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Italia y Venezuela: 20 testimonios

uya_libj3Por Guadalupe Burelli

Prólogo

En la tarea de construir el país que hoy somos, la presencia italiana en nuestro territorio ha dejado una marca profunda. A la intrepidez de un genovés debemos el que esta tierra de gracia le haya sido revelada al resto del mundo; a la evocación que hace de Venecia Americo Vespucci frente a la laguna de Sinamaica, debemos el que nuestro país tenga el nombre de Venezuela, pequeña Venecia; y la acuciosa dedicación de Agustín Codazzi, quien inicia en 1832 sus trabajos topográficos, tenemos que agradecer las primeras cartografías del país.

A partir de entonces, son incontables los que desde la península han venido al país por distintas causas, y es ya imposible deslindar el aporte de lo italiano a la construcción de la venezolanidad.

Desde los tiempos de la conquista y luego de la colonia, la cultura italiana fue alimento en la formación del cuerpo cultural de nuestra nación, al tiempo que el nuevo mundo ejercía una fascinación sobre algunos espíritus aventureros que se lanzaron a ver con sus propios ojos lo que los cronistas describían, a veces con sorprendentes dosis de fantasía. Desde allá vinieron algunos atraídos por la empresa colonizadora y participaron en la fundación de nuevas ciudades como lo hizo Francisco Graterolo, antepasado de Simón Bolívar, en Barquisimeto y Trujillo. Hacia allá viajaron otros en búsqueda de ideas que reforzaran sus inquietudes como fue el caso del padre Sojo, iniciador de la actividad musical en este país, y de Francisco de Miranda y Simón Bolívar, cuyas ideas libertarias atrajeron a numerosos italianos a sumarse a las luchas independentistas. Entre ellos resalta el nombre de Castelli, militar muy destacado, cuyos restos descansan, así como los de Codazzi, en el Panteón Nacional. Pero trazar la historia de esta sostenida presencia es tarea que se propusieron otros y acometieron con gran éxito. Lo que este libro ofrece es el testimonio de las peripecias vitales de veinte inmigrantes que llegaron a este país provenientes de su Italia natal en la segunda mitad del siglo XX, y lo hicieron su patria.

La historia de la inmigración italiana en Venezuela tiene dos grandes momentos. El primero se registra alrededor de 1860 y coincide con el período del Resurgimiento italiano, cuando la península buscaba la unificación de su territorio y la libertad, y descollaba la figura de Giuseppe Garibaldi como factor aglutinante de las tentativas revolucionarias. Esta circunstancia política, que afectaba también a la economía, motivó el que muchas familias, sobretodo garibaldinas, se vinieran a Venezuela y se instalaran mayoritariamente en los Andes. Muchos se han preguntado por qué escogieron ese destino y la respuesta podría ser, como en la mayoría de los casos de inmigración, porque ya tenían personas conocidas viviendo en la zona y porque esa región ofrecía la posibilidad de desarrollarse plenamente en la agricultura, que era lo que mejor sabían hacer. A la región trujillana llegaron numerosas familias provenientes de la Isla de Elba que habían visto sus vides perecer a causa de la filoxera. Como parte de ese grupo llegaron mis tatarabuelos, Cristino y Enriqueta Burelli quienes además de mejorar sus circunstancias económicas buscaban alejar a su hijo, Giuseppe, mi bisabuelo, un romántico y rebelde sin remedio, de las filas garibaldinas. En Valera establecieron un negocio de víveres y en una oportunidad en que viajaban a Italia en busca de mercancía para surtirlo, el barco que los transportaba naufragó y perecieron, un destino trágico bastante frecuente en aquellos días.

La otra oleada importante, la que nos ocupa en esta oportunidad, es aquella que se da de manera organizada y sistemática a partir de 1946, luego de terminada la segunda Guerra Mundial, y que concluye como tal alrededor de 1956. En aquel momento, la Italia empobrecida y desolada contó con una generosa alternativa que ofrecía trabajo y bienestar a aquellos conciudadanos que estuviesen dispuestos a buscar futuro en este joven país que estaba haciéndose. La imagen casi arquetipal del inmigrante que lo deja todo, o lo poco que tiene, para lanzarse esperanzado en la aventura de recomenzar una vida en territorio desconocido, irrumpe ahora en toda su intensidad dramática, y se convierte en heroica. Es verdaderamente admirable el valor, la entereza y el optimismo que trajeron para hacerse un destino en este país que los recibió, eso sí, con los brazos abiertos. Esta gente que se vino con la idea de triunfar, de integrarse, y no voltear para atrás, logró en su gran mayoría lo que se propuso. Y no deja de ser paradójico el hecho de que quizás ya no signifiquen mucho en su país de origen mientras que, sin su aporte, este país estaría incompleto.

