Tecnosociedad

Vengo del futuro… (o “La historia del WiFi libre en Venezuela); por Luis Carlos Díaz

Por Luis Carlos Díaz | 9 de agosto, 2014
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Fotografía de Últimas Noticias

Vengo del futuro y te voy a contar lo que pasó con el plan WiFi para todos, ese que prometía Internet inalámbrico en cada plaza y espacio público de Venezuela. ¿Lo recuerdas? En su momento se planteó como propuesta gubernamental y la preocupación de la gente se quedaba en la seguridad de esos espacios públicos para sacar sus aparatos tecnológicos y navegar. ¿Alguien recuerda lo superficiales e inmediatista que éramos? Así somos. Unos tipos muy sencillos para que los políticos jueguen.

Te cuento: instalaron las señales de Internet inalámbrico, no en todas las plazas, no con el presupuesto indicado en un principio, porque siempre hace falta más para comisiones, sobreprecios y otras cosas. Las instalaron y entonces poco a poco más gente podía usarlo, se fueron atreviendo. No por un asunto de seguridad sino por el efecto natural de la depreciación en el mercado de muchos equipos, que eran tan comunes que ya la gente los sacaba en paradas de buses y metros. Ya en ese momento, agosto de 2014, pocas veces se robaban un blackberry de los viejos. No se habla de teléfonos baratos porque en ese entonces no había teléfonos baratos. Es más, no había teléfonos. Pero eran menos atractivos para el hampa. Eso fue evolutivo, pero a los políticos les encanta abrogarse lo evolutivo como un logro. Así como se adjudican para ellos el crecimiento de Internet, cuando fue el consumo privado de aparatos y servicios lo que impulsó ese rubro.

Volviendo al cuento, lo que pasó es que pronto algunas personas se dieron cuenta que podían pasar más tiempo conectados. Algunos beneficiarios, los que vivían cerca de las plazas o tenían negocios allí, se enchufaron a esa señal gratuita, como quien saca un cable de electricidad de una alcantarilla para instalar un puesto de buhonero en navidad. Igualito. Con eso fueron colapsando parte de la señal, porque era una conexión continua y doméstica en un espacio diseñado para el tránsito. ¿Recuerdan que se prometieron conexiones simultáneas para 128 personas? Eso no aguantaba ni 40 personas a una velocidad decente. Imagínense que pensaron igual una plaza Bolívar que un colegio o una universidad, donde la concentración de aparatos es más intensa.

Después de eso, más gente vio el negocio. Pronto había quienes alquilaban teléfonos con Skype, a mucho más bajo precio que las llamadas de cualquier centro telefónico. También hubo cybergestores: tipos que con una laptop sencilla te resolvían la cita de la cédula, del pasaporte, Cadivi, Sicad II, licencias de conducir, cotizaciones y compras en Amazon y Mercado Libre, citas amorosas, cualquier cosa que pudiera facilitarle la vida a quienes aún están del otro lado de la brecha digital (más del 50% del país) y que fuese un negocio para el que aprovechara la señal gratuita.

Luego esto subió a otro nivel. Se dieron cuenta que podían descargar también tonos y canciones para celulares, discos en MP3 para reproductores portátiles, películas y juegos según necesitara la gente. Si el contenido no estaba en los discos quemados, los podían bajar por allí porque la conexión lo permitía.

Después llegó el punto de quiebre. Las autoridades se dieron cuenta que también desde allí descargaban pornografía (porque el viejo eslogan advierte: “Internet is for porn”), desde allí la gente tuiteaba cuando algo no andaba bien en la comunidad, a través de esas conexiones la gente subía fotos y videos de la represión de las protestas, y en algún momento empezaron a detectar que algunos fraudes bancarios se cometieron desde IP de esos sitios públicos (¿se acuerdan que en ese entonces muchos políticos hablaban de los IP sin saber qué era eso?).

