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Amartya Sen: El capitalismo más allá de la crisis

amartya_sen_20071128_cologneEl Capitalismo más allá de la crisis

Por Amartya Sen

1.

El 2008 fue un año de crisis. Primero, una crisis de alimentos que afectó especialmente a los consumidores de menos recursos en África. Junto con ella, vimos un aumento récord en los precios del petróleo, amenazando a los países importadores de petróleo. Finalmente, el hundimiento de la economía global, cuya caída fue bastante abrupta y que continúa con una velocidad escalofriante. Parece probable que en el año 2009 la caída se intensifique de manera aguda e incluso muchos economistas pronostican una depresión a gran escala, quizás tan vasta como la de los años 30. Aunque muchas fortunas importantes se han reducido abruptamente, los más afectados son los que ya estaban en las peores condiciones.

La pregunta que ahora surge con mayor fuerza se refiere a la naturaleza del capitalismo y sobre si éste debe cambiar. Algunos defensores del capitalismo irrestricto se resisten al cambio y están convencidos que al capitalismo se le achacan demasiadas culpas en relación a los problemas económicos a corto plazo – problemas que le atribuyen a diversas causas como mal gobierno (por ejemplo de la administración Bush), mal comportamiento de algunos individuos (o lo que John McCain describió durante la campaña presidencial como “la avaricia de Wall Street”). Sin embargo, otros piensan que realmente existen graves defectos en la organización económica actual y desean reformarla, buscando un enfoque alternativo denominado cada vez con mayor frecuencia, el “nuevo capitalismo”.

La idea de un nuevo capitalismo y un viejo capitalismo jugó un papel energizante en el simposio “Un Nuevo Mundo, un Nuevo Capitalismo” que se celebró en París, en enero de este año, organizado por el presidente francés Nicolas Sarkozy y el ex-primer ministro británico Tony Blair, donde las presentaciones de ambos fueron muy elocuentes sobre la necesidad de este cambio. La Canciller alemana Angela Merkel coincidió con ellos al hablar sobre una idea ya propuesta por Alemania, el “mercado social”, hasta ahora limitada por una mezcla de políticas destinadas a lograr consenso, como posible anteproyecto para el nuevo capitalismo (aunque, en esta crisis, a Alemania no le ha ido mejor que a otras economías de mercado).

Las ideas sobre cambiar la organización de la sociedad a largo plazo obviamente son necesarias, pero se deben considerar aparte de las estrategias para manejar la crisis inmediata. Yo separaría tres preguntas, de las muchas que se podrían plantear.

Primero, ¿realmente necesitamos algún tipo de “nuevo capitalismo” en lugar de un sistema económico que no sea monolítico, que haga uso de una serie de instituciones seleccionadas pragmáticamente y que se base en valores sociales que podamos defender con ética? Para, aplicando el otro término utilizado en París, un “nuevo” mundo, ¿debemos buscar un nuevo capitalismo que tome una forma distinta?

La segunda pregunta se refiere al tipo de economía que se necesita hoy, especialmente a la luz de la crisis actual. ¿Cómo se pueden evaluar lo que tanto enseñan y defienden los economistas académicos como guía para las políticas económicas, incluyendo el resurgimiento del pensamiento keynesiano en los últimos meses, cuando la crisis se ha ido agudizando?
De manera más particular, ¿que nos dice la crisis económica actual sobre las instituciones y prioridades que debemos buscar? Tercero, además de buscar una forma de evaluar mejor los cambios a largo plazo que se necesitan, debemos pensar -y pensar rápido- en cómo salir de esta crisis con el menor daño posible.

2.

¿Cuáles son las características específicas que hacen que un sistema sea indudablemente capitalista, sea viejo o nuevo? Si se debe reformar el sistema económico capitalista actual, ¿qué implicaría el resultado final de un nuevo capitalismo, más que otra cosa? Aparentemente, generalmente se asume que depender de los mercados para las transacciones económicas es condición necesaria para identificar a una economía como capitalista. De manera similar, la dependencia de la motivación al lucro y de la recompensa a los logros individuales en base a la propiedad privada se considera como una característica arquetípica del capitalismo. Sin embargo, si estos son requisitos necesarios, los sistemas económicos que tenemos actualmente en Europa y América, por ejemplo, ¿son genuinamente capitalistas?

