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¿Nuevas adquisiciones? Viejas quimeras

Paso por allá

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Por Lisa Blackmore

En Nuevas adquisiciones, la exposición de fotografías y objetos del artista Luis Molina-Pantin que fue inaugurada el pasado 28 de junio en Los Galpones, más de un espectador comentó con sorpresa que Periférico Caracas había adquirido todas las piezas exhibidas y por eso, efectivamente, la muestra se llamaba así. Pero a pesar de lo atractivo de este “cuento”, el título de la exposición hacía, más bien, un guiño sarcástico a la política de no-adquisición de los museos venezolanos durante los últimos diez años.

Tomando en cuenta que el archivo y el museo resguardan documentos (u obras) que son fundamentales para la construcción y, más significativamente, la deconstrucción de la memoria histórica, la sequía institucional genera una creciente preocupación. La respuesta extra-institucional hacia la carencia de registro patrimonial, por ejemplo, tiene grados de seriedad que abarcan desde Facebook, blogs y portales de fotografías como el de Carlos Germán Rojas, hasta la página de videos llevada por Javier León. Pero por buenas que sean las intenciones, son, al final, una solución insuficiente.

No es la primera vez que el Galpón 1 invita a reflexionar sobre la malnutrición de los museos y los archivos del país. El año pasado, el artista Juan José Olavarría usó la misma sala como sede para su “museo histórico de la Venezuela contemporánea”, una ácida “colección” de obras que aludían a la apremiante tarea de recordar hechos dolorosos de la historia política reciente. Ahora, este antecedente da pie a una exploración irónica del tema de la memoria y la construcción de la identidad en la cual Molina-Pantin hace referencias a formas de adquisición más mundanas como el turismo, la moda, la fotografía y el coleccionismo. Aunque el artista aprovecha el espacio para jactarse de algunos “logros” de su propia colección -como los ceniceros kitsch en forma de caucho- el implícito ataque a la complicidad y complacencia del medio fotográfico con el mercadeo cultural e ideológico es lo que más destaca de la muestra.

En este sentido, la serie Posesiones turísticas imita las mismas trilladas fotografías -tipo tarjeta postal- tomadas por las manadas de turistas que pasan por ciudades como París y Florencia para certificar que adquirieron un bien cultural globalmente reconocido, que bien podría ser una cartera Louis Vuitton. A esta serie le sigue Propiedad intelectual -un grupo de fotografías de muñecos de cera de artistas de la talla de Dalí, Picasso y Toulouse-Lautrec- cuyo recurso al flash también recuerda el estilo amateur de los souvenirs fotográficos, propios del capitalismo cultural legitimado por los enormes museos europeos. En esta apropiación de la fotografía turística, Molina Pantin enfrenta al espectador con una fotografía caníbal – un discurso que se consume a sí mismo para reproducir un clon cínico, que se ríe de su propio estatus de ser un simple souvenir.

Pero más allá de la homogeneidad del mundo del turismo y la moda, Nuevas adquisiciones invita una reflexión más local. Actualmente, “la fotografía en tiempos de revolución” es puesta al servicio de otro tipo de aparato ideológico y funciona como una pieza complaciente, didáctica e ideologizante de una enorme maquinaria publicitaria estatal. Aunque los valores sociales del escenario cambien, la tradicional forma de generar valor a través del registro fotográfico sigue en pie, ejemplificado por el sinfín de vallas que se sirven de un burdo fotoshopeo de montajes ficticios que colocan tal o cual gobernador al lado del Presidente de la República, brazos levantados en señal de victoria. En las instituciones culturales, se justifica un enorme despilfarro presupuestario para traer el fotógrafo que le hizo un retrato al Ché (mejor conocido como René Burri, miembro de Magnum), y en menos de un año se ha hecho dos exposiciones que usan la fotografía para legitimar un vínculo entre la mujer y la revolución.

Aunque de nuevas adquisiciones se trata, seguimos frente a una práctica fotográfica que pocas veces indaga, como sí lo hace el trabajo de Molina-Pantin, en su condición de representación. En vez de promover realidades virtuales reconfortantes, quizás su parentesco con el mundo podría primero remitirnos a preguntar ¿cómo construimos o cómo nos construyen la realidad?

Imágen en el texto: Luis Molina-Pantin, Retrato de Bolívar y carta apócrifa, 2008-2009, fragmento

Imágenes que acompañan a este artículo: