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Luis Ugalde, S.J.: Soy venezolano, con mi identidad de vasco, pero soy venezolano

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Por Rafael Arráiz Lucca

El padre Ugalde es uno de los hombres más respetados del país, y ese respeto se lo ha ganado de la única manera que es lícito obtenerlo: trabajando. Su labor educativa, que se inició en el Colegio San Ignacio y continuó en la UCAB, se vio coronada en su faceta de gerencia académica con el rectorado que ejerce desde hace ya varios años. Su voz es requerida con tanta frecuencia como las difíciles circunstancias del país lo requiere, pero el lector sabe muy poco de su biografía.

¿Cómo llega a Venezuela, a qué edad, por qué motivo?

Yo de nacimiento soy vasco y hablo el vasco, cuando voy allá, con mi familia y mis amigos, sigo hablando el vasco. Nací en un pueblo que se llama Vergara, una provincia de Guipuzcoa.

¿Queda cerca de dónde, de qué ciudad grande, digamos?

La capital es San Sebastián, Bilbao está más cerca de Vergara aunque es capital de otra provincia, y Vergara está a 15 km de Loyola, donde nació San Ignacio.

Así como la mayoría de los que vinieron de España a Venezuela, lo hicieron bien por razones políticas, por la guerra, o por razones económicas, en busca de trabajo en la crisis de posguerra. El caso mío es un poco distinto, llegué a Venezuela con dieciocho años recién cumplidos, hice en España el bachillerato, pero todas las etapas posteriores de estudio ya las he hecho como venezolano.

En aquel tiempo, los jesuitas en Venezuela todavía eran muy recientes. Venezuela fue uno de los últimos países a los que reingresaron los jesuitas, que habían sido expulsados por Carlos III en 1767. Aquí, en contra de lo que cree la gente, que los jesuitas fueron sacados por Guzmán Blanco, fueron sacados por Carlos III y desde entonces no hubo jesuitas hasta 1916, de manera que es el país de América Latina donde más tarde regresaron, porque muchos otros regresaron en 1840, alrededor del 50, etc., y eso hizo que en países como México, Argentina o Colombia, por ejemplo, ya los jesuitas son totalmente nativos.

En cambio, en Venezuela se fue creando lo que llamamos la provincia jesuítica con refuerzos mayoritariamente del país vasco, de manera que los que estudiaron en el Colegio San Ignacio recuerdan a sus educadores vascos, porque la mayoría vienen de allá, lo mismo que a Centroamérica, y poco a poco empieza ya la generación venezolana, la gente conocida, por ejemplo, el padre Barnola o el padre Plaza, el fundador de la universidad. Esos fueron los primeros, pero ellos tenían que ir a formarse a España, porque en ese momento todavía aquí no había posibilidades. Entre los primeros que fueron de aquí, que entraron en Venezuela al noviciado, está monseñor Pío Bello, el sí entró ya en Caracas.

Y entonces, en esa situación, todos los años mandaban del noviciado del país vasco, seis, siete, ocho voluntarios a Venezuela, empezando la vida religiosa; ése fue el caso mío.

¿En qué año llega usted?

Yo llego en marzo del 57, llego en tiempo de Pérez Jiménez. Nosotros no sabíamos mayor cosa de Venezuela, porque la razón de la venida era porque había necesidad, entonces pedían voluntarios. Me ofrecí voluntario sin mayor conocimiento, simplemente la razón era que un país necesitaba refuerzos religiosos.

¿Ni siquiera tenía una familia lejana por aquí?

Ninguna, ni familia lejana ni conocimientos, el conocimiento normal, uno sabía quién era el Libertador, los nombres de las batallas, cuál era la capital de Venezuela, pero más nada.

Hay otra característica muy curiosa. Hoy día, a la edad de diecisiete años, normalmente, no se suele mandar de por vida, porque era de por vida, uno se despedía de la familia y se suponía que no volvía más en la vida, de manera que de los padres y los hermanos, yo y el padre Orbegozo que vinimos juntos, el director de Fe y Alegría, nos despedimos para siempre. Esa era la situación.

