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Vivimos una situacion límite; por Marcelino Bisbal

Manifestantes opositores en la avenida Francisco Fajardo. 19 de junio de 2017. Fotografía de Verónica Aponte. Haga click en la imagen para ver la fotogalería completa

Manifestantes opositores en la avenida Francisco Fajardo. 19 de junio de 2017. Fotografía de Verónica Aponte. Haga click en la imagen para ver la fotogalería completa

I

Creo que no hay que ser muy lúcidos para darnos cuenta que hoy en Venezuela estamos viviendo una situación-límite. Creo que no estoy siendo exagerado en mi apreciación. Contemplemos a nuestro alrededor y lo que veremos es que el país se está cayendo a pedazos y que de seguir por esta senda no habrá suficiente “pega loca” para empatar los trozos esparcidos por aquí y por allá. La experiencia que estamos viviendo los venezolanos ojalá nos sirva para no repetirla nunca jamás.

Quienes hoy nos gobiernan y detentan el poder no están conscientes, o quizás sí, que una nación no se piensa y luego se construye sobre los emborronamientos y las chapuzas del presente. Que hace falta inteligencia, pero sobre todo sentido común, para emprender las tareas del hoy y del futuro a partir de las bases y los pilares que en el pasado se conformaron. Hace falta juicio, entendimiento y capacidad para comprender y pensar la nación como encrucijada de vidas, de pensamientos, de diferencias, de diversidades, de interculturalidad…, de pluralidad y no como un camino de uniformidad, de homogeneidad y de unicidad. ¡Es que los venezolanos no somos únicos! ¡El ser humano no es único! El horizonte de un país, de un proyecto nacional, de un proyecto de vida, debe ser visto con una mirada más larga, más diversa y que además sea capaz de otear en el horizonte del presente las peculiaridades y las diferencias que nos distinguen a partir de nuestras propias historias y mentalidades.

La mirada que se quiere imponer en la Venezuela del presente, a partir –como dijimos antes– de la destrucción de nuestro pasado republicano más reciente, es fragmentada y desgarrada. Se está tratando, por diversas vías, de desarticular y hacer desaparecer las viejas cartografías con las que nos movíamos. Porque como dice el poder: “El mapa es otro”, “la situación política actual es otra”.

Es el intento sostenido de imponer una visión política, económica, social y cultural, hasta simbólica, unívoca. Primero fue el nombramiento de unos magistrados para el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) de manera inconstitucional; vino luego el desconocimiento a la Asamblea Nacional y su bloqueo permanente; las decisiones de la Sala Constitucional que fueron denunciadas por la Fiscal General de la República como “ruptura del orden constitucional”; después la inhabilitación política dictada contra algunos gobernadores y alcaldes de la oposición democrática; ante las masivas manifestaciones y protestas de la sociedad ha aparecido la violación sostenida y en ascenso de los derechos humanos y la evidente impunidad… Y para rematar, el intento de modificar la Constitución a través de la convocatoria de una Constituyente Comunal negando la participación del pueblo en un referéndum. ¿Qué más podemos esperar?

II

Para que se tenga una idea de lo que estoy tratando de expresar, se me ocurre citar dos imágenes precisas de cómo se nos está y nos estamos viendo:

1. Primera imagen: “el país es una embarcación de madera que para avanzar quema como combustible su propia madera. Llegará un momento en que no habrá embarcación y caeremos todos al agua, como náufragos de un bote que ya nadie recuerda”.

Y quien nos narra esta imagen se hace de inmediato algunas preguntas: ¿Será que para recobrar un mínimo de sensatez hace falta acumular más y más deterioro? ¿Será que para pensar en términos realmente públicos hace falta primero destrozar al país?

2. Segunda imagen: “un autobús quemándose en plena autopista del este, ya de noche y con la cola de retorno completamente detenida, mientras la autoridad contempla y se echa de menos la presencia de un camión de bomberos. Nadie se mueve, todos miran el autobús incinerándose como si fuera un bonzo. Esperando ver las cenizas para poder pasar y volver a la casa”.

