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“Vayamos por partes”, dijo el Destripador; por Fedosy Santaella

A continuación reproducimos para los lectores de Prodavinci el prólogo, escrito de Fedosy Santaella, de la nueva novela de Norberto José Olivar, El fantasma de la Caballero. Para leer el primer capítulo de este libro, que también ha sido gentilmente cedido por la editorial, haga click acá.

Vayamos por partes, dijo el Destripador; por Fedosy Santaella  640

Norberto José Olivar

Hacer historia, hacer narración

En El fantasma de la Caballero, el doctor Luis Guillermo Hernández le recrimina a Ernesto, nuestro héroe narrador, que él, en torno a los hechos históricos, es capaz de publicar cualquier disparate que se le ocurra, porque tiende a hacer especulaciones muy atrevidas sin poder demostrarlo, sin documentos. Ernesto, ni corto ni perezoso, le responde: «Si de algo estoy seguro es de que la mayoría de los documentos mienten, dígame si son políticos o judiciales. Estamos construyendo nuestra historia guiados por papeles infectados y no por el sentido común. Mire, si usted quiere encontrar la verdad, pues no tiene más remedio que la especulación. La intuición. Quien piense que puede demostrar un hecho histórico está fregado de la cabeza».

Yo no soy historiador ni pretendo serlo. Tampoco me voy a poner a hablar de la relación entre la realidad y lo verdadero, etc. Pero sí te puedo decir que me encantan las

historias, y creo que en las historias, en las narraciones hay cierta verdad. O no sé si verdad, pero sí reflejo, imagen, mundo. En alguna parte leí que no era seguro que la guerra de Troya se hubiese llevado a cabo, o para ser más específicos, esa guerra de Troya de la Ilíada donde estuvieron Agamenón, Aquiles, Patroclo y el desafortunado Héctor. Para Homero, si acaso Homero existió (y esto tampoco importa mucho para este texto), pudo haber bastado la presencia de unas ruinas, y un cartelito que dijera: «Aquí estuvieron los aqueos», para comenzar a escribir una historia. ¡Vamos, claro, el cartelito no estuvo! Pero sí estuvieron las leyendas, y con base en esas leyendas se escribió la gran epopeya que todos conocemos como la Ilíada. ¿Que allí no hay historia? Pues siempre ha sido una gran fuente de estudio para historiadores y lingüistas, de eso no cabe duda.

Lo mismo que digo acá, aplica para el Cantar de mio Cid o para El Cantar de Roldán, gestas épicas española y francesa respectivamente, inspiradas en leyendas de guerras, héroes, muertes, derrotas y victorias. Aunque nosotros las leamos como parte de un pasado muy lejano, ya para el momento en que estas historias se conformaron, los hechos que relataban hacían referencia a otros tiempos ya remotos. Estas historias, con todo, son importantes para conocer el pasado histórico de estos pueblos, aunque se sepa que allí hay mucho de invención, de literatura.

Pensemos ahora en los cronistas de Indias. Esos serios caballeros estaban escribiendo historias sobre el descubrimiento casi de manera inmediata, y aun así, como señala Arturo Uslar Pietri, leer a los cronistas y las cartas de relación de los conquistadores es asistir a una comedia de equívocos y errores. Earle Herrera, en «La magia de la crónica» señala que los cronistas veían frutas, árboles, animales y fenómenos naturales que nunca habían visto, pero les ponían el nombre de lo más parecido que conocían en Europa. Seguían viendo el mundo con ojos viejos, y en muchos casos repetían mitos y fábulas que ya venían de sus tierras. Hombres sin cabeza o que dormían bajo el agua, animales fantásticos, amazonas, sirenas, ciudades perdidas, todo eso está allí, en sus crónicas, producto de una imaginación que no tenía el rigor de la historia como una disciplina académica que sencillamente no existía.

Aquellos hombres escribían sobre lo que veían y sobre lo que creían que estaban viendo, o sobre lo que les decían otros que habían visto. Se equivocaban, sí, pero contaban grandiosas historias llenas de imaginación que hoy día nos atrapan.