Desde hace algún tiempo, todos los países ricos del mundo -tanto los de Europa como los Estado Unidos, Canadá, Japón, Singapur, Corea del Sur, Australia y otros- dependen de transacciones y otros pagos que ocurren mayormente fuera de los mercados; incluyendo beneficios por desempleo, pensiones públicas y otros elementos de seguridad social, además de la educación, servicios de atención médica y otra amplia variedad de servicios que se brindan en base a mecanismos que no son los de mercado. Los derechos económicos relacionados con esos servicios no se basan ni en la propiedad privada, ni en los derechos de propiedad.

Además, para su propio funcionamiento, la economía de mercado no sólo depende de maximizar utilidades, también depende de una amplia gama de actividades; como por ejemplo, mantener la seguridad y brindar servicios públicos, muchas de las cuales han llevado a la gente mucho más allá que una economía guiada por el lucro. El desempeño encomiable del llamado sistema capitalista, donde las cosas avanzaron, en base a un conjunto de instituciones – entre las que se pueden mencionar la educación, atención médica y transporte masivo financiados por el sector público – fue mucho más allá de una economía de mercado guiada por la maximización de las utilidades y por los derechos personales confinados a la propiedad privada.

Lo anterior lleva implícita una pregunta más básica: si el capitalismo es un término que realmente tiene un uso particular hoy en día. De hecho, la idea del capitalismo tuvo un importante papel en la historia, pero puede que su utilidad ya esté bastante desgastada.

Por ejemplo, los trabajos pioneros de Adam
Smith en el siglo XVIII demostraron la utilidad y dinamismo de la economía de mercado, y porqué -y especialmente cómo- funcionaba ese dinamismo. La investigación de Smith ofreció un diagnostico esclarecedor sobre el funcionamiento del mercado, justo cuando ese dinamismo emergía con gran fuerza.

El aporte de “La Riqueza de las Naciones (The Wealth of Nations)” publicado en 1776, en lo que se refiere a comprender lo que luego se llamó capitalismo fue monumental. Smith demostró cómo la liberación del comercio puede muchas veces ser de gran utilidad para generar prosperidad económica a través de la especialización en la producción y la división del trabajo y para lograr un buen uso de las economías a escala.

Estas lecciones se mantienen profundamente relevantes, incluso hoy en día (es interesante observar que el impresionante y sofisticado trabajo analítico sobre el comercio internacional que le valió el último Premio Nobel en economía a Paul Krugman estaba estrechamente relacionado con las opiniones, de gran alcance, planteadas por Smith hace más de 230 años). Los análisis económicos que siguieron a esas primeras exposiciones sobre los mercados y el uso del capital en el siglo XVIII tuvieron éxito al establecer el sistema de mercado en el núcleo de las corrientes económicas.

Sin embargo, mientras se aclaraban y explicaban los aportes positivos del capitalismo a través de los procesos de mercado, sus aspectos negativos también se hacían evidentes, muchas veces para los mismos analistas. Aunque un grupo de críticos socialistas, muy especialmente Karl Marx, de manera muy convincente, se dedicó a censurar y finalmente a tratar de suplantar el capitalismo. Las enormes limitaciones que conlleva el depender exclusivamente de la economía de mercado y de la motivación al lucro resultaban bastante obvias incluso para Adam Smith. De hecho, los primeros defensores del uso de los mercados, incluyendo a Smith, no consideraron al mecanismo de mercado como un actor independiente por excelencia, ni que todo lo que se necesitaba era la motivación del lucro.

