Artes

Atanasio Alegre: De los ámbitos conventuales a las aulas y la libertad

Entrevista

Por Prodavinci | 8 de julio, 2009

juanPor Rafael Arráiz Lucca

Pocos de sus lectores saben que Atanasio Alegre fue sacerdote agustino, y que llegó a Venezuela enviado por la orden religiosa a la que se debía. Muchos ignoran que se licenció en Psicología en la misma Universidad Católica Andrés Bello en la que años después se doctoró. Quizás sus lectores sospechen que vivió en Alemania varios años y que traduce de esta lengua al español, pero muchos deben ignorar que sostuvo una consulta psicoterapéutica en la Clínica Ávila durante años. Pero lo que más puede sorprender es la infatigable actividad del doctor Alegre, su amplio y diverso registro; parece que hubiera vivido varias vidas en una sola, y aun así es difícil creer que este hombre atlético, y a ratos adusto, cumple 73 años.

¿Por qué llegó a Venezuela?

Cuando le preguntaron a Marcel Duchamps por qué abandonaba Francia respondió: «No vengo a América, me voy de París». Algo parecido me sucedió a mí. Un buen día en plena ilusión de los 25 años, recibí un oficio del Superior de la orden religiosa a la que pertenecía, indicándome que mi destino era Venezuela. Como elegir es elegir entre contrarios, la propuesta no me cayó nada bien.

Estaba yo entonces bajo el tutorazgo literario con un escritor que, al enterarse de mi situación, me ofreció hacer unos trámites efectivos para quedarme en Madrid. Era uno de esos escritores de posguerra que llenaron un espacio importante en el mundo literario de aquel entonces y, como podía catalogarse entre los vencedores, aunque él no hiciera nunca ostentación de esa condición, llegado el caso podía recurrir a su situación de hombre de poder. Se había doctorado en Alemania con Romano Guardini. Fue un hombre en su época muy importante y era un especialista en el Renacimiento. Durante la guerra, el archivo que había formado sobre el tema de su especialidad fue destruido y entonces se decidió por el buen decir y el buen escribir.

Era un estilista consumado, un día tuvo que pronunciar una oración fúnebre en el Monasterio de El Escorial, y José Ortega y Gasset que asistía como invitado de honor quedó impresionado por la elocuencia del orador. A la larga se hicieron amigos. La cosa es que de esta amistad y frecuentación surgió el rumor, al morir Ortega, que había recibido de parte del religioso los últimos sacramentos, lo que suponía una retractación a alguna parte de sus doctrinas como se decía entonces.

Hablo, como se ha podido suponer, del padre Félix García, el de Roto casi el navío, uno de los libros de poemas más leídos en la década de los 50. Yo trabajé en calidad de ayudante con Félix García las Obras completas de Fray Luis de León, que las editó la BAC, tengo un tomo de esa primera edición conmigo, con una dedicatoria de Félix García que nunca he olvidado. Por cierto, ese tomo y los Orígenes de la novela de Menéndez y Pelayo, junto con las Obras completas de San Juan de la Cruz, fueron los únicos libros que traje conmigo cuando llegué a Venezuela, en agosto de 1956.

En mi elección por el destino venezolano no influyó, como en tantos casos, ni la política ni la alternativa de encontrar un lugar diferente debajo del sol distinto al patrio, así que nada de que a mí me pegaron una patada de ahí y me mandaron para acá.

Todo lo que sabía de Venezuela lo sabía por un poema de Gerbasi, publicado en la revista Cultura Hispánica. Por aquella época se leía en España como novedad El Jarama de Sánchez Ferlosio y Tiempo de silencio de Martín Santos, era una literatura como la neorrealista minuciosa, que pormenorizaba el comportamiento de unos amigos a las orillas de ese río, en el caso de Ferlosio.

