Blog de Héctor Torres

Víctimas aleatorias; por Héctor Torres

Por Héctor Torres | 23 de marzo, 2015

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Orlando es un venezolano que vive en Bélgica desde hace varios años. Visitar su país no es fácil, pero cada tantos años logra cuadrar horarios, pasajes y compromisos y se pasa un par de semanas visitando amigos, familiares y playas. La última vez que vino fue hace menos de un mes. Pasó unos días felices recordando al que era hace más de una década, tratando de no amargarse la vida con las noticias sobre inseguridad y corrupción a fin de no estropearse la estadía ni estropearle el ánimo a quienes hacen lo posible por ofrecerle un poco de la Venezuela que él dejó atrás.

Luego de una permanencia en la que logró evadir al hampa, llegó indemne al aeropuerto. Como suele suceder, a punto de abordar su vuelo, lo llaman para que baje al sótano a un chequeo de las maletas. Para los guardias parece que es insólito que un venezolano viaje a Bélgica por sus propios medios. Más aún si es joven y moreno.

Revisadas las maletas y verificado que no hay excusa para retenerlo, uno de los guardias hace un último intento por no desaprovechar la oportunidad, por lo que le lanzó, como al aire: “¿No tienes nada para los guardias? Uno aquí pasa roncha”. El asunto consta de dos partes que, como veneno oculto en el jugo, encerraba una sentencia que podría leerse como “tú, que quién sabe por qué vives una vida en euros, ¿no querrás compartir algo de tu buena fortuna con los que no tenemos esa suerte?”. Orlando había gastado en chocolates los últimos devaluados bolívares de los que disponía, y así se los hizo saber.

Está demás decir, cuenta Orlando desde su domicilio en Amberes, que las maletas no llegaron. “Lo más triste de nuestro hermoso país es el carácter predecible de la infamia”, escribió a los amigos que les contó el suceso.

*

Arturo es un imán. No hay “alcabala” súbita de fin de mes que no lo detecte. Posiblemente se debe a que calza en la tipología adecuada. El perfil de la víctima, podríamos decir. Joven, carro con detalles que delatan en qué gasta su quincena, aspecto de no querer complicarse las cosas. Como sea, ya ha descubierto un métod0. Cansado del tiempo que suele perder mientras los policías montan la puesta en escena de su comedia habitual, se hizo el callo que le permitiera montar su estrategia de respuesta.

Ahora, cuenta sin pudor, cada vez que le dicen “párate a la derecha”, apenas estaciona saca los documentos y mete entre ellos varios billetes. En cuanto el policía en cuestión se acerca, él baja el vidrio y con su cara más amable, como el experto que garantiza un producto que está vendiendo, le entrega los documentos con un familiar “no tengo más nada, compadre, de verdad”.

“¿No estimulas la matraca con eso?”, le pregunta un amigo que todavía no se resigna. Arturo alza los hombros con teatral gesto, y le responde: “Mientras más tiempo sientan que trabajaron el sablazo, más alta es la tarifa. Yo no doy guerra y pago la mínima”.

*

A pesar de todas las noticias sobre atracos y crímenes que se leen en los diarios y en las redes, con todas las historias que se cuentan en el almuerzo, en el Metro, en la entrada del edificio, sobre conocidos que fueron despojados de sus pertenencias, la gente no tiene más remedio que enfrentar la calle, día tras día. El ciudadano de a pie debe hacerse de una mezcla de voluntad y locura evasiva para obviar el pozo de impunes caimanes en el que se debe sumergir cada mañana para ir tras el sustento.

Como si ya no fuera duro de llevar ese asunto, como si no se requiriese de una fuerza de voluntad y una serenidad y un temple extraordinarios, vivir a expensas de sacarse un número en esa lotería, quiéralo o no está jugando en la otra, la de los uniformados. El asunto nada tiene que ver con zarcillos ni tatuajes, sea en una alcabala, en la aduana, en cualquier calle por la que se rueda, el ciudadano de a pie ve a un uniformado y de ninguna manera se siente seguro. La posibilidad de ser una víctima aleatoria del déficit presupuestario doméstico del funcionario en cuestión, siempre estará latente.

No es nada personal, y quizá eso sea lo que más aterre.

Héctor Torres  es autor, entre otras obras, del libro de crónicas "Caracas Muerde" (Ed. Punto Cero). Fundador y ex editor del portal Ficción Breve. Puedes leer más textos de Héctor en Prodavinci aquí y seguirlo en twitter en @hectorres

Comentarios (3)

Ligia Isturiz @Seleccionada
23 de marzo, 2015

Pocas crónicas tan veraces – valga lo redundante- como ésta de Héctor Torres respecto a las “pillerías “- a la impudicia, más bien- de aquéllos que deberían darnos seguridad y, sin embargo inspiran nuestro temor . En días pasados llegué con “el corazón en la boca”, porque me encontré a tres de esos tipos, en sus respectivas motos, a la entrada del edificio y me pareció que me seguían con la vista. Tenía terror que me siguieran a a mi casa. Tales son las historias que se leen y oyen a diario . Afortunadamente, Héctor con su característico encanto – tantas veces alabado- para construir sus textos, cuida muy bien el límite entre lo real y lo aterrador.

Maribel Martínez
24 de marzo, 2015

Héctor me dolió leer esto porque mi hijo, es el segundo de la fila, Medico veterinario, especializado en animales mayores, no cuenta con un rustico que se porte a la altura de las carreteras venezolanas y debe llegar a esas granjas que visita para prestar servicio en su Spark, que por el constante trayecto en la autopista siempre hay una “piedrita aleatoria” que le estalla en algún lugar, solo visible para estos policías de punto el parabrisas…el resto de la historia lo narraste tu : “párate a la derecha”, apenas estaciona saca los documentos y mete entre ellos varios billetes. En cuanto el policía en cuestión se acerca, él baja el vidrio y con su cara más amable, como el experto que garantiza un producto que está vendiendo, le entrega los documentos con un familiar “no tengo más nada, compadre, de verdad”.Mi hijo también se va por la tarifa mínima: “Mientras más tiempo sientan que trabajaron el sablazo, más alta es la tarifa. Yo no doy guerra y pago la mínima”. Yo le decía ¿no puede ser todos los días te paran?y ni cambiando el parabrisas se salva.

Edgard J. González.-
24 de marzo, 2015

Un sábado como a las 10.30 am, venía de recoger el resultado de un examen de laboratorio realizado el día anterior a una pariente, y a la salida de una curva en un sector muy solitario, veo a dos policías (y todo anunciaba la Matraca). Uno de ellos me hace la seña de que pare, me estaciono y bajo el vidrio de la ventana del copiloto. El uniformado me dice: ¿Maestro, usted está molesto? y de inmediato sigue…”porque si no está molesto, se va a poner cuando sepa que ¡le voy a pedir TODOS los papeles !(sic). Lamentablemente, para él, cargo todo en regla, y le abrí la puerta de la derecha, conminándolo a subir al vehículo. Sorprendido, preguntó para qué, y le dije que iríamos a su comando, para que allá me pidiera todos los papeles y explicara quién les autorizó a convertirse en alcabala en esa particular esquina aquel sábado. Por supuesto que no aceptó, cerró la puerta y se alejó. Alguna vez escuché que existe toda una PIRÁMIDE en base a la matraca a escala nacional, y que le llega su parte a tutilimundachi, a mayor rango mayor tajada. No hay forma de que los más altos dirigentes del país ignoren esa extorsión cotidiana.

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