Artes

Buenos Aires

Por Gustavo Valle | 20 de agosto, 2009

Crónicas porteñas

ricardo_pigliaPor Gustavo Valle

Miro al despeinado Ricardo Piglia, con su pinta un poco Chandler, se quita el sobretodo color crema y lo entrega a un colaborador del auditorio. Se sienta frente al micrófono, y antes de comenzar observa al público: profesores, alumnos y señoras que han venido desde Belgrano, desde plaza Freud o desde Recoleta hasta La Boca, en el sur de la ciudad, ese Sur del tango de Homero Manzi que era arrabal, lugar de putas e italianos malevos, y que hoy alberga un centro cultural muy chic: la Fundación Proa.

Al hablar, Piglia utiliza frases cortas, nunca categóricas, y da la impresión de que su oratoria no es un atributo del lenguaje sino de la inteligencia. Y lo hace con el dedo índice apretando sus sienes, como si manipulara un sacacorchos de ideas. Se mueve impacientemente en su silla giratoria; se aleja y se acerca al micrófono, balanceándose, con incertidumbre.

El tema de su charla es “Literatura y ciudad”. La ciudad vista como una red de narraciones, un tejido de historias, de encuentros, de hechos que se precipitan. Es una idea muy suya, pienso. Y al escucharlo recordé aquella “máquina de narrar” que está metida en un sótano en su novela La ciudad ausente. Porque una ciudad es eso: una máquina de narrar. Un motor de argumentos, una fábrica de acciones.

Sin asomo de nostalgia, lamenta que su barrio, Palermo Viejo, que ha pasado a llamarse Palermo Soho (también hay Palermo Queens, y Palermo Hollywood) no tenga kioscos de revistas. Lo dice porque todo barrio que se precie debe tener –quién lo duda– bares y kioskos de revistas. Los kioscos albergan referencias textuales, citas bibliográficas. Son bibliotecas liliputienses ancladas en cada esquina. Y los bares, que en Palermo Soho no parecen bares de verdad sino simulacros fashionistas, hacen las veces de hogar putativo. He escuchado decir que uno elige el lugar donde vivir, según la distancia que lo separa del bar más próximo. Ah, el bar: ésa oficina portátil donde trabajar y despachar urbi et orbi.

Tras volver de un largo viaje en 1977 (el año más sangriento del proceso militar), Piglia observó que las paradas de colectivos en Buenos Aires habían cambiado: ya no estaban los tradicionales postes pintados de blanco, sino un letrero que decía, sintomáticamente: “Lugar de detención”. Yo, que me he subido a treinta mil colectivos, doy fe de que en cada parada de esta ciudad de la furia, habita el fantasma de algún desaparecido.

Buenos Aires habla (con frecuencia grita) Y a veces lo hace en otro idioma, como en aquel remoto film, Nobleza gaucha, donde el protagonista, un hombre venido del campo, requiere de la ayuda de un extranjero, un italiano, para orientarse en la ciudad. En aquella época (1915), los inmigrantes eran los verdaderos baquianos y sabían, más que cualquier otro, cómo orientarse en el caos urbano. Es decir, en el caos vital y en el caos lingüístico, que vienen siendo lo mismo.

La charla concluyó con el anuncio de Piglia de una nueva novela. “Recién la termino”, dijo. No dio mayores detalles, pero para sorpresa de todos, ésta no ocurre en Buenos Aires ni en ciudad alguna –donde tradicionalmente ha situado sus ficciones– sino en el campo: ese reverso fantasma, casi nunca bucólico y mucho menos romántico, que tienen las urbes.

Gustavo Valle Autor de los libros "Materia de otro mundo" (2003), "Ciudad imaginaria" (2006), "La paradoja de Itaca" (2005), "Bajo tierra" (2009) y "El país del escritor" (2013). Ganó la III Bienal de Novela Adriano González León y el Premio de la Crítica.

Comentarios (2)

José León
20 de agosto, 2009

Casi que podemos decir que el número de “kioscos” y lo que expenden dice mucho de los habitantes de una ciudad. Buena la nota.

Sydney Perdomo
21 de agosto, 2009

¡Maravilloso reporte!; es cierto, cada ciudad alberga un sin fin de hitos infaltables, de historias que dejan ese sabor de épocas felices, tal vez soy un poco melancólica, pero de allí es que salen las anécdotas e historias más simples pero con un aire de… tradición ¿tal vez?, lo cual se ha perdido poco a poco, dejándolas todas atrás; no lo sé, pero es lo que nos hace a cada quien retroceder un poco y mirar como eran las cosas que a veces nos hace falta de las ciudades de aquellos tiempos; no solo en Buenos Aires, sino también en cada uno de esos rincones ocultos en cada ciudad.

¡Mis sinceros saludos para usted! 🙂

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