Ahora, uno piensa que un muchacho de dieciocho años no puede tomar una decisión de por vida, y en cambio cuando nosotros vinimos nos parecía que la decisión era seria. Nosotros llegamos a la actual sede de Intevep, a Los Teques, estaba recién inaugurada esa casa, era una antigua hacienda de café y los jesuitas pusieron el noviciado ahí en Los Teques, había dos o tres novicios venezolanos y nos mandaban de España a nosotros. Entre ellos Orbegozo, el padre Goñi, que fue provincial y rector del San Ignacio, algunos otros que después se fueron. Nosotros vinimos y desde ese momento toda la vida la hicimos ya como venezolanos. Y a nosotros nos mandaban muy pronto con la finalidad de que nos hiciéramos venezolanos, eso estaba explícitamente programado.

En el noviciado teníamos al padre Epifanio Labrador que ahora es el rector de la Iglesia de San Francisco, venezolano, de Bailadores, y él nos enseñaba, por ejemplo, Buenas y malas palabras de Rosenblat, los venezolanismos

Un curso de inducción nacional.

Un curso de inducción nacional, cosa que después durante años yo he dado a religiosos y religiosas sobre historia de Venezuela, pero en aquel momento no nos daban tanto de historia, pero sí los giros y también conocer autores. Yo recuerdo que el primer trabajo que hice fue un trabajo brevecito, sobre Rafael María Baralt, ya que nos mandaban a leer autores venezolanos y a hacer pequeños trabajos.

Al venir acá teníamos una primera etapa de formación en Los Teques, era una etapa muy aislada, una mentalidad muy distinta, muy conventual, la casa era aislada. Por ejemplo, nosotros no leíamos ningún periódico, no veíamos televisión y no oíamos radio, y recuerdo que cuando hubo el levantamiento de la aviación contra Pérez Jiménez, pasaron por encima de la casa nuestra los aviones y nosotros nos quedamos con la interrogante de qué estaba pasando y medio nos informaron después. Y el 23 de enero, a medianoche, empezamos a oír el ruido de carros, cornetas, todas las celebraciones, no sabíamos de qué, hasta que a media mañana nos reunieron y nos informaron que había caído el gobierno y que había una Junta. De manera que, en ese sentido, lo que uno sabe e incluso ha escrito del período de Pérez Jiménez es más de estudio posterior que lo que en ese momento nosotros vivíamos.

Después estaba la etapa de formación. En este momento las primeras etapas están en Venezuela, que es la formación en filosofía y letras, que no lo teníamos en aquel momento. Nosotros fuimos a Colombia y mi primer título es de Filosofía y Letras de la Javeriana, estudiábamos los clásicos griegos y los griegos en griego y los latinos en latín y otros aspectos de la formación, cuatro años en Bogotá.

Después volví, primero a la Universidad de Mérida a sacar la equivalencia, cerraron la universidad por disturbios, era el año 62, y después vine a trabajar en el Colegio San Ignacio, y al año siguiente combinaba el trabajo con los muchachos de cuarto y quinto, muchos de ellos muy conocidos hoy: Diego Bautista Urbaneja, Juan José Caldera, Leonardo Carvajal, todos esos fueron alumnos míos, que ya estaban en cuarto y quinto año, que fue una generación realmente extraordinaria.

Trabajaba con ellos medio día y el resto estudiaba sociología en la esquina de Jesuitas, de manera que yo tengo título de Sociología por la Universidad Católica y después la Teología la hice en Alemania, en Frankfurt; hablo alemán un poco oxidado porque no lo practico mucho, me gradué en Frankfurt hace 30 años, pero todos los exámenes eran en alemán y ya después hice postgrado en historia, el doctorado mío es en Historia, eso lo hice en Venezuela.

¿Y en esos años usted volvía a España con alguna frecuencia, visitaba la familia o pasó muchos años sin verla?

Como le decía antes, en ese momento no se iba a visitar a la familia, de manera que había jesuitas aquí, por cuarenta o cincuenta años, que no conocían a algunos de sus hermanos menores o sus sobrinos.

