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Diario: Semanario: Lawrence Raab

6.am

Una madrugada adormecida y lluviosa. Hasta los gallos prefirieron quedarse en cama, benditos que no conocen las lumbalgias. Un poco de Paganini en Radio Classique, uno de sus pirotécnicos conciertos para violín, ha terminado por despertarme, después de unos de esos sueños persecutorios tan frecuentes. Mi fisiatra no termina de llegar, más ocupado en bajar su “par” en algún campo de golf español, que de las espaldas de sus pobres pacientes. Sólo aspiro a que, de tanto sacar pelotitas de los hoyos, su espalda esté tan resentida como la mía.

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SEMANARIO

Lawrence Raab 1Independientemente de gran calidad, la poesía norteamericana es la más esquemática. No quiero decir que sea elemental, simple o básica, que es lo contrario, en verdad. Me refiero a que responde en su historia a un esquema binario, vigente desde sus orígenes coloniales, según el cual la poesía es académica o anti-académica. Lo que no se presenta en ningún otro país del mundo occidental. La “Academia”, para los países anglosajones, donde no existen las inútiles academias de la lengua, son las universidades. Una lírica “académica” es la que se incluye para su estudio en los distintos programas. Anti-académica es aquella, como de Ginsberg, pongamos por caso, la cual, hasta hace poco, no era considerada digna de estar en el pensum. Durante la primera mitad del siglo XX, y un poco más, por lo menos hasta 1968, ambas tendencias estaban claramente definidas. T. S. Eliot, con su erudición y brillo, egresado de Harvard con honores era el máximo exponente de esta tendencia y preferido de los profesores de literatura. En la otra orilla, el menos espectacular, Wiliam Carlos Williams, médico de Rutherford, N.J., marginado de todos los centros de enseñanza superior, y hasta inferior. Los acólitos de Eliot, como el mismo Eliot, sostenían el dudoso criterio según el cual la poesía tenía que ser hermética, culta, difícil de entender y adornada con las más recónditas referencias. Una poesía que se entendía a la primera lectura no podía ser buena, pensaban. Mientras que Williams pensaba exactamente lo contrario. Algo así como que la poesía oscura no es buena y por eso es que es oscura. Dos formas de sectarismo, si leemos bien. Los primeros buscaban sus modelos entre lo más hermético de la poesía occidental, desde Dante y Cavalcanti, pasando por John Donne y aterrizando en los predios rarificados del rey de la oscuridad, el querido Stéphane Mallarmé. Los segundos, más “humildes”, se contentaban con remontar sus patrones al menos académico de los poetas, el paisano Walt Whitman, monarca de la claridad. Para estos, los afiliados a WWC (Whitman Williams Club), la lírica era, como sostenía nuestro Machado, cosa cordial, una manera de comunicarse con el vecino, empleando sus mismas palabras. Les hubiese gustado saber, pienso, que Berceo, en la edad media castellana, defendía las mismas intuiciones. El “Semanario” de esta semana es una traducción de un texto de Lawrence Raab (1946), publicado en abril pasado en THE NEW YORKER. Su militancia en el WWC. Está bien expresada en la quinta estrofa: “No ponderous cargo of meaning,/ no meaning at all”.

El poema que no puede ser escrito


es diferente al poema

que no ha sido escrito, o a los muchos

que nunca serán terminados, esos barcos

perdidos en la niebla, a la deriva

en latitudes sin vientos,

los mapas inútiles, el agua perdida.

No hay peligro en el poema

que no puede ser escrito,

ni pesadas cargas de significado,

ni siquiera significado. Y en esto

consiste su esplendor

y se convierte en un emblema,

no de un fracaso o una pérdida,

sino de lo imposible.

Entonces, llega el viento. Las rasgadas velas

se hinchan y el aire es más agradable.

Aparece una isla verde

y todos estamos a salvo.


Con una lograda sencillez y una cotidiana musicalidad (está escrito en versos libres) , que habría sido reconocida por Williams, nuestro poeta aborda las eternas preguntas sin respuesta de la poesía: “¿cómo se hace? ¿para qué se hace? ¿qué es lo que se escribe cuando se escribe?