No se puede negar que la gente busca comerciar por su propio interés (no se necesita otra cosa que el propio interés, como indica la célebre frase de Smith explicando porqué los panaderos, cerveceros, carniceros y consumidores buscan comerciar); aunque en realidad, una economía puede operar de manera efectiva solamente en base a confianza entre las distintas partes. Cuando las actividades de negocio, incluyendo las que llevan a cabo los bancos y otras instituciones financieras, generan confianza y la gente sabe que van a hacer lo que prometen, las relaciones entre prestamistas y prestatarios pueden desarrollarse sin problemas y brindándose apoyo mutuamente. Como indicó Adam Smith:

“Cuando la gente de cualquier país en particular tiene la confianza en el futuro, la probidad y la prudencia de un banquero privado, como para cree que siempre estará listo para pagar, al primer requerimiento, sus pagarés tal como se puede presumir que se haga en cualquier momento; esos pagarés llegarán a tener el mismo valor que las monedas de oro y plata, debido a la confianza que se puede tener, en todo momento, en ellos”.

Smith también explica porqué a veces esto no se logra y me atrevo a sugerir que no encontraría nada especialmente desconcertante en las dificultades que enfrentan hoy día los negocios y los bancos debido al miedo y desconfianza generalizados que mantienen los mercados crediticios congelados e impiden una expansión coordinada del crédito.

En este contexto, también vale la pena mencionar, especialmente porque el “estado benefactor” afloró mucho después de la época de Smith, que sus diversos escritos destacan en forma muy significativa su enorme interés -y preocupación- sobre el destino de los pobres y menos favorecidos.

La falla más inmediata del mecanismo de mercado radica en las cosas que deja sin hacer. El análisis económico de Smith va mucho más allá de dejar todo en las invisibles manos del mecanismo de mercado. No sólo fue un defensor del rol del estado en proporcionar servicios públicos como la educación y mitigar la pobreza (mientras exigía mayores libertades para los indigentes que las que otorgaban las Leyes para los Pobres de su época que recibían ese beneficio), también reflejó una profunda preocupación por la desigualdad y la pobreza que puedan subsistir en una economía de mercado exitosa.

La falta de claridad al establecer la diferencia entre la necesidad y la suficiencia del mercado es responsable de ciertos equívocos, de parte de muchos que se proclaman sus seguidores, sobre la evaluación del mecanismo de mercado que hace Smith. Por ejemplo, la forma en que Smith defiende el mercado de los alimentos y sus críticas a las restricciones del estado al comercio privado de alimentos y granos se han interpretado, muchas veces, como un señalamiento respecto a que cualquier interferencia del estado en los mercados necesariamente generaría más hambre y privaciones.

Pero la defensa del comercio privado que plantea Smith solamente se dedica a refutar la creencia de que interrumpir el comercio de alimentos reduciría el azote del hambre. Esto de ninguna manera niega la necesidad de que el estado actúe para suplementar las operaciones del mercado creando empleo y generando ingresos (por ejemplo, a través de programas de trabajo). Si el desempleo llegase a aumentar drásticamente debido a malas circunstancias económicas o malas políticas públicas, el mercado, por sí mismo, no podría recrear los ingresos de todos lo que se han quedado sin trabajo. Ese nuevo desempleado, escribe Smith, “se moriría de hambre, o se vería impulsado a buscar su subsistencia ya sea pidiendo limosna, o quizás perpetrando las mayores atrocidades,” y la “necesidad, el hambre y la mortandad” prevalecerían de inmediato…” Smith rechaza la intervención que excluye al mercado, mas no las intervenciones que lo incluyen y al mismo tiempo aspiran a lograr las cosas importantes que el mercado deja sin hacer.

Smith nunca usó el término “capitalismo” (al menos hasta donde he podido investigar), aunque también sería muy difícil derivar de sus trabajos alguna teoría que argumente en favor de la suficiencia de las fuerzas del mercado o la necesidad de aceptar el dominio del capital.

En “La Riqueza de las Naciones (The Wealth of Nations)” habla de la importancia de los valores más amplios que van más allá de las utilidades, pero es en su primer libro, “La Teoría de los Sentimientos Morales (The Theory of Moral Sentiments)” publicado exactamente hace un cuarto de milenio, en 1759, donde investiga extensamente sobre la gran necesidad de las acciones basadas en valores que vayan mucho más allá del afán de lucro. Al mismo tiempo escribe que la “prudencia” es “de todas las virtudes la que resulta más útil al individuo”, para luego plantear que “la humanidad, justicia, generosidad y espíritu público son las cualidades más útiles para otros”.

