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Berlín (III)

Desde Berlín

DibujoPor Alfredo Tarre Vivas

Éste debería ser el último artículo acerca del cambio que estamos viendo en Berlín (por ahora) y para mí será sin duda alguna el más importante porque les voy a hablar de mi barrio. Desde hace más de cinco años vivo en Kreuzberg, más específicamente en SO36, y para ser aún más precisos, en el Wrangelkiez (‘Kiez’ quiere decir en teutón algo entre ‘barrio’ y ‘cuadra’, y la Wrangelstraße es la columna vertebral de mi Kiez. Tal vez sería bueno ampliar este paréntesis para dar alguna información general. Los barrios en Berlín son muy extensos. Muchos se dividen en varias zonas y las zonas a su vez en varios Kiez. Kreuzberg se divide en dos grandes sectores, Kreuzberg 61 y SO36. Los números corresponden a los códigos postales anteriores al ’93 y el SO es la abreviación de Südost, Sudeste).

En este Kiez viven casi todos mis amigos, tengo una abuelita adoptiva, un ahijado e incontables conocidos. En cualquiera de los negocios gastronómicos puedo comer fiado, en cualquiera de los cafés puedo dejar mis cosas mientras busco algo en casa, la mayoría de la gente me conoce de nombre y cuando paso un tiempo fuera todos me reciben contentos y algo extrañados por mi ausencia. Para decirlo con un lugar común, me siento en casa. Lo que en el fondo no es sólo un cliché sino una mentira ya que nunca tuve este sentimiento en Caracas, tal vez si me hubiera quedado en Macuto la cosa hubiera sido más parecida. No exagero, la vida de barrio en Berlín da la sensación de vivir en un pueblo, pero en el medio de una gran ciudad, lo que a mí me parece ideal. A pesar de conocer a todo el mundo puedo perderme en caminatas anónimas, puedo sentarme cada día en un café que no conozco, ver gente que nunca he visto, tomar vías desconocidas, hacer de flaneur. Y aunque gran parte del tiempo la pase en mi pueblo, tengo museos, orquestas, bibliotecas y monumentos históricos a poca distancia.

Mi Kiez fue uno de los que más sufrió la división de la ciudad ya que una vez construido el muro sus dos calles principales, la Köpenikerstraße y la Schlesichesstraße se convirtieron en calles ciegas, cerrando el acceso a los barrios de Mitte y Treptow, y además, clausurado el puente (el Oberbaumbrücke) que lo unía a Friedrichshain, los comerciantes de la zona se quedaron sin la gran mayoría de sus clientes. Como si eso fuera poco, una vez que se comenzó a reconstruir Kreuzberg, el Wrangelkiez quedó como zona de espera, es decir, primero se reconstruiría la zona adyacente a Kottbuser Tor (a dos estaciones de metro de distancia) y sólo después se comenzaría aquí, y debido a que ‘reconstrucción’ significaba demolición y nueva construcción, los dueños de los edificios se negaron a hacer cualquier tipo de remodelaciones, lo que era lógico, considerando que los edificios no durarían mucho tiempo en pie. El barrio empobreció considerablemente y la gente que pudo marcharse así lo hizo. Los bajos precios de alquiler atrajeron a la primera generación de trabajadores turcos que recién llegaba a Alemania. El Kiez se convirtió en el más turco de todo Kreuzberg, el barrio más turco de la ciudad.

‘Estambul al borde del Spree’. Ya les conté que así bautizó Goytisolo a mi barrio. Pasó una temporada en Berlín hace unos cuantos años y no hablaba alemán, dramático para un hombre con el hábito de pasar largos ratos conversando con la gente en la calle, un hombre que vive en Marruecos porque prefiere pasar su tiempo hablando con chicos guapos en los cafés que asistiendo a ceremonias con el rey de España. Ésa fue la razón por la que a finales de los sesenta, cuando su barrio en París se volvió turco de la noche a la mañana y ya no entendía ni los letreros de las tiendas ni lo que hablaban sus vecinos, decidió aprender la lengua de los otomanos. La mayoría de la gente se hubiera mudado indignada, este gran escritor decidió aprender la lengua de los ‘invasores’, qué grande… Y por esa razón, al llegar a Berlín sin hablar una palabra de alemán, se mudó a Kreuzberg y se dedicó a escribir su novela mientras hacía vida de barrio sin tener que aprender una lengua más.