Borges y lo interesante

Jorge Luis Borges en «La muerte y la brújula», nos presenta un asesinato. El rabino Yarmolinsky ha sido asesinado en una habitación del Hôtel Du Nord, y allí hacen acto de presencia Treviranus y Erik Lönnrot. El comisario, luego de ver la escena del crimen, concluye que no hay nada más que decir: ha habido una equivocación, el asesino de Yarmolinsky buscaba en realidad los zafiros del Tetrarca de Galilea, que dormía en la habitación de enfrente. Al notar que se había equivocado de habitación, no le quedó más remedio que asesinar a Yarmolinsky. A todo esto, Lönnrot replica: «Posible, pero no interesante». De modo que, tras la búsqueda de hipótesis interesantes,

Lönnrot termina perdiéndose en los laberintos de una conspiración esotérica. Al final Treviranus tendrá razón: se trataba de una equivocación. Pero ¿quién quiere esa constatación barata de la realidad? El lector, por lo menos el lector de ficción, prefiere algo más, algo que le cuente verdades de otra manera. Y he aquí una de esas verdades:

la ficción contiene a la realidad, y en esa realidad hay otras formas de decir verdad. ¿Cuál es la verdad en el hombre sin cabeza con ojos en el pecho en las Crónicas de Indias? Pues que el hombre nunca deja de ver el mundo desde su interior. Que lo que llevamos dentro, lo que anhelamos, lo que soñamos, lo que previamente conocemos, modifica nuestra visión del mundo. Lo mismo nos dice el cuento de Borges: preferimos otras versiones de la realidad, porque nunca estamos conformes con ella, porque la realidad es demasiado simple o demasiado brutal.

Akutagawa y los fragmentos

La realidad es también fragmentaria. No podemos tenerla nunca por completo. Sin embargo, vivimos con una cierta nostalgia por la totalidad, porque es como si creyéramos que en la totalidad está la verdad. Es lógico, ¿no? Juntamos las partes y obtenemos una visión mayor de las cosas. Esto, por cierto, es lo que hace un detective en su investigación criminal: junta las huellas, las pistas, los rastros, los testimonios, los datos para lograr tener un panorama mayor que le lleve a esclarecer el caso.

El gran escritor japonés Ryunosuke Akutagawa escribió en 1921 el cuento «En el bosque». El cuento gira en torno a un crimen. Un funcionario que viajaba con su mujer ha muerto asesinado en plena espesura. Por supuesto, hay una investigación. Solo que Akutagawa hace algo magistral: elimina la figura del investigador, y deja al lector ese papel. ¿Cómo lo hace? Pues presentando de manera directa las declaraciones de las distintas personas involucradas en lo sucedido. Declaraciones, vale decir, que son contradictorias, que no calzan, que parecieran no ir a ningún lado. Es lógico: pregúntale a un hombre y a una mujer que hace poco fueron pareja por qué se separaron. Cada uno tendrá una visión distinta de lo que fue su amor y de las causas de su separación. Akutagawa sabe que cada quien tiene su visión de la realidad, y lo usa con gran genio en este cuento. Nos ofrece un hecho fragmentado, y el lector debe ir armando su propio mecano.

El autor de El fantasma de la Caballero, a la manera de Akutagawa, nos presenta variados testimonios, en el presente y el pasado (tan difusos los primeros como los segundos), y el lector, junto al narrador, va también armando el caso. Cada voz, que es un fragmento, va conformado un estadio mayor, una totalidad, que finalmente puede que lleve a la verdad, en este caso, a la clarificación del asesinato de la señorita Josefa.

El Destripador invita y se despide

Y bien, hemos llegado al final. Hemos ido por partes, no muchas, porque tampoco la idea es extendernos demasiado.

Espero que te queden muchas cosas de esta lectura. Quizás puedas seguirle el rastro a las pistas que he dejado. Quizás te puedas ir tras Homero y su Troya, quién sabe si tras el Cid campeador y Roldán, o tras los cronistas de Indias (hasta el mismo Cristóbal Colón nos sirve), o tras el cuento de Borges del que hablamos o tras el de Akutagawa. Te invito incluso a que te pases por Internet y busques la teoría que dice que el tristemente célebre Jack el Destripador era masón.

Te invito a que te des una vuelta por allí, te invito a que investiguemos, a que juntemos fragmentos, a que imaginemos lo que pudo sucederle a Josefa Caballero. Imaginar es lo que nos queda. Esa, por lo menos, es mi intuición.

Muchas gracias, manda a decir el Destripador.