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Joaquín Soler Serrano: el entrevistador entrevistado

joaquiAcaba de salir en la editorial Planeta una biografía de Joaquín Soler Serrano escrita por Joan Munsó Cabús. Se titula, en homenaje al programa del propio Soler, «A Fondo». Allí puede saberse de la peripecia total de este hombre clave de la radio y la televisión española y venezolana. A muchos les sorprenderá saber que vive en el Hotel Hilton de Caracas desde hace quince años, y también probablemente ignoren que visitó Venezuela por primera vez en 1956, cuando la televisión nacional estaba en pañales y Soler se suma al staff de los Veloz Mancera en Televisa (hoy Venevisión) y comienza con su programa El Café de la Tarde, el mismo que antes llevó en la radio de Barcelona y ahora se adaptaba para televisión.

Desde entonces la relación de Soler Serrano con Venezuela ha sido tanto permanente como intermitente. Para mí Soler Serrano es un personaje absolutamente familiar: le vengo viendo entrevistar en la televisión desde que era en blanco y negro, y mis pasiones literarias estaban aflorando impetuosamente. Los televidentes, y los lectores, le debemos momentos que ya forman parte de la historia. Pienso en sus entrevistas con Borges, Cortázar y Paz, para sólo citar tres de las inolvidables. Ha sido un gusto, un honor y un tributo a su obra haberle podido entrevistar en su cueva caraqueña.

Cuéntenos usted cuándo vino por primera vez a Venezuela, qué lo trajo por acá y por qué se ha ido quedando de manera intermitente.

¿Sabe qué pasa? Yo soy ya muy mayor. Nací el 19 de agosto del año 1919, tengo ochenta y pico de años.

Va a cumplir ochenta y cuatro.

Entonces, de mi familia, creo que el único que se acuerda de algo soy yo, todos los demás están por ahí que no saben dónde están y mi mujer me dice, que es la más joven de las dos mujeres que he tenido, que la gente cree que yo soy más viejo, pero que hay viejo para rato y es verdad, porque soy muy activo, siempre estoy inventando y pensando cosas y no puedo estar como alguna gente durmiendo o condenando las culpas. Yo empecé muy pronto a hacer periodiquitos.

¿Eso fue dónde?

En Murcia, a la orilla del río Segura, ahí hay una vega muy espléndida, llena de naranjas, de manzanas y de plátanos, de todo. De modo que estoy en esto, haciendo las mismas tonterías mejor que otras, desde que nací, prácticamente, y como mi padre me estimulaba y tenía una gran biblioteca, me la leí toda, pues entonces yo le preguntaba a mi padre por Azorín, y por tantos otros y él me mandaba a leerlos.

Y así empecé en estas cosas y luego fui a salir en la radio, que fue mi primer conocimiento de las masas en cierto modo, y después vino todo lo demás: la radio trajo de la mano a la televisión, en la radio yo me había conseguido un puesto muy importante a nivel nacional, es decir, no de Barcelona que es la ciudad en la que me instalé con mis padres muy pronto, sino que estaba realmente muy interesado por lo que pasaba en todas partes, como creo que nos ha pasado a todos los que hemos tenido más o menos esta vocación.

Esa es la historia, he seguido con eso y no he parado y estoy todavía, y además me divierto mucho, me encanta, me ha permitido tener la posibilidad de visitar y conocer y tratar a todos los grandes, sobre todo del mundo de la cultura que son los que me interesan. A mí no me interesan los jugadores de fútbol, ni los campeones de política forzada, porque esto no es política, esto es lo contrario de la política, lo que está sucediendo aquí ahora.

¿Cómo fue que nació su relación con Venezuela, como apareció, tenía amigos aquí?

No, leí cosas sobre Venezuela en alguna parte, a mí me ha interesado siempre todo el mundo iberoamericano, como es lógico. Yo nací en una punta de España, entonces lo que me interesaba no solamente era lo que España era en ese momento, que también era un problema, porque éramos una monarquía que no sabíamos muy bien qué significaba, pero que a mi padre no le gustaba nada. Él era republicano absolutamente y, naturalmente, nos inculcó a todos los niños que teníamos que ser republicanos.

La verdad es que no sé por qué vine aquí, vine porque me pareció, no sé. La verdad es que tendría que decirle a usted que eso me vino por alguna vía seguramente literaria, por alguno de los muchos libros buenos que se han escrito en este país. Eso sí, éste es un país que ha dado escritores extraordinarios, muy buenos poetas, muy buenos artistas, y muy malos políticos. He conocido a muchos artistas venezolanos y les he ido siguiendo luego por aquí cuando salían a las ferias estas de Miami y de otros sitios, a ver cómo era la guerra contra el resto y siempre los venezolanos han tenido una notación superior.