La primera obra venezolana que leí fue una novela de Garmendia, creo que fue Los pequeños seres, me impresionó la fuerza de esa escritura y pensé que la elección no había sido mala desde el punto de vista literario. A Garmendia lo conocería muchos años después en el Parque del Este, de mañana, en el paseo que fue incondicional hasta pocos días antes de su muerte. Fue él quien presentó mi libro de relatos Las tentaciones de una señora decente, y tal vez a él debo el impulso para entrar en las filas de los escritores venezolanos. Si en el país se hacía tan buena literatura, no había llegado a un mal sitio, con lo cual estoy diciendo que mi interés fue esencialmente por la literatura.

Creo que una de las razones para aceptar venir al destino venezolano fue la deuda intelectual que había contraído con los agustinos durante el tiempo de mi formación. Recuerdo, y no puedo por menos de citar aquí, lo que aprendimos con Lope Cilleruelo a quien considero el gran maestro del humanismo que tanta influencia ejerció en particular sobre mí. Con él aprendí griego y me puso en el camino muy pronto del alemán. Trabajé con él como asistente en muchos proyectos y me contagió aquella disciplina en la que entraba la capacidad para sacar el mayor rendimiento posible del tiempo, fue un hombre, Lope Silleruelo, que adquirió renombre tanto en España, especialmente en el campo de la filosofía sobre San Agustín, como en Roma y en Alemania. Me emocionó saber que poco antes de morir hubiera preguntado por mí y, según el testigo que me suministró la información, me consideró su mejor alumno, esto lo hizo público.

¿Cuándo murió?

Este es uno de esos monstruos, era agustino, hablaba 14 idiomas, él era doctor en Sagrada Escritura, era licenciado en Filosofía y daba un semestre en Roma y otro semestre en el Real Colegio de Agustinos de Mayori que era Facultad de Teología en aquel momento.

¿Murió en los años 80?

No, ha muerto hace unos diez años. Esos primeros años de la vida venezolana los dediqué a revalidar los estudios españoles, incluso a hacer una nueva carrera. Había tenido la oportunidad de escuchar antes de venir, las lecciones sobre la percepción que daba en La Sorbona Maurice Merleau-Ponty y, como en el país acababa de comenzar la carrera de Psicología, me atrajo y me matriculé en ella. En 1965 me doctoré, fue una tesis intermedia entre la filosofía que había cursado y la psicología que había aprendido. El tema de la ritualidad en relación con la autenticidad fue uno de los asuntos más importantes de estudio y dedicación de aquella época.

Gané entonces una beca a Alemania, pero ya mis relaciones dentro de la orden comenzaron a ser críticas y no estuve dispuesto esta vez a aceptar un segundo destino que nuevamente me ordenaban, para negarme la posibilidad de un postgrado en Bonn, concretamente.

¿Dónde vivió esos años?

Estuve en Charallave tres años como director del colegio que fundé, el Colegio San Agustín, que llegó a tener hasta tercer año de bachillerato cuando me trasladaron a Caracas. Después, estuve en Caracas, todo el tiempo en el San Agustín de El Paraíso, entonces allí fui, no sé si recuerdas, como una especie de prefecto, que estaba a cargo de todo el bachillerato y cuidaba que no le faltaran los respetos a Paulino, ¿te acuerdas del de Biología?

Sí, como no, y del profesor San Juan.

Al mismo tiempo, como estaba haciendo la universidad, tenía que andar como muy apretado, yo pesaba en esos años 62 kilos, estaba como diría un amigo mío, como «la radiografía de un silbido». Cuando terminé la carrera en la Católica, me contrataron inmediatamente como profesor, entonces yo impartí ahí Introducción a la Filosofía y después una materia que después me gustó mucho que es lo que llaman Psicología Evolutiva, Psicología Infantil.

Esa fue mi vida aquí, los nueve años que estuve con los agustinos en Venezuela. Mi primer trabajo fue como profesor en la Universidad de Oriente. A mí me dijo el cardenal Quintero: «Yo le pongo a usted donde quiera, pero no se quede en Caracas». Entonces dije no, de ahora en adelante soy yo quien mando en mi vida, introduje la solicitud en Roma, y en 15 días tuve la dispensa y todo fue legal y después, incluso, me pude casar por la Iglesia. Yo estoy casado por la Iglesia, sin problema.