Entonces tomaron la decisión, por el bien de la gente y de los niños, como siempre. Empezaron a bloquear ciertos sitios web. Empezaron a controlar las velocidades, la cantidad de gente conectada, las sesiones abiertas en simultáneo. Pero cuando fue inútil lo llevaron más allá: monitorearon el tráfico de datos, la información, los tiempos de conexión. Esa posibilidad técnica existía desde el principio, pero no la aplicaron férreamente por el buen ánimo del populismo. Le decían al pueblo que nunca jamás se había promovido así la conectividad, cuando en miles de ciudades en todo el mundo había WiFi libre desde hacía años.

Esa es la triste historia de lo que pasó. Una plataforma pensada para la conexión de la gente, derivó en una herramienta de espionaje, seguimiento y monitoreo de comunicaciones ciudadanas. Ninguna ley lo impedía. No había en Venezuel para 2014 una ley que protegiera la privacidad de las comunicaciones digitales ni la neutralidad del servicio de Internet. En ese entonces Conatel ya había bloqueado centenares de página a libre criterio y sin consultas, así que la máquina de prohibir sólo se extendió con la piel sensible de los censores de turno.
Las críticas en su momento fueron desechadas porque la propaganda era más importante que la protección de las comunicaciones.

Historia presente. Pero recordemos cómo llegamos a esto. ¿Se acuerdan que en el mes de febrero de 2014, a raíz de las protestas, hubo afectaciones al mundo digital venezolano? En ese entonces hubo bloqueos selectivos a páginas web, acusación de “usos terroristas” sobre plataformas digitales, se bajó el promedio de velocidad nacional y además se desconectó a la gente del Táchira cuando se anunció la militarización del Estado. Recuerden que a Vielma Mora se le fue la cosa de las manos y pusieron al ministro Rodríguez Torres a tomar las medidas represivas que fuesen necesarias para acallar las protestas. Eso pasó. Pero se registraron los abusos digitales y se contaron en el mundo.

Por carambola geopolítica, fue John Kerry, el secretario de estado de los Estados Unidos, quien dijo en un par de foros internacionales que Venezuela había controlado el Internet. Eso retumbó tanto que el Gobierno venezolano le dio respuesta. De hecho el mismo presidente Maduro mostró que él tenía Internet en su lujoso y capitalista iPad, de Apple, demostrando doblemente que no sabía del tema. Sin embargo esa respuesta fue la que incluyó la otra arista, el anuncio de WiFi para todos, como si ese anuncio de masificación de comunicaciones desmintiera los bloqueos y las censuras digitales. Se les olvidó que también en países hermanos como Rusia, China, Bielorrusia, Siria e Irán hay Internet, tan libre como permitan los gobiernos, y son máquinas de espionaje de ciudadanos.

Pero de allí viene el ofrecimiento del WiFi, de responderle al Imperio. Lamentablemente no se hicieron los estudios que hubiesen indicado, por ejemplo, que Venezuela tenía el peor ancho de banda de América latina, a excepción de Bolivia, y que un WiFi en una zona sólo abría al público la misma baja y mala señal que vivían los usuarios residenciales.

Un WiFi público es como una fuente en una plaza. Es hermosa, pero es muy extraña, o un derroche, cuando el resto de la cuadra tiene fallas de agua. Es lo mismo. En lugar de fortalecer el ancho de banda nacional, se ha destinado dinero para instalar más de 3 mil centros de conexión. Con eso se aprovecha de paso para engordar otra mala cifra. Para 2014 la penetración de Internet en Venezuela es de apenas 46% de la población. Eso está por debajo del promedio regional y muestra el enorme rezago frente a otras naciones. Entonces el WiFi público permite sumar un número indefinido de “nuevos usuarios”, los que necesite el poder para engordar las estadísticas, como ya han declarado de forma colateral algunos ministros del área. Internet y la inclusión digital son hermosos, pero cuando su crecimiento es planificado y logra conectividades estables, no cuando es una herramienta política para gastar presupuesto en propaganda y hacer licitaciones opacas de servicios que no siempre se ajustan a las necesidades.

Historia del pasado. Cuando no había bombillos o electricidad en las casas, la gente iba a estudiar a la plaza del pueblo, donde había una farola, donde había luz. Eso mismo es Internet en una plaza: la luz de la sociedad del conocimiento, pero sin individualidad ni privacidad.

Y así no es.

Luis Carlos Díaz Periodista y bloguero

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