Usted, entiendo, tiene tres sedes en su vida: España, Venezuela, Miami

No, Miami no, mi mujer tenía la ilusión de que le comprara una casa en Miami y como tenía el dinero, pues se la compré. Vamos, una casa de esas suaves, sencillas, que están hechas más de madera que de otra cosa, pero que estaba en Miami, justo al lado del lugar ese donde son las llegadas de la gente por la noche, que están las fiestas.

Ahora, no sé por qué me gustó tanto Venezuela, a mí me gustó muchísimo. Yo he leído bastante sobre los viajes que han hecho por aquí todos los viajeros de todos los lugares y pensaba venir un día aquí y descubrir qué es lo que era esto, igual había ido a París y había ido a Londres. Eso creo que es una cosa que teníamos los muchachos en ese tiempo, que nos veíamos en un país pequeño, un país bello y pequeño y con un régimen todavía antiguo y que el resto del mundo había crecido, se había desarrollado y tenía más cosas, me parece que esa era una especie de curiosidad general, llevada un poco de estas aficiones personales que me puso papá.

Y de todos esos maravillosos entrevistados, ¿hay alguno que lo haya marcado en particular, que le haya impresionado por su estatura intelectual?

Si hablamos de todos, sí, naturalmente hay muchos, es que han sido tantísimos. Pero esto es un trabajo exigente, sabe, a los entrevistados hay que irlos a buscar a sus casas, hay que hablar con ellos, salir, ir a comer, pedirles que te cuenten cómo era cuando niños, hacer lo que tú estás haciendo ahora conmigo.

Entre los entrevistados que más recuerdo está Cortázar. Nos hicimos grandes amigos, encontramos un montón de cosas que nos unían y ya fuimos amigos para siempre. Y luego tenía esa cosa del rojo que no quiere el dinero para él, sino para dárselo a los pobres. Eso tampoco me había pasado con nadie, me quedé asombradísimo y es una de las razones que más me inclinaron a tenerle admiración y afecto.

Las entrevistas con Borges son extraordinarias también, conmovedoras.

Borges era un hombre muy callado, veía muy poco, oía muy mal, pero siempre tenía su arma preparada por si aparecía algo que le molestaba. Entonces, él se casó un día con una señora que salió a los pocos días gritando que eso no se había consumado porque Borges no tenía con qué. Aquello fue horrendo, pero el viejo la aguantó, y luego vino la japonesa y se quedó con todo, pero a él le hacía falta una mujer. Borges es un sujeto que a mi parecer -yo que lo he leído tantas veces y lo adoro- ha dejado de hacer muchas cosas, quizás porque no le dio tiempo, pero hubiese dicho cosas mucho más fuertes todavía, más profundas.

Me gusta mucho también la entrevista suya a Octavio Paz.

Octavio era un ser amable y amadísimo, hay que quererle. A Octavio hay que quererle porque era un hombre tan bueno, a pesar de que a veces han dicho que era un déspota, a mí me parecía un hombre muy suave, muy agradable.

La de Juan Rulfo es estupenda.

Antes de conocer a los mexicanos yo tenía la idea de que estaba viendo a Pancho Villa siempre a caballo, y tú sabes que fui a ver a la viuda de Pancho Villa y fui adonde lo enterraron y fui adonde está el carro que ametrallaron cuando lo mataron. He hecho programas sobre todo eso y los he hecho pensando en los ojos de los demás y en la sensibilidad de los demás; y cómo conocía esa mujer a Pancho y lo que quería, cómo lloraba y cómo se iba y se ponía. No sé si te acordarás que ella cuenta que él era muy poco fiel con las mujeres y, a pesar de todo, ella me dice: «Sí, pero ya sabe lo que hacía mi marido una vez que se había firmado la boda, volvía para adentro y rompía el acta, ese era el verdadero Pancho Villa, él nació para que yo estuviese contenta».

Yo creo que de los venezolanos usted entrevistó a Uslar, me parece.

A Uslar sí, a Uslar le he querido mucho desde el principio porque era un hombre tan noble, tan sincero, tan verdadero, tan lleno de amor por la humanidad, ése es otro hombre descomunal que ha dado este país. Alguna vez lo vi en la isla.

¿En dónde?

En la isla, yo he vivido mucho en la isla, escribí como treinta programas sobre la isla y los hice para la Televisión Española. Me refiero a Margarita, la isla nuestra, la que tenemos a la mano.