Cuando a mí me mandaron para Alemania, ya era el año 66 y había concluido el Concilio Vaticano II del 65 y eso fue un enorme cambio y entonces se consideró que esas cosas había que cambiarlas y empezaron a autorizar la visita a la familia. Yo terminaba el curso aquí a mediados de julio y empezaba el curso de alemán en Nüremberg, cerca de Hamburgo, el 1º de agosto y entre esas dos fechas me dieron permiso para pasar unos diez días en mi pueblo que, por supuesto, al hermano menor no lo reconocí porque cuando lo dejé tendría 11 años y cuando volví tenía 21 años. Ya después, por oficio, por cargos internacionales, he ido con más frecuencia.

Y la España que usted abandona no tiene nada que ver con la España de hoy en día.

Absolutamente nada.

¿Cuáles serían, en pocas palabras, los cambios fundamentales de esas dos Españas?

Hay cosas que a mí me impresionan. Por ejemplo, en España percibo un gran sentido de lo público, es decir, la conciencia contributiva de la población, que el Estado es nuestro, que se pagan los impuestos. En España no había esa conciencia, todo el mundo evadía, ahora el pagar impuestos es una cosa sagrada, es muy transparente, de manera que la gente lleva la cuenta de lo que le tienen que restar de los impuestos por carga familiar o por gastos y todo eso es una educación que no se discute, que se parte de la base de que lo que se contribuye es bien utilizado, ése es un cambio sustancial.

La otra cosa que me impresiona mucho es todo lo municipal, y no creo que sea sólo en el País Vasco sino en toda España, en lo municipal hay una conciencia, se debaten, se discuten las cosas, hay una sensibilidad. Los municipios tienen presupuestos y hacen una serie de cosas que entonces no se hacían, obras públicas, todo lo que es cuidado del medio ambiente es otra cosa también totalmente nueva en España: la limpieza, el cuido de las cosas, es un cambio muy radical, y ellos siempre se quejan, pero el funcionamiento del sistema de seguridad y de salud es una cosa impresionante. Por el seguro puede ir uno a las mejores clínicas, son cosas que a mí me llaman mucho la atención y, por supuesto, la amplísima libertad de discutir los puntos de vista.

¿Cómo pudieron hacer esa transición? Además, tan bien hecha, por supuesto que con errores, pero en líneas generales muy exitosa, es sorprendente.

Creo que funciona positivamente el miedo a volver atrás. España no quiere regresar a la situación de la guerra civil, ni de la preguerra, algo similar pasó también en Chile. Vuelven los políticos, pero no vuelven con el mismo vocabulario y con los mismos enfoques de antes de Pinochet. En España eso es clarísimo, de tal manera que, por ejemplo, en el PSOE hay una línea de división en un momento dado, que se reúnen en Francia, todavía cuando son medio clandestinos, el exilio socialista y el socialismo que está dentro del país y se establece la dirigencia con los que están dentro, cuya figura principal es Felipe González, ése es un cambio fundamental, porque el exilio siempre vive en el pasado, como el exilio ruso, España era totalmente distinta. Entonces, ése fue un cambio importante, incluso en el Partido Comunista, aunque sí volvió el exilio con Carrillo, pero Carrillo es totalmente distinto a lo que era Carrillo y el Partido Comunista del año 36.

Ahí hay un cambio fundamental, ahí influye mucho el miedo a volver atrás, y una dirigencia muy sensata, por ejemplo, en la misma Iglesia, la Iglesia española está sumamente comprometida con todos los problemas sociales, de manera que todos los partidos, llamémoslos por decir algo, de izquierda se nutrieron de grupos, de movimientos obreros, los sindicatos, de grupos cristianos. Entonces, en ese sentido, la Iglesia española ayudó muchísimo a la transición y muy particularmente el cardenal Tarancón, de manera que fue una transición sin traumas, el regreso del exilio, la legalización de todos los partidos, etc. Ese fue un aspecto importante.

