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Gabriela Montero: “Hay que hacer saber a los venezolanos que sufrir no está bien”; por Karina Sainz

Hay que hacer saber a los venezolanos que no está bien que sufran”. Entrevista a Gabriela Montero por Karina Sainz 640

Es capaz de interpretar un concierto de Rachmaninov al estilo de Bach; de parafrasear a Liszt o extraer la versión en fuga de un tango. Además de su don para la improvisación, para exprimir un Pajarillo ahí donde podría sonar Chopin, Gabriela Montero (Caracas, 1970) compone y lo hace con el compromiso y el sentimiento que sujeta los sonidos –y las palabras– para que no hagan lo que los relatos contados por necios.

Esa mujer de voz suave y hábiles dedos tejedores  –ha tocado muchas teclas y ortigas–,conoce la fibra que han de tener ciertos acordes para que produzcan sentido, para que no sean el cuento de un idiota, lleno de ese ruido y esa furia–la misma que acuciaba al rey conspirador del Macbeth de Shakespeare– que nada significa. Porque el compromiso y la honestidad son también una armonía. Así lo demostró la pianista en 2011, cuando escribió ExPatria, una pieza para piano y orquesta de 15 minutos que le valió los aplausos a la vez que una rabiosa censura política.

Es la primera vez que Gabriela Montero ofrece un recital en Madrid, y lo hará en medio de una apretadísima agenda: en junio estuvo en el Festival de Lugano, también en Alemania, con la Filarmónica de Dresde y hace apenas unos días estuvo en Leipzig. Todo en ella es orden, trabajo, y método. A las diez de la mañana, entrevista; a las once, ensayo; a la una y cuarenta y cinco, reunión… Una disciplina  curiosa para una mujer que vive, justamente, de improvisar; de olisquear en el aire un estado de ánimo.

Es muy pronto en Madrid para una conversación con la prensa –muy pocos entrevistados tienden a hablar tan temprano y sin desayunar– y sin embargo, ahí está ella: madrugadora y bien dispuesta, sin una sombra de crispación o cansancio. Gabriela Montero habla con ese dulce acento caraqueño; un caraqueño en estado puro, que no se redondea soez –como suena en los últimos años– ni impostado, como ese que persigue a los que llevan años lejos. Pero ese no es su caso.

Si la improvisación ha existido tradicionalmente como género musical, ¿por qué ha quedado relegada?
La improvisación es una habilidad, un código, una forma de tener una conversación utilizando el dialecto musical. En los siglos XVIII y XIX era parte de la vida de los músicos. Sin embargo, todo eso cambió. Comenzamos a preocuparnos más por el resultado que por el proceso. La improvisación es algo que forma parte de mí, desde niña.

Pero hubo un momento en que te planteaste dejar el piano. ¿Una profesora y sus críticas contra la improvisación fue la causa, cierto?
Esta persona de la que hablas fue mi profesora de piano desde los 8 a los 18 años en Estados Unidos. Y no solo fue por su postura ante la improvisación (decía que eso no valía nada) sino que además, tuvo una influencia muy negativa. Tenía casi 18 años cuando la dejé.

¿ Y qué pasó?
Cerré la tapa del piano durante dos años y no quise volver a tocar hasta los 20 cuando, ya en Caracas, apliqué a una beca para estudiar en la Real Academia de Música de Londres. Fui aceptada y me fui a Inglaterra. Allí retomé el piano desde un ángulo personal, donde yo era la que dictaba y decidía musicalmente; con una libertad total.

En determinados auditorios, acaso los menos efusivos, debe descolocar que la pianista coja el micrófono, se dirija al público y les pida que canten una canción.
La primera persona que se levanta o participa es la que se encuentra con ese vacío. No es algo muy común, porque el público nunca habla con el artista. Es él quien a veces habla con el público. Romper esa pared de hielo no solo es bonito, es enriquecedor.

¿Para la música, para la función, para usted?
Para todos. Al aportar la semilla, que es la melodía sobre la que se hará la improvisación, la interpretación termina siendo una creación conjunta. Eso sí… hay que esperar al primer valiente; después, una vez que alguien tuvo valor, todos quieren cantar. Me ocurrió en una ocasión, en Colonia, en un teatro: 3.000 personas cantaban a la vez una misma canción. Me pasa también en muchos conciertos a los que van grupos de venezolanos. Que es algo muy hermoso, porque trasciende la música, es un encuentro, un alivio.

La improvisación tiene un punto de arrebato; un componente emocional ¿Escuchas tus improvisaciones, te reconoces en esos raptos?
Sí, las escucho para saber qué fue lo que pasó en ese momento. Tratamos de grabarlas porque, de lo contrario, desaparecerían. Después de eso, las dejo ir. Hago cientos de improvisaciones al año. Lo que más me gusta es esa propiedad renovadora que tiene la música sobre la marcha. Se encuentran personajes, colores, estilos. La imaginación hace que las posibilidades sean ilimitadas. Hay días en los que la musa está más presente, especialmente en los recitales, donde suelo tener en la segunda parte unos 50 minutos para improvisar.

¿No te resulta agotador?
Para nada. Es un soplo de aire fresco. Después de improvisar me siento renovada, porque entro y salgo de un mundo con total libertad.