Después de esta imagen, la cronista nos expresa de manera tajante que esta metáfora de un país ardiendo, sin que nadie registre el incendio, tiene que ver con el giro profundo que han dado las circunstancias en el desplazamiento del centro de gravedad de lo político: lo importante hoy, no es tanto lo que ocurre sino como se cuenta. El campo de batalla –nos sigue diciendo–, es ahora la opinión pública, último poder que el gobierno pretende colonizar, habiendo ya saqueado los territorios institucionales.

¿De qué manera sirven estas imágenes para pensar lo que nos está sucediendo? Porque otras imágenes se nos pueden ofrecer en sentido contrario. En el sentido de “que aquí no está sucediendo nada”. En la idea de que todo está bien y de que todo está permitido porque vamos en el camino correcto y ese es el único verdadero. ¿Qué idea-representación de nación, de país, de familia, de educación, de comunicación, de política, de economía, de cultura es más valiosa que las vidas individuales de una buena parte de la sociedad que tiene otras ideas distintas? ¿Qué sentido tiene describir unas imágenes de país cuando la crítica razonada y confrontada quiere ser sustituida por la subordinación? ¿Se pueden y se deben ofrecer esas imágenes cuando el disenso es juzgado como subversión o infidelidad?

Alguien decía que “la duda es el privilegio de los intelectuales”. Yo añadiría que la duda es también el pensar lo no pensado, pensar lo inesperado. Hoy, más que nunca, se nos exige a los ciudadanos de la Venezuela del presente “pensar en medio de la tormenta” y la realidad del país nos está pidiendo un pensar independiente, un pensar nada complaciente con el poder y con cualquier forma de atadura.

En la Venezuela de hoy hay situaciones y acontecimientos que son moralmente inaceptables. No son sólo las diferencias económicas y políticas, es la retórica marcada desde la cúspide del poder de hacernos creer y sentir la presencia de que aquí hay dos naciones, dos venezolanos, que ya tienen poco en común. Hablo y escribo desde la actualidad. ¿Y que nos está diciendo la realidad que todos vemos y que ya resulta difícil de ocultar?

-El Estado ha perdido los límites que lo definían y se ha transformado en un aparato amorfo que cada vez más se va pareciendo a una “maquinaria” de control y secuestro de las instituciones.

-El protagonismo militar ha ido ocupando espacios civiles ante la mirada, sino complaciente de gran parte de la sociedad, por lo menos nos va resultando ya un hecho casi natural y lógico.

-Las necesidades económicas reflejadas en la inflación, el desempleo, el deterioro del sistema productivo privado, el excesivo gasto público que no es capaz de saciarse, la dependencia casi absoluta de la renta petrolera hasta límites que no eran pensables…, en fin todas esas necesidades que han ido quebrando fuertemente el horizonte de expectativas que nos habíamos imaginado y soñado.

-La creación, poco a poco y de manera sostenida, de un megaestado. Un Estado que controla cada vez más todas las instancias de la economía. Este megaestado hoy está presente ya no sólo como regulador sino como productor y empresario a la vez.

-La idea de crear un partido hegemónico –hoy el PSUV– y un proyecto hegemónico de nula cultura democrática como es todo lo único.

-El excesivo personalismo que encarnó la figura del Presidente de la República, que sacralizan sus partidarios y los más allegados al poder.

-La centralización como creencia que desde allí “todo se va a resolver”, sin comprender que uno de los logros y conquistas ciudadanas más significativos de nuestra historia democrática fue la descentralización administrativa en muchas esferas del poder del Estado.

-La evidente polarización y conflictualidad en la que vivimos, que lejos de desaparecer y disolverse ha ido acrecentándose por unas acciones y una retórica de la exclusión, la confrontación y la violencia. Es la presencia de la polarización política que ha ido creciendo y creando espacios de intolerancia y de no-convivencia, al punto que se ha venido convirtiendo en una forma de vida y de cultura.

-El surgimiento, publicitado además, del resentimiento social como manera de querer comprender nuestras debilidades.

-El empeño de voltear la historia republicana intentando, de manera insensata y poco responsable, reescribirla desde el personalismo, el caudillismo y el mesianismo.

-La insistencia de construir un proyecto de país teniendo como modelos experiencias más que fracasadas y superadas por la historia de los acontecimientos recientes. Los signos que se han hecho presentes tiene como fundamento los parámetros del centralismo, de la ausencia de todo contrapeso, del personalismo, de tinte militarista y además con la presencia de un Estado monocolor y tutelar de todas las actividades de la sociedad.

-El politólogo Arturo Sosa caracteriza este modelo, es decir “el chavismo realmente existente” con los siguientes rasgos que se fueron imponiendo desde 1999: -Rentismo estatista; -Estatismo nacionalista; -Centralismo en la figura del Presidente; -Apoyado en los militares; -Masificación política; -Democracia plebiscitaria; -El PSUV, como partido único, como correa de transmisión;-Internacionalismo revolucionario. Integración de los pueblos latinoamericanos que no sea solamente económica, sino ideológica; -Voluntarismo político.

III

Lo que se ha querido imponer en el país, a lo largo de estos 18 años, es un proyecto antihistórico para perpetuarse en el poder y los beneficios que ese mismo poder otorga. Estamos en presencia de unos individuos, tanto civiles como militares, en donde la ideología que dicen profesar quedó a un lado si es que alguna vez la tuvieron. Desde ahí la necesidad de construir un superpoder o big brother orwelliano orientando los designios hacia dónde debe conducirse la sociedad. La única manera de seguir sosteniendo el estado de cosas que están ocurriendo y las que se quieren imponer es a través de una conducta delictiva en contra de la voluntad del pueblo.

En el 2009 el desaparecido Hugo Chávez dijo: “Después de mí, el vacío, el caos”. En esto no se equivocó al ver la Venezuela-hoy. Lo que sí tenemos claro es que este des-orden empezó con la transformación del gobierno en un régimen, con el secuestro de las instituciones, con el desmejoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos, con la concentración de los poderes, con la invocación de valores humanistas que el mismo poder incumple y con la idea –puesta en práctica a lo largo de estos casi ochenta días de manifestaciones y protestas– de que el poder solo puede tener eficacia cuando se expresa como fuerza y además militarizada. Pero estos indicadores, que sustentan a un gobierno evidentemente autoritario queriéndose convertir en un gobierno totalitario, no cayeron del cielo. Claro que Hugo Chávez tiene responsabilidad y ¿nosotros?

Estamos viviendo un momento en el que los hechos de la realidad presagian, como nos dice Edward W. Said, acontecimientos inesperados por eso no se entiende la indiferencia de algunos cuando “nuestro combate es un combate por la libertad”.

Durante todo este tiempo hemos venido observando la escena. Poco nos hemos involucrado, quizás por perplejidad o por haber sido sorprendidos por los acontecimientos o quizás por la persecución de beneficios inmediatos… Hace unos años atrás podíamos expresar, con cierto aire de tranquilidad y quizás de desasosiego, que no entendíamos qué nos estaba sucediendo. Pero hoy la película está bien clara, tiene un sentido para los que detentan la fuerza del poder. La gente, la sociedad nos está reclamando a los intelectuales-universitarios que nos involucremos en el asunto para evitar que la rabia y la desesperanza sigan creciendo y como advierte el pensador Edward W. Said, en un clima en que la “política es omnipresente”, en un momento en que los hechos de la realidad presagian acontecimientos inesperados el intelectual no tiene huida posible.

Los intelectuales son de su tiempo, están inmersos en la política de masas de las representaciones encarnadas por la industria de la información o los medios, y únicamente están en condiciones de ofrecer resistencia a dichas representaciones poniendo en tela de juicio las imágenes, los discursos oficiales y las justificaciones del poder vehiculadas por unos medios cada vez más poderosos –y no sólo por los medios, sino también por líneas completas de pensamiento que mantienen el statu quo y hacen que los problemas actuales sean contemplados desde una perspectiva aceptable y sancionada–, ofreciendo lo que Mills denomina visiones desenmascaradas o alternativas, en las que, por todos los medios a su alcance, el intelectual trata de decir la verdad.