El otro aspecto, a mi modo de ver importante, cuya siembra está muy en la época franquista, es la educación en escuelas profesionales, en escuelas técnicas, mano de obra calificada, con una buena base de estudio y eso hizo que aunque no eran universitarios, eso ha pasado en Singapur, sabían hacer su trabajo. Compañeros de mi edad han estado en ferias, en muestras, en congresos, en torno de la industria, ninguno de ellos tiene bachillerato, porque el enfoque de la educación era al proceso industrial, en mi escuela había muchas fábricas textiles, había siderurgia, había metalmecánica, entonces las escuelas iban muy orientadas en esa dirección.

Eso creo que ayudó mucho, en España se encontró una base que sentía que le quedaba pequeño el molde político franquista. Entonces, por debajo el país había crecido y le quedaban los pantalones pequeños, pero esa misma nueva base y con un liderazgo que había ido madurando en el exilio, creo que permitió una transición muy razonable y un talante más tolerante, tanto en los que perdieron la guerra como en los que ganaron.

Y después creo que hubo otra cosa buena en España en la transición y es que los que perdieron la guerra ganaron las elecciones, y no pasó nada. Es decir, fueron gobierno y además fueron un gobierno modernizador, o sea que el que hizo el trabajo duro y difícil fue el gobierno de Felipe González. Por ejemplo, toda la reconversión industrial que significaba cerrar siderúrgicas, significaba cerrar un montón de empresas subsidiadas por el Estado.

Que era un trabajo más para alguien como Aznar y lo hizo González.

Y Aznar no lo hubiera podido hacer, porque hubiera tenido todo el mundo obrero en contra, por supuesto que González tuvo que lidiar y hubo manifestaciones obreras, ciudades enteras como Bilbao que se quedaban sin empleo, cerraron los astilleros y la siderurgia, y hoy en día se han reconvertido, ya Bilbao es una ciudad de servicios, pero eso supuso un liderazgo muy maduro, si hubiera sido un liderazgo que hubiera venido con los viejos mitos de la izquierda, hubiera sido un total fracaso. Y en ese sentido me parece que es interesante los contrastes que se ven en todas partes en España.

Creo que también la entrada a Europa les puso un reto muy concreto, una medida, tenemos que ser europeos, vamos a apostar a Europa, lo que significaba que un retroceso con respecto a Europa, que llevaba dos siglos acumulándose, en veinte años se superara.

¿Y la relación con América? Ahí yo siento que hay una suerte de deuda pendiente por parte de España, ¿usted no lo percibe así?

Yo en relación con América sí creo que la hay, y lo siente mucho la gente. A mí me han manifestado hijos de gallegos o de canarios, que dicen que todo lo que hay en su pueblo se debe a Venezuela, a la gente que envió remesas, lo mismo en Canarias, pero la memoria en esas cosas es corta, y cuando ya a la gente le va bien se olvida de que fueron inmigrantes y que tuvieron que salir de Europa y que fueron muy bien recibidos en América y en Venezuela. Entonces, ése es un aspecto que está ahí pendiente.

He percibido en el gobierno vasco, porque hemos tenido alguna relación concreta con proyectos sociales aquí, que son bastante conscientes, o sea, tienen una política bastante abierta, porque incluso muchos de ellos nacieron aquí o vivieron aquí. Con respecto a otras zonas, creo que en Galicia seguramente existe y en Canarias existe esa sensibilidad. Con el gobierno como tal, sí he visto por un lado un gran cambio, al menos ésa es la impresión que tengo, desde América hacia España, es decir, hoy día en Venezuela uno percibe mucha más simpatía hacia España que en tiempos de Franco, por razones obvias. Simpatía, admiración, cosa que de allá hacia acá no ocurre, porque se olvida mucho que cuando ellos eran pobres, nosotros éramos más prósperos, pero la nueva generación no se acuerda de esas cosas, y a veces se puede percibir como cierto rechazo, aunque como hay una relación más directa, humana, eventualmente creo que eso se superará.

¿Fue un acierto o un error esa decisión a los diecisiete años de ofrecerse como voluntario para venir acá?

