Artes

Cómo ser más inteligente

Por El Librero y Prodavinci | 12 de mayo, 2009

intelligenvceVuélvete inteligente
por JIM HOLT
c.2009 The New York Times
Distribuido por The New York Times Syndicate.

“La inteligencia y cómo conseguirla: porque es importante la cultura y la escuela.”
Por Richard E. Nisbett.
304 pp. W.W. Norton & Company. $26.95.

El éxito en la vida depende de la inteligencia, que se mide con pruebas de Coeficiente Intelectual (IQ.). La inteligencia es principalmente un asunto hereditario, como aprendimos de estudios hechos con gemelos idénticos que fueron criados por separado. Como entre individuos la diferencia del coeficiente intelectual es mayormente genético, lo mismo debe ser cierto para los grupos.

Así que la clasificación del coeficiente intelectual de grupos raciales/étnicos —los judíos Asquenazí de primero, seguidos de los Asiáticos del Este, los blancos en general y luego negros—está fijada por la naturaleza, no por la cultura. Los programas sociales que buscan elevar el coeficiente intelectual están destinados a fracasar. Las desigualdades cognitivas ya que están escritas en los genes, están allí para quedarse, así como las desigualdades que surgen de ellas.

Lo que acabo de resumir, con solo un asomo de caricatura, es el enfoque hereditario de la inteligencia. Esta es la posición suscrita por Richard J. Hernstein y Charles Murray en “The Bell Curve” (1994), por ejemplo, y por Arthur R. Jensen en “The g Factor” (1998). Aunque la teoría hereditaria se ha denunciado ampliamente como racismo disfrazado de pseudociencia, estos libros se fundaron sobre una amplia investigación y se razonaron cuidadosamente. Para los críticos fue más fácil impugnarle los motivos a los escritores que refutar sus conclusiones.

El prominente psicólogo cognitivo Richard E. Nisbett, profesor de la Universidad de Michigan, no le teme al trabajo arduo. En “La inteligencia y como conseguirla” ofrece una crítica meticulosa y esclarecedora de la teoría hereditaria. Fiel a su título de libro de autoayuda, el libro contiene algunos “tips” de como mejorar el coeficiente intelectual de su hijo—hacer ejercicio durante el embarazo (las madres que hacen ejercicio tienden a tener hijos más grandes que son más inteligentes al crecer, posiblemente debido al tamaño mayor del cerebro). Pero su verdadero valor radica en la metódica recopilación de la evidencia, mucha de ella reciente, a favor de lo que llama “el nuevo ambientalismo”, que enfatiza la importancia de los factores no hereditarios en la determinación del coeficiente intelectual. Esta evidencia es tan fascinante—tomada de la neurociencia y de la genética, así como de estudios sobre intervenciones educativas y estilos de crianza—que podemos perdonarle al autor su prosa un tanto académica.

Intelectualmente, el debate sobre el coeficiente intelectual es un debate traicionero.
Los conceptos como herencia son tan delicados que hasta los expertos caen en falacias. Es más, la mayor parte de la data relevante viene de “experimentos naturales”, que pueden incurrir en sesgos. Cuando la evidencia es ambigua es más fácil que la ideología influya sobre nuestro juicio científico. Los liberales esperan que las políticas sociales puedan enderezar las injusticias de la vida. Los conservadores mantienen que la desigualdad natural debe aceptarse por inevitable. Cuando cada lado quiere creer ciertas conclusiones científicas por razones que no son científicas, el escepticismo es la mejor posición.

El mismo Nisbett procede con cautela. Acepta que las pruebas de coeficiente intelectual-que miden tanto la inteligencia “fluida” (habilidades de razonamiento abstracto) como la inteligencia “cristalizada” (el conocimiento)—miden algo real. También miden algo importante: hasta dentro de la misma familia, al crecer, los niños con mayor coeficiente intelectual ganan más dinero que sus hermanos menos astutos.

Sin embargo, Nisbett se molesta con la aseveración que el coeficiente intelectual se hereda en un 75/85 por ciento; la cifra verdadera, dice, es menos del 50 por ciento. Este estimado lo calculan comparando el coeficiente intelectual de familiares consanguíneos—gemelos idénticos, gemelos fraternales, hermanos-que se crían en familias adoptivas diferentes. Pero hay una trampa aquí. Como observa Nisbett, las “familias adoptivas, como las familias felices de Tolstoi, se parecen.” No solo tienen más dinero que el promedio, también tienden a darle más estímulo cognitivo a sus hijos. Luego, la data recopilada de allí conlleva erróneamente a decir que el coeficiente intelectual definido por la herencia es alto. (Piensen: si todos nos criáramos en un ambiente exactamente igual, las diferencias en coeficiente intelectual aparecerían como 100 por ciento genéticas). Esto subraya un punto importante; no hay un valor fijo para lo hereditario. La noción solo tiene sentido en relación a una población. La capacidad de heredar el coeficiente intelectual es más alto para las familias de clase alta que para las de clase baja, porque las familias de clase baja ofrecen una mayor variedad de ambientes cognitivos, desde terribles hasta bastantes bueno.

