- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Héctor Abad Faciolince y Antonio López Ortega sobre: Colombia – Venezuela, un conflicto artificial

Por Colombia… Héctor Abad Faciolince

hector abad faciolince copyHay un grave problema de incompatibilidad de caracteres entre Chávez y Uribe. No se entienden, se repelen. El predicador evangélico y el jesuita sienten una antipatía instantánea por su talante. El uno escandaloso, el otro sinuoso. Eso distrae de lo importante: quisiéramos tener ciudadanos mejor educados que no caigan en la trampa del predicador, ni en la del jesuita.

Los responsables son todos: Uribe con sus modos jesuíticos de no dar toda la información, y Chávez con sus maneras de predicador evangélico de exagerar y exacerbarlo todo con su tono de púlpito y sus hipérboles. El nacionalismo es el refugio que tienen los presidentes para distraer tensiones internas. Colombia debe dar explicaciones sobre las bases, pero no a los vecinos, sino a nosotros los colombianos, y no lo ha hecho con claridad. Es algo que no ha pasado por el Congreso, sino que lo está haciendo el Gobierno solo, en silencio. Son dos maneras muy distintas de concebir la política: Chávez a los gritos, Uribe callando.

El problema no es si son izquierdistas, derechistas o populistas. Lo importante es que, sean del lado que sean, respeten las reglas que están en las constituciones. Tanto Chávez, como Morales, como Ortega (pero también Uribe, desde la derecha) están violando esas reglas. Con el uso de una democracia refrendaria, se saltan las normas fundamentales, que están hechas para proteger a las minorías y a la democracia. No quisiera que Colombia entrara al club de los países que modifican la Constitución desde la izquierda. Pero tampoco me gusta que esto ocurra desde la derecha. Nos falta mucha madurez.

Al parecer gana cada uno hacia adentro, pues atizar el nacionalismo les conviene a Correa, a Chávez y a Uribe. Cada país, o sus franjas más emotivas, se cierra como un puño alrededor de su líder. Esto puede ser una fiesta para los vendedores de armas. De hecho Rusia y China están felices con las compras de Venezuela (van 15 millardos de dólares). Y a los constructores de helicópteros norteamericanos tampoco les va mal con Colombia. Ganan todos por dentro: pierde la región, pierde América Latina.

Lo triste es que se vayan cada año miles de millones de dólares, tanto de Estados Unidos como de Colombia, como del mundo entero, en combatir algo (las drogas) que no se quiere dejar de consumir. Es una guerra moralista, inventada por religiosos y moralistas norteamericanos, que nos desangra a todos. Claro que las bases sirven para perseguir narcos y narco-guerrilleros, pero mientras haya los niveles de consumo que hay en Estados Unidos y Europa, siempre habrá en estas tierras quienes cultiven y trafiquen. Es una guerra perdida.

El problema es que el Gobierno colombiano no les ha dicho a los ciudadanos cuáles son los alcances de ese acuerdo, que se firma al amparo de viejos acuerdos de cooperación humanitaria de los tiempos de Kennedy. Tendría que haber en estos nuevos acuerdos límites muy claros del accionar de los militares norteamericanos acá. Pero hasta ahora esto ha sido más bien vergonzoso. Ellos cuentan incluso con inmunidad para delitos que nada tienen que ver con la milicia. Ya hay militares norteamericanos aquí, e incluso una vez que se los acusó de violación a una joven, durante una borrachera, no se los pudo juzgar aquí. Debemos conocer esos acuerdos, y limitarlos a cosas específicas.

Creo que Colombia les ha dado a los estadounidenses, a cambio de nada (o de nada que sepamos los colombianos) demasiadas ventajas. Creo que la paranoia mundial contra las drogas es lo que ha propiciado esto. La raíz del problema está ahí, y ahí están todos los pretextos, sobre todo porque la guerrilla colombiana de las Farc, también está metida de pies y manos en el negocio de la cocaína. Incluso en Venezuela se benefician de este negocio. Hay un informe reciente de ex funcionarios del régimen de Chávez muy metidos, con la guerrilla, en el tráfico de drogas. Es un gran negocio.