Para mí fue un gran acierto y creo que todos mis compañeros opinamos lo mismo, a mí algún familiar me ha dicho: «Bueno, ya entendemos que estás allá, pero cuando te jubiles vienes aquí, ¿no?». Y yo les digo que no se me ha perdido nada allí, que para mí quedarme en el país vasco es ir al exilio, que yo soy venezolano, con mi identidad de vasco, pero soy venezolano y para mí no hay duda en ese sentido y el haber venido joven, toda la vida adulta la he hecho aquí, de manera que conozco la historia de Venezuela porque me he dedicado a eso, conozco los problemas de Venezuela, me identifico con esto. Con España me agarran un poco lejos, incluso con las cosas del país vasco, y eso que hablo el vasco, y no tengo ni un solo pariente en Venezuela, pero a mí me parece que ése fue un gran acierto y lo mismo diría de todos los que vinimos jóvenes, y no conozco gente que haya pedido regresar.

¿Y en su núcleo familiar hubo otras vocaciones religiosas?

No.

¿Y era una familia muy grande?

Éramos ocho hermanos, sí era una familia muy religiosa, pero no, no tengo ni hermanos ni primos religiosos.

¿Hay algún punto de inflexión en la decisión de ser jesuita y no dominico o de La Salle?

Yo creo que ahí sí son cosas más circunstanciales en la mayoría de nuestros casos. Estudié con los dominicos la primaria, pero después a partir del bachillerato fui a estudiar con los jesuitas en un centro que era internado, ya entonces toda la influencia era de los jesuitas y para mí no había duda, pero no era algo así como que yo tuve cuatro o cinco oportunidades delante equidistantes.

La historia de los jesuitas en el mundo es verdaderamente una historia gloriosa, llena de gestas insólitas como exploradores, como fundadores. ¿Eso se mantiene, ese espíritu?

Ahí hay cosas muy curiosas, ese es un capítulo muy largo, por ejemplo, la historia de los jesuitas en China es realmente impresionante, la historia de las reducciones del Paraguay en América, que incluso Voltaire exaltó de una manera fervorosa, a pesar de todas las reservas que él pudiera tener sobre el mundo católico, y en otras áreas también, es impresionante. Creo que eso va un poco dentro de la identidad nuestra, el papa lo decía: «Ustedes son hombres de frontera y tienen que ser hombres de frontera», eso es interesante, gente que trata con gente que piensa de otra manera, por ejemplo, el esfuerzo que se hace por entrarle a la cultura de la India en el siglo XVI, o a la cultura de China, esa es una característica que creo que es importante.

Por otro lado, nosotros siempre interpretamos la inspiración cristiana y la cultura religiosa como transformación del mundo, no como «fuga mundi», no como escape del mundo, sino ser sal o levadura. Entonces, normalmente el jesuita, además de su carrera eclesiástica, tiene una carrera civil en el área que sea, puede ser economista, puede ser antropólogo, puede ser ingeniero, astrónomo, y eso también es parte de nuestra identidad, que lleva a uno a actuar en situaciones de frontera. Ahora, eso mismo supone una vocación muy conflictiva, nosotros hemos sido expulsados más de 60 veces en el siglo pasado, de muchos países latinoamericanos, hay casos como, por ejemplo, una vez que el presidente de Colombia expulsó a su hermano, que era arzobispo, y expulsó a los jesuitas, y por haber sido expulsados de Colombia llegaron a Ecuador y a los pocos años los expulsaron de Ecuador. En Venezuela no estábamos en el siglo pasado, si no nos hubieran expulsado, pero a José Tadeo Monagas, el año 1848, alguien le dijo que los jesuitas eran muy malos, y hay un decreto de prohibición de entrada de los jesuitas a Venezuela y nunca hubo jesuitas; y Gómez, cuando autorizó a petición del Nuncio para formar a los sacerdotes, porque realmente la situación del Seminario era muy precaria, admitió que entraran tres y que entraran de incógnito. En tiempos de Duvalier nosotros fuimos expulsados por Duvalier, expropió todo, después había tres jesuitas en el Seminario, pero de incógnitos, no llegábamos como jesuitas sino como sacerdotes, hasta que cayó Duvalier y ésa es una práctica, la de la expulsión, muy general, a veces en regímenes, llamémoslo así, que se consideraban de izquierda y otras veces en dictaduras de derecha, como el caso de Duvalier.

Bueno, Padre Ugalde, no le quito más tiempo. Muchísimas gracias.