Smith percibe los mercados y el capital como haciendo el bien dentro de su propia esfera; pero piensa que primero, necesitan el apoyo de otras instituciones -incluyendo servicios públicos y escuelas- y valores distintos al puro afán de lucro, y segundo, necesitan restricciones y corrección de parte de otras instituciones -por ejemplo, regulaciones financieras bien proyectadas y la ayuda del estado para los pobres- para evitar inestabilidad, desigualdad, e injusticia. Si quisiéramos buscar un nuevo enfoque para la organización de las actividades económicas que incluya una selección pragmática de diversos servicios públicos y regulaciones bien pensadas, más bien nos estaríamos acercando y no alejando de la agenda que define Smith para la reforma; ya que defendía el capitalismo, al igual que lo criticaba.

3.

En la historia, el capitalismo no emerge hasta que los nuevos ordenamientos legales y prácticas económicas protegen los derechos de propiedad y establecen economías en base a una propiedad que se puede trabajar. El intercambio comercial no se podía llevar efectivamente a cabo hasta que la moralidad de los negocios no convirtiera el comportamiento contractual en algo sustentable y barato, eliminando la necesidad de estar demandando constantemente a los contratistas que incumplieran, por ejemplo. La inversión en negocios productivos no podía florecer hasta no lograr moderar las recompensas más altas producto de la corrupción. El capitalismo orientado al lucro siempre se aprovecha del apoyo de otros valores institucionales.

En los últimos años, cada vez es más difícil rastrear las obligaciones y responsabilidades, tanto morales como legales, relacionadas con las transacciones, gracias al rápido desarrollo de los mercados secundarios que tienen que ver con derivados y otros instrumentos financieros. Ahora, un prestamista intermediario subprime que hace recomendaciones engañosas a un prestatario incitándolo a asumir riesgos poco aconsejables, puede traspasar los activos financieros a terceros – que no tienen que ver con la transacción original. La responsabilidad en la gestión se ha visto gravemente minada, haciendo que la necesidad de supervisión y regulación sea mucho mayor.

No obstante, durante ese mismo período el rol supervisor del gobierno de Estados Unidos en particular se ha visto limitado drásticamente debido a la creencia -cada vez más fuerte- de que la economía de mercado tiene una naturaleza auto-regulatoria. Precisamente, al crecer la necesidad de vigilancia por parte del estado, mermó la vigilancia necesaria. El resultado fue un desastre pendiente por suceder, que finalmente sucedió el año pasado y sin duda contribuyó en gran medida a la crisis financiera que mortifica hoy en día al mundo. La regulación insuficiente de las actividades financieras conlleva implicaciones no sólo para las prácticas ilícitas, sino que también genera tendencias a la sobre-especulación que, como planteó Adam Smith, hace que muchos seres humanos se aferren a su incesante búsqueda de lucro.

Smith califica a quienes promocionan el riesgo excesivo en la búsqueda de lucro como “derrochadores y proyectistas” que viene a ser una buena descripción de los emisores de las hipotecas subprime en los últimos años. Por ejemplo, al discutir leyes contra la usura, Smith deseaba una regulación del estado para proteger a los ciudadanos de los “derrochadores y proyectistas” que promocionan los préstamos cuestionables:

“Que harían que una gran parte del capital del país se mantuviera fuera de las manos de quienes probablemente lo usarían en la forma provechosa y ventajosa, pasándolo a quienes tienen mayor probabilidad de desperdiciarlo y destruirlo”.

La fe implícita en la capacidad de la economía de mercado para auto-corregirse, en gran medida responsable de la eliminación de regulaciones ya establecidas en Estados Unidos, tendió a ignorar las actividades de los derrochadores y proyectistas de una manera que hubiera impresionado a Adam Smith.

En parte, la crisis económica actual se generó a causa de una enorme sobreestimación de la sabiduría de los procesos de mercado y ahora la crisis se ve exacerbada por la ansiedad y falta de confianza en los mercados financieros y los negocios en general, patentes en la reacción del mercado ante la secuencia de planes de estímulo, incluyendo el plan de $787 miles de millones firmado como ley en febrero por la nueva administración de Obama. Da la casualidad que ya Smith había identificado estos problemas en el siglo XVIII, aunque quienes han estado en el poder durante los últimos años, especialmente en Estados Unidos, los hayan descuidado mientras estaban muy ocupados citando a Adam Smith en apoyo de un mercado sin restricciones.