Los turcos comenzaron a llegar a Alemania a raíz de un acuerdo de colaboración entre los dos países firmado en 1961. Llegaron en condición de ‘Gastarbeiter’ (‘trabajadores invitados’) y no estaba previsto que se quedaran demasiado tiempo. Hoy en día viven casi dos millones de turcos de tres generaciones en todo el país, en la capital hay casi doscientos mil y la mayoría de ellos vive en Kreuzberg. La integración, según vocifera el discurso oficial, ha sido un fracaso. Hay colegios en el barrio en los que pocos alumnos dominan el alemán, los turcos de tercera generación se siguen sintiendo turcos aunque no hayan pisado nunca Turquía ni puedan hablar su idioma correctamente, en los cafés de turcos sólo hay turcos, las mujeres llevan el velo con más frecuencia aquí que en Konya, una vez al año se reporta algún crimen de ‘honor’, etc… Yo no soy un experto en integración (a estas alturas pensarán que yo no soy experto en nada y tienen toda la razón), pero esos indicadores no me dicen mucho. Mi abuelita adoptiva es turca, mi ahijado, Tunahan, también. Soy su padrino no porque asistí a su bautizo sino porque presencié su circuncisión. Son mis vecinos y una o dos veces a la semana me traen bandejas de comida para la muchacha con la que comparto el apartamento, para Damm (el perro) y para mí; también comemos juntos las suntuosas papas con las que se celebra el fin del Ramadán. Extrañamente, son la única familia turca en mi edificio y la única con la que tengo ese tipo de relación cuasi familiar. Algo me dice que si la integración hubiera sido un éxito como lo entienden las autoridades, todo esto sería distinto.

Pero volvamos al Kiez. Sí, es bastante turco, pero no sólo por eso es especial. Es un barrio de inmigrantes de todas partes del mundo, Alemania incluida. El Caribe está representado permanentemente en todos sus colores e idiomas en el Görlitzerpark. Negros tintos, mulatos y morenos que, en algunos casos, llegan desde la mañana con un reproductor y algunas botellas de ron, juegan fútbol, discuten, entrenan, hacen parrillas y se van cuando los echa el frío o los vienen a buscar sus fúricas esposas que más de una vez se los llevan arrastrados a casa. La pizzería la llevan dos hermanos libaneses que se hacen pasar por italianos, el restaurante chino-tailandés es de un grupo de vietnamitas, mis dos cafés predilectos, Sofia y el Baretto, son, el primero, de una pareja de homosexuales alemanes y un austríaco, Jano, que según me contó cambia de oficio una vez cada diez años (antes de encargarse del Sofia por las mañanas era el encargado de un museo dedicado a un compositor casi olvidado en Salzburgo), y el segundo, conocido como el café de las chicas guapas por razones obvias, es de una pareja ítalo-teutona que prepara el mejor café y los mejores paninis de Berlín. Hay españoles, latinoamericanos de cada rincón del continente, sudaneses, israelíes, marroquíes, gringos, ingleses, franceses y, por supuesto, turcos y alemanes, los locales. Todo en siete u ocho cuadras. El ambiente es relajado: las viejas sacan en verano los sofás a la calle y hablan hasta entrada la madrugada, los hombres fuman narguilez en los cafés y en las aceras, los jóvenes llenan los bares y los cafés, músicos espontáneos de toda clase tocan en las terrazas, los niños dan vueltas a la cuadra en bicicletas y monopatines. La vida es, si me permiten la cursilería, una fiesta.

¿Está todo esto también a punto de desaparecer?

Todo parece indicar que el peligro es inminente. La ciudad ya vendió todos los espacios libres que bordean el río y algunos edificios que hasta hace poco albergaban talleres, clubs pseudo legales y bares improvisados, y aunque el 95% de los habitantes de todo el distrito se pronunció en contra del nuevo proyecto en un referendum histórico por los niveles de participación y la magnitud del rechazo y se ha manifestado el decontento a través de numerosas y multitudinarias manifestaciones, costaría ciento sesenta millones de euros echarse para atrás. El proyecto, conocido como Mediaspree, afecta principalmente a los barrios de Kreuzberg y Friedrichshain, y como pueden ver en la fotografía, promete rascacielos, centros de conferencia, hoteles de cinco estrellas, inmensos estacionamientos, la ‘modernización’ total… No sé para quién ni para qué y mucho menos puedo explicarme por qué aquí.

Nota: Si quieren ver cómo aborda The Macuto Collective el tema que he tratado de asomar en estos artículos, los invito a ver nuestro segundo REDOMACO (Reportaje documental de The Macuto Collective) dedicado precisamente al ‘progreso’ (www.themacutocollective.com).