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Venezuela: política, instintos e intestinos; por Freddy Javier Guevara

Fotografía de Iván Lugo

Fotografía de Iván Lugo

Hambre

Desde hace ya un par de años, Venezuela sufre un brutal desabastecimiento de alimentos. El 74,3% de los venezolanos perdieron 8,7 kilos de su peso, según la encuesta de condiciones de vida, Encovi. Ya el hambre no nos es ajena.

Cuando aparece el instinto del hambre sin posibilidad de saciarlo, como contraparte se hace presente su trastorno: por hambre se puede hacer cualquier cosa. Al ser un impulso ciego, su espectro puede ampliarse. En el tránsito de la boca al ano, la invidencia del hambre acumula el espectro de sus vicios: gula, avaricia, codicia. Hay que agregar que cuando se manipula ese instinto, aparecen enfermedades muy destructivas.

Las personas con vivir psíquico sujeto a los intestinos, se interesan por las cosas terrenales, por lo inmediato, y se las obliga a aproximarse con pobreza emocional a las contradicciones de las pasiones de las cuales somos todos rehenes. Podría hacerse un paralelismo con los primeros estadios de la consciencia del Homo Sapiens.

Excrementos

Hace ya unas semanas, en el marco de las protestas, un grupo de manifestantes inventaron defenderse del ataque de la guardia nacional y de la policía, con bombas de excrementos a las que denominaron “puputov”. Al poco tiempo, el abogado de Foro Penal, Luis Betancourt, denunció que, en Valencia, a los detenidos se les había hecho comer espaguetis con heces.

En su sadismo, los funcionarios que obligaban a ingerir excremento a las víctimas, los forzaban, según James Hillman, a ingerir el alimento del inframundo, contentivo de las emociones y los hechos más oscuros del alma del país.

“Indeed, those artists and writers who dare to taste culture’s excrement are gourmands of shit… But Hillman’s view excrement is not just repressed; it is the food of the underworld”. Thomas Moore, Dark Eros The Imagination of Sadism

Así, el que ejerce el poder, somete al cautivo a los desperdicios de la putrefacción que él mismo vierte: corrupción, crimen, crueldad. Su dominio lo encarnan los deshechos de la civilidad. Las instituciones de las que se hizo son los intestinos, por donde transita el estado más primario de la vida concreta.

Bautismo

Durante esos días, en mitad de la feroz represión y en su huida, los manifestantes entraron al Guaire, el río pútrido que cruza Caracas. El Partido Socialista Unido de Venezuela, PSUV, difundió un meme empleando la foto de los opositores que atravesaban el río con el siguiente texto encima: “A Dios lo que es de Dios. Al César lo que es del César. Al Guaire lo que es Guaire” [sic]. Luego usaron un hashtag para corregir la falta: #AlGuaireLoQueEsDelGuaire.

La respuesta de la oposición fue: “Salimos del Guaire limpios de consciencia”. Lo que confirmaba una suerte de bautismo simbólico en las aguas putrefactas –y a la vez trasformadoras–, a la espera de algo mejor.

En mitología, los arroyos del inframundo suelen estar colmados de excrementos. Por su parte, la coincidencia no es azar. Los hechos apuntan a que desde hace largo tiempo, Venezuela camina por las veredas de un submundo criminal. Pero es posible que ese bautismo –repetimos, simbólicamente– haya propiciado el renacimiento de una actitud diferente en la población.

Lo que es arriba es abajo, y viceversa

Unas cuantas décadas atrás, la consciencia del venezolano se hallaba en un extremo bastante primario: el de la extravagancia del dinero fácil. La horrísona expresión “Ta barato dame dos”, era la frase más conspicua de una realidad trastocada por la abundancia y la inconsciencia.

El dinero es el instrumento con que se mide la función de realidad en el hombre contemporáneo. En aquella Venezuela, su uso estaba ligado a lo inmediato, a lo sin límites, al gasto sin previsión. La venezolana era una sociedad dispendiosa sin consciencia social ni ecológica alguna.