¿Y por qué, eso antes no lo permitían, que un sacerdote al salir se casara?

Si no le daban la dispensa no, esa dispensa sólo la firma el papa. Durante mi época como profesor en los colegios de la Orden y los dos años que formé parte del profesorado de la UCAB, aprendí o adquirí práctica docente y eso que podríamos llamar el discurso educativo para comunicar con cierta amenidad determinados conocimientos, lo cual me sirvió de manera admirable en la universidad.

Fue una época de oro en mi mundo laboral, aunque los tiempos eran difíciles. Fui decano en la UDO, coincidiendo con la guerrilla en el oriente, parte de lo que entonces pasé y viví, lo conté en mi novela Las luciérnagas de Cerro Colorado. Creo que me expuse mucho y ello en razón de que pasara lo que pasara en el terreno político, la universidad debía mantener una suerte de condición académica y a eso me dediqué. Llegamos a tener allí uno de los mejores departamentos de Matemática y en ese tiempo fue director de Cultura Alfredo Armas Alfonso; también se encontraban dentro del grupo el poeta Acosta Bello, el fotógrafo Sebastián Garrido, Benito Yradi, y José López Rueda, que fue mi compañero en el Departamento de Humanidades.

Al terminar el Decanato fui a Alemania a hacer un postudium en mi especialidad. Estuve en la Universidad de Freiburg. De no haber tenido obligaciones familiares hubiera aceptado un contrato para trabajar allí y se me hubiera hecho difícil el regreso a Venezuela. Mi esposa, que es venezolana, me animaba a aceptar el puesto que me ofrecían, pero teníamos cuatro hijos pequeños y a mí me parecía bastante complicado poder sacar la vida adelante en aquellas circunstancias. Bueno, allá mi hijo aprendió alemán, el pequeño, que después hizo la carrera y está en Polar, estudió en el Humboldt.

La estancia en Alemania me resultó como una especie de epifanía o demostración de lo que era una vida intelectual disciplinada. Recuerdo que un día, el 23 de diciembre, fuimos a una feria navideña en el centro de la ciudad, muy cerca de la universidad, y desde la feria yo miro las oficinas de los profesores y digo, María Cristina, estos tipos el 23 a las 11 de la noche están trabajando, es algo que uno cuenta y no lo creen.

Leí muchísimo en Alemania, estudié lo que me correspondía y estuve muy atento a lo que se realizaba entonces. Me impresionó la paliza que le dieron a Marcuse en la Universidad de Freiburg, ya en plena fama, en una discusión con los profesores de Filosofía.

Formé parte del grupo de personas que iban algunos días sobre las cuatro de la tarde a Herder, el distrito donde vivía Heidegger, para verle salir con el traje de «wanderer», que es el traje del que anda de excursionista por la Selva Negra, y Heidegger solía volverse hacia el grupo y saludar quitándose el sombrero. El día que murió, en 1976, fue un día muy triste para mí, la esposa lo enterró en su lugar de origen, casi en clandestinidad, se dice que de los famosos solamente Sartre había asistido al entierro. El gobierno alemán y los medios de comunicación dieron muy poca difusión al hecho. En una entrevista en la TV de la zona Baden-Wuertenberg entrevistaron brevemente al que ocupaba su cátedra en ese momento, a un discípulo japonés de Heidegger y a Mayz Vallenilla. Este último, que habló en español, por cierto, dijo para mi extrañeza que Heidegger había sido un muro de contención para el pensamiento marxista latinoamericano.

¿Traduce del alemán al castellano?

Sí. He traducido también del inglés, del francés, pero regularmente del alemán.

¿En dónde ha desarrollado su consulta profesional?

Estuve quince años en la Clínica Ávila con mi consultorio, y conocí una parte muy importante de la sociedad venezolana de la bonanza de aquella época.

¿Los años 70 y 80 le tocaron ahí?

Sí, en el 77 estaba en Caracas.

En plena bonanza.

