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Muere la flor

La imagen que vuelve

stafania-sandrelliPor Antonio López Ortega

Me quedaría con el rostro de Stefania Sandrelli, y más específicamente con el que muestra en un asiento de vagón de tren, torciendo su cuello hacia la izquierda y llevando su mentón hacia el hombro. Era una chica risueña, virginal, de belleza paralizante, que buscaba con sus ojos los del vecino de asiento, uno de sus tres enamorados, los amigos hermanados de Ettore Scola en su magistral película C’eravamo tanto amati (traducida al castellano como Nos amábamos tanto o con el infausto mote de Una mujer y tres hombres). Para 1974, fecha de lanzamiento, la Sandrelli, nacida en 1946, tendría unos 28 años, pero ya con una carrera prodigiosa en manos de Bertolucci o Comencini. Esta actriz de origen toscano marcó la pauta en toda la producción italiana de los años ’60 y ’70, y su participación en varios filmes de Scolla venía a confirmar sus méritos. Revelación mayor para cineastas veteranos, su participación actoral supera las veinte películas, de 1961 hasta 2003, e incluso en años recientes se le ha visto haciendo roles de reparto en filmes tan diversos como Jamón, jamón de Bigas Luna.

Pero bajo la conducción de Ettore Scolla, la Sandrelli sólo podía esperar papeles inolvidables. En Nos amábamos tanto, por ejemplo, es el punto de debate, explosivo, de tres amigos que sobreviven la postguerra y evolucionan por sendas distintas. Los papeles interpretados por Vittorio Gassman, Nino Manfredi y Stefano Satta, de la camaradería hasta el rencor, amigos inseparables de juventud y luego adultos frustrados o arrepentidos, son el hilo conductor de la película desde que, en una imagen rocambolesca, la cámara retrata a Vittorio Gassman tirándose de un trampolín a la piscina de su casa opulenta. No pasa ni un segundo para que veamos la escena en retroceso, esto es, a Gassman saliendo de la piscina y volviendo al trampolín, para que todos los trucos de recuperación memoriosa se disparen bajo el afán de retener historia y vidas compartidas.

Los tres cuasi hermanos, en una edad u otra, más temprano o más tarde, se desvelan frente al rostro de la Sandrelli, quien los lleva y los trae como si se tratara de las ondas vacilantes de un perfume. Asombra ver las piruetas, los trucos, los gestos, que los tres amigos desarrollan para conquistar a quien les quita el sueño durante noche y día. Todos van compartiendo ese botín como si se tratara del cuerpo que en verdad los une o en el cual se encuentran. La trama habla finalmente de cómo la vejez nos desintegra, nos vuelve ineptos y conservadores. Adiós sueños de juventud, adiós esperanza, adiós energías juveniles. Ver hacia atrás es ver a otro, quiénes en verdad fuimos, y muchas veces el patrón de comparación no lleva a ningún lado.

El tino de tener como trasfondo, urdimbre de los destinos que se enlazan, la historia de la Italia que se recupera de la guerra, que vive tiempos de escasez, que asiste al nacimiento de las corrientes políticas modernas, es una de las fórmulas secretas de este filme memorable, tratado de la amistad, del amor desvaído y de las solidaridades perdidas. Quede para nosotros, entre muchas escenas, la de la joven Stefania Sandrelli en el tren, viendo de reojo a la vida como quien la ve desnuda desde otra desnudez que pudiera ser la del alma o la de los sentimientos. Los ojos que se colocan en el rostro de otro, pese a la máxima belleza que expresan, son también los ojos de la muerte. O dicho en palabras de José Martí: “muere la flor el día en que nace”.

Antonio López Ortega