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Diario: Buenas y malas razones

Mario BriceñoHay grandes escritores que son conocidos por las peores razones. Como Luis Aragón, cuya militancia en el partido comunista francés, después de desertar del surrealismo, lo inmortalizó entre los seguidores de la portátil izquierda francesa, en su caso, la izquierda pre-mayo 1968. Una mentida forma de reconocimiento, que casi desterró de la memoria de los hombres un libro de tan rara modernidad como LE PAYSAN DE PARIS, verdadera prefiguración de los inconclusos PASSAGEN de Benjamín. En Venezuela, en esto días, estamos asistiendo al retorcido empeño de algunos infelices en acomodar retorcidas razones para tratar de desmontar el prestigio de algunos supuestos miembros “avant la lettre” de la oposición al régimen “revolucionario”. Como ha pretendido hacer el oscuro alcalde de una ciudad andina, más comisario que alcalde, uno de esos machetudos personajes de algún cuadro de Poleo, con Mario Briceño Iragorry. Cuyo nombre ha sido borrado de la biblioteca municipal, con el lamentable argumento según el cual el brillante estadista habría servido en la burocracia gomecista.

No debería hablar de mecates en la casa de tantos ahorcados el ilustre alcalde. Y más bien recordar que toda la burocracia cultural de esta administración le rindió pleitesía, recibió premios, aceptó becas, fue reiteradamente reconocida y a veces enriquecida, por las repudiadas administraciones anteriores. De acuerdo con la serena oligofrenia de nuestro funcionario, Briceño debería ser inmortalizado por las peores razones. Y que a nadie importe que haya sido uno de los pensadores más atentos de aquella Venezuela, tan ayuna de talento y grandeza, como la que pretenden las autoridades municipales de la ciudad andina.

Pero son muchos los escritores, venezolanos o no, que son reconocidos por equívocas razones. Me parece que Carl Schmitt es uno de ellos. Algunos de sus estudios, los más breves y accesibles, han sido puestos al servicio de los más oscuros intereses. De la manera menos obvia, han servido a los cortesanos de izquierda y de derecha para justificar los despropósitos del líder. Todo pensamiento totalitario, desde Mugabe hasta W. Bush, ha contado con la inspiración de un Schmitt desfigurado. Pero el visionario amigo de Jünger y Heidegger, el maestro de Leo Strauss, debería ser, y seguramente lo será, reconocido por las mejores razones. Como que fue el más grande constitucionalista de su tiempo, aun antes de Adolf, y que nos dejó libros de rara belleza, como su ensayo sobre Hamlet, sus intuiciones sobre el romanticismo en Alemania o su relación de las encontradas experiencias del mar y la tierra. Aunque todos bien traducidos al castellano, su fortuna no ha sido tan risueña como la de Lukàcs, el siniestro profeta del pensamiento totalitario de izquierda.