Blog de Faitha Nahmens

Venezuela, raíz portátil; por Faitha Nahmens

Por Faitha Nahmens | 25 de marzo, 2015

Venezuela, raíz portátil; por Faitha Nahmens 640

Los Palos Grandes, el Cibertarte y la poesía, hoja común

La ciudad de la furia tal vez siempre lo fue. Habitada por una naturaleza poco mansa, su índole fue domesticada, aplacada, represada con el corsé gris y el fiberglás quemante que intentaría meterla en la cintura del progreso. La sobredosis de asfalto que le echaron encima, con loca alegría y con la que se alzarían los encapsulados y vidriosos templos de la modernidad, por fin se dejó peinar con la promesa del futuro que es, ahora mismo, reliquia.

Quizá debió amar más su naturaleza y trazar aceras, en vez de compactas, planas y cartesianas, acaso ondulantes y dúctiles, y con lúdicos puentes para reverenciar al pasarles por encima, sin pisarlas, a las raíces reventonas y arbitrarias que no toleran vivir encofradas. Sus 22 quebradas, casi matemáticamente equidistantes unas de otras, deberían ser fuentes de vida y foco hipnótico para la contemplación. Veintidós quebradas avileñas que irían a dar al hace rato desdichado Guaire, camino de agua que podría ser y que bien podría llamarse, ahora mismo, en su papel de olvidado, Dolores del Río, órale.

Debería estar trazada, también, y signada, por qué no por el verde originario y terco que trochan y mochan los constructores sin planificación global, y 360, ese verde que nace a juro y pese al desdén de los viandantes que arrojan encima del color y alrededor de cada planta botellas, empaques, papeles, colillas. En realidad, ahora mismo la ciudad se ahoga en basura, el reciclaje es mínimo y parece que gana la pelea la contaminación, con todo y los vientos amables del este que no cesan de limpiar nuestros suspiros. Pero es que botar sí es una elección que convoca.

No obstante, en la ciudad de los hechos rojos y futuros techos verdes un día la raíz brota como quejido y deviene enamoramiento. En la ciudad donde todo pincha, pica, raspa, se revienta, donde los jabillos que hipnotizan a Willy McKey se ríen de los abrazos y levantan las calles como les viene en gana, no pocos se organizan para defenderla de la picota o el desmadre atolondrado. Que no hemos llegado a las consignas de los 60, que el viaje es decimonónico.

Mientras Caricuao, parroquia ecológica –así considerada, y así única en Suramérica- se lamenta por el desguace del parque Vicente Emilio Sojo a favor de un túnel que la conectará con El Valle, en Los Palos Grandes duele cada árbol troceado; sus palos grandes son el nombre, son la memoria, son pertenencia, son vida. Se mocharon 20 cuando se derribó la casa de XXX para construir el centro comercial XXX; otro tanto cuando se le dijo adiós al restaurante Medellín y alrededores. Ahora un árbol mítico fue desahuciado en la avenida XXX con los cortes tan violentos de los que fue objeto. Víctima.

***

“Cuando viajas por avión a cualquier ciudad europea o de Estados Unidos, cuando estás llegando, ves desde el cielo el corte geométrico, el urbanismo, la construcción trazada y metódica; cuando el viaje es a Caracas, ves mucho verde informe, y no pasa nada”, dice XXX, Venezolano hijo de alemanes y uno de los doce artistas plásticos que, como apóstoles pendientes de que hayan muchas cenas y mucha vida, reverencian la naturaleza y la ecología desde las posibilidades creativas de las herramientas digitales. De regreso a la patria, habla de la maravillosa biodiversidad del país, de lo que sería maravilloso hacer, del privilegio verde que aun nos pinta.

“Regresé al país y sentí los cambios, cambios que afectan a nuestra naturaleza, no solo la humana, la que nos brinda el mejor escenario”, dice Corina Lipavsky, con la nostalgia en marcha y proactiva de la artista que participa, que busca derroteros, que reconoce esperanza en la escena; la esperanza que es verde. Su obra interactiva con la que forma parte de la muestra es una deconstrucción floral que es, como dice, por último, una reconstrucción. Como Humboldt que se empeñó en contar la selva ella quiere contar lo que la salva. Con la cita de que el caos es una forma de reconstrucción –cita esperanzadora– aborda el tema conservacionista despojada de lugares comunes, en este lugar común en donde se enseñorea el asombro.

“Estamos aquí y es más que un desafío esa coordenada, hay que creer y crear, y ganar. ¿Qué es ganar? Preservar la vida, la belleza, las virtudes, la ciudadanía, preservarnos a pies juntillas, que si nos amoldamos sea para crecer”, acota Julia Zurilla, arte y parte de esta costosa exposición, de compleja producción y resultados conmovedores, su video es Caracas, el Ávila monumental y el mar en contraste, el agua que lava, la ola que arranca, el paisaje que muta, el sol. Está ahí moviéndose imperceptiblemente, eppur si muove: la tierra, el aire, el mar, las voces, el viento, las guacamayas, y todo cuanto se ve en el collage de su pantalla recuerda que merecen más que un homenaje virtual, quedarse en 3D.