4.

A Adam Smith se le ha citado mucho últimamente, aunque quizás no se le haya leído tanto, por otra parte y más recientemente se ha visto un marcado resurgimiento de John Maynard Keynes. Sin duda, la caída acumulada que observamos en este momento, que nos lleva a bordear cada vez más cerca una depresión, muestra claras características keynesianas; la reducción en los ingresos de un grupo de personas les lleva a reducir sus compras, lo que a su vez reduce aún más los ingresos de otras personas.

Sin embargo, Keynes puede ser nuestro salvador sólo hasta un límite, es necesario ver más allá para comprender la crisis actual. Un economista cuya relevancia actual se reconoce mucho menos es la del rival de Keynes, Arthur Cecil Pigou quien, al igual que Keynes se encontraba en Cambridge y en el mismo Kings College, y en la misma época. Pigou se ocupó mucho más de la sicología económica que Keynes y de las maneras como podía influenciar los ciclos de negocios y agudizar y agravar una recesión económica que nos pudiese llevar a una depresión (de hecho tal como vemos hoy). En parte, Pigou atribuye las fluctuaciones económicas a “causas sicológicas” que consisten en:

“variaciones en el estado de ánimo de las personas cuyas acciones controlan la industria, que se reflejan en errores por demasiado optimismo o demasiado pesimismo en sus proyecciones de negocios.”

Es difícil ignorar el hecho que hoy en día, además de los efectos keynesianos de la declinación reforzada recíprocamente, estamos sin duda en presencia de “errores por… demasiado pesimismo”. Pigou se centra básicamente en la necesidad de descongelar el mercado crediticio cuando la economía está en las garras de un pesimismo excesivo:

“Así pues, siendo otras cosas iguales, la ocurrencia de fracasos en los negocios se verá efectivamente más o menos generalizada según (si) los créditos de los bancos, ante la crisis de demanda, se puedan obtener con mayor o menos facilidad)”.

A pesar de las enormes inyecciones de liquidez fresca a las economías de América y Europa, básicamente proveniente de los gobiernos, hasta ahora los bancos e instituciones financieras mantienen su poca disposición a descongelar el mercado crediticio. Otros negocios también siguen fracasando, en parte por la reducida demanda (el proceso “multiplicador” keynesiano), pero también por miedo a que haya aún menos demanda en el futuro, en un clima de desesperanza generalizada (el proceso de pesimismo infeccioso pigoviano).

Uno de los problemas que debe enfrentar la administración de Obama es que el colapso sicológico amplifica varias veces la crisis real que surgió de los malos manejos financieros y otras trasgresiones. Las medidas que se discuten ahora en Washington y en otras partes con el fin de regenerar el mercado crediticio incluyen rescates (bailouts) – bajo firmes requerimientos de que las instituciones financieras subsidiadas realmente otorguen préstamos- compra de activos tóxicos por parte del gobierno, seguros contra la imposibilidad de pagar préstamos y nacionalización de la banca. (Ésta última da mucho miedo a los conservadores, al igual que el control privado sobre el dinero público entregado a los bancos inquieta a la gente preocupada por la responsabilidad de gestión). A la fecha, hasta donde sugiere la débil respuesta observada en los mercados ante las medidas de la administración, cada una de estas políticas se debía parcialmente evaluar por su impacto en la sicología del comercio y el consumidor especialmente en América.

5.

El contraste entre Pigou y Keynes resulta también pertinente por otra razón. Mientras Keynes se ocupó mucho del problema de cómo aumentar la sumatoria de ingresos, se dedicó menos a analizar los problemas relativos a la distribución desigual de la riqueza y del bienestar social. En contraste, Pigou no sólo escribió el clásico estudio sobre la economía de la asistencia social, sino que también fue un pionero al medir la desigualdad económica como un importante indicador para la evaluación y las políticas económicas.