Sobre los cuarenta y tantos años el ejecutivo exitoso suele alcoholizarse, y su casa se convertía en un infierno y entonces empezaban las depresiones y todo ese lío, hasta que llegó un momento en que me saturé.

Tuve una buena formación en Alemania y con esa carga entré a la UCV al regresar. Mi ingreso como profesor en la UCV se produjo en enero del 77 en la Facultad de Medicina, pero nuevamente las tareas administrativas me distrajeron de la vida de investigación. Estuve al frente de las oficinas de Bienestar Estudiantil durante un año y luego fui nombrado coordinador general del Rectorado. Ese puesto lo ocupé durante tres años y me dio pie para conocer, al menos desde el punto de vista de su funcionamiento, el monstruo que es la UCV.

Tuve mucho recelo al aceptar esa posición, me negué mucho, porque me producía cierto temor que dijeran que un extranjero desempeñara ese cargo, si he de ser franco, nunca me sentí acorralado o que alguien me reclamara por allí mi condición de extranjero. Más adelante, en otra etapa fui nombrado director de cultura de la UCV, siendo el único extranjero que ha ocupado ese importante puesto, pues tú sabes que la Dirección de Cultura fue siempre un cargo muy importante para la proyección de eso que yo llamé entonces los «aprendizajes nutricios», es decir: un estudiante entra a estudiar ingeniería, se mete en un grupo de teatro, o en el orfeón, o en la estudiantina y resulta después, como pasó con mucha gente, que era o artista o cantante.

En la coordinación del Rectorado conocí a Juan Nuño, en razón de un trámite administrativo complicado que debía hacer, fue entonces cuando en una de las cátedras libres se le invitó desde el Rectorado para que diera un curso, que resultó un verdadero éxito, y que luego apareció como libro en los Mitos filosóficos, para mí el libro clave de Juan.

Publicado por el Fondo de Cultura Económica de México.

Sí. Creo que hubo aspectos vitales, dada mi especialidad, en que ayudé a Juan a superar algunas de las dificultades que por esos años lo asediaron.

Hicimos, entonces, una tertulia que se reunía siempre en la misma mesa, una vez por mes, a veces semanal, según cómo marcharan los acontecimientos, en uno de los restaurantes de la Libertador. El día que murió fui a comer algo hacia las 4 de la tarde, cuando llegó el camarero que solía atendernos, me dijo lacónicamente: «¿Fue el de la barba, verdad?» Sí, dije.

He escrito sobre Juan Nuño varios ensayos, este año acaba de aparecer un libro mío que se titula Los territorios filosóficos de Borges según Nuño, creo que el país intelectual debe mucho a Nuño, sobre todo como escritor, como filtro entre lo que procedía de un pensamiento abstracto y la forma de hacer entender realidades complicadas que afectan al cotidiano vivir. Logró de esa manera que la gente, sobre todo la gente que lee el periódico, tuviera acceso a temas que eran del dominio de los oficiantes del pensamiento. Nuño sigue siendo recordado y hay una pregunta en el ambiente que no deja de ser interesante, ¿qué hubiera dicho, qué actitud hubiera tomado frente a lo que está sucediendo?

Hubo otro momento de mi vida como especialista en depresiones mentales, en que se me ofreció muy puntualmente un puesto en España. Fui muy amigo de José Antonio Vallejo-Nájera, y en uno de sus viajes para presentar una nueva edición de Locos egregios, que se hizo aquí y se vendió en tres semanas, me invitó a formar parte de su equipo en Madrid. Me faltaban dos años para jubilarme en la UCV y no era cosa de tirar toda una carrera universitaria, prometí que lo pensaría cuando llegara la fecha de mi jubilación, pero, mientras, él murió. Nunca he permanecido en mis viajes más de 15 días en España, esto es totalmente cierto. Con excepción de Victoria Camps, Camilo José Cela y Jesús Ferrero, no conozco personalmente a ninguna otra figura de las letras o del pensamiento español.

