
email
- 0
6.25pm
Lectura y relecturas dispersas, las primeras cincuenta páginas de la CLARISA, de Zweig y el primer acto de LA GAVIOTA. Debería concentrarme en cosas más urgentes, como el ensayo sobre Harry Abend para un libro en preparación y la segunda entrega de mi “Semanario”.
*******
SEMANARIO
“Siena, oración”, de Mario Specchio
Ninguna ciudad italiana más digna, en el sentido que le concedieron los pensadores del Quattrocento, que Siena. Ilustración irreprochable de esa “dignidad de los vencidos” que acuñara el ingenio de Borges. Durante siglos se opuso con ferocidad a las pretensiones hegemónicas de los florentinos, hasta que fue vencida por la complicidad inmoral de España y Florencia, a principios del XV. A partir de ese momento, Siena se recogió sobre sí misma, como un molusco, alrededor de la concha de su Piazza della Signoria. Si Florencia es el triunfo de la racionalidad en todo y, sobre todo, en el arte, Siena es la insistencia en las capacidades maravillosas de la empresa espiritual, en las sonoridades tan remotas del alma: Giotto frente a Duccio, y Massacio versus Sassetta. Vencieron en todo los florentinos, pero cuando caminamos por el “caracol” que es Siena, todavía es posible escuchar la música distante de una existencia donde la geografía de lo material no se había impuesto sobre la sintaxis del corazón. Y esta, la sintaxis del corazón, es la que reitera en sus libros el mayor poeta de la ciudad y uno de los mayores de Italia, Mario Specchio. Cuando, el año pasado, pasé con unos amigos caminando frente a la facultad de Letras donde enseña, hubiese jurado, y lo sigo haciendo, que Mario estaba allí, delante de un pizarrón, hablando de Celan, a pesar de sus vacaciones en Murcia. Y es que pocas veces he tenido el privilegio de estar con un poeta que sea tanto su ciudad. Mario Specchio es Siena de la misma manera que Alejandría es Constantin Cavafy.
SIENA, ORACION
Siena sobre tus mármoles al rojo
he depositado la sonrisa y el deseo
cuando nada ha ocurrido
ni ha sido lo que anunciaba el enigma
y el speculum
de lo que se arqueaba en el borde
de las ojivas
y del corazón
a tus palacios
he confiado el reloj y la deriva
de los sentidos
si no fuese demasiado pronto
-o tarde-
en tus calles con enredaderas de luna
tierra deshecha áspera de corteza
que detiene la ráfaga del viento
-del tiempo-
a tus profundidades rojo ceniza
he confiado la piedad sin memoria
hasta que sea un rollo brusco de arcos
para sostener la ola de banderas
encendidas por el delirio
y el silencio
de las palomas aterradas ante
la primera explosión
de morteros
hasta que la anciana en lo profundo
de la “contrada” inmóvil
perciba
el grito y la alegría
o el temblor perdido
que precede la humareda de sombras.
Siena, la de
los palacios de ámbar
de torres de iglesia con arabescos
de nieve primaveral en los pináculos
con tus caballos drapeados para la Madonna
con tabernáculos
de guardia por las noches,
a esa Siena
y no otra,
la de la hora del adiós.
No es el más claro de los poemas que le he leído a Specchio. Las múltiples referencias, la velocidad con la que aparecen en el texto, la simultaneidad cinemática, aluden a la fiesta del palio que se organiza cada verano en honor a la Virgen. Aun así, aludiendo a la más ruidosa de las celebraciones, la lírica de Specchio no abandona esa inmóvil melancolía que se respira en las laberínticas y dignas calles de su ciudad natal. Y si la dignidad fuera lo que fue en los tiempos de la ilustre República de Siena, estaríamos abriendo en este momento una botella de Chianti Classico Felsina “Rancia”, producido en la vecina Castelnuovo Berardenga.
email
- 0
Artículos más recientes del autor
- Diario de Milán, noviembre 2017. Parte II; por Alejandro Oliveros
- Diario de Milán, noviembre 2017; por Alejandro Oliveros
- El mercader de Venecia en default; por Alejandro Oliveros
- La gran aventura del desnudo; por Alejandro Oliveros
- Paula Modersohn-Becker vista por Adrienne Rich; por Alejandro Oliveros
- Ver todos los artículos de Alejandro Oliveros
3 de julio, 2009
Carissimo Alejandro, fratello lontano solo nello spazio, come posso dirti grazie per quello che hai fatto e che continui a fare per me, per la generosità e l’affetto illimitato che regali a me, alla mia vita e e al mio lavoro ? Che Dio benedica te e tutte le persone che ami, e sia benedetto anche il giorno che entrasti, a Firenze, in quella libreria…