***

Cheo Carvajal sentó un hermoso precedente: con amigos y vecinos y los hijos de los amigos y vecinos, colgó pendones reciclados en los árboles mochados de la avenida Miguel Ángel, de Colinas. El gesto solidario atrajo la atención de la Alcaldía de Baruta que lo convocó a una conversa. La intención de favorecer lo verde, le dijeron, es total, solo que el presupuesto es ínfimo: alcanza para cuidar no más de 8 árboles por calle.

La historia se replica, disfuncionalidad presupuestaria, ganas vecinales. Tanto en el corte de lo verde como en el activismo ciudadano. Cada lugareño, propone Cheo, podría cuidar un árbol, uno que haga el suyo. También, que deben tener un número y ser identificados con su nombre, saber cuál es caucho, cuál apamate, cuál mijao, los protegidos por ley, los que protegeremos por devoción. Debería cada quien amarlos más, no pensar que estorban, son emblema, son sombra. Los vecinos de Los Palos Grandes toman nota. Toman medidas.

***

Melín Nava, arquitecto, militante de las causas ciudadanas, mujer corajuda y amorosa, recoge firmas para la defensa de los árboles en la Plaza de los Palos Grandes hasta que comienza la reunión en la que quedan los participantes comprometidos con la causa. Ahí, donde José Orozco ofició de casamentero a quienes quisieron casarse una vez con Caracas, la gente estampa su nombre y demás señas, y se compromete con exigir lo fundamental: defender lo verde, defender la vida. La carta ya llegó a la alcaldía de Chacao, parroquia en la que ahora mismo se yerguen dos torres comerciales en esquinas imposibles y donde se libra una batalla por el PDUL.

***

Entonces, en la sala abierta del Centro Cultural Chacao, Yolanda Pantin habla del venado anaranjado que bajó del Ávila e Igor Barreto del gheto de Ojo de Agua, la barriada que está en al subida a la Simón, y de las sabanas de Apure. Yolanda, de la casa, de Turmero, de la infancia, de la madre hogar y del padre símbolo del afuera, padre lobo, y del adentro, e Igor Barreto de la naturaleza a cielo abierto, del afuera, de los que se han ido, ambos del país. El día, como una hoja, como la hoja de Forrest Gump, atraviesa el país durante la jornada. Día verde de principio a fin, es en la mañana ese tono, causa vecinal; tema del arte, en la charla vespertina; y esqueleto de la poesía, espina dorsal, asunto de vida o muerte, de aguas profundas en la noche poética. Día que ha sido luz y sombra, y de compromiso y de palabras, cada vez más hermosas.

País raíz, país leitmotiv, país que se deshoja, cabe esperar mejores frutos. País roto, país que sufre –“es un dolor saber que medio país no está aquí en esta charla, es una tristeza”, dice Yolanda Pantin–, sana la hora aciaga con la poesía que exorciza, que limpia, que mana generosa de las almas de sus autores, que cantan versos tristes y a favor. “Tenía la cabeza pulverizada de dolor, tenía tiempo sin escribir”, añade Yolanda Pantin, y como oleaje regresa con poemario nuevo y la sensibilidad intacta. Igor Barreto jura que los muertos no quieren sino hablar entre ellos y que la pasan mejor que los que están en este plano previo, y Yolanda Pantin lo contradice, jura que están cerca y que nos cuidan. Lo cierto es que ambos están más que vivos y sus voces exhortan a cuidarnos.

Y sí, hay que cuidar cada hoja, cada hoja poética, el país, la raíz, a los árboles, los frutos, a Yolanda y a Igor. Todo, todos.

Faitha Nahmens 

Comentarios (2)

Iramis Yilales
27 de marzo, 2015

Un buen artículo sobre esta bella ciudad, debemos evitar que se muera esa raíz, Te felicito Faitha, siempre escribes con mucho amor sobre esta gran ciudad.

Horacio Pietri
28 de marzo, 2015

Apreciada amiga, todo es letra muerta y los constructores, en tándem con alcaldías, concejales, y demás sujetos de la fauna política, siguen fagositando lo que nos queda de memoria urbana en un país en desbandada ….quien tiene una propiedad con terreno, cede ante los $$$$ con tal de largarse de aquí o pasar de nuevo a otro status más favorable. Pregunta a Quienes firman la permiso logia sobre sus patrimonios personales antes de ser y después de estar en el cargo….no hay truco, es una cuenta fácil y con pocos testaferros. Todo lo demás, prosa de una crónica de una ciudad que tampoco vuelve.

Envíenos su comentario

Política de comentarios

Usted es el único responsable del comentario que realice en esta página. No se permitirán comentarios que contengan ofensas, insultos, ataques a terceros, lenguaje inapropiado o con contenido discriminatorio. Tampoco se permitirán comentarios que no estén relacionados con el tema del artículo. La intención de Prodavinci es promover el diálogo constructivo.