En este trato tan ligero de la realidad, nunca se estimó que oscilaríamos hacia el otro polo, no menos primario. Desde hace dieciocho años, con la imposición de otros patrones, la psique colectiva ha mutado. En la actualidad existe la enorme tensión de los opuestos. Un sector de la población, anestesiado, subsiste en la reedición de una suerte de paleolítico superior, circunscrito a la penuria del amplio espectro de lo concreto: colas para proveerse de lo esencial, sin alimentos, sin medicinas, sobreviviendo con miedo, trabajando con desespero para lograr a duras penas algo para la ingesta diaria, aprovechando cualquier circunstancia para no sucumbir en la penuria. El resultado: el auspicio de la criminalidad. Un existir primario atrapado en la colectivización y hundido en emociones como el resentimiento, la envidia y la venganza, la cuales suelen ser ciegas y colectivas.

Esa misma población estuvo dispuesta a vivir la vida del otro, el líder, y necesitó sentirse tribu o clan. Por eso se somete al condicionamiento de las dádivas materiales. La propaganda y la promesa irregular del alimento son suficientes para tocar su consciencia.

Hay otra parte de la sociedad que aspira a la ciudadanía perdida o nunca alcanzada. A una organización social con fines comunes, con preservación de la vida privada y estructuras que permitan la reconstrucción de un ecosistema donde cada cual tenga su lugar, y lo asuma reconociéndolo y atribuyéndole valor.

Aspirar viene del aire, etéreo, intangible, como las ideas, los ideales, las creencias.

Los dos grupos poblacionales son aspectos psíquicos extremos que se hallan dentro de todos los ciudadanos que habitamos este país, pero de un modo escindido. Las actitudes de los dos sectores frente a los retos de la realidad han sido auspiciadas y mantenidas por la renta petrolera, antes y ahora. Solo que ahora, por ineptitud e inconsciencia de sus administradores, esta no alcanza.

Tratando de retener la imagen que nos viene de las teorías de Freud, pareciera que desde una visión del colectivo estuviéramos anclados a la fase anal. Nos columpiamos entre la excesiva gratificación y la recompensa que no llega. Entre la desorganización extrema y el intento desesperado de una organización parcelada de la sociedad. Es discutible, pero ahí está el reflejo que se desprende de esa observación.

Los contrarios

Al haber escasa conjunción de opuestos en la psique de la misma ciudadanía, nos hallamos en circunstancias complejas. Arrastrar a una masa de individuos atrapada en la cotidianidad del instinto del hambre no es nada fácil. Tampoco lo es que los ciudadanos entiendan que las aspiraciones e ideales se sustentan en cosas muy concretas, como lo es la distribución y el almacenamiento de los alimentos, la salud, el empleo, la seguridad, y la distribución de las riquezas.

De los tantos resultados de estas realidades extremas proviene la indiferencia que hasta hace poco ha producido el desconocimiento del otro y el desprecio mutuo.

El vacío entre las dos realidades extremas de Venezuela es aparente. Ambas son el reflejo de su opuesto, pertenecen a lo mismo. Al principio, en 1999, fueron unidas por la oscuridad del poder. Ahora están unidos por las carencias. Las dos tienen necesidad, para las dos existe la ananké, la madre de las Moiras, la personificación de la necesidad y la inevitabilidad.

Hijos de la tensión

Cuando hay tensión extrema entre dos grupos sociales con psique colectiva radicalmente contraria, surge un tercer grupo de camuflaje. Son muy pocos, pero tienen que existir. Son filibusteros. De culto exagerado por el dinero, especialistas en encontrarlo. Buscan financiarse una vida de ficción que los haga escapar de su realidad concreta. Están en todas las funciones, públicas y privadas, en todas las profesiones. Traspasan todos los estratos de la sociedad. Son los oportunistas, los “vivos” de nuestra picaresca.

Aunque parezca indigno para muchos, son estos individuos quienes hacen la conexión entre ambos extremos, atrapan la oscuridad de la sociedad y liberan el paso de las corrientes.