Y así he ido conociendo a los escritores, a los pintores, a los poetas, a todos los que se han dejado entrevistar. Mi curiosidad y mi amor son igual para todos.

¿Y qué hace usted aquí en Caracas, qué le gusta de acá?

Aquí hago lo que me da la gana, no me controla nadie, en realidad nadie se preocupa por mí, lo cual es buenísimo. Yo he estado con mi familia entera viviendo aquí durante años, he hecho aquí de todo, he creado una serie de organizaciones para enseñar a los venezolanos a crear formas para que la gente haga más dinero trayendo gente. Hice una serie que duró como cuatro, cinco años, y venían miles de personas de todo el mundo y yo traía los mejores maestros del mundo sobre turismo, donde se les enseñaba todo, cómo se puede traer al turista, arrastrarlo, hacerle que sea feliz, que pague el dinero y que se sienta contento.

¿Y siempre ha vivido en el Hilton o alguna vez tuvo residencia?

No, no, teniendo niños enseguida tiene uno que ir pensando en que ellos quieren más cosas, de modo que abrí pronto una casa por ahí por la playa, cerca, me quedé en un hotelito que había en la entrada de una de estas plazas que están terminando y entonces pregunté cuánto le había costado al señor que la estaba haciendo y llegué a un acuerdo con él y nos quedamos allí.

En suma, yo he estado viviendo todo eso, he estado metido mucho tiempo en Morrocoy, en Los Roques. Lo que pasa es que ya estoy en una edad en la que me divierte menos ir a la playa y esas cosas. En realidad, no sé si me divierte o no me divierte, no me apetece como antes, las etapas de la vida de uno casi nunca pueden ser semejantes y, además, lo interesante es que no sean semejantes.

¿Los dos países en donde usted ha vivido han sido España y Venezuela, o hay algún otro?

He estado en algunos otros países, he ido sobre todo también por vocación, pero viviendo así largamente, solamente España y Venezuela. Eso sí, he recorrido el mundo entero, he estado además en las guerras, en todas, en primera línea, me metí a luchar contra los rojos al lado de los alemanes y tengo fotos de todo eso que me retratan ahí en medio, luchando. De modo que no he tenido nunca miedo a los tiros, pero porque sabía que estaba entre una guerra de verdad, en cambio esto, que no se sabe lo que es, es incomodísimo, porque de repente sale un tiro por ahí, no sé.

Es evidente que usted ama su trabajo

Es emocionante, yo lo hago porque confío en que me gusta, si no, no lo haría.

Y de los escritores españoles, ¿cuál le ha llamado la atención particularmente?

Bueno, los he conocido a todos, visitaba a don Pío Baroja en su casa, y luego he tenido con él muchas conversaciones desde la radio en la que yo estaba en Barcelona. Le llamaba a Madrid y él estaba en su casa con una estufa de esas que no sé cómo se llaman, que están todo el día hirviendo para que el viejo dejara de temblar, iba con la boina, se ponía una manta encima de las piernas, ya le costaba caminar, pero hablando era genial, y decía de vez en cuando: «¿Usted no va teniendo la sensación de que ahora se come menos?». Y yo le respondía: «No es que se coma menos, es que usted ha comido antes mucho porque salió de la guerra civil donde no comía usted nada». «Eso es verdad, sí señor, aquí no había manera de comer nada, aquí he perdido todo lo que tenía de peso y aquí he pasado mucho frío, por eso tuve que comprarme esta salamandra, que es una cosa así ya sabes, donde se echa el carbón, se enciende», y ahí me iba contando su vida.

Pío Baroja. ¿Qué otros?

Bueno, todos, es que yo no le puedo decir, qué sé yo, todos. Todos los escritores que vi en la biblioteca de mi padre que estaban vivos, naturalmente. A Azorín fui a verle mucho, pero Azorín no hablaba nada, Azorín estaba sentado al lado de una ventana con la cara así, y jamás hacía un gesto, él cuando sabía que iba a ir estaba preparado mirando por la ventana. «¿Cómo está el maestro?», le preguntaba yo. No se levantaba porque no podía ya, y decía: «Pase, pase, ilustre amigo, pase, ayúdeme, déme compañía que es lo único que me falta». «¿Cómo que es lo único que le falta? A usted no le falta nada. ¿A usted le falta algo para comer?» «No, porque como muy poco y siempre me he alimentado muy poco, si usted ha leído mis libros habrá visto que yo no hablo nunca de comida», y es verdad, ésa es otra cosa asombrosa.

¿Alguno de sus hijos se quedó aquí?