Nisbett concede que los genes juegan un papel en determinar las diferencias de coeficiente intelectual dentro de una población, pero eso no nos dice nada sobre las diferencias promedio entre poblaciones. El ejemplo clásico es la semilla de maíz sembrada en dos terrenos, uno con buena tierra y la otra en tierra pobre. Dentro de cada terreno, las diferencias en la altura de las plantas de maíz son completamente genéticas. Sin embargo, la diferencia promedio entre los dos terrenos es completamente ambiental.

¿Esta misma lógica podría explicar la disparidad del coeficiente intelectual promedio entre norteamericanos de descendencia europea y los de descendencia africana? Nisbett cree que sí. La brecha racial del coeficiente intelectual es, sostiene, “netamente ambiental”. Por una parte, ha estado disminuyendo: en los últimos 30 años, las diferencias de coeficiente intelectual medidas entre blancos y negros de 12 años de edad ha bajado de 15 puntos a 9.5. Entre su evidencia más directa Nisbett cita los impresionantes estudios de la genética de la población. Los afroamericanos tienen un promedio de 20 por ciento de genes europeos, es mayormente un legado de la esclavitud. Pero la proporción de genes europeos varía ampliamente entre individuos, desde casi cero hasta más del 80 por ciento. Si la brecha racial es mayormente genética, entonces los negros con más genes europeos deberían tener un coeficiente intelectual más alto en promedio. De hecho, no lo tienen.

Nisbett también es escéptico con respecto a cómo la genética pueda explicar la destreza intelectual de los judíos Asquenazí, cuyo coeficiente intelectual está entre 110 y 115. En cuanto a la superioridad del coeficiente intelectual de los asiáticos del este por encima de los norteamericanos blancos, es el resultado de comparaciones descuidadas; al hacer las pruebas de coeficiente intelectual ajustados a las normas, los norteamericanos en realidad salen un poco mejor que los asiáticos del este.

Si las diferencias del coeficiente intelectual realmente se deben al ambiente, ¿qué puede ayudar a eliminar estas disparidades entre los grupos? Los resultados más dramáticos vienen de la adopción. Los niños pobres adoptados por familias de clase media alta muestran un aumento de 12 a 16 puntos en el C.I. Los padres de clase alta le hablan más a sus hijos que los padres de la clase obrera. Y hay diferencias más sutiles. En las familias negras más pobres, por ejemplo, a los niños rara vez se le hacen preguntas de “respuestas conocidas”-es decir, preguntas para las cuales los padres ya saben la respuesta correcta. (“De qué color es el elefante, Billy?”) Consecuentemente, como observa Nisbett, los niños se sienten desconcertados por esas preguntas cuando llegan al colegio. (“Si la maestra no sabe esto, seguramente yo tampoco.”)

El reto es encontrar programas educacionales que sean tan efectivos como lo es la adopción en incrementar el coeficiente intelectual. Hasta ahora, Nisbett observa, casi todas las intervenciones en la edad escolar han dado resultados frustrantes. Algunas intervenciones intensivas en la niñez temprana han producido ganancias perdurables del coeficiente intelectual, a un costo de unos $ 15.000 por niño por año. Sin embargo, el autor admite, costaría menos de $ 100 billones al año para extender esos programas al tercio más necesitado de los preescolares de los Estados Unidos. La ganancia para la sociedad sería incalculable.

Sigue habiendo límites hasta para el optimismo de Nisbett. La política social puede deshacerse de las brechas de coeficiente intelectual, cree él, pero “la brecha de la clase social” del C.I. “nunca se cerrará”. Yo enfocaría el asunto un poco diferente. Aún si la desigualdad es inevitable, puede volverse irrelevante. En el último siglo, por razones que no están del todo claras, las puntuaciones del coeficiente intelectual alrededor del mundo han estado aumentando en tres puntos cada década. Parte de este incremento, según Nisbett, representa una verdadera ganancia de inteligencia. Pero más allá de cierto umbral-un C.I. de 115, digamos—no hay ninguna correlación entre la inteligencia y la creatividad o el genio. Mientras más de nosotros seamos propulsados por encima de este umbral-y si Nisbett está en lo cierto, casi todos podemos estarlo-el papel de la inteligencia en determinar el éxito se volveré infinitesimal comparado con tales rasgos “morales” como la consciencia y la perseverancia. Entonces podemos empezar a discutir si esos rasgos son genéticos.

Jim Holt es el autor de “Stop Me if You’ve Heard This: A History and Philosophy of Jokes.” Está trabajando en un libro sobre el rompecabezas de la exi

El Librero y Prodavinci 

Comentarios (3)

yuli
12 de agosto, 2009

excelente

Henkel Garcia
12 de agosto, 2009

“Los liberales esperan que las políticas sociales puedan enderezar las injusticias de la vida. Los conservadores mantienen que la desigualdad natural debe aceptarse por inevitable. Cuando cada lado quiere creer ciertas conclusiones científicas por razones que no son científicas, el escepticismo es la mejor posición.”

Esta frase revela una sabiduria increible. Excelente reseña

Ivan
8 de septiembre, 2009

Muy buena informacion!…

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