Chakras

Siguiendo las reflexiones de Carl Gustav Jung, la conciencia del hombre occidental va de abajo hacia arriba, a diferencia del hombre oriental que lo hace de manera opuesta.

Situándonos en Venezuela, la mayoría de la población venezolana se encuentra entre el mûlâdhâra y el svâdhisthâna, estratos de consciencia colectivos, inconscientes, primitivos y proyectivos. La realidad sucede sin que se tenga consciencia de ella. Las acciones de los individuos parecen pertenecer a los otros. Se vive en tercera persona. No existe la responsabilidad con el sí-mismo. Por eso se hace tan fácil la criminalidad: siempre será responsabilidad del otro.

En esta atmosfera psíquica, la realidad transita entre lo terreno, lo concreto, lo sólido; es decir, los alimentos, la supervivencia, la indiferencia, y vacila entre emociones y pasiones contrarias. Todo esto a niveles inconscientes. La sociedad no conoce su sombra, por eso la intolerancia y el desconocimiento del otro, que es el enemigo a vencer.

La ciudadanía pretende entrar en manipura-anâhata, pasar del ombligo al diafragma, donde mora el aire y palpita el corazón. No es simple trascender de la emoción de las pasiones opuestas a la responsabilidad consigo mismo. Es el reflejo que produce el conocimiento del sí-mismo ante la anticipación en la consciencia: saber que la verdad del otro está dentro de la psique personal, y que aun cuando se pertenezca a un colectivo, se reconozca diferente.

Evolución

Decía Heráclito que la guerra era el origen de todo. Quizá la atmósfera de muerte que ronda a Venezuela sea el pegamento de una sociedad fracturada. El reto de esa sociedad es el reconocimiento del otro. Solo así es posible despolarizar.

Las emociones sustentan el proceder del hombre. El ser humano sabe lo que está bien o mal porque lo siente en su carne, en su cuerpo emocional; no porque exista una ley que le diga cómo debe comportarse. Allí reside la humanidad.

Si la valoración de lo emocional es despreciada, se corre el peligro de que las aspiraciones del hombre, sus ideales, no tengan como base la estructura de la biología emocional ni de los instintos. Resulta una consecuencia no poco peligrosa: los ideales se convierten en ideologías donde la lógica del partido está por encima del hombre, o en formas transaccionales donde solo el dinero tiene lugar y los hombres creen estar por encima de las leyes de la naturaleza. Así desciende la conciencia colectiva e individual a niveles primitivos en sociedades pretendidamente modernas.

Al trabarse el ascenso en la consciencia en las personas y en las sociedades, el colectivo deambula en laberintos que parecen no tener salida psíquica, es decir, humana, como sucede en Venezuela. Algunos dirigentes jóvenes se han dado cuenta de que el trabajo es con alma. Con cultura, educación y sin ideología política.

La ciencia

Una de las investigaciones más fascinantes en el mundo de la medicina viene de las bacterias que pueblan el intestino (Hoban, A. E., et al. 2016. Regulation of prefrontal cortex myelination by the microbiota). Un sitio del cuerpo donde se absorben los nutrientes necesarios y se desechan los que luego formarán el bolo fecal.

Los científicos sugieren que el intestino y sus bacterias influyen en la estructura y función cerebral de una manera más directa por medio de la regulación de la mielinización. Es así como ejercen influencia sutil en los pensamientos, los afectos y la conducta. Según estos hallazgos, en un futuro será posible tratar enfermedades desmielinizantes o incluso trastornos psiquiátricos, alterando la composición de la flora bacteriana. Como es abajo es arriba. Tal parece que los excrementos y sus bacterias, a fin de cuentas, sirven para algo.

Venezuela es un país que lucha por la democracia, por la civilidad. Derecha o izquierda no parecen ser ya el asunto de fondo. En su más profunda esencia, el ciudadano aspira a un ascenso en su nivel de consciencia. Algo que algunos asocian al concepto de ciudadanía. Una verdadera proeza, a juzgar por la situación. No obstante, aunque los tiempos se prolonguen, ese parece ser el reto.