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Votos y balas: la democracia en lugares peligrosos

collier

Por KENNETH ROTH

“Wars, Guns, and Votes: Democracy in Dangerous Places”

(Guerras, Armas y Votos: La Democracia en Lugares Peligrosos)

Por Paul Collier.
255 pp. Harper/HarperCollins Publishers. $26.99.

Hoy en día, ningún gobierno que se respete desea presentarse al escenario mundial sin la legitimidad de un manto democrático. Ahora, las elecciones son de rigor, aunque muchos déspotas rechacen la idea de acatar realmente la preferencia de los votantes. El resultado es que líderes tan autoritarios como Vladimir Putin en Rusia, Robert Mugabe en Zimbabwe, Meles Zenawi en Etiopía, Islam Karimov en Uzbekistan, Umaru Yar’Adua en Nigeria y Mwai Kibaki de Kenya adoptan y siguen la “democracia”. Todos ellos han utilizado una combinación de violencia, fraude y represión para asegurar que las elecciones no amenacen su dominio del poder.

Salen airosos de esta charada, en parte, porque las democracias Occidentales que supuestamente debían exigir la verdadera democracia, ven incentivos económicos y estratégicos en avenirse a esta farsa. En lugar de insistir en los elementos que le dan sentido a la democracia – libertad de prensa, una vigorosa sociedad civil, un estado de derecho, un proceso justo y transparente de contabilizar los votos – cierran los ojos ante su parodia electoral.

Un artículo de fe que se ha mantenido por mucho tiempo es que estas seudo-democracias son inherentemente inestables. Como los ciudadanos no tienen ninguna oportunidad de seleccionar a sus líderes, se van acumulando los motivos de protesta y la violencia puede estar muy cerca. Pero una cosa es saber que existe este fenómeno y otra muy distinta es probarlo. En “Wars, Guns, and Votes” (Guerras, Armas y Votos) Paul Collier busca establecer un rigor empírico a estas intuiciones.

Collier, quien es profesor de economía en Oxford, examina los gobiernos y lo que en un libro anterior denomina “el millardo de abajo” – los 58 países más pobres del mundo. Inicia esta sobrecogedora tarea resumiendo toda una gama de investigaciones de ciencias económicas y sociales, en un estilo casual, sencillo y accesible; a los lectores que gustan del lenguaje y visión estadística, los refiere a su página Web (users.ox.ac.uk/~econpco).

La primera conclusión de Collier es que la democracia, en la forma superficial y centrada en elecciones que tiende a prevalecer en estos países, “ha aumentado la violencia política en lugar de reducirla”. Sin normas, tradiciones, verificaciones y balances para proteger a las minorías, distribuir los recursos equitativamente y hacer que los funcionarios estén sujetos a las leyes, a estos gobiernos les falta la responsabilidad y la legitimidad para desanimar la rebelión. La búsqueda del poder se convierte en una “lucha de vida o muerte” donde “los contendores llegan a todo extremo”.

Los datos de Collier reflejan que antes de una elección, los partidos que se oponen entre sí pueden canalizar su antagonismo hacia la política, pero esa violencia tiende a exacerbarse después que pasa la votación. Es más, al ganar las elecciones por medio de amenazas, sobornos, fraude y baños de sangre, estas presuntas democracias tienden a establecer una mala estructura de gobierno, ya que las políticas necesarias para retener el poder son muy distintas a las que se necesitan para servir al bien común.

En particular, la identificación étnica en las sociedades de múltiples razas que predominan en ese millardo de abajo constituye un verdadero obstáculo. Si la gente vota más por fidelidad étnica que por la competencia gubernamental, los líderes no tienen ningún incentivo para lograr un buen desempeño o resultado, explica Collier. Tampoco nos debemos engañar pensando que la democracia funciona porque una gran cantidad de votantes se presenta a votar. Cuando prevalece la política personalista, “es probable que el voto sea sólo una expresión primitiva”, como “llevar una bufanda de fútbol”; no quiere decir que los votantes piensen que con su voto logren un gobierno más efectivo. Además, como las organizaciones noticiosas de estos países son débiles y la información objetiva es escasa, lo más probable es que los ciudadanos ni siquiera sepan cuan bueno o malo es el desempeño de sus líderes.

Para florecer en ese millardo de abajo, dice Collier, la democracia debe “socavar gradualmente las identidades étnicas y reemplazarlas por una identidad nacional”. El desarrollo económico ayuda pero, en las sociedades que se rigen por las divisiones étnicas, puede simplemente aumentar los intereses a repartir entre los distintos grupos. Según Collier, lo que se necesita son, esencialmente, líderes visionarios que puedan desarrollar una identificación con la nación, como un todo.

La fijación equivocada que tiene Occidente respecto a las elecciones, según Collier, tiene que ver con costumbres e ideas que quedan de la guerra fría. El temor soviético a las votaciones, escribe, “nos confundió e hizo pensar que lograr una elección competitiva es, de por sí, el triunfo clave. La realidad es que una elección manipulada no es nada que intimide: sólo los dictadores verdaderamente paranoicos las evitan”.

Sin embargo, las deficiencias electorales de estos países no implican que debamos desistir totalmente de la democracia. La imitación barata es lo que nos debe hacer desconfiar. Como explica Collier, “la democracia es una fuerza que durará para siempre” mientras sea más que una “fachada”.

El análisis de Collier está lleno de interesantes datos estadísticos. Por ejemplo, los golpes de estado tiende a costarle a un país el 7 por ciento de sus ingresos correspondientes a un año — “lo que no resulta una forma muy barata de reemplazar el gobierno”, comenta. Además, la ayuda internaciones, al endulzar el tarro de miel, aumenta los riesgos de golpe en prácticamente un tercio cuando esa ayuda equivale al 4 por ciento del producto interno bruto de la nación que la recibe. Las fugas de la ayuda internacional para el desarrollo financian cerca de 40 por ciento del presupuesto militar; a pesar de que el gasto militar no necesariamente trae la paz. Más bien todo lo contrario, puede poner en peligro la paz al indicarle a posibles rebeldes que el gobierno “piensa ponerse desagradable”.

Pero las noticias de Collier no son nada malas. Si la democracia (en su forma limitada) tiende a aumentar la violencia política en los países más pobres, una vez que el ingreso per cápita llega a aproximadamente a $2.700, ocurre lo contrario. Aparentemente, estos votantes más ricos esperan gobiernos más interesados y dedicados, y son propensos a rebelarse si sus expectativas no se cumplen. Como China superó este umbral de ingresos hace poco, las estadísticas sugieren que, si no se democratiza, corre el riesgo de que aumente la violencia política.

La parte más débil de “War, Guns, and Votes” (Guerras, Armas y Votos) es cuando Collier se vuelve prescriptivo. Al nivel general más amplio, sus recomendaciones son irreprochables: que la competencia auspicia las prácticas antidemocráticas si no hay responsabilidad de rendir cuentas, que los gobiernos del millardo de abajo necesitan ayuda para lograr mayor responsabilidad a nivel de cuentas y ser más confiables. Aún así, la solución de Collier es cuestionable. Propone que los gobiernos de Occidente declaren que aceptarán los golpes militares cuando las elecciones no sean justas. Esto, sostiene, brindaría un poderoso incentivo para hacer que la gente le dé sentido a su voto. Pero al legitimar los golpes de esta manera, también se puede generar un gran derramamiento de sangre.

En contraste, si un líder electo sigue las normas establecidas, Collier cree que Occidente debe garantizar su gobierno, no permitiendo que lo derroquen. Vale mencionar que Collier no apoya las intervenciones militares para detener las atrocidades en masa – como la matanza de Darfur, por ejemplo – que de manera insensible descarta como “fantasías que distraen la atención”. Sin embargo, su sugerencia de que los militares de Occidente deben andar por el mundo sofocando golpes de estado, incluso si se limitan a los que van contra líderes genuinamente demócratas, parece peligrosa e ingenua. Collier sugiere que las intervenciones en países pequeños, menos desarrollados serían relativamente fáciles para un cuerpo militar entrenado en este tipo de ejercicios — “no otro Irak.” La experiencia más reciente nos lleva a creer lo contrario.

Collier es mejor respondiendo a la objeción de que el está abogando por la interferencia en los asuntos internos de otras naciones. Muchos de los gobiernos del millardo de abajo, bastante sensibles por su herencia colonial, rechazan todo tipo de presión internacional y la consideran una afrenta contra su soberanía. Pero, como señala Collier, por lo general estos gobiernos en realidad no tienen soberanía nacional ya que todavía no han desarrollado una identidad nacional o instituciones nacionales. Sólo tienen “soberanía presidencial” – que difícilmente es lo mismo, y difícilmente vale la pena defender.

Independientemente de lo que uno piense sobre las recomendaciones de Collier, no se puede negar que trae un aporte sustancial a las discusiones actuales. Su enfoque en base a pruebas es muy valedero al tratar de corregir hipótesis sobre la democracia que, con demasiada frecuencia, tienden a predominar cuando los encargados de definir las políticas hablan sobre ese millardo de abajo.

Kenneth Roth es director ejecutivo de Human Rights Watch

Traducción: Ana Cristina Punceles