Por primera vez en el proyecto “Semanario”, que consiste en traducir y comentar un poema cada semana para este diario literario, he escogido un texto del siglo XIX, tal vez estimulado por mis clases sobre el romanticismo en Inglaterra en la universidad. Percy (Percyval) Bysshe Shelley (1792-1822) fue uno de los tres grandes poetas del segundo romanticismo británico. Los otros dos: John Keats y Lord Byron. El que sigue no hubiese garantizado su inmortalidad. Lo he traducido por las circunstancias que estuvieron involucradas en su composición: poco días después moría cubierto por la aguas de la hermosa bahía de Lerici en la costa de Liguria.
VERSOS ESCRITOS EN LA BAHIA DE LERICI
Me abandonó en la hora del silencio,
cuando la luna deja de ascender
sobre el empinado azul del cielo,
y como un adormecido albatros
se mantiene sobre sus alas de luz
en la noche púrpura, antes de buscar su nido
de océano en las moradas de Occidente.
Me abandonó y quedé solo,
pensando en cada nota de música,
silente al oído, pero que el corazón,
encantado, puede escuchar como
si nacieran muertas y gravitaran
sobre el eco de la colina. Sintiendo
siempre, demasiado, ay! el suave
temblor de sus caricias, como
si aún hoy su mano acariciara,
temblorosa, mi rostro. Y, aunque ya ausente,
la memoria, más vívida que cualquier
fantasía, me la regresaba. Su presencia
había adormecido y domado
mis pasiones y sólo vivía en aquel tiempo
que había sido nuestro. Relegados
el pretérito y el porvenir, como si nunca
hubiese sido o han debido ser. Con la partida
del ángel de la guarda, el demonio
se apoderó del trono de mi corazón
adormecido. No me atrevía a expresar
lo que pensaba y, exhausto y agitado,
me senté a observar los barcos sobre
el océano ancho y brillante, cuando
se deslizaban, cual carruajes alados
por espíritus que los condujeran a un elemento
más sereno de cultos lejanos y extraños.
Como si hacia alguna estrella del Elíseo
navegaran los veleros en busca
de una poción para sanar una dolencia
tan dulce y amarga como la mía.
Y el viento, que otorgaba alas a su vuelo,
llegaba, fresco y ligero, de la tierra.
Y el aroma de aladas flores,
la frescura de las horas de rocío
y el suave calor del día, se perdían
en la refulgente bahía. Mientras
el pescador, con su lámpara y arpón,
en medio de los escolios atravesaba
y capturaba peces que habían llegado
a adorar el iluminado engaño.
Felices aquellos a los cuales el placer
apaga los sentidos, el pensamiento
y la culpa que el placer deja, destruyendo
solamente la vida, pero no la paz.
A finales de 1997, en ruta hacia Milán, abandoné la “autostrada” para realizar una corta visita a la costa lígure, la misma que acoge a poblaciones marítimas tan acogedoras y hermosas como Portofino o Santa Margarita Ligure. Pero no habían sido las atracciones topográficas o urbanas las que habían propiciado mi desvío. Quería, en primer lugar, conocer Rapallo, donde había vivido Ezra Pound durante un buen tiempo y donde recibió reiteradas visitas de W.B. Yeats. En segundo lugar, quería asomarme a las aguas sedientas que habían acabado con la vida de Shelley en aquel naufragio del velero “Don Juan”, propiedad del poeta. Una semana antes escribió este poema dedicado a su amante, Jane Williams, la mujer de Edgard Ellesker Williams, su compañero de navegación aquella tarde aciaga del 8 de julio de 1822.