Con Alemania la cosa ha sido diferente, no sólo he permanecido largas temporadas sino que he desarrollado cursos como profesor invitado. Mi intercambio con personajes de la vida académica alemana ha sido constante y abundante.

Esta ha sido mi vida en Venezuela, he enseñado y trabajado en la universidad, lo he hecho con verdadera dedicación y he escrito, he querido y quiero a este país, que es el país de mi mujer y de mis cuatro hijos, mis amigos son venezolanos, primordialmente. Hay dos hechos que prueban lo que acabo de decir y que demuestran que no son mera fórmula: una de ellas es la publicación en 15 tomos de la Historia ilustrada de Venezuela, una obra para niños, una obra que sigue vigente en el Ministerio de Educación y que nació de la idea de que los niños venezolanos tuvieran dibujada y explicada, a través de esa técnica de la ilustración, la historia de su país.

Uno de los temas, como es sabido, que tiene que afrontar toda psicología es explicar en cada caso cómo el individuo ha ido formando su percepción. Pues, bien, hay un momento en que se habla de la importancia de las primeras percepciones, esa primera vez que uno ha visto el mar, por ejemplo, va a ser muy importante en el papel que el mar va a formar en tu vida. Crear esas percepciones o primeras impresiones que un niño venezolano debe tener de la que va a ser la historia de su patria, ésa fue la idea.

El segundo hecho se refiere a la Gran Enciclopedia de Venezuela, que ya va por los 11 tomos. Allí aparezco como el coordinador de la obra, pero en su concepción programática, en haber interesado a más de 200 autores venezolanos que colaboraron con sus trabajos, queda en principio el hecho de que se debe saber el terreno que se pisa. Pues, bien, más allá de los tópicos, la vida de un extranjero aquí y en cualquier parte del mundo, que quiera encajar en un país diferente al suyo, no es un asunto fácil, siempre tiene a mano el recurso de decir, según cuenta que decía la Yourcenar, no somos de aquí, nos vamos mañana.

El inmigrante aquí hizo otras cosas diferentes a las tareas intelectuales, y a quien le fue bien por haberse dedicado a los negocios tal vez piensa de una manera diferente. Azorín dijo en cierta oportunidad que «el país vasco tiene todo lo que necesita un hombre, el pan para el campesino, la leche para los enfermos y el silencio para los poetas»; el inmigrante que se dedica a la vida intelectual debe saber manejar muy bien el silencio, el silencio real y el que a veces se cierne sobre él, de lo contrario se desesperará.

En ese sentido he sido un hombre que ha cultivado la espera sin descuidar la esperanza, no habrá tampoco que ignorar que ciertos reconocimientos son de origen artificial. En mi caso puedo decir y digo que nunca hice nada por promocionarme, parto en ello de aquello de Santa Teresa: «La humildad es andar en verdad».

Y de la España de hoy ¿qué nos dice?

Lo que sé de la España actual lo sé por la lectura y por los noticieros de la TV, estoy al día en las lecturas literarias y estuve también al tanto de lo que se producía en el campo de la psicología clínica. La España de hoy no es la España de la que salí hace cuarenta años.

En Alemania me encontré en cierta oportunidad con un profesor de Navarra, que había tenido un alto cargo en el gobierno de Suárez. Coincidimos en una clase que daba en la Universidad de Freiburg un profesor alemán sobre lo que había sido la transición española. Lo que entonces me dijo el español se ha ido cumpliendo. Él se refería especialmente a los avances sociales, la eliminación de la pobreza, el bienestar social, junto al prestigio de sus científicos, intelectuales y hasta deportistas. Él me pintó un cuadro en el cual yo no creía porque yo salí de la España que había dicho Lorca: «Españolito que vienes al mundo, válgate Dios, una de las dos Españas te partirá el corazón».

En Alemania tratan muy bien a los españoles porque todo el mundo ha ido alguna vez de vacaciones o lo hace todos los años, pero nosotros aquí ya vivimos una época parecida que se llamó la época de la bonanza y la desaprovechamos. En mi novela titulada El club de la caoba, de próxima aparición, he intentado retratar esa época, hay que tener cuidado con la abundancia, porque lleva directamente al aturdimiento, de la misma manera y por la misma razón que Blake aseguraba que la inacción conduce a la pestilencia.