No, pero han estado aquí hasta hace nada, es decir, mi hija, la más chiquita está ahora ya casi en edad de casarse, la hizo Miss Venezuela el hombre de aquí, ¿cómo se llama el tipo?

¿Cómo va a ser, cómo se llama ella?

El nombre que ella había tomado yo no lo sé, pero te traigo una foto. El problema es que le buscan un nombre que sea lírico y no tiene por qué ser lírico. Además, te voy a dar incluso una foto con ella, pero con las veces que me he ido de aquí y he vuelto, me han dado la vuelta cuarenta veces a mi sitio de trabajo, de modo que ya no sé dónde está nada. Lo que se conserva más son los videos míos, los videos en sólido, que son puro hierro, preparados para que se puedan emitir en todos los sistemas del mundo, eso pesa una barbaridad, todo eso está montado sobre sitios sólidos, ahora lo verás en un instante que te robaré, que va a ser muy breve porque no te voy a aburrir.

¿Algún otro escritor español?

A Camilo José Cela lo traje yo aquí para que conociera a este país y escribiera un libro sobre Venezuela.

Sí, La Catira.

La Catira. Cuando llegué aquí la primera vez, que yo no venía a nada, sino que era uno de esos barcos llamados de recreo, un crucero, y ese crucero, como yo les hacía la publicidad por la radio en España, me dijeron un día que cuando quisiera, cuando me diera la gana, tenía el crucero a disposición, que por cierto iba a salir uno para los países que tanto me gustaban, para América Latina. Me incorporé y a bordo me encontré a cuatro o cinco personas que fueron luego decisivas en mi vida, en el sentido de que yo no sabía quiénes eran ellos ni ellos quién era yo y por lo tanto hablábamos libremente de cualquier cosa, y uno de ellos resultó ser el número dos del gobierno de Pérez Jiménez, Aureliano Otáñez. Y nos hicimos amigos como gente que va en un crucero jugando a lo que sea todos los días, me dijeron «véngase a pasar unos días con nosotros», entonces yo me quedé en mi hotel. Me preguntó a qué hotel iría y contesté que aún no me había ido, que me habían recomendado aquel grande, el Tamanaco. Allí estuve viviendo durante dos o tres semanas y llegaron los ejecutivos de Televisa y decían «aquí encima podemos montar tu estudio de televisión». Aquí no había televisión ni nada, eso fue una idea mía, yo monté eso que se llamó Televisa y lo monté con los hermanos Veloz Mancera, y todo venía así de esa manera, y a partir del momento en que yo llegué aquí me dediqué a contarles a todos los españoles que esto era una maravilla, ahora no podría decir eso, pero entonces este país era glorioso y la gente era maravillosa toda y la cultura estaba muy por encima de lo que es ahora, esto ha tenido una caída tremenda.

¿Y tiene amigos aquí en Caracas a quienes ve?

Tengo muchos amigos, pero ya no somos los mismos amigos que antes.

¿Pero entonces está solitario acá?

No estoy solitario porque yo me estoy inventando, estoy inventando cosas y entonces estoy pensando siempre qué podría hacer ahora y con quién, salí a inventar una cosa sobre ésta, sobre el otro. Muchas veces estoy tan aburrido fuera de aquí que me vengo a encerrarme en mi oficina, porque aquí siempre hago cosas.

¿Y donde está su familia ahora, en Murcia?

No, ellos ahora se han ido para California, que les encanta, desde que descubrimos California, donde fui a hacer una película, además a los niños les encanta.

¿Y dónde están, en San Francisco?

Sí, pero yo no voy, fui cuando necesité ir, voy a los sitios a trabajar, a Nueva York he ido muchas veces, he hecho muchos programas en Nueva York. He pensado muchas veces que lo bueno que tiene la televisión es que puedes estar en todas partes al mismo tiempo, cosa que no puedes hacer con lo demás.

Los programas suyos en este momento los deben estar pasando en alguna televisora del mundo ¿no?

Seguramente, sí, porque de muchos de ellos compran los derechos y en eso ya tengo un arreglo con la Televisión Española, eso tiene unos honorarios, unos mecanismos, unos sistemas.

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Al cabo, la conversación con Soler Serrano pasó del lobby del hotel a su lugar de trabajo: un pequeño espacio donde los anaqueles de hierro sostienen las cajas de videos de cerca de 1.500 entrevistas sostenidas alrededor del mundo, a lo largo de cincuenta años. Se dice fácil. Cuando nos despedimos tuve la impresión de haber hablado con un hombre que venía de vuelta de todas las batallas y, sin embargo, mantenía un semblante risueño y pícaro a la vez. Tan personaje como los personajes que entrevistó.