Como el sufrimiento de las personas de menores recursos en cada economía -y en el mundo- exige urgente atención, la cooperación entre los negocios y el gobierno no se puede limitar a una expansión económica coordinada mutuamente. Existe la necesidad crítica de poner especial atención a los sectores menos favorecidos de la sociedad al planificar la respuesta a la crisis actual, y de ir más allá de las medidas planteadas para generar una expansión económica en general. Las familias amenazadas por el desempleo, la falta de cuidados médicos y la marginalidad económica y social han llevado un golpe particularmente fuerte. Las limitaciones de la economía keynesiana para solucionar sus problemas exigen que se les tome mucho más en cuenta.

Keynes necesita complementarse en un tercer aspecto, en lo que se refiere a su relativo descuido de los servicios sociales – de hecho, incluso Otto von Bismarck se ocupó más de este tema que Keynes. El hecho que la economía de mercado puede ser particularmente inadecuada cuando se trata de brindar bienes públicos (como educación y atención médica) ya lo han discutido varios de los economistas líderes de nuestro tiempo, incluyendo a Paul Samuelson y Kenneth Arrow. (Pigou también dio su aporte en este tema al hacer énfasis en los “efectos externos” de la transacciones de mercado, donde las ganancias y pérdidas no se quedan exclusivamente a los compradores y vendedores). Esto, por supuesto, es un asunto a largo plazo, vale la pena resaltar además que la dentellada de la caída puede ser mucho más feroz cuando la atención médica, especialmente, no se puede garantizar a todos.

Por ejemplo, a falta de un servicio nacional de atención médica, cada puesto de trabajo perdido genera mayor exclusión de los cuidados médicos básicos, debido a la pérdida de ingresos o la pérdida de seguro médico privado que ofrecía el empleo. Estados Unidos en este momento tiene una tasa de desempleo de 7,6 por ciento que está comenzando a generar una gran pobreza y marginalidad. Valdría la pena preguntar cómo los países europeos, incluyendo Francia, Italia y España, que han vivido con niveles de desempleo mucho más altos durante décadas, han logrado evitar el colapso total de su calidad de vida. Hasta cierto punto, la respuesta radica en la forma como opera el estado benefactor (la seguridad social) en Europa, con un seguro de desempleo mucho más sólido que en América y, lo que es más importante, con servicios médicos básicos que el estado ofrece a todos.

Especialmente en Estados Unidos, la incapacidad de proporcionar atención médica para todos que evidencia el mecanismo de mercado ha sido flagrante, pero también en la brusca interrupción de progreso en salud y longevidad ocurrida en China cuando se abolió la cobertura universal para la salud en el año 1979.

Antes de las reformas económicas de ese año, cada uno de los ciudadanos chinos contaba con atención médica garantizada, ya sea del estado o de cooperativas, aunque fuera a un nivel bastante básico. Cuando China eliminó el sistema contraproducente de las comunas agrícolas y las unidades industriales manejadas por burócratas, se disparó la tasa de crecimiento del producto nacional bruto al ritmo más rápido del mundo entero.

Pero al mismo tiempo, guiada por su nueva fe en la economía de mercado, China también abolió el sistema universal de cuidados médicos. Después de las reformas de 1979, cada individuo debía adquirir su seguro médico (excepto en algunos casos relativamente raros en que el estado o una gran compañía cubría el seguro de sus empelados y dependientes). Con este cambio, el rápido progreso que había logrado China con respecto a la longevidad se frenó de manera abrupta.

Esto ya era un problema cuando los ingresos totales de China estaban creciendo extremadamente rápido; pero seguro se convertirá en un problema mucho mayor cuando la economía China se desacelere bruscamente, como está sucediendo ahora. Actualmente, el gobierno chino hace esfuerzos por volver a introducir gradualmente el seguro médico para todos, y el gobierno de Obama en EE.UU. también está comprometido en hacer que la cobertura médica sea universal. Tanto en China como en Estados Unidos, las rectificaciones tienen un largo camino por recorrer, pero debían constituir los elementos básicos para abordar la crisis económica, y al mismo tiempo lograr transformaciones a largo plazo para las dos sociedades.

6.

