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Un poema de Carlos Noguera [1943-2015], de su libro ‘Laberintos’

Por #PoesíaEnProdavinci | 3 de febrero, 2015

Un poema de Carlos Noguera [1943-2015], de su libro 'Laberinto' 640

CADA CLAVIJA, cada bisagra, cada secreto, no es lo mismo; uno cree haber realizado la aprehensión, luego todo se desliza y se transforma y uno sabe que no ha sido sólo el tiempo: a veces basta el propio peso del hallazgo para que la retención vire. No es misterioso el recuerdo, sólo lo es su mecanismo.

Después de esto (y a pesar) que restará. Seguiré arrastrándome; delineándome, en otra historia volveré a ocupar lugares, prisiones y tronos imaginarios. Me cubriré de hazañas oscuras y mis amigos me proveerán de títulos. Repetiré el ciclo, agotándome en cada persona, “utilizar y luego huir”, como dice J.

Después siempre un tecleo parejo, rostros, repetir el sitio. Volver a ser brillante, recluirme, no abrir un libro, no despojarme, asomar apenas la cerradura y ocultarme.

Algo amargo hay en este juego. Algo que no puedo operar por un pequeño estancamiento, un descuido infinitesimal.

Cada gesto nuevo me deteriora. Hundir. Tratar. Oso un intento iluminador y cada vez soy aplastado; “aquel que ama, molesta”, me dice. Y a veces creo que ella será, u otra. Cualquiera alucinante.

Me desenvuelvo en la imaginación, a tantos años de un rostro: salí apresurado y abandoné mi cuerpo, cuando volví estaba multiplicado, sin memoria, elegí al azar y fui deshecho.

Ahora, a horcajadas en el temor, me apresto a sonreír cada vez que lo exigen. Vago. Disciplino cada convulsión. Estoy atento. De cualquier forma me aceptarán. Sé de antemano que nada servirá de explicación: selecciono factores, los cambio, una amalgama introduce nueva incertidumbre, golpeo el pasado, me pongo recto y relajo la musculatura para volar más raudo, vigilo y reelaboro tres días antes. “Voy a cambiar mi modo de ser”, digo, recostándome en las de mimbre del café. Un amigo escucha. Intento explicarme, pero veo que sonríe y me detengo. También comprende. No es ajeno.

En ocasiones me indican lo que debo y yo respeto. Pero de nada.

Y después de esto, qué quedará.

Sólo la imaginación: la crueldad cotidiana. Nada que no aparezca en premoniciones, que no esté contemplado, que no haya sido siquiera parcialmente inferido, nada que me aleje del vector y me disuelva de verdad y reelabore. Nada que no nos haya sido revelado en la infancia o no lo hayamos encontrado en el río o en el solar del fondo, mientras nos ocultábamos. Nada que cada noche yo no vuelva a temer y trate de alejarlo. Nada que no sea rescatado de un sueño anterior o bien (más raramente) que no hayamos vivido entre un acto y otro, mientras ajustábamos los zapatos o servíamos la cerveza. Cada sueño se reencuentra a sí mismo constantemente, cada acción se extravía. Ésa es mi dimensión.

No me resiento, pero a veces me torno griego y me discuto, discierno que me manejan, que no puedo ayudarme. O bien que soy volátil, constituido así y no precisamente en la realidad.

*

Este poema fue publicado en la edición número 9 de la Revista de Poesía El Salmón, extraido del libro Laberintos, editado en Caracas por Ediciones En Haa en 1965.

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