Estados Unidos ya usa y usaba desde hace mucho bases en Colombia. Con la salida de Manta, en Ecuador, se les abren otras. Pero insisto, esto se ha hecho de espaldas a los colombianos. Son acuerdos a puertas cerradas que no conocemos y que deberíamos conocer, examinar, y que además deberían pasar por el Congreso de Colombia. El uso de las bases es conveniente para combatir a la guerrilla e incluso para interceptar narcotraficantes. Pero esta segunda guerra, como dije antes, está perdida: siempre habrá quién cultive y trafique, si sigue siendo tan buen negocio vender drogas en el primer mundo. Y en cuanto a la guerrilla, está muy debilitada. La gira de Uribe ha sido buena: al menos les explica a los otros países. Ojalá hiciera una gira en Colombia, explicándonos lo mismo a los colombianos.

Creo que ahora, con Obama, la probabilidad de que Estados Unidos ataque a Venezuela o a Ecuador desde Colombia, es bastante remota. Pero por supuesto que el uso de más bases colombianas por parte del Ejército estadounidense no va a dejar tranquilos a los vecinos. A Brasil, que es mucho más moderado, no le gusta; y a Chile tampoco. No creo que sea la punta de lanza de una invasión, pero repito: ni siquiera aquí se nos han explicado las bases de ese acuerdo.

No es bueno que haya estadounidenses definiendo nuestra política con el vecindario. Y, por supuesto, tampoco conviene que haya rusos o iraníes. Es de esperarse que el uso de las bases colombianas sea sólo para perseguir narcos y guerrilleros. Pero uno no sabe si creer esto o no. Yo creo que a los mismos militares colombianos no los entusiasma la presencia de los estadounidenses en sus bases.

Todos usan los problemas internacionales para cubrir problemas internos. Colombia, con el bombardeo a Reyes, infringió las reglas internacionales y se portó, momentáneamente, como un pequeño Israel. Pero es bastante dudoso que Ecuador no supiera de la existencia de esas bases de las Farc en su territorio. Allí hay culpas de lado y lado. En los diarios revelados por el gobierno ecuatoriano se admite, tácitamente, que sí hubo contactos muy estrechos entre las Farc y funcionarios muy altos del actual gobierno de Ecuador.

Uribe es el único presidente latinoamericano que está haciendo, desde la derecha, lo que muchos otros presidentes han hecho desde la izquierda. Basados en mayorías grandes o estrechas, entre el electorado, o en la rama legislativa, han modificado las constituciones en su propio beneficio. Esta es una moda nefasta, de un lado y otro, de entender la democracia. Es un nuevo tipo de democracia en la que las mayorías se convierten en tiranía. Es un fenómeno lamentable en Colombia, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador…

Para mí es importante que una sola persona, un Salvador aparente de la patria, no se perpetúe en el poder con artimañas en el límite de la legalidad. Creo que hay muchas opciones buenas para que Colombia siga adelante. En el Centro, Sergio Fajardo, en la izquierda, Carlos Gaviria, en la derecha, Juan Manuel Santos. El problema es que este último exacerbaría aún más los problemas de la frontera y el incendio del vecindario.

Es muy conveniente que haya un péndulo, y que se premie o se castigue en las elecciones a un gobierno. El problema es que todos estos gobiernos le están poniendo un palo al péndulo, para que no pueda pendular hacia el otro lado. Eso es lo que se hace al modificar las constituciones para reelegir al mandatario de turno que posee todo el dinero del Estado para manipular y comprar a los electores. Eso impide el sano oscilar del péndulo.

Las elecciones no son el único elemento para juzgar la salud de una democracia. Por ejemplo la prensa libre y la libertad de expresión también son fundamentales. La nueva ley de prensa que se quiere imponer en Venezuela es una vergüenza y un atentado contra la democracia. Es gravísimo. Como también es muy grave que en Colombia haya cosas como los llamados “falsos positivos”. Eso no tiene nada de democrático.

