso significaba seguir apoyando el desarrollo de la bomba de hidrógeno. En los años 60, tan llenos de crisis, significaba expandir el arsenal para contrarrestar los avances del armamento soviético. Al terminar la guerra de Vietnam, significaba sonar la alarma sobre la pasividad Norteamericana.

Lo mejor de Thompson es cuando logra conectar sus posturas a la personalidad de sus sujetos. La cautela de Kennan ante las opciones militares nacía de un pesimismo profundo hacia la capacidad tecnológica para resolver problemas humanos, y la duda sobre la capacidad de sus compatriotas norteamericanos para usar el poder sabiamente. Las preferencias políticas de Nitze fluían de una visión mucho más rosada, una característica que Thompson atribuye, en parte, a una infancia mucho más feliz que la de Kennan. Nitze tenía fe, sin límites, en el progreso material y confianza en la habilidad de los norteamericanos para lograr cambios efectivos en el extranjero.

Thompson flaquea en algunos de sus intentos por alejarse del rico detalle y concluir las cosas. Curiosamente, las etiquetas “halcón” y “paloma” no encierran particularmente bien, las diferencias clave entre Nitze y Kennan. A pesar de que Kennan le temía a las armas nucleares, no fue una paloma al momento de evaluar a la Rusia estalinista de los años 40. Por su parte, el comportamiento de Nitze a veces no tenía nada de halcón. Como Kennan, estaba opuesto a la intervención de los Estados Unidos en Vietnam, y en 1982 dejó estupefactos a sus colegas cuando estuvo tentativamente de acuerdo con su contraparte soviética, en eliminar categorías enteras de armas nucleares, un acuerdo tan ‘de paloma’ para el momento, que rápidamente fue rechazado tanto por Washington como por Moscú. Mejores etiquetas serían el de “realista” a “internacionalista liberal”, que si bien no constituyen un titulo pegajoso, capturan la distinción central entre la insistencia de Kennan sobre las capacidad norteamericana y la visón más optimista de Nitze.

También es difícil aceptar el argumento demasiado cómodo de que los rivales lograron una simbiosis productiva que ayudó a acabar con la guerra fría: Kennan dando la estrategia básica y Nitze ayudando a tomar decisiones tácticas que lograron la victoria. Tal opinión, naturalmente, necesita discutirse estudiando las decisiones que se tomaron del lado soviético. La carrera armamentista ¿provocó a Moscú, como le preocupaba a Kennan, o lo desvió, como mantuvo Nitze? ¿Pudieron los soviéticos responder de manera positiva a una mezcla diferente de políticas norteamericanas? Sin respuestas a estas preguntas, cualquier alegato sobre el impacto de Kennan y Nitze se queda en la especulación.

Mark Atwood Lawrence es profesor de historia en University of Texas de Austin. Su libro reciente es “The Vietnam War: A Concise International History.”

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THE HAWK AND THE DOVE

Paul Nitze, George Kennan, and the History of the Cold War

Nicholas Thompson

Ilustratedo. 403 pp. Henry Holt & Company. $27.50