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Los museos de arte y la lealtad institucional

Paso por allá

Museo de Arte Contemporáneo de CaracasPor José Antonio Navarrete

Una tradición de pensamiento que comprende el campo del arte y, en especial, sus establecimientos y modalidades de exhibición y promoción, como un espacio de fidelidades personales e interacciones burocráticas —funcionariales o de cumplimiento de directrices de “arriba”— se ha consolidado finalmente en el universo institucional público del país. Su origen viene de muy lejos, quizás de aquellos tiempos en que Guzmán Blanco soñaba en su “chucuto” palacio capitalino con convertir a Caracas en París, y se extiende a lo largo del siglo XX con más éxitos que fracasos en su forcejeo con otra opuesta de más tardía aparición: aquella que impulsaba el fortalecimiento de la autonomía del mismo campo.

Fue probablemente desde los años sesenta del pasado siglo hasta el inminente arribo del actual que el campo del arte venezolano vivió su etapa de mayores batallas entre ambas posiciones, a veces traslapada una en otra como resultado de los cambios de poder y lugar de sus agentes en las luchas que éstos libraban por acceder al “control” del sentido. La investigación histórico-crítica del proceso de constitución y desarrollo del campo en cuestión bien podría arrojar luces sobre los modos en que las acciones que acompañaron nociones tales como las de “lealtad institucional” y otras afines, las cuales ganaron su credencial en esas lides, en lugar de servir de freno a la anarquía amenazante de la estabilidad funcional del campo terminaron por minar el desarrollo de su autonomía en tanto espacio donde se construyen y verifican las condiciones de legitimidad de las prácticas artísticas y sus correlacionadas de teorización, investigación, crítica y otras, en la relación que todas tienen con los procesos sociales, económicos, políticos y culturales en general.

En particular, en el ámbito de la institucionalidad pública —y en el más concreto aún de los museos—, tal comprensión burocrática habría de manifestarse en el interés por reducir a la categoría estrecha de “funcionarios” a los profesionales encargados del desarrollo de procesos interpretativos y cognoscitivos del arte, lo que rebajaba perversamente la cualidad intelectual —esto es, el compromiso con la libertad en tanto modus operandi* — intrínseca a estos procesos. Y si bien, por ejemplo, la conversión en las postrimerías del siglo XX de los museos nacionales en fundaciones de estado posibilitó una mayor permisividad respecto a las posiciones que como “visión sobre el arte” enarbolaban sus agentes institucionales más independientes de criterio, la referida tradición burocrática no dejó alguna vez de asomar sus orejas por esos predios.

Por supuesto que es posible —y deseable— que el trabajador profesional de un museo de arte se sienta identificado con su institución, pero esto es sólo suficientemente productivo cuando la visión institucional del primero se corresponde con la formulada por la segunda, pues no deja de ser cierto que en la práctica museística la “lealtad institucional” ha sido y es considerada con frecuencia, pobre y malsanamente, como exigencia de subordinación incondicional a la(s) autoridad(es) de turno. Hablo aquí de visión, entonces, acorde con ese inevitable lazo que une a este concepto con el de misión; como la mirada extendida que descansa en la efectividad de las estrategias generales y programas específicos que se acometen institucionalmente. Y también hablo de visión porque ella es el lugar desde donde se enuncia el discurso: un lugar que debe permanecer ajeno al camaleonismo político y a la obediencia de soldadera; que reclama sus fueros frente a los mecanismos coercitivos, provengan estos de la tutela estatal o del patrocinio privado; un lugar que obliga a construir, desde disposiciones críticas, ciudadanía e independencia.

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* Pierre Bourdieu. “Post-scriptum. Por un corporativismo de lo universal”. En: Pierre Bourdieu. Las reglas del arte. Anagrama, S.A. Barcelona, 1995, pp. 487-501.