La integración debe empezar, como empezó en Europa, con la economía. Mientras el comercio fluya, las relaciones se hacen más firmes y necesarias. Los empresarios colombianos necesitan exportar a Venezuela, necesitan los dólares venezolanos para seguir produciendo. Pero también los venezolanos, que no producen todos los alimentos que consumen, necesitan los productos colombianos: carne, leche, huevos, papel higiénico, azúcar, zapatos, pantalones. El comercio entre Colombia y Venezuela es fundamental para los dos países, y no se puede reemplazar de la noche a la mañana. Luego viene el tránsito de los ciudadanos, que se vuelva más libre y con menos regulaciones, incluso laborales. La unidad política viene después. Con gobiernos antagonistas como los nuestros, o con gobiernos que coquetean con la subversión que padece Colombia, hablar de integración es una quimera. Y si además se ponen trabas al comercio, como hacen Ecuador y Venezuela, entonces ni siquiera hemos empezado la tarea. A Europa le tomó la integración unos mil quinientos años. Nosotros llevamos apenas 500. Soy optimista, creo que nos tardaremos la mitad del tiempo de Europa.

Por Venezuela… Antonio López Ortega

Antonio Lopez OrtegaRecuerdo una película no del todo afortunada en la que dos guerreros siderales, enfrentados por conflictos entre galaxias, caían en el mismo planeta con sus naves averiadas. El planeta parecía aislado de cualquier sistema, estaba perfectamente deshabitado, y las primeras reacciones de los antes guerreros era mantener el encono que traían desde los cielos, donde lo único que hacían era apuntarse el uno al otro desde sus naves poderosas. La película, si no recuerdo mal, se llamaba Enemy mine, y estaba basada en un libro del escritor alemán Michael Ende. Las escenas finales mostraban una superación: de tanto convivir, de tanto superar juntos limitaciones, los otrora enemigos eran rescatados abrazados, sabiendo que sobrevivían al naufragio por enfrentar las penurias como socios.

Traigo la metáfora a colación porque una cosa son los Estados y otra muy distinta sus habitantes. O mejor dicho, con sus vocerías y discursos, los Estados no siempre representan lo que sus conciudadanos sienten u opinan. Y si estos conciudadanos, de lado y lado de la frontera, son además gente sensible, gente que se aboca a los desafíos de la creación artística, el abismo será aún mayor. Hace tiempo ya, pensemos en estas últimas tres décadas, que los artistas o escritores de Colombia y Venezuela constituimos una cofradía, una hermandad: nos encontramos, intercambiamos obras, viajamos de un lado a otro, nos seguimos con detalle. Es muy estimulante saber que de cada lado de la frontera conoces la literatura que se hace del otro lado: que la celebras, que la valoras, que la haces tuya. Incluso en momentos en que la actividad cultural decae, como es el caso en la Venezuela de hoy, es importante sentir que el vecino país literario viene a tu auxilio ofreciéndote tribunas, invitaciones o consideraciones de todo tipo. Hay que admitir que en esta penuria que es hoy la cultura venezolana –desarticulada, perseguida, limitada, abandonada por la inexistencia de políticas públicas–, el país cultural que más se nos ha aproximado, el país literario que más se ha mostrado solidario, es sin duda Colombia.