El resurgimiento de Keynes puede aportar mucho al análisis y a las políticas económicas, sin embargo, la red se debe lanzar de forma mucho más amplia. Aunque a Keynes muchas veces se le considera una especie de personaje “rebelde” en la economía contemporánea, el hecho es que se encuentra muy cerca de convertirse en el gurú de un nuevo capitalismo, que se concentró en tratar de estabilizar las fluctuaciones de la economía de mercado (aunque, repito, dando relativamente poca importancia a las causas sicológicas de las fluctuaciones). Aunque Smith y Pigou tienen la reputación de ser economistas más bien conservadores, muchas de las perspectivas más profundas sobre la importancia de las instituciones que no son de mercado vienen de ellos,
mucho más que de Keynes y sus seguidores.

Una crisis no sólo presenta un reto inmediato que se debe enfrentar. También brinda la oportunidad de solucionar problemas a largo plazo, cuando la gente está dispuesta a reconsiderar las convenciones establecidas. Por eso es que la crisis actual también destaca la importancia de enfrentar asuntos que se han descuidado a largo plazo, como la conservación del ambiente y la atención médica a nivel nacional, así como la necesidad de transporte público que se ha descuidado enormemente durante las últimas décadas y hasta ahora se ha dejado de lado -para el momento en que escribo este artículo- incluso en las primeras políticas anunciadas por el gobierno de Obama.

La asequibilidad económica es, obviamente, un problema; sin embargo, como demuestra el ejemplo del estado Kerala en la India, es posible ofrecer atención médica para todos, garantizada por el estado y a un costo relativamente bajo. Desde que China eliminó el seguro de salud universal en el año, las cifras de Kerala respecto a las expectativas de vida e indicadores como mortalidad infantil han sobrepasado significativamente las de China, a pesar de tener un nivel mucho más bajo de ingresos per capita. De manera que también hay oportunidades para los países pobres.

Estados Unidos enfrenta el reto más grande, teniendo el nivel de gasto per capita en salud más alto de todos los países del mundo, y relativamente bajos logros en el sector salud, con más de 40 millones de personas sin ningún tipo de cuidados médicos garantizados. Aquí, parte del problema tiene es de actitud y opinión pública. La percepción inmensamente distorsionada sobre como debe funcionar el servicio de salud se debe corregir a través de discusiones públicas. Por ejemplo, la percepción de que en el servicio de salud europeo nadie puede seleccionar a su médico esta muy generalizada, cuando éste no es el caso.

No obstante, existe también la necesidad de comprender mejor las opciones disponibles. En EE.UU., las discusiones sobre las reformas de salud se han centrado demasiado en el sistema de Canadá- un sistema de salud pública donde es muy difícil tener atención médica privada- cuando en Europa Occidental los servicios de salud proporcionan atención médica permitiendo al mismo tiempo- además de la cobertura del estado- la práctica médica privada y el seguro privado para quienes tienen el dinero y desean gastarlo de esta manera.

No resulta muy clara la razón de porqué los más adinerados que pueden gastar libremente su dinero en yates y otros lujos no podrían gastarlo en resonancias magnéticas (MRI) o tomografías. Si retomamos los argumentos de Adam Smith respecto a la diversidad de instituciones, o asimilar una amplia gama de motivaciones, se pueden tomar medidas prácticas que lograrían una enorme diferencia en el mundo donde vivimos.

Sostengo la opinión de que las crisis económicas actuales no requieren un “nuevo capitalismo”, sino que exigen una nueva comprensión de ideas antiguas, como las de Smith o más cercanas a nuestra época, como las de Pigou, muchas de las cuales han sido lamentablemente descuidadas. Otra cosa que se necesita es una percepción muy clara respecto a la forma en que realmente funcionan las diversas instituciones, y la forma en que una amplia gama de organizaciones- desde el mercado hasta instituciones del estado instituciones- pueden ir más allá de las soluciones a corto plazo y ayudar a generar un mundo económico más decente.

25 de febrero de 2009

New York Review of Books

(Amartya Sen es Profesor de la Universidad de Harvard. Premio Nobel de Economía en 1998. Su libro más reciente es “Identidad y Violencia: El Espejismo del Destino (Identity and Violence: The Illusion of Destiny)”

Traducción: Ana Cristina Punceles