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Primer juego: La Historia y El Espíritu, por Rodrigo Blanco Calderón

Las ligas de béisbol del Caribe, a pesar de que en sus países no hay nieve, se conocen como “ligas de invierno”. A esta confusión climática se suma la cronológica: la temporada empieza en un año y culmina en otro. Esto produce inexactitudes en las fechas y en los cálculos. La memoria y el deseo se mezclan y los errores del año pasado se funden con las esperanzas del venidero.

En el caso de Los Tiburones de La Guaira, los fanáticos y la prensa especializada titubearon al momento de sacar la cuenta: ¿Son 25 o 26 años los que tenían Los tiburones sin llegar a la final del campeonato? Aclaremos el dato: son 26 años sin conquistar un título y 25 sin llegar a una final. Como entenderán, para los fanáticos guairistas el matiz es deleznable (por amargo).

Frente a la sequía guairista, está la gesta contemporánea de Los Tigres de Aragua. 9 finales en los últimos 10 años  y 6 campeonatos. La relación no puede ser más antitética y complementaria entre los dos equipos. Por si fuera poco, la final de la LVBP repite la final de la liga paralela que también disputaron las filiales juveniles de los Tigres y los Tiburones, ganada por los salados (matiz importante y dulce).

Para ambos equipos se trata de tentar sus respectivas estadísticas. El triunfo rotundo se enfrenta a la consuetudinaria derrota, para cambiar el estado de cosas y encontrar un nuevo equilibrio. Más allá de mi fanatismo guairista, tengo la convicción de que Los Tiburones de La Guaira van a dar el campanazo este año. Tener en un equipo al Manager del Año, al Novato del Año, al Líder Bate y al Más Valioso es una estadística no menos temible que aquellas que Buddy Bailey sabe manejar tan bien a su favor.

El primer juego de la final, sin embargo, fue un anticlímax. El estadio José Pérez Colmenares de Maracay, a medio llenar, hace pensar que quizás, como diría José José, hasta la victoria cansa. O que Los Tigres de Aragua, de la mano de Buddy Bailey, han confeccionado una épica beisbolística nada vistosa. Menos interesada en principios y finales grandiosos, en las razones de la partida y las reflexiones de la llegada, y más concentrada en el recorrido, en la trama del inning a inning. Y, por eso mismo, más efectiva.

Las estadísticas, en este sentido, también ayudan. La efectividad del picheo abridor de ambos equipos deja mucho qué desear. El promedio de bateo de los Tiburones es marcadamente mayor que el de los Tigres. Pero nadie tiene el cuerpo de relevo de Los Tigres de Aragua. Es en las medianías de la batalla, en lo que parece el remanso del juego, donde Bailey actúa y obtiene la mayoría de sus triunfos.

El primer resultado de esta final fue una síntesis de lo que traen ambos equipos para la contienda: los Tigres la experiencia ganadora y los Tiburones un hambre de ganar. En la primera lid entre Bailey y Davalillo, el criollo lució mal. Azorado por plantear un juego caribe, ordenó dos robos de base que, al ser castigados por el secuestrable Wilson Ramos, apagaron la chispa de un posible rally tempranero. Sin embargo, el error garrafal de Davalillo fue haberle dado un bateador de más al zurdo abridor Leslie Walrond abriendo el séptimo inning. Error que no cometió Bailey (que nunca comete Bailey) al sacar a su abridor estrella, Yusmeiro Petit, que nuevamente nos fusiló con su brazo-cañón recortado.

Según los entendidos, y ayer lo demostró, Davalillo suele guiarse más por el instinto que por los números. Bailey, atado al presente de un lanzamiento tras otro, no percibe que el Espíritu, frente a la Historia, también lleva su cuenta. Si no que lo digan los Tigres que, al ganar su primer campeonato de la Nueva Era en la 2003-2004, cortaron una racha de 28 años sin conquistar un título.

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