Pero los aires de la política, o de la geopolítica, o las voluntades de poder que enfrentan y desenfrentan a las naciones, recubre como una nube negra el cielo luminoso de las relaciones cotidianas, de la hermandad entre artistas y escritores. Ocurre cada cierto tiempo, y en cada caso nos exaltamos, nos preocupamos y nos diferenciamos. No podría hablar, por ejemplo, de las relaciones entre la intelectualidad colombiana y el poder, terreno escabroso que no me corresponde, pero sí podría admitir que, de este lado, el grueso de la intelectualidad venezolana, la que más vale y la que más aporta al desarrollo cultural del país, tiene una posición cerrada, crítica, frente a los desvaríos del poder. El cúmulo de acciones que a lo largo de diez años viola la libertad de expresión, persigue disidentes, irrespeta el equilibrio de poderes, tuerce a su favor resultados electorales, irrespeta los mandatos populares y militariza cada vez más a la sociedad venezolana, cuenta con el más alto repudio de los intelectuales y pensadores de este país. Este segmento de ciudadanos distinguidos es hoy legión frente a lo que se vive como un legado político ajeno a nuestros balances históricos y a nuestra cultura democrática. Y en tal sentido, estamos en una constante, agotadora y superviviente postura de repudio que se expresa en todas las tribunas, columnas o espacios públicos que se nos abren. Esto quizás es incomprensible para nuestros queridos vecinos, quienes tienden a relativizar los hechos o a compararlos con los suyos sin tener quizás la hondura de análisis o el horror de vivencias que se hace difícil compartir o relatar. He viajado mucho a Colombia, digamos en los últimos diez años, y me atrevería a decir que la condición de la vida intelectual –los espacios, las políticas públicas, el respeto, la holgura de los medios, la libertad de expresión– es incomparable con lo que aquí vivimos. No digo que Colombia no tenga sus problemas –los tiene y son muchos–, pero en el campo cultural veo un crecimiento sostenido, admirable, que aquí es inexistente, inconcebible.

Estar en una posición intelectual de trincheras, de aprovechamiento de los mínimos espacios que nos quedan, conforma los caracteres y esculpe los hábitos. Sabemos ante qué reaccionar y ante qué no. Estos vientos de guerra que de vez en cuando se siembran, estos llamados a juntar tropas y avanzar desafiantes hacia la frontera, ya son para el intelectual de este lado estampas risibles, pantallas mediáticas, reflejos con los que se busca recubrir problemas políticos internos. La imagen más simbólica que hemos tenido, reproducida a página completa por algún periódico regional en ocasión de la última crisis binacional, era la de un tanque de guerra que avanzaba hacia San Cristóbal, pero remolcado por una grúa. Hasta los bastimentos bélicos, se verá, son una farsa, una entelequia. Pero frente a este escepticismo que yace muy sembrado en nuestros espíritus, ya acostumbrados a deslindar las amenazas reales de las forjadas, puede entenderse que nuestros amigos colombianos se mantengan distantes. Tengo amigos escritores en Bogotá, Medellín o Cartagena, para quienes la palabra todavía significa algo: si alguien amenaza a alguien, y si encima se trata de una figura presidencial, la amenaza es seria, preocupante, angustiosa. Me parece sensato que así sea porque esto habla de un mundo con reglas claras, donde lo que se dice es lo que se dice. Pero ese mundo, tristemente, hace tiempo que no lo tenemos de este lado. En nuestro caso, frente a cualquier palabra o frase escupida desde el poder, nos toca traducirla, interpretarla, encontrar el doble sentido o saber qué esconde. Todo es apariencia en este mundo, todo es al revés, todo es un cúmulo de mentiras indescifrables que se siembran desde las alturas y mantienen un estado de las cosas que no es tal. Frente a los falsos discursos o enunciados del poder, los intelectuales venezolanos ya tenemos un aprendizaje, y desde esa herida abierta hablamos para ensayar un mínimo de veracidad, de sentido y de recorrido en el que los engañados puedan reconocer otros discursos.

Los vientos de guerra no son tales, como tampoco lo son las promesas fantasiosas que se anuncian día tras día. El gran pretexto de la pobreza, después de diez años en el poder, sólo muestra cifras estancadas, y a cambio todas las libertades políticas o ciudadanas se conculcan con un entramado de leyes y regulaciones que buscan la autocensura y la alineación monocolor. Esto es lo que el régimen persigue: un control militar de las riendas del poder para que la casta reinante se enriquezca bajo eufemismos como ‘Socialismo del siglo XXI’. En verdad, se trata de la lenta muerte de la democracia bajo el afán de una élite desenfrenada y amoral. ¿Llamados a la guerra de quienes sólo aspiran a meterle la mano al erario público? Por favor… nuestros amigos colombianos pueden dormir tranquilos.

Fotos: Vasco Szinetar

Otras entradas de la serie:

Patricia Lara y Oscar Marcano

Ana Teresa Torres y Mario Mendoza

Alberto Barrera Tyzka y Oscar Collazos

Piedad Bonnett y Francisco Suniaga