Italianos llegaron de todas las edades, condiciones sociales y niveles educativos con un rasgo común y definitorio: la voluntad de trabajar. El empuje y la necesidad de no fracasar los llevó a perfeccionar sus habilidades y poco a poco fueron copando todos los espacios, al punto que sería difícil encontrar uno donde no haya destacado alguno. El comercio, la industria, la cultura, la arquitectura, la construcción, la banca, la academia, la estética, la moda, la ciencia, la medicina, la agricultura, la ganadería, en fin, todas las áreas donde es posible el desempeño del hombre han sido terreno fértil para estos nuevos venezolanos. Justamente eso es lo que nos propusimos mostrar en las entrevistas que conforman este libro, que si alguna dificultad tuvo en su realización fue la de tener que ajustar la lista a tan sólo 20 como exige el formato de la colección y, además, limitarnos a los que residen en Caracas por razones de logística, porque la italiana es una colonia demasiado generosa en gente valiosa que se ha regado por todo el territorio. Creo que queda pendiente para un futuro cercano una continuación de este proyecto que haga justicia a tantos otros que, tan sólo por esos motivos, no se incluyen en esta publicación.

El acercamiento a estos personajes me permitió establecer algunas características comunes que quizás merece la pena destacar. Una, fundamental, es que el italiano se propuso desde un principio integrarse al venezolano, y este hecho, que podría parecer obvio, no lo es necesariamente. En ellos destaca una expresa voluntad de compartir con “el criollo”, aprender su idioma y asimilarse a su modo de vida. El carácter afable y expresivo del italiano en general se aviene muy bien con el temperamento del venezolano, y ello facilitó el mutuo acercamiento que fructificó en miles de familias mixtas y en el intercambio de costumbres entre las que destaca, inevitablemente, la gastronomía. Basta un dato simple, doméstico, para advertir la magnitud de la influencia italiana en nuestra dieta diaria: una sola fábrica, de mediano tamaño, produce diariamente 180.000 kilogramos de pasta. Y creo que no es exagerado decir que hasta en el rincón más lejano de Venezuela se consigue una versión de “espagueti boloñesa” y que cualquier localidad exhibe una pizzería.

Otra, es que no están dominados por la nostalgia hacia la patria de origen, sino que, agradecidos, han fundido su destino al de este país mientras ven a Italia con afectuosa cercanía y admiración. Estoy segura que las difíciles circunstancias actuales de Venezuela, en contraste con el fortalecimiento de la Comunidad Europea, han hecho que surja en uno que otro la inevitable tentación de hacer el viaje inverso, y probablemente lo harán algunos de sus descendientes, pero no es un rasgo generalizado, y por lo menos esta generación de inmigrantes más bien vislumbra su final aquí, donde han podido hacer su vida y establecido sus afectos.

Por último, quisiera agradecer a todos los entrevistados su amable disposición al diálogo y a compartir sus historias. Además de lo gratos que fueron todos y cada uno de los encuentros, de ellos salí llena de admiración y optimismo. Agradezco también a la Fundación para la Cultura Urbana el que me haya escogido para realizar este trabajo. No sabían la oportunidad tan inesperada que me dieron de acercarme a través de estas personas, a un gentilicio del que también me siento orgullosamente parte. Ello me reveló claves de comportamientos y costumbres familiares cuyos orígenes ignoraba y tengo ahora más claros. Además, es digna de celebrar la iniciativa de la Fundación de realizar estos libros que ponen de relieve, no sólo la importancia de la inmigración para un país como el nuestro: hecho de inmigrantes, sino el valor de estos héroes civiles, hombres y mujeres sin rangos ni uniformes, que con su trabajo, hacen día a día nuestro país.

Nota: a partir de mañana estaremos publicando los 20 testimonios a los que se refiere el anterior texto de Guadalupe Burelli. Las fotos fueron realizadas por Gianni dal Maso.