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Seis lecciones que nos deja el 19 de abril, por Rafael Osío Cabrices

1.

El chavismo sin Chávez carece de puntería. Los acontecimientos trazan una secuencia que deja muy mal parado al régimen de los herederos en cuanto a los recursos que invierten (políticos, económicos y hasta delincuenciales) y los resultados que obtienen a cambio. Hay que ver las cosas panorámicamente y tejer los actos del régimen que condujeron a la situación presente. Espero que no me falte ninguno:

1. En diciembre, Chávez habla en público por última vez y ordena a su gente que elija a Maduro.

2. Durante tres meses, el régimen pone a Maduro a hacer campaña desde la presidencia encargada, evadiendo las instrucciones de la Constitución para manejar la ausencia del presidente reelecto, y mantiene durante todo ese tiempo la oscuridad informativa sobre la gravedad de Chávez mientras hace dos devaluaciones y deja que sigan agravándose la inflación, la escasez y la inseguridad.

3. Se anuncia la muerte de Chávez, se convocan las elecciones y se enlaza la campaña de Maduro con las larguísimas exequias de Chávez, planteadas no como un funeral de Estado sino como el lanzamiento de una religión político-militar.

4. El régimen de los herederos bota la casa por la ventana para intentar aplastar con ventajismo a un Capriles que sorprende, primero por el hecho mismo de lanzarse en unas condiciones tan pornográficamente desiguales, y segundo por resucitar a un electorado postrado por la frustración.

5. Se acerca la fecha de la elección y el régimen intenta en vano que Capriles firme un documento de “aceptación de los resultados” que implique que rinda la espada sin pelear.

6. El 14, el régimen compra, amenaza, lanza a sus motorizados, saca testigos de la oposición de algunos centros, se apoya en el fulano voto asistido, suspende Internet por unos momentos y finalmente presencia cómo Lucena anuncia unos resultados rebosantes de sospecha, por la estrechez del margen y la obviedad del ventajismo que todos hemos presenciado.

¿Qué tienen en común todos esos acontecimientos? Que el régimen de los herederos ha trabajado mucho para mentir, comprar, amenazar y controlar, y ha obtenido muy poco. La ausencia de Chávez ha reducido dramáticamente su capacidad para manejar las circunstancias a su favor. Como decía en el despacho anterior de este blog, ganar con menos de 2% -si es que en verdad ganó Maduro- en medio de todo ese ventajismo es no solo una humillación, sino una muestra inequívoca de que ya no controlan las cosas como lo hacían antes. Son como un tirador que usa un tanque para tumbar una lata encima de un poste, y debe no obstante disparar varias veces.

2.

El régimen de los herederos está a la defensiva. Cada vez es más dependiente de la propaganda y de la FANB. Se esfuerza por inducir en la población, o al menos en la que lo sigue, que ha sido la oposición la que induce a la violencia y la que atenta contra la “normalidad”, tal como lo hizo en 2002 y 2003. Pero ha fallado también en eso porque las guarimbas y las concentraciones desaparecieron apenas Capriles mandó a recogerse al cancelar la marcha del miércoles al CNE de Caracas, y porque ha sido evidente que parte de esa violencia ha sido roja: los ataques a medios en Miranda, por ejemplo. Muy decidor del fracaso que ha sido la ofensiva propagandística es el asunto de los CDI: la prensa, y los mismos vecinos, han comprobado que no fueron quemados; haciendo un pobre papel, Ernesto Villegas –antes periodista chavista pero respetado, ahora torpe y artero ministro de propaganda- cayó en el viejo truco dictatorial de emprenderla contra la organización de derechos humanos más respetada del país, Provea, por desmentir la denuncia con pruebas en la mano.

El modo desesperado e ineficaz con el que están manejando su propaganda, más la continua apelación al apoyo militar (hacen todo lo que pueden para mostrarnos que el ejército está con ellos y contra nosotros), más la línea de desconocimiento de los parlamentarios y mandatarios regionales que no son chavistas, y ahora la pública y notoria caza de brujas en la administración pública, revela con contundencia que están reaccionando a lo que hacen Capriles y la MUD, y no al revés, y que todos esos tiros siguen saliéndoles por la culata (salvo uno: toda la prensa internacional dice que hubo 8 muertos en la violencia tras las elecciones). Porque al parecer, según algunas encuestas –no puedo citar ninguna, no tengo números en los que pueda confiar- la mayoría de la población siente que la elección fue turbia o fraudulenta. Maduro pudo asumir y pudo calmar las sospechas en el exterior, pero está lejos de disipar las sospechas internas.

3.

Maduro no es relevante, según parece. No hace falta ahondar aquí en cuán poco dotado está en materia de liderazgo. Cabello al menos sabe meter miedo. Y tuvieron que traer a María Gabriela Chávez para que lo coronara. Digamos tan solo que lo único que Maduro tenía como capital individual, el haber sido ungido con el “voten por él”, puede haberse vencido, porque el chavismo ya cumplió con la orden de Chávez; ahora podrá relevarlo, aunque sea disimuladamente mediante su dilución, más adelante, dentro de la junta, la “dirección político militar de la revolución”. No hay nada que haga pensar que Maduro, como individuo, tenga un poder verdadero sobre nadie.

4.

Capriles ha jugado arriesgadamente y hasta ahora le ha salido bien. Se plantó sobre el mensaje de que él ganó las elecciones pero no ha hecho público el resultado a su favor que tiene, ni las pruebas de que le robaron la elección, si es que tiene la capacidad técnica de probarlo en las auditorías. Ha ido administrando lo que dice y cuánto lo dice, pero la población empieza a pedirle más, y está por verse si es capaz de dárselo. Su creciente liderazgo y su buena imagen forjada en estas circunstancias deberán mantenerse y acrecentarse con un manejo brillante de la comunicación y con una nueva manera de hacer oposición.

Y nada de eso es fácil. Maduro está metido en un problema, pero él también. Ambos tienen, en tanto individuos, enormes retos. Capriles debe convencer a la mayoría de que ganó, de que no se dará por vencido, de que sí puede resolver los problemas del país y de que puede proveernos una mejor “normalidad”, que lejos de ser un agente de empeoramiento de nuestra ya muy difícil vida cotidiana –una fuente de autopistas trancadas, de suspensión de actividades, de inconvenientes- , es alguien con la grandeza suficiente para liderar un camino hacia una Venezuela que, normalmente, sea mejor que la de hoy.

5.

Hay que tener las expectativas correctas. Capriles y la MUD deben saber transmitirlas. Deben combatir el síndrome CNN. Me explico: sospecho que los venezolanos nos formamos un imaginario sobre cómo cae un régimen autoritario basado en tantas ocasiones en que, desde 1989, vimos por CNN cómo se derrumbaba un gobierno tras unos dos o tres días de marchas y concentraciones en una plaza, desde la caída del campo socialista hasta la llamada primavera árabe. No tuvimos en cuenta que no todos los gobiernos caen ante esas manifestaciones, ni mucho menos que esas imágenes en la tele no muestran los años de frustración, persecución y sacrificio que hubo antes de ellas. Creo que esa idea de “pongamos una guarimba en cada calle y el gobierno cae” viene de ahí.

Pues esto no va a pasar en Venezuela.

Capriles tiene que ganar la guerra por la opinión pública, tiene que romper la hipnosis chavista. El régimen de los herederos se lo facilitará con su pésima ejecutoria y se lo dificultará con su agresividad, que tendrá pocos o ningún límite. Depende también de nosotros ayudar a que la sociedad venezolana entienda que puede vivir mejor y que eso pasa por salir del régimen chavista y obtener uno democrático y abierto a la prosperidad de todos. Eso llevará tiempo.

6.

El horizonte luce inestable. Tendremos un país conflictivo, violento, incierto e impredecible, en todos los escenarios. Sepámoslo y preparémonos para eso.