Gabriela Montero no es sólo una intérprete. Es una compositora contrarreloj.
Esa es la definición de la improvisación: composiciones en el momento. No se deberían de llamar improvisaciones sino justamente así, composiciones.

¿Has hecho toda su vida musical fuera de Venezuela?
No toda. Tuve que marcharme a estudiar a los Estados Unidos con ocho años. Me costó mucho separarme de mi país y de mi familia. Al comienzo me fui con mis padres y mis hermanos. Económicamente, tras la devaluación del Bolívar frente al dólar, que Venezuela se conoce como Viernes Negro, fue imposible quedarnos como núcleo familiar. Se regresaron mi padre y mi hermano a Venezuela. Me quedé con mi mamá. A los 18 volví a Venezuela. De ahí me fui a Europa. He pasado temporadas en mi país, a veces de meses en otras ocasiones de años. Del 2003 al 2006 viví en Caracas y pude presenciar y vivir la angustia y la frustración de un país que se desmorona minuto a minuto.

Tú no te formaste  en el sistema de Orquestas Juveniles y, sin embargo, la prensa extranjera siempre lo repite.
Ocurre. A veces me anuncian como un gran producto del Sistema Nacional de Orquestas y me toca aclararlo y decir: un momentito, yo he tocado con el Sistema, pero soy solista. No tengo nada que ver con José Antonio Abreu. No soy su discípula.

El gobierno se  encargó de utilizar el sistema como un ese escaparate de supuesta progresía e integración cultural.
El sistema se fundó hace 39 años. No comenzó con Hugo Chávez, aunque él fue muy astuto al usar esta imagen de niños tocando a Mahler. Sabía el impacto publicitario que eso tendría. Pero si había algo que él detestaba era la música clásica, era algo bourgeois, asociado a una élite.

A muchos impresionó la posición de Abreu, quien con su silencio refrendó la demolición de un mundo cultural al que, justo él, no tenía nada que reprochar. .El silencio de Dudamel también es lacerante. ¿Guarda rencor?
Estoy decepcionada. Conozco a José Antonio Abreu desde que tenía ocho años. Mi debut en una orquesta fue con él. Para mí, la falta de solidaridad de parte de Abreu y de Gustavo con la situación que vivimos en Venezuela, ese silencio sepulcral de los dos y las acciones que hablan de una colaboración  con el gobierno, ha sido muy doloroso. Más que la posición que sostienen, es la falta de posición ante el colapso de un país entero. Hablamos de 29 millones de personas que no consiguen insumos, alimentos, medicinas… Yo misma me tuve que convertirme en una red de información farmacéutica. Tengo bastantes seguidores en Facebook, así que me escriben muchas persona diciéndome: ‘Gabriela, tengo leucemia, ayúdame a conseguirlo’. Entonces, escribo un post, para tratar de conseguirlo. En un país con tanta riqueza, si el gobierno fuera como dice ser, esto no debería ocurrir.

Te has convertido en una voz a contracorriente para explicar el grave proceso político que atraviesa Venezuela. Eso también tiene un precio difícil de pagar (personal, profesional, anímico)
Trato de informar, educar y sacar a la luz lo que realmente ocurre en Venezuela. Poco a poco el mito de Hugo Chávez, lo que él le vendió al mundo, se está desmoronando. La gente puede ver los resultados de un gobierno fracasado, un narco Estado, una cleptocracia…

¿A qué suena Venezuela?
A Ex patria.

¿Y si te pido un sonido? Sólo uno.
Un grito turbio e intolerable. No hay ningún tipo de armonía en ese tono.

Has sido invitada a participar como músico en eventos como la investidura de BarackObama, también a Davos para hablar de tu música y tu papel como artista.
Sí, participé en la investidura de BarackObama. A Davos fui dos veces, la primera para hablar de mi música; de la composición y la parte creativa. La segunda fue para hablar sobre Ex Patria, que ya había nacido. Me invitaron a explicar por qué una pianista del siglo XXI escribe, como Prokofiev y Shostakovich, una obra con la que intenta plasmar musicalmente la demolición de un país. Hablé sobre el rol del artista y la necesidad de que este se involucre en la realidad social y política del país no sólo en su quehacer, también denunciando las injusticias.

Intervenir en lo venezolano, y más todavía desde fuera, es difícil. Me  gustaría escucharte hablar sobre esa experiencia, siempre dura, a veces ingrata.
Es una gran responsabilidad. Pero estoy tan metida en esto que ya no me puedo retirar. Por un lado, siento gran alegría, al ver la respuesta y el aprecio de quienes sienten que doy una voz en medio de una situación de silencio como la que padece hoy Venezuela. Pero, por otra parte, eso también conlleva una carga de elementos que no conocía. Me he topado con seres humanos nefastos, que me quieren herir por mis opiniones, pero eso forma parte de este proceso de crear un cambio. Hay que hacer saber a los venezolanos que no está bien que sufran, que no está bien que padezcan. No hay derecho a que nadie padezca. Eso no tiene que ver con el hecho o no ser artista. No es excusa. Para mí esto se ha convertido en una misión, y muy dura. Se me han cancelado muchos conciertos. Ha habido una mafia que trata de silenciarme, pero no puedo mirar para otro lado. Hago lo que hago porque lo he decidido y porque me duele lo que pasa, así no esté en Venezuela.

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Esta entrevista es una versión de la publicada en Voz Populi, la cual puede leer haciendo click acá.