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Diario: Ciencia y literatura

Valencia, 5 am

No fue mucho lo que pude dormir y nada bien. Quiero atribuir la lamentable circunstancia al estado de un vino, que ha debido ser brillante y, en cambio, se mostró cansado, “down the hill”, sin brillo y poco grato. Un CAHSAGNE-MONTRACHET “MORGEOT” BERNARD MOREY 1995. Recuerdo del productor cosas mejores, especialmente al tratarse de un “terroir” tan privilegiado como Morgeot. El amigo Parker recomendaba apurar sus vinos antes de la década, lo cual puede o no ser cierto. Lo que es cierto es que los chardonnay de esos años fueron tomados por un mal que ya venía en los corchos, los cuales durante un tiempo fueron cubiertos con una película para evitar el deterioro. El resultado fue lo contrario, un desastre. Que afectó incluso a íconos como Lafon y leyendas a lo Coche-Dury. Lo que pudo haber sido y no fue, se encuentra en el origen de mi insomnio. Qué desperdicio!

LA CIENCIA Y LA NO CIENCIA.

Cuando tuve que escoger entre Humanidades o Ciencias, durante mi bachillerato, escogí la segunda, siguiendo mi respetable vocación de hacer siempre lo que no me da la gana. Había pasado trabajos ciclópeos para aprobar física, matemáticas y química. Y era un gran lector y me fascinaba cuando mi madre me hacía compartir el latín en sus estudios de derecho romano. Un protohumanista, por así decir. Pero he aquí que a la primera oportunidad que se me presentó de seguir mi vocación, cruce por “donde no era”. Tenía que dirigirme a la izquierda, digamos, y me fui hacia la derecha, por lo mismo, porque no me daba la gana. Pero no me arrepiento, “je ne regrette rien”. Dando tumbos hice ciencias y luego, con menos tropiezos, estudié hasta quinto año de Medicina, la mejor formación que he tenido “so far”. Me hizo racional, pero no demasiado. Alivió mis heredadas tendencias psicóticas, aunque no del todo. Sin esos años de Medicina es probable que anduviera yo por allí, por esos caminos del Señor, lobotomizado y ausente. La Medicina me ayudó a confiar, con todas sus caídas del alma, en la razón y sus limitadas posibilidades. Gracias a la ciencia descubrí a Goethe, y me sometí a su influencia. Descubrí que todo no era más que un “simple mundo que se opone a la nada”. Leí más a Goethe que a Verlaine y más a Machado que a Rimbaud. Alguien me dijo una vez que en mi poesía se sentía mi paso por la Facultad de Medicina y me gusta pensar que es así. Por eso, y por tanto más, siempre me han interesado las discusiones sobre el diálogo interrumpido entre arte y ciencia.

De regreso de Pereira leí en el avión una encuesta en la revista colombiana ARCADIA : “Científicos vs. literatos”, así la llamaron y la limitaron a un distinguido grupo de columnistas. Entre otras opiniones, encontré estas del amigo Hector Abad:

Sin duda en Colombia entre las tres culturas (la religiosa, la humanista y la científica( hemos tenido mucho más de las dos primeras que de la última. Por eso me parece sano que a los “intelectuales literarios” se nos recuerde la existencia de esta última, que ha tenido un desarrollo vertiginoso en el último siglo… Yo resumiría el propósito de las tres culturas con tres palabras griegas: dogma, doxa y episteme. Los religiosos piensan basados en dogmas: lo que la iglesia declara que es verdadero. La doxa es el reino de la opinión (aquello que no se sabe bien si es verdadero o falso). La episteme es el terreno del conocimiento, o incluso de la verdad, o al menos de esa verdad que llamamos comprobación científica. La literatura no está en ninguna de esas tres categorías: los poetas tienen intuiciones maravillosas de la verdad, pero no llegan a ellas ni por el dogma, ni por la opinión, ni por la verificación de teorías. El arte se sale de esas categorías… No creo, como los postmodernos, que todo sea opinión y medias verdades, creo que hay argumentos mejores que otros. Pero en temas como el amor y la política estamos todavía muy lejos de la episteme, es decir de la Verdad absoluta y el conocimiento científico.

Así es.

MAS COLOMBIANOS

En su columna de hoy en EL ESPECTADOR, William Ospina se refiere a la cuestión de la presencia norteamericana en bases militares de Colombia:

Alguien debería respondernos porqué una guerra cuya causa es el consumo masivo de drogas en Estados Unidos y Europa tiene que librarse siempre y exclusivamente en nuestro territorio y sólo exige sacrificios de nuestros pueblos en vidas y recursos incontables pero también en la humillación de ver profanada, y además en vano, nuestra soberanía. Es verdad que es una costumbre de los Estados Unidos que sus guerras s libren bien lejos de sus fronteras y sacrifiquen mucho más a sus aliados que a ellos mismos… La existencia de bases militares abiertas a las tropas extranjeras en territorio latinoamericano no ha significado nunca una mejoría de los problemas de nuestros países. Y esta torpeza hace sentir nostalgia de otros tiempos en que otros gobiernos norteamericanos creyeron un poco siquiera en la fuerza del diálogo y la cooperación. Hasta la vieja Alianza para el Progreso del presidente Kennedy resulta mucho más respetable que estos torpes acuerdos, que en nada nos ayudan a nosotros y que en cambio agravan las tensiones entre nuestros países.

Las opiniones de William deberían ser consideradas seriamente por aquellos que siguen pensando en las bondades innatas al gobierno norteamericano. Lo único innato en esa dirigencia es el oportunismo, y la reiterada convicción en un “destino manifiesto” que legitimaría sus malevas andanzas por los cinco continentes.