Ciencia y tecnología

‘Bytes’ contra balas

Por Luis Esteban G. Manrique | 1 de julio, 2009

Rosa Naútica

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Andrew Millar, un periodista del The Economist que cubrió las “revoluciones de colores” en Ucrania, Georgia y Kirgizstán, ha elaborado una útil lista sobre los factores que pueden contribuir al triunfo de una revuelta popular contra una dictadura: fuerzas de seguridad débiles o divididas; algunos medios de comunicación independientes; dinero; corrupción oficial extendida; líderes opositores que hayan desertado del régimen; rebeliones anteriores; fuerte apoyo en las capitales y un fraude electoral.

A todo ello se puede sumar hoy un nuevo factor crucial: el ancho de banda. Internet se ha convertido en una herramienta tan imprescindible para la economía que ningún gobierno autoritario puede permitirse bloquear al acceso a la red de sus ciudadanos sin sabotear al mismo tiempo sus propios medios de supervivencia.

La propia junta militar birmana mantuvo el cierre de Internet un tiempo relativamente corto -unas seis semanas- durante la “revolución del azafrán” de 2007. De hecho, hoy sólo Corea del Norte y Cuba mantienen un estricto régimen de restricciones a Internet, lo que explica en parte que estén entre los países más pobres de sus respectivos continentes.

Antes, a los gobiernos autoritarios les bastaba controlar la televisión y los medios escritos de prensa para obstaculizar los intentos de organización de la sociedad civil e impedir su acceso a fuentes de información independientes. Pero hoy la capacidad de cualquier persona con un teléfono móvil y una cámara digital y una conexión a Internet a difundir libremente imágenes y textos sin cortapisa alguna ha roto sus antiguos monopolios.

Las señales de los satélites pueden ser interferidas, los medios de prensa incautados y los corresponsales extranjeros expulsados. Pero el ilimitado flujo de artículos, videos y blogs en la red, a lo que se han sumado hoy las redes sociales de la llamada Web 2.0, suponen un salto cualitativo de tal magnitud que han cambiado las reglas del juego político.

La fundación iraní Adborrahman Boroumand, por ejemplo, desde fuera del país traduce y publica on-line documentos sobre derechos humanos fundamentales y mantiene una base de datos sobre las víctimas de la represión. Por su parte, el líder opositor Mir Hossein Musavi empleó tácticas e ideas de la campaña electoral de Barack Obama, sobre todo el uso de las redes sociales como Facebook.

Los gobiernos de Irán, China, Arabia Saudí, entre otros, cuentan con los más modernas tecnologías, suministradas por Nokia Siemens Networks, para filtrar y bloquear Internet y la telefonía móvil, censurar páginas incómodas, ralentizar su velocidad, vigilar las comunicaciones privadas o rastrear las huellas digitales que los disidentes dejan en la red.

Pero hay múltiples modos de burlar esas barreras, por ejemplo conectarse a servidores extranjeros (proxy servers) para no ser detectados al acceder a páginas prohibidas o descargarse programas gratuitos desarrollados por la organización china Falung Gong para enviar mensajes encriptados.

Sin embargo, todo ello no garantiza nada. Por lo general, la violencia intimida, al menos a corto plazo, a los opositores de una dictadura. En Irán, la milicia paramilitar de los ‘Basiyís’ tiene en sus filas a millones de efectivos y los Guardias Revolucionarios, con unas 200.000 tropas de elite, poseen sus propias fuerzas áreas y navales y unidades blindadas y muchos de sus mandos ocupan puesto clave en lo ministerios del Interior y los servicios de inteligencia.

Ambas fuerzas se han convertido en una casta militar pero también empresarial: son hoy los mayores beneficiarios de los contratos del gobierno y desarrollan desde proyectos de gas a represas y redes ferroviarias. Hoy sus labores de inteligencia se concentran en identificar a los líderes de la revuelta y rastrear sus movimientos, digitales y físicos. Hasta ahora, esa estrategia ha tenido éxito, lo que ha hecho innecesario que los Guardias saquen los tanques a la calle o reediten una masacre como la de Tiannamen en 1989.

Las manifestaciones más pequeñas son más fáciles de disolver: basta con situar francotiradores en los tejados, cuyos fusiles de precisión con silenciador provocan muertes instantáneas e invisibles, del tipo que sólo los más temerarios -o inconscientes- son capaces de desafiar: el instrumento perfecto del terror.

Luis Esteban G. Manrique 

Comentarios (1)

Bruno Amézqueta
2 de julio, 2009

Me parece muy interesante. Me pregunto si es realmente fácil para los países cortar todas las comunicaciones de internet. Por ejemplo, qué está pasando en Honduras al respecto?

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