Le oí decir que nació en Castilla.

Sí, yo nací en León. Yo nací en un pueblo que se llama Villa Moratiel de las Matas. Este pueblo es de los que llamó Ortega «los campos góticos» y también los llaman «campos de pan llevar». ¿Por qué? Porque ahí los únicos productos que había eran los cereales, trigo, avena y cebada, más nada, pero este pueblo tenía una demarcación muy importante porque el próximo pueblo estaba a ocho kilómetros, eso quiere decir que tenía todo llano, imagínate un campo grande.

Ahí mi familia, mi abuelo, era uno de los caciques, Atanasio Alegre era el tipo que más tierras tenía. Cuando llega la guerra, otro hermano suyo vivía en un pueblo cercano que se llamaba Palanquinos y era uno de los exportadores y vinateros más importantes de la zona, el primer Ford que hubo en la provincia de León lo tuvo mi tío abuelo. Cuando llega la guerra la familia se desmiembra. Nosotros somos leoneses, de lo que llaman ahora la autonomía León-Castilla.

¿En qué año nació?

En el 30, yo tengo setenta y dos añitos nada más.

No parece, parece muchísimo más joven.

Toda la vida hice muchísimo deporte, sigo haciéndolo, yo voy todas las mañanas al parque a caminar y trotar un poco, no con exceso, tú sabes, para que no se forme un aneurisma. Yo calculo que a mí la carrera que hice me ayudó mucho, por ejemplo el estrés y todo eso conmigo no va, lo manejo bien, aun en los tiempos más difíciles en la universidad, y a mí me tocaron muy difíciles, tanto en la Central como en la otra, yo tuve siempre eso que llamaban los clásicos «capacidad de discernimiento».

Y con tantos años trabajando con la depresión ¿qué es la depresión, es una enfermedad contemporánea, es antigua, se ha recrudecido con los años?

La depresión tiene, digamos, dos vertientes fundamentales. Es lógico que un sentimiento determinado de tristeza, por ejemplo, de pérdida, eso que llamó Victor Frankl la separación de los amantes, o la muerte de un hijo, cree una situación de angustia, todo cuadro de tipo psicopatológico está caracterizado por una angustia determinada, excepto uno del cual te voy a hablar, porque es un caso a mano.

Resulta que hay una angustia que no tiene contenido. La angustia da más bien en la mañana y la depresión igual, que no quieres levantarte de la cama. Entonces tú dices bueno, en el fondo esto no es nada, bueno, la nada es el contenido de la angustia, la nada es el contenido de la depresión. Yo creo que el ser humano tiene una inmunología psiquiátrica o digamos anímica, sumamente fuerte, poco estudiada, en virtud de la cual él vence una cantidad extraordinaria de escollos, los supera, se compensa, algunas veces falsamente. Mi tema en la universidad en los ascensos y el curso que yo he dado «la función ritual de la existencia» en Hamburgo, que es un poco complicado, va sobre lo poco auténtico que es el hombre frente a sí mismo y frente a su juicio. Pero también está lo que se llama la depresión endógena, que es un camino directo hacia el suicidio.

Entonces, todo el mundo tiene lo que se llama una angustia existencial que tú la puedes manejar, porque tú tienes que ganar dinero, tienes que figurar, tienes que escribir un artículo. La otra, la patológica, se llama una «angustia vital», que la denominó López Ibor así, y esa «angustia vital» llega un momento en que te domina a ti, te obsesionas, y si estás en un círculo familiar todos empiezan a deprimirse, es la enfermedad más contagiosa, la depresión, por eso hay que tratar a toda la familia.

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Desde el apartamento de Alegre se escucha el paso veloz de los automóviles por la autopista de Prados del Este, como un rumor mundano. Del silencio de los conventos al bullicio caraqueño: ésa ha sido la hipérbole de este hombre enérgico.

2004

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