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Diario: Los libros de San Jorge

Valencia, viernes 24 de abril

Ayer enterramos a Miguel. Una ocasión bien triste que mitigó el encuentro con viejos camaradas de la época de oro, en la cual Miguelito era una leyenda viva. El hombre con más anécdotas que he conocido y todas verídicas, como cuando se le prendió el cabello, al tratar de encender un cigarrillo en un bistrot de Nueva York, que casi provoca el incendio del local. Un personaje en espera de un nuevo Salvador Garmendia o un Joseph Roth que lo inmortalice. Una mezcla de “santo bebedor” con Gran Gatsby, Almayer y D’Artagnan. Pero más que todo eso. Buen viaje, compadre.

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LIBROS

Hace unos días, con motivo del Día del Idioma, El País, de Madrid, publicó una lista de los mejores títulos de la temporada. Estos son los míos, con la aclaratoria de que hago todo lo posible por evitar la lectura de traducciones al castellano. Tengo buenas razones para desconfiar de ellas, en especial las que nos invaden desde Madrid, todavía con ese tufillo lejano, pero detestable, a Padre Balaguer y Opus Dei.

Cartas, de Joseph Roth (Acantilado)
Aunque sólo conozco la versión francesa de esta correspondencia insoslayable para conocer al autor de Radetzky y su época, que fue la de Stefan Zweig, uno de los corresponsales reiterados. El buen librero y lector que es Andrés Boersner, a cuyo abuelo Roth escribe una importante misiva, me escribe: “La traducción española me parece digna y acertada, es la que más se ajusta a la edición alemana y la más completa. La edición de Acantilado es muy superior, no sólo en la presentación, terminación y olor, sino en contenido.” Puedo estar de acuerdo en todo, menos en lo del olor. Sigo prefiriendo el aroma de un croissant al de una tortilla de papas.

La promesa del alba, Romain Gary (Libros de Bolsillo). La autobiografía parcial (sólo llega hasta 1944 y Gary muere en 1980) del único escritor “doble” Goncourt. Un libro de un lirismo conmovedor a ratos (a diferencia de las memorias igualmente notables de Simenon, que son pura “prosa”) y el más desarrollado complejo de Edipo desde los tiempos de Sófocles. La infancia judía del autor en Rusia y Polonia, su llegada adolescente al sur de Francia y su “desplazamiento” afectivo por ese país, al cual defendió con una valentía ayuna entre los nativos. De Gaulle supo reconocer el gesto y consiguió para él la Legión de Honor la Cruz de Guerra y un cargo diplomático: “Y en el bolsillo, la carta que me abría las puertas de la carrera diplomática, ebrio de esperanza, juventud, de certeza y de Mediterráneo, de pie, por fin, de pie en la claridad, en una orilla bendita en la que ningún sufrimiento, ningún sacrificio, ningún amor se lanzaban jamás al viento, en la que todo contaba, se sostenía, significaba…” No es probable que cuando Gary escribía tas líneas emocionadas, a sus cuarenta años, tuviera a la vista el revolver con el cual se voló la cabeza dos décadas más tarde.

Bajo tierra, Gustavo Valle (Norma). Esta “opera prima” (como novela) del joven autor venezolano (III Premio Internacional Adriano González León), nos conduce, a través de un inesperado periplo urbano, por lo subterráneo, una geografía que, a pesar, de lo terrible, o por lo mismo, no deja de parecernos familiar, como la fisonomía del vagabundo que aparece desde el comienzo. Una estremecida experiencia urbana asumida desde la orilla inquietante del mito y la alegoría. El tono, como cabe esperar, no es el más optimista: “Hay mucha gente buscando a otra gente y eso se siente, de verdad que se siente. Explicar esto no tiene importancia. Las cosas perdidas suelen llevarse consigo el motivo de su pérdida, y si la recuperamos suele ser demasiado tarde para reclamar explicaciones.” Así comienza.

Previsión del tiempo, Michael Krüger (Norte y Sur). Primera colección en castellano del vate germano nacido en 1934 y en cuya lírica se puede respirar el aire, todavía, rarificado, y quién sabe hasta cuándo, de la Alemania post-muro-de-Berlín. Krüger no es un desesperanzado sesentista, apenas trata de ser objetivo en su canto, lo cual no es obvio en el país más subjetivo de Europa, donde, en su opinión: “Cada vez es más difícil/escribir”. Más cerca de Günther Eich que de Celan, lo cual lo hace más confiable a la hora de tratar de entender la compleja emocionalidad de esta Alemania reunifica, con más pobladores que hace